El fogonero del tren del progreso

26 enero, 2025

Mientras Trump firma a diestra y siniestra órdenes ejecutivas que avivan el fuego de la máquina, el mandatario de la potencia hegemónica, que parece dirigirse directamente al precipicio arrastrando al resto del mundo, nos dice: “La luz ha vuelto a brillar en todo el mundo”, a bordo de una locomotora a punto de descarrilarse

Por Rogelio López

Nuevamente nos remitimos a la imagen que el filósofo marxista Walter Benjamin utilizó para representar la idea de progreso en el capitalismo: una locomotora que viaja desenfrenadamente, a punto de descarrilarse y, con ello, llevar al colapso a la humanidad y al planeta. Partiendo de esta metáfora, Benjamin planteaba la necesidad de tirar del freno de emergencia para detener la marcha de la locomotora y, de esta manera, frenar esta carrera descontrolada hacia la destrucción. Lo anterior lo escribió el filósofo en el contexto de la emergencia y posterior consolidación del fascismo en Alemania e Italia —así como en otras partes de Europa, donde siempre encontró adeptos y colaboracionistas—, la persecución de la disidencia (comunistas, anarquistas, socialistas) y la creación de la figura del enemigo interno (los judíos) en las primeras décadas del siglo XX.

Suponiendo que la locomotora referida sea una máquina de vapor, vemos que hoy quien ocupa el papel de fogonero es Donald Trump, el nuevo y viejo presidente de los Estados Unidos, quien tomó posesión el pasado 20 de enero. Bajo el grito de batalla “drill, baby, drill”, llena su pala de carbón y la arroja al fogón. En un trance hipnótico, repite el canto y palea compulsivamente su carga. Cada una de estas paleadas representa las intenciones que ha dejado ver claramente durante su anterior mandato, en su campaña y ahora como presidente, respecto a diversos temas: su impulso a la industria de los combustibles fósiles, el combate a la migración, una aún mayor desregulación y la disminución de impuestos a los grandes capitales, por mencionar algunos. Estos y otros planteamientos buscan formalizarse a través de la firma de órdenes ejecutivas que avivan el fuego de la máquina.

Su discurso de inauguración y, posteriormente, su participación en el Foro Económico Mundial en Davos 2025 han sido las tribunas desde las que el presidente Trump ha lanzado su plan de gobierno. Dejando a un lado (si es que se puede hacer esto) su salud mental y su estatus de criminal, el locuaz presidente ha expresado su intención de establecer una nueva época dorada para los Estados Unidos. Desde su perspectiva, su país es víctima y objeto de abuso desde distintos frentes, y él está aquí, de nuevo, para Make America Great Again.

Trump acusa que la política económica impulsada por los demócratas falló, argumentando que ha generado una crisis económica que se manifiesta en inflación y endeudamiento. Entre sus críticas destacan las dirigidas al Green New Deal demócrata y a las políticas adoptadas en consonancia con el Acuerdo de París, el cual tiene como uno de sus objetivos la disminución de las emisiones de CO2 de los estados firmantes.

Para alcanzar este objetivo, el gobierno demócrata de los Estados Unidos primero se reintegró al acuerdo —recordemos que Trump ya había sacado a su país del pacto durante su anterior administración— y promovió, entre otras políticas, apoyos y subsidios a los autos eléctricos. Sin embargo, Trump, el presidente número 45 y 47 de la Unión Americana, ve estas acciones como un timo. Considera un desperdicio la intención de modificar mínimamente la matriz energética del país, que, de acuerdo con la Agencia Internacional de Energía, produce la mayor cantidad de barriles de petróleo al día en el mundo, con 13 millones —a lo que debemos sumar las zonas que tiene toda la intención de incorporar para su explotación (por ejemplo, Alaska) durante su nuevo mandato—.

Es como si el presidente Trump apelara al dicho: “Si Dios te da limones —en tu árbol y en los del vecino—, haz limonada”. De esta forma, ha dejado claro que impulsará el uso de sus recursos energéticos para el desarrollo económico de su país: petróleo, gas y carbón. Respecto a este último, se refirió en su intervención en Davos como un “combustible eterno, seguro y fiable”, al mismo tiempo que descalificó a los defensores de las energías “limpias”, a quienes tildó de alarmistas: “Todos han hablado de cosas apocalípticas, del fin del mundo, y hemos sobrevivido”.

La frontera sur es declarada emergencia nacional

En lo que respecta a la política migratoria, Trump también acusa a la administración demócrata de Biden de abrir las fronteras y permitir el libre acceso a nuestro vecino del norte. En varias ocasiones ha señalado la existencia de una verdadera invasión de criminales, violadores y enfermos mentales, supuestamente liberados de cárceles e instituciones psiquiátricas para que lleguen a los Estados Unidos a desatar el caos. Esta fantasía ha alimentado la ya de por sí histórica narrativa chovinista estadounidense, que identifica como uno de los orígenes de sus males a lo externo, lo otro, lo diferente. Hoy, como en otras ocasiones, la amenaza viene del sur, y Trump ha declarado la frontera con México como una emergencia nacional.

Para hacerle “frente” a la migración, Trump ha conformado un gabinete con personajes que, además de compartir su fobia hacia los migrantes, también se identifican con una visión supremacista blanca, cristiana y protestante (White Anglo-Saxon Protestant). Destacan figuras como el asesor en materia migratoria Stephen Miller, sionista, a quien algunos han llamado el arquitecto de la política migratoria, y Tom Homan, el “Zar de la frontera”, quien ha expresado la intención de restablecer la política de separación de familias en los centros de detención de migrantes, misma que puso en marcha durante la administración pasada de Trump, así como implementar la deportación de familias enteras.

Dentro de sus primeras acciones en materia de migración, Trump firmó sendas órdenes ejecutivas para enviar contingentes de la Guardia Nacional a blindar la frontera, invocando la Ley de Enemigos Extranjeros de 1798 para emplear al ejército en el combate de los migrantes ilegales. Asimismo, ha iniciado operativos para capturar y deportar a los primeros migrantes ilegales. Ambas acciones han sido televisadas y reproducidas ampliamente en diversas plataformas de comunicación. En estas imágenes se ven redadas en las que esposan a migrantes indocumentados que tienen algún proceso legal en curso sin sentencia de culpabilidad, así como aviones y helicópteros militares que sobrevuelan la frontera con México, lo cual sirve como un anuncio de que las cosas van en serio.

Otra de las órdenes que el presidente ha firmado restringe el derecho a la ciudadanía a los recién nacidos si son hijos de un padre o madre inmigrante que reside ilegalmente en el país. Estas acciones —es importante decirlo— están siendo confrontadas por diversos entes, incluyendo autoridades estatales y locales, las cuales ya han sido amenazadas por las autoridades migratorias con ser procesadas por desacato si obstaculizan sus acciones.

Como una espada de Damocles, se cierne sobre México la intención de convertirlo en un “tercer país seguro”. Bajo este estatus, los Estados Unidos podrían enviar a territorio nacional a migrantes deportados de cualquier nacionalidad. Si bien esto no puede ser decidido unilateralmente sin un acuerdo previo, autoridades estadounidenses intentaron, sin previo aviso, aterrizar el viernes 24 de enero aviones militares en territorio mexicano que transportaban a los primeros migrantes deportados de la administración Trump, acción que no fue autorizada por el gobierno mexicano.

Por otro lado, Trump ha concretado, mediante la firma de otra orden ejecutiva, la amenaza de considerar a los cárteles de la droga como organizaciones terroristas. Si bien aún no son muy claras las implicaciones que esto tiene para la soberanía nacional, no deja de ser un instrumento de presión para el gobierno mexicano.

Política económica y aislacionismo

Como ya lo hemos mencionado, Trump culpa a la política económica demócrata de la crisis que vive su país, la cual, según él, ha permitido que otros países se aprovechen de los Estados Unidos, en clara referencia a China y a países de Europa con los que tiene déficit comercial. En este sentido, Trump plantea una nueva política aislacionista en la que condiciona al resto del mundo a producir en Estados Unidos, beneficiándose de la desregulación en materia fiscal, laboral y ambiental que impulsará. Si deciden no producir en los Estados Unidos, tendrán que pagar elevados aranceles para acceder a este importante mercado. Según Trump, los recursos recaudados de estos aranceles, a través de la recién creada oficina de Servicios de Impuestos Externos, se invertirán en el desarrollo de proyectos de infraestructura que impulsará durante su administración.

En la ronda de preguntas y respuestas en la que participó en Davos, Trump puso como ejemplo del abuso del que es objeto su país los juicios que enfrentan empresas como Apple y Google en Europa por prácticas monopólicas y por eludir el pago de impuestos. Poco después, relató su experiencia personal al intentar invertir en algunos países de la Unión Europea, donde, según él, los trámites de autorización tardaban años, lo que lo llevó a llevar su inversión a Irlanda.

Con estas acciones —el cobro de aranceles y la desregulación—, Trump está convencido de que se crearán nuevas empresas y, con ello, fuentes de trabajo en Estados Unidos, con el objetivo de renacer como un país manufacturero.

Mientras Trump firma a diestra y siniestra órdenes ejecutivas —como la salida de los Estados Unidos de la Organización Mundial de la Salud y la anulación de decretos emitidos por Biden para controlar el precio de algunos fármacos—, que avivan el fuego de la máquina, el mandatario de la potencia hegemónica, que parece dirigirse directamente al precipicio arrastrando al resto del mundo, nos dice: “La luz ha vuelto a brillar en todo el mundo”.

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