Houston rompió récords históricos de calor este verano. Me pregunto si alguien verá la relación entre los veranos ardientes y el ser la ciudad más neoliberal del mundo
X: @lydicar
Septiembre. El calor supuestamente está bajando. Pero lo hace de forma muy sutil, tanto que en realidad creo que es una ilusión, un autoengaño en el que me digo que el calor está bajando. Una falsa esperanza. Un espejismo. Creo que sí. Quizá esa es la cualidad del infierno: nos sentimos incómodos, francamente infelices, pero parece que todo está dentro de nuestras cabezas, porque el mundo sigue su curso, porque «ya va a bajar el calor». El infierno es un verano en Houston. El infierno es en particular el verano de 2023 Houston.
El infierno es…
Dicen que este verano se alcanzaron niveles históricos de calor en esta ciudad. Durante agosto Houston ardió, o mejor dicho, hirvió a fuego lento en su humedad; fue una racha de 23 días consecutivos de temperaturas por arriba de los cien grados fahrenheit –arriba siempre de los 38 grados centígrados–. La temperatura fue alta, pero la sensación térmica lo fue aún más, ya que la humedad es muy alta. Así que es como estar en un baño de vapor constante, sin agua helada esperando a la salida, sin salida alguna. Como ser uno de esos panes chinos que cuecen al vapor en unas canastitas de mimbre, sudando como cerdos antes de ser devorados. Como una rana en un caldero, que se percata demasiado tarde de que la están cocinando, se da cuenta del engaño cuando está demasiado débil para escapar. A veces, en Houston se levanta una brisa, y una se prepara para recibir un descanso del bochorno, pero es un engaño. Otra forma en la que el diablo juega con nosotros. El aire que llega es como si una se echara en la cara el aire caliente de la secadora de pelo.
La gente entonces no sale de sus casas. Dicen que desde antes de este verano, Houston es la ciudad con más consumo de aire acondicionado de los Estados Unidos. Eso es algo, si una considera que prácticamente no hay un solo hogar en este enorme país en el que no haya un sistema de ambiente integrado, o un cooler, o algo parecido. Si es Houston el lugar con mayor consumo, no lo sé de cierto. El vox populi lo cree a pie juntillas. Algunas publicaciones aseguran que sí lo es. Otras, un poco más serias, no aventuran tanto pero sí señalan que los houstonianos destinan alrededor del 27 por ciento de su consumo eléctrico en aire acondicionado. Claro, todo depende de varios factores: los sistemas de enfriamiento modernos gastan menos, hay quien dice que implican pagar prácticamente la mitad. Son además más eficientes, menos ruidosos, etcétera.
Como en México, los pobres suelen pagar más.
Esta enorme ciudad surela no para. Los rascacielos, las universidades, los edificios de oficinas, estas construcciones gigantescas, cerradas y completamente dependientes de los sistemas de circulación de aire artificial continúan sin descanso. Productividad. Me pregunto si el habitante promedio de este lugar pensará en el cambio climático, después de este verano de romper récords y de ver morir un par de personas por el calor (en su mayoría viejos, en su mayoría pobres, con sistemas de enfriamiento deficientes, un par de trabajadores de la construcción que imagino mexicanos o latinoamericanos indocumentados, un niño y un bebé olvidados en los autos). Me pregunto si se cuestionará la relación entre una ciudad tan grande y extendida que no cuenta con un sistema de transporte viable, que depende completamente de los autos particulares de millones de personas, alimentados por la industria petrolera. Me pregunto si se imaginará una realidad distinta a la de defenderse del calor por medio del gasto superlativo de energía, lo que cierra la pinza de la devastación. Me cuestiono si verá la relación entre los veranos ardientes y el ser la ciudad más neoliberal del mundo, como dijo alguna vez un urbanista.
La ciudad más neoliberal del mundo.
He salido por la mañana de “jogging”. La ciudad más neoliberal del mundo tiene sus nice neighborhoods. Me pongo mis earplugs, mis leggings, mis tenis nike, y comienzo un trote ligero a lo largo del Bayou.
Los bayous son los restos del estero que solía ser este lugar. Alguna vez debió ser hermoso de una forma muy sureña, pantanosa y plácida. Hermoso y terrible, casi temible, así debió ser. Queda algo de ello. Brazos de agua lenta y verdioro, que antes albergaban patos, lagartos y otros animales. Luego, cuando llegó el hombre blanco, por medio de estos ríos pausados, transportó el algodón que cultivaba bajo el sol y con la sangre de hombres, mujeres y niños arrancados de sus lejanos hogares en África, para ser esclavizados. Así se fundó Houston, sobre uno de estos pequeños muelles para transportar algodón de sangre. Houston, en honor al hombre que derrotó a nuestro amado-odiado-amado-detestado héroe-villano-delincuente simpaticón López de Santa Anna. Una ciudad que nació con la idea de ser pujante, pero que siempre quedó a medias tintas, en medio del estero, hasta el descubrimiento del petróleo en la zona.
Ahora, Houston es una gran ciudad. Hay gente con tanto dinero en Houston, una cantidad de dinero que no puedo imaginar, formas de vida que alimentarían pueblos enteros. Hay gente riquísima aquí. Y hay gente tan pobre en Houston, una miseria difícil de comprender en un país que se supone es de primer mundo.
Corro pues a lo largo del bayou. Hast parezco jiustoniana, de estas señoras clasemedieras con mis leggings, gorrita y los tenis nike. Casí hasta siento la tentación de comprarme uno de esos icetea cool que venden cerca, pero no lo puedo comprar. Pero incluso este paseo no deja de escupir a cada paso la realidad sobre la que se erige la ciudad. El bayou pasa por debajo de los enormes pilares sobre los que está construido el freeway. Enormes. El ruido lejano de los autos como un eterno recordatorio de que esto no es un suburbio amable entre montañas. Los homeless, las personas sin casa, se encuentran debajo de los puentes. Yo, la mujer de enfrente con su carriola y sus gemelos, el hombre sin camiseta que corre con sus pantorrilleras fosforescentes, los ciclistas jubilados con bicicletas de 500 dólares. Todos pasan debajo de los puentes, y continúan su camino ignorando esto. Casi hasta me recuerda la Condesa, toda proporción guardada, cuando los habitantes salen a correr por la circular Amsterdam y van aspirando el aroma de los orines de perro. La incongruencia en plena vista pero todos la ignoramos. Los homeless extendien sus pertenencias bajo los puentes junto a los que corro en mi mañana de esparcimiento y fitness. Sus piernas flacas asomando bajo los puentes. Piernas morenas casi siempre. Ojos que han visto mucho de lo triste de la vida. Ojos agazapados bajo los puentes.
Hay gente tan rica en Houston. Hay gente tan pobre.
El calor ha bajado, un poquito. Hoy es día de Farmer’s Market, la opción ecológicamente responsable. Las familias bajan de sus camionetas de ocho cilindros con el aire acondicionado a todo lo que da. Hay que pensar en el futuro, hay que comprar local, go green, they say.
Lydiette Carrión Soy periodista. Si no lo fuera,me gustaría recorrer bosques reales e imaginarios. Me interesan las historias que cambian a quien las vive y a quien las lee. Autora de “La fosa de agua” (debate 2018).
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