El dios del viento tiene casa en el Metro Pino Suárez

3 abril, 2020

El Metro de la Ciudad de México es una ciudad en sí misma, tiene tantos atractivos como una urbe mediana. En una de sus estaciones se encuentra parte del adoratorio a Ehécatl, el dios viento del mundo mexica

Twitter: @ignaciodealba

El turista que visita la Ciudad de México puede recorrer los horizontes de la ciudad, pero también sus límites verticales. Bajo la tierra no se encuentra una ciudad por descubrir, sino una ciudad olvidada. La capital se construyó sobre la capital del imperio mexica. En el Metro se llega a un sitio tan antiguo como pocos en la capital.  

Durante la Colonia se destruyeron casi todos los palacios y adoratorios mexicas, sobre ellos se construyó la capital virreinal de España. Para cuando inició la construcción del Metro de la Ciudad de México, en los años sesenta, en las excavaciones se encontraron con uno de los sitios más sagrados para el mundo mexica.

Uno de los dioses más socorridos y más benigno para los mexicas era Ehécatl-Quetzalcoátl. La divinidad del viento, las brisas y el aire. Incluso el sol –el quinto sol mexica- estaba inerte, al igual que la luna, hasta que el el dios Ehécatl sopló y los puso en movimiento. Todos los seres inmóviles del universo cobraban vida con empuje vital de Ehécatl. Representado con caracoles en su pecho, pico de ave y barbas, de hombre viejo.  

El viento limpiaba los campos y el cielo para potencializar la fertilidad de la lluvia, además abría paso a los dioses. La brisa de las mañana era traída por este dios fecundo, también los tornados y ventarrones. 

Los aires del norte (conocido como Mictlampa), venidos del mundo de los muertos, presagiaban hechos perjudiciales y eran capaces de hundir canoas; los llegados del sur (Huiztlampa), venidos del sitio de las espinas, tan furibundos que eran capaces de levantar a los hombres y llevarlos hasta el cielo. En cambio, los vientos del oeste (Cihuateocáyotl) podían ser buenos, aunque un poco fríos; y los del este (Tlalcoyotl) eran benignos por ser tibios y ligeros, estos eran propicios para la agricultura. 

A Ehécatl se le erigieron varios templos en Mesoamérica, pero en la Ciudad de México se le conocen tres, uno en la zona arqueológica de Tlatelolco, en Templo Mayor y en la estación de Metro José María Pino Suárez. Todos construidos en el siglo XIV y con características similares.

Están hechos de una forma circular, los historiadores piensan que con esta forma los antiguos constructores dieron rienda suelta a los aires. Además estos sitios están orientados hacia el este, por donde sale el sol.

El de Tlatelolco fue descubierto apenas en 2014, ahí se encontraron diversas ofrendas. Entre ellas 32 esqueletos de personas y aves, restos de copal, espinas de magueyes, una olla y piedrecillas verdes. Los restos se pueden visitar dentro del Centro Comercial Tlatelolco.

A pesar de que el sitio de Tlatelolco se puede visitar, no se le compara a la estación Pino Suárez. Es uno de los sitios arqueológicos más visitados en el país, sobre todo por accidentales turistas del Metro que deben rodear la pirámide para transbordar entre las líneas 1 y 2. Se estima que unas 200 mil personas la visitan al día.  

Para estar dedicada a Ehécatl, la estación está bastante falta de vientos. El encierro del lugar guarda aires mundanos. Alguna que otra basura se ofrenda al derrotado dios. También junto a la antigua construcción se pusieron cactáceas y lechuguillas para adornar el olvidado adoratorio.

La construcción, que estaba en una de las calzadas que unía a Iztapalapa con Tenochtitlán, quedó enterrada por las nuevas construcciones coloniales. La ciudad quedó desprovista de historia, o al menos, de sus antiguos sitios durante varios siglos. 

La construcción del Metro provocó una serie de descubrimientos arqueológicos importantes. También una serie de destrucciones del patrimonio histórico del que poco se habla. El adoratorio a Ehécatl  fue hallado a finales de los años sesenta. El salvamento del sitio estuvo a cargo de los arqueólogos Jordy Gussinyer Alonso y Raúl Arana.

El adoratorio perteneció a un gran centro ceremonial que se extendía sobre la la calle José María Izazaga. Pero la construcción del Metro destruyó buena parte del sitio. El templo del dios benévolo quedó reducido al ícono de una estación de Metro.

Cronista interesado en la historia y autor de la columna Cartohistoria que se publica en Pie de Página, medio del que es reportero fundador. Desde 2014 ha recorrido el país para contar historias de desigualdad, despojo y sobre víctimas de la violencia derivada del conflicto armado interno. Integrante de los equipos ganadores del Premio Nacional Rostros de la Discriminación (2016); Premio Gabriel García Márquez (2017); y el Premio Nacional de Periodismo (2019).