Toledo incursionó, además de en su ya consagrada pintura y escultura, en la joyería, herrería, fontanería, papalotes, fotografía… Francisco Toledo es el artista plástico más multifacético que conozco. Lo que tocaba lo convertía en obra plástica, silvestre, zoológica. Antropomórfica
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Entro al Centro Fotográfico Manuel Álvarez Bravo (CFMAB), en el centro de Oaxaca. Álvarez Bravo fue gran amigo de Francisco Toledo. La última vez que vine a Oaxaca fue hace más de cinco años —tal vez siete—, también vine a este emblemático museo.
Me recibe el precioso patio con su desbordante buganvilia que parece venirse sobre mí, y su suelo que es espejo de agua dividido por una piedra en forma de X, diseñado por Toledo cuando fue su casa.
Hay tres exposiciones de fotografía estenopeica. Pensaba escribir sobre las exposiciones fotográficas, pero me decido a escribir sobre Toledo, ese hombre que tanto le dio a Oaxaca, a México y al mundo con su tremenda visión erótica, plástica y esteta.
Conozco a Dalia, quien fue asistente de Toledo. Le pregunto por el material de los collares de cocodrilo que veo exhibidos para su venta.
—Son de cuero de cabra con hoja de oro.
Son preciosos, parecieran de papel, se ven y se sienten muy frágiles, pero no lo son. Francisco Toledo también incursionó en la joyería, todos del mismo material y colores semejantes, un dorado quemado. En 2016 comenzó a hacer los modelos: aretes, collares, pulseras, peinetas, “esas las usan mucho en el istmo”, me dice Dalia.
Los collares son de cocodrilos, tres cocodrilos concatenados, enlazados, como mordiendo sus colas, es un collar cuadrado; otro más es de siete ranas unidas de las patas; otro de seis cangrejos, uno al lado de otro; otro más de once escorpiones con sus punzantes colas hacia afuera; de peces son las pulseras, pero también las hay de alacranes y ranas y cangrejos; las peinetas son también de cocodrilo, “pero la que más me gusta a mí y la que más piden, es ésta de pulpo”, me comenta Dalia mientras me enseña a un furioso pulpo de tentáculos desbordados, listos para enredarse en alguna frondosa cabellera.
“Toda su joyería está cortada con láser”. El maestro Toledo, como le llama Dalia y como le llama todo aquel que lo conoció —incluida Lila Downs, a quien, como me dijo en entrevista, le regaló una pequeña escultura de maíz que conserva junto a sus grammies— mucho pensó en dejar su legado, pues el patrón lo tienen guardado para hacer de su joyería réplicas infinitas.
Dalia es administradora de empresas, y comenzó a trabajar en el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca (IAGO) como bibliotecaria, “y ahí conocí al maestro Toledo, me daba miedo al principio, tenía miedo de que me fuera a correr porque no soy artista, yo era administradora de empresas. Siempre lo evadía.
“A veces lo escuchaba entrar porque traía él sus zapatos, siempre llenos de pintura, pero a veces venía descalzo y no lo escuchaba, en cuanto lo veía bajaba la mirada y me ponía a revisar las fichas de los libros, no me saludaba, pero una vez me abordó, me dijo que yo quién era, le dije con miedo que era bibliotecaria, se quedó pensando, yo pensé que me iba a correr, que me iba a decir ‘este espacio sólo es para artistas’, pero no, me dijo ‘bueno, la administración también va de la mano con las artes’, y desde ahí nos hicimos muy cercanos.
“Luego me pedía libros, ‘búscame este libro, y éste otro’, me decía, pero a veces me costaba trabajo encontrarlos, sobre todo los de inglés y francés, yo no le entendía nada, entonces me describía cómo eran, ‘es un libro rosa con letras amarillas’, hablaba muy rápido”.
Dalia trabajó muy de cerca con Francisco Toledo, “yo le llegué a colgar sus papalotes para las exposiciones, en el Museo Memoria y Tolerancia, por ejemplo. Él ha sido el mejor jefe que he tenido, siempre muy amable, ni un solo regaño obtuve de él”, me dice con nostalgia, entre suspiro y suspiro, “nos traía gallinas al CFMAB y al IAGO, para que los trabajadores comiéramos huevos orgánicos; incluso llevaba gallinas también a la cárcel, para que los internos comieran sus huevos orgánicos”.
Toledo, en su faceta de activista, además de impedir en 2002 la colocación de un McDonald’s en el centro de Oaxaca, también impidió el cultivo de maíz transgénico y su exportación.
Cuando le hablé de Graciela Iturbide y su amistad con Toledo, me dijo que “una vez vino la fotógrafa Graciela Iturbide a verlo, y yo le pedí a ella tomarme una fotografía con ella porque me gustan muchos sus fotografías. Pero el maestro Toledo también lo visitaban personas importantes de la política. Varios presidentes pasaron por estos pasillos, para pedirle permiso de esto y de lo otro, o simplemente lo venían a ver para comer con él.”
Además de su original joyería, Toledo también defendía la lectura, fue uno de sus más fervientes valores, lo mismo con la población afromexicana. “Estábamos aquí y un día entró una señora afro con su hijita, andaba buscando baño. Le dije dónde estaba el baño y, al salir, el maestro le preguntó a la niña: ‘¿me puedo tomar una foto con usted?’, porque siempre nos habló a todos de usted, y la niña respondió que sí muy sonriente, hasta empezó a cantar ‘soy negra, ¡y me encanta ser negra!’, venían de un evento de afromexicanos, mira aquí está la foto”, me la enseña del más reciente catálogo de cuatro tomos, en el que viene la obra plástica casi completa de Toledo, “él mismo se puede decir que fue el curador de estos tomos, él eligió todo, es el libro más completo de su obra”, y ahí aparecen los dos: Toledo y la niña sonriente, sosteniendo un par de libros en sus manos. “El maestro le regaló libros, le preguntó a su mamá qué necesitaba la niña, ella le respondió que zapatos y útiles para la escuela. El maestro Toledo se los envió después, luego de la fotografía le dijo a la niña: ‘siempre lee mucho, no dejes de leer’.”
Toledo incursionó, además de en su ya consagrada pintura y escultura, en la joyería, herrería —las rejas del IAGO tienen preciosos escorpiones hechos por él—, un carrito de madera de un elefante metálico donado a un kínder, fontanería, papalotes, fotografía —de la mejor fotografía que ha visto este país. Es, sin duda, de los mejores fotógrafos mexicanos, pese a su poco numerosa obra fotográfica. Él se asumía a sí mismo como un fotógrafo frustrado, “siempre quise ser fotógrafo”, decía, y lo fue De esto hablaré en otra ocasión.
También hizo una preciosa fuente de apariencia precolombina que emana grana cochinilla, “ésta sólo la encienden en eventos muy importantes, como en bodas caras”, me dice Dalia, “y el agua roja va saliendo de la fuente, se ve muy bonito.”
A Francisco Toledo, si se le puede encontrar un símil, quizá sea prudente mencionar a Tamayo, ambos nacieron en Oaxaca y su paleta de colores y variadas figuras frutales y de salvajes animales, eran más que parecidas. Toledo es el artista plástico más multifacético que conozco, además de Leonora Carrington, pero él incursionó en más disciplinas todavía. Lo que tocaba lo convertía en obra plástica, silvestre, zoológica. Antropomórfica.
—¿Y de dónde sacaba dinero para hacer tanto? —le pregunto.
—Pues sus obras valen mucho, antes valían menos, yo llegué a vender grabados de él a tan sólo 17 mil pesos, ¡ahora valen millones!
En el IAGO hay una exposición de la colección Toledo-INBAL que le perteneció a él. Veo en persona el finísimo dibujo de Julio Ruelas: “La crítica (o Autorretrato)” (1906-1907), entre otros dibujos y grabados finiseculares, entre las que se encuentran técnicas que ya no se usan hoy en día.
Recuerdo cuando lo busqué, hace casi una década, para entrevistarlo, jamás obtuve respuesta, no obstante, lo veo andando con su camisa y pantalones de manta, andando entre los edificios coloniales del centro de Oaxaca, entre las paredes amarillas, verdes, rojas, azules, entre la herrería colonial y los acabados de piedra, lo veo posarse en la Plaza de la Constitución frente a la edificación de piedra verde, lo veo andando, andando en sus huaraches, en sus zapatos salpicados de óleo, lo veo descalzo, repartiendo tamales mientras protesta por el infame McDonald’s que quiere venir a plantarse a la tierra del mezcal y el mole, del café y el chocolate; lo veo andando con sus cabellos largos, grises y alborotados, con su barba larga, acordándose de París y sus viajes con Octavio Paz a Londres, Venecia, Ámsterdam, cuando se fue para enriquecer sus ojos de arte y terminó enamorando a la prometida de Paz, la pintora italiana Bona Tibertelli de 35 años, quince años mayor que el joven y apuesto Toledo, y con quien en 1965 vivió felizmente durante una temporada en Juchitán, Oaxaca, para luego el amor desvanecerse y terminar en linda amistad.
Veo a Toledo pintando, esculpiendo, dibujando serpientes en la cabeza de la fotografía de bodas de Graciela Iturbide; lo veo tomando fotografías a blanco y negro de caparazones de tortuga que tienen por cabeza un pene adormecido.
Twitter: @EvoletAceves
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Évolet Aceves escribe poesía, cuento, novela, ensayo, crónica y entrevistas a personajes del mundo cultural. Además de escritora, es psicóloga, periodista cultural y fotógrafa. Estudió en México y Polonia. Autora de Tapizado corazón de orquídeas negras (Tusquets, 2023), forma parte de la antología Monstrua (UNAM, 2022). Desde 2022 escribe su columna Jardín de Espejos en Pie de Página. Ha colaborado en revistas, semanarios y suplementos culturales, como: Pie de Página, Nexos, Replicante, La Lengua de Sor Juana, Praxis, El Cultural (La Razón), Este País, entre otros. Fue galardonada en el Certamen de ensayo Jesús Reyes Heroles (Universidad Veracruzana y Revista Praxis, 2021). Ha realizado dos exposiciones fotográficas individuales. Trabajó en Capgemini, Amazon y Microsoft. Actualmente estudia un posgrado en la Universidad de Nuevo México (Albuquerque, Estados Unidos), donde radica. Esteta y transfeminista.
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