Millones de personas se involucraron en la Revolución Mexicana, muchas extranjeras que pelearon contra el régimen de injusticias de Porfirio Díaz. El 20 de noviembre se celebra, también, la lucha de estos héroes olvidados
Tw @ignaciodealba
Kingo Nonaka nació en la ciudad de Fukoka, Japón, en 1889. Desde chico aprendió a bucear para sacar perlas del mar y a trabajar en el campo. Pero ni los tesoros del océano sacaron a su familia de la pobreza.
A los 16 años, zarpó a México, en busca de oportunidades. Así lo contó el propio Kingo en “Andanzas Revolucionarias”:
“Con mucha tristeza por dejar el terruño y más que nada a mis padres y hermanos, salí de Japón en compañía de Yinkuro, mi hermano mayor, y de mi tío Shiotaro M. Nonaka, hermano de mi papá, en un barco de ruta Japón-Panamá, con escala en Hawái y Salina Cruz, México. La razón de este viaje no era la aventura, sino la necesidad económica, debido al desmedido crecimiento de la población. Durante el viaje casi no sentíamos cansancio, por tantas ilusiones y proyectos que planeábamos”.
Durante el trayecto, su hermano enfermó de gravedad y las autoridades del barco obligaron a que se hospitaliza en Hawai, Kingo y su tío siguieron el viaje hasta Salina Cruz. Su hermano retornó a Japón.
Lejos de las ilusiones que se hacían desde la cubierta del barco, el chico trabajó en las duras faenas de cosecha de caña, En el libro, Kingo relata que con él trabajaban unos mil japoneses y 500 mexicanos en condiciones muy duras. A los pocos días de trabajo su tío murió víctima de paludismo. Eran escenas cotidianas en el régimen porfirista.
La vida miserable del sur provocó que un grupo de japoneses viajara al norte:
“Meses después, el ánimo comenzó a minar la esperanza en la colonia. Algunos de ellos querían regresar a Japón, otros exigían un sueldo más alto, mientras que los demás nos emigrábamos al norte del país, con la intención expresa de ingresar a los Estados Unidos”, relató.
De los que viajaron hacia la frontera, muchos se quedaron a trabajar en las minas de oro de Magdalena, en Sonora: otros se volvieron mineros en la región carbonífera de Coahuila. El solitario Kingo caminó siguiendo las vías del tren hasta llegar a Ciudad Juárez, Chihuahua.
La situación en la que llegó era penosa, estaba malnutrido y cansado. Pasaba las noches en la banca de un parque, hasta que fue salvado por Bibiana Cardón. La mujer lo vio tan pobrecito que lo adoptó, lo mandó a la escuela, le enseñó español y lo bautizó con el nombre de José Genaro.
José Genaro Kingo Nonaka se adaptó con felicidad a su nueva familia. Se dedicó al comercio, como sus parientes, y asistió a las fiestas taurinas donde los Cardón tenían oficio de picadores.
José Kingo se hizo enfermero y consiguió un trabajo en el Hospital Civil de la ciudad. Pero el trabajo le duró poco, pues el japonés se fue de Chihuahua en la ventolina revolucionaria.
En un asalto a los pueblos de Casas Grandes, en marzo de 1911, las tropas de Madero fracasaron en tomar la población, sus hombres fueron repelidos con disparos de los federales. Entre los heridos estaba Madero, quien fue alcanzado por la esquirla de una granada.
Kingo estaba en Casas Grandes de casualidad, de visita en casa de un compadre japonés. En la lejanía, los hombres oyeron la balacera de los revolucionarios por largo rato, y cuando el enfrentamiento acabó un desconocido tocó la puerta donde estaban reunidos los amigos. Era un hombre urgido por alcohol para hacer curaciones, Kingo se ofreció como médico y el extraño no lo dudó y lo llevó hasta una construcción resguardada. El herido era Francisco I. Madero, pero José Kingo no reconoció las piochas del apóstol de la democracia.
Cuando terminó, el hombre le ofreció dinero, pero el enfermero rechazó el pago:
“Yo me negué a recibir la paga por la curación, argumentando que yo no cobraba por ese servicio, que era mi deber y me contestó: —Tome el dinero, y además, usted, doctor, se viene con nosotros, y será nuestro doctor, así es que póngase su saco y su sombrero, y vámonos”.
Desde entonces, Kingo estuvo de batalla en batalla. El enfermero se hizo doctor sobre la marcha: hacía cirugías y curaciones todos los días. Las jornadas de trabajo duraban combates enteros. Muchos de los insumos médicos se improvisaron.
Después de la victoria maderista, Kingo regresó a Ciudad Juárez. Ahí se enamoró de la enfermera Petra García, con quien tuvo varios hijos. Pero tras el asesinato de Madero, en 1913, se involucró en la itinerante revolución villista, que se levantó contra el traidor Victoriano Huerta.
Kingo viajó con el Centauro del Norte por Chihuahua, Durango, Coahuila, Zacatecas y Guanajuato. El hombre curó a miles de combatientes revolucionarios y fue uno de los hombres de confianza de Villa.
En 1915, el médico rescató el cuerpo del general Rodolfo Fierro, después de que éste muriera ahogado en la laguna García –ahora llamada Rodolfo Fierro-. El cuerpo estaba en el fondo del agua, anclado por el oro que llevaba sobre la ropa. Pero la vieja técnica de buceo de Kingo ayudó a localizar el cadáver y llevarlo a la superficie.
Después de la Revolución, se dedicó a la fotografía, cuando el invento era una novedad. El hombre abrió un estudio en Tijuana, Baja California, donde vivía con sus hijos. Ocupó su tiempo libre a hacer retratos de la ciudad. Y ese es, a la fecha, uno de los trabajos documentales más importantes de la historia de la región.
Fue hasta 1924 que José Kingo recibió la nacionalidad mexicana. Además, el japonés fue reconocido con numerosas condecoraciones por su participación en la Revolución. Después de su muerte, en 1977, sus restos fueron llevados al Panteón Jardín de la Ciudad de México.
Cronista interesado en la historia y autor de la columna Cartohistoria que se publica en Pie de Página, medio del que es reportero fundador. Desde 2014 ha recorrido el país para contar historias de desigualdad, despojo y sobre víctimas de la violencia derivada del conflicto armado interno. Integrante de los equipos ganadores del Premio Nacional Rostros de la Discriminación (2016); Premio Gabriel García Márquez (2017); y el Premio Nacional de Periodismo (2019).
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