La Ciudad de México se urbanizó con improvisación y descaro. Por eso, la colonia Condesa tiene una calle que es un redondel; su historia lo justifica: por este circuito transitaron los caballos más veloces del siglo pasado, también los pilotos más arriesgados. Ahora es circuito de perros y caminantes
En una época en que los caballos eran más rápidos que los coches se inauguró el Hipódromo de la Condesa. Corría el año de 1910 y el precio del boleto era de 5 pesos. El espectáculo ecuestre era un lujo exclusivo de las familias adineradas de la Ciudad de México.
El sitio donde se levantó el hipódromo fue propiedad de la Condesa de Miravalle, María Magdalena Dávalos de Bracamente y Orozco, una poderosa terrateniente que tenía minas y haciendas productoras de granos y pulque. Aunque la madame murió en 1777, sus hijos fraccionaron y vendieron parte de la hacienda, en este caso, al Club Jockey.
Este grupo de élite estaba integrado por la rancia crema y nata del siglo pasado: Porfirio Díaz Jr, Cassasús, De la Torre y Mier, Braniff, Pearson, Sánchez Ramos, Escandón, Limantour, Rincón Gallardo, Scherer, Bermejillo y Pimentel y Fagoga.
Aunque la Revolución Mexicana agitó las aguas por esos días, la mayoría de las familias seguía disfrutando de la equitación, el polo, carreras de caballos, coches, motos y alegres charreadas. No deja de ser emblemático que un par de meses después de la Decena Trágica se formó legalmente el Jockey Club de México.
El evento más importante del hipódromo fue el Derby Mexicano. En mayo de 1922 unas 10 mil personas asistieron para ver ganar al caballo Star Eye, cuyo propietario se embolsó 15 mil pesos.
Otro de los espectáculos que ganó aficionados fueron las carreras de automóviles que corrían sobre la gravilla de la pista. Se conservan algunas fotografías de la época, se aprecian a los conductores aferrados a los volantes de madera, con gafas y los bigotes empolvados.
En algunas de las competencias se organizaron juegos de destreza, con los que tenían pasar obstáculos con sus autos, manejar en reversa y medir su pericia con una rampa movible.
Sin embargo, el lugar recibió muchas críticas. Los espectadores decían que en el antiguo Hipódromo de Peralvillo los caballos podían ser más veloces. Catorce años después de inaugurado el hipódromo dejó de ser negocio y los socios decidieron venderlo a José G. de la Lamma y Raúl A. Basurto, que se dedicaban al desarrollo inmobiliario.
El diseño de la colonia fue de José Luis Cuevas, inspirado en las ciudades jardín de Estados Unidos.
Casi 100 años después, personas de diferentes partes de la capital asisten a esta colonia para pasear perros o caminar. La carencia de áreas verdes en la ciudad convierten al sitio en uno de los más exclusivos de la zona.
Lo único que se conserva del hipódromo es el trazo del circuito de carreras, ahora convertido en la calle Ámsterdam.
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Cronista interesado en la historia y autor de la columna Cartohistoria que se publica en Pie de Página, medio del que es reportero fundador. Desde 2014 ha recorrido el país para contar historias de desigualdad, despojo y sobre víctimas de la violencia derivada del conflicto armado interno. Integrante de los equipos ganadores del Premio Nacional Rostros de la Discriminación (2016); Premio Gabriel García Márquez (2017); y el Premio Nacional de Periodismo (2019).
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