20 agosto, 2022
Antropología del patrimonio, de la antropología política y de la arqueomafia. La especialista en antropología Emanuela Canghiari habla de cómo han cambiado las redes del contrabando de piezas arqueológicas los años recientes
Texto: Ignacio Alvarado Álvarez
Foto: Isabel Briseño/Archivo
PARÍS.- El viernes 14 de septiembre de 2012, el museo Barbier-Mueller de Barcelona cerró sus puertas tras 15 años de operaciones. Ese día, sin saberlo, los visitantes atestiguaron por última vez la colección casi completa de 310 piezas precolombinas provenientes de las culturas maya, olmeca, mazcala, chapícuaro, chancay, mochica e inca. Lejos de reagruparse en la galería matriz, de Ginebra, los días previos comenzaron su traslado a París, donde la casa Sotheby’s las pondría en subasta los días 22 y 23 de marzo del año siguiente. Al otro lado del Atlántico, el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) reaccionaba con una maniobra que al paso de los años terminaría por trastocar el millonario negocio que supone el saqueo, tráfico, exposición y venta de objetos arqueológicos.
Fuera de complejidades, los especialistas mexicanos centraron la estrategia en dos puntos concretos: del total de la muestra, 130 artículos tenían origen en las culturas prehispánicas de México y, de ellas, 67 estaban identificadas como parte del patrimonio nacional. Si se hallaban en poder de una de las familias de coleccionistas más trascendentes de Europa, era simple y llanamente porque se había traficado ilegalmente con ellas. La denuncia, interpuesta ante la entonces Procuraduría General de la República, no impidió la subasta y aparentemente tuvo poco éxito. No así el dardo envenenado que se lanzó en paralelo, la insinuación de que, buena parte de la colección, estaba compuesta en realidad por piezas falsificadas.
“Fue algo increíble a nivel estratégico”, dice sobre ello Emanuela Canghiari, integrante del Fondo Nacional de Investigación Científica de Bélgica (FNR) y del Instituto de Ciencias Políticas de Lovaina-Europa. “Metieron miedo entre los coleccionistas al difundirse la noticia por toda la prensa europea. La subasta se llevó a cabo, pero se obtuvieron ganancias más bajas de lo esperado”.
Acaso sin habérselo propuesto, la iniciativa del INAH trazó una línea que posteriormente habrían de seguir otras naciones con patrimonio saqueado, como el caso de Perú. Al hacerlo, se logró también facilitar la restitución de la red que sigue una pieza arqueológica desde las galerías y casas de subasta con mayor prestigio internacional. Los especialistas mexicanos introdujeron, sin decirlo abiertamente, la duda quemante que perdura hasta hoy en el cerrado circuito de los coleccionistas: ¿quién, si no los expertos del país de origen, tiene la voz cantante sobre la autenticidad de las piezas sustraídas? La falta de certidumbre provocó en algunos casos la depreciación de los objetos y al mismo tiempo permitió a los gobiernos de los países despojados utilizar el patrimonio cultural como una fuerza de negociación internacional que no tuvieron antes.
El saqueo en América Latina es tan antiguo como el periodo de la conquista. Una copia al carbón de la forma en que se ha dado a través de los siglos en otras latitudes, la mayoría al centro y sur del hemisferio. Pero la defensa de lo que hoy conocemos como patrimonio cultural es relativamente nuevo. Durante la colonia, la sustracción de oro y plata, principalmente, sucedió de manera indiscriminada. Tras los procesos de independencia la práctica fue restringiéndose a un saqueo más arqueológico que otra cosa, que alcanzaría su auge a comienzos del siglo veinte, lo que propició el modelo de redes criminales vigentes hasta hoy. En las décadas de 1920 y 1930 se avanzó con un primer paquete de leyes tendientes a proteger el patrimonio, pero demoraría otros 40 años en comenzar una homologación jurídica tendiente a contrarrestar la sustracción y el contrabando. Con ello, el nivel de reclamo emprendido por las naciones ultrajadas ha subido de tono hasta tensar, más de una vez, las relaciones diplomáticas.
Pero, más allá de la riqueza intrínseca en los vestigios de civilizaciones antiguas, ¿cómo define la arqueología el sentido de identidad y la conciencia nacional? Canghiari, estudiosa de la antropología del patrimonio, de la antropología política y de la arqueomafia, en sus palabras: el tráfico internacional de vestigios, circulación de objetos, imágenes, saberes y técnicas, no tiene una respuesta precisa.
Es un tema que he estado trabajando desde hace años y todavía no consigo dar una respuesta definitiva. Una frase que se me ocurre ahora es que -para el caso concreto de Perú, donde he realizado investigación desde hace mucho tiempo- la arqueología tiene un peso enorme porque Perú tiene una relación con su pasado muy fuerte. Hay un arqueólogo peruano que dice que en Perú la arqueología no es el estudio de los antepasados, sino el culto a los antepasados. Me parece que en ello hay muchas similitudes entre Perú y México, y entonces creo que ahí hay algo que explica cómo el poder político necesita también de esa raíz prehispánica.”, dice.
Lo mismo que ocurrió en México, Perú tuvo la necesidad de cimentar la idea de una identidad nacional y para ello echó mano de su pasado glorioso. El Imperio Inca fue tomado entonces como modelo de lo magnífico. Pero en ambas naciones la reivindicación o reformulación incluso de la estética de sus antepasados, choca con la cotidianidad del racismo.
Canghiari alude un artículo de la historiadora Cecilia Méndez, “Inca sí, Indio no”, para señalar la contradicción entre la forma en que se valora la riqueza arqueológica sin elevarse la imagen de las comunidades indígenas y campesinas, los herederos directos de aquellas civilizaciones.
Existe entonces una fractura entre ese pasado idealizado que se encarna en las piezas arqueológicas, y el de las comunidades indígenas. Y es ahí en el que ocurre uno de los primeros despojos, el que emprende el Estado, que se apropia de un patrimonio colectivo y que comienza a imponer reglas, normas con un sentido vertical.”, explica.
Es lo que en gran medida enmarca la sustracción ilegal y el tráfico. Sin embargo, Canghiari separa las ramificaciones que existen. Por un lado habla de un circuito turístico, ocasional, y por el otro del tráfico organizado. Desde sus primeras incursiones en Perú, hace más de 15 años, se enfocó primero en el ocasional, que entrañaba menos complejidad para realizar trabajo de campo. Ahí dio cuenta de ese primer nivel, en el que de manera ocasional se encuentran cerámica y otros objetos antiguos y maltrechos que suelen adornar sus viviendas o emplearse en rituales ceremoniosos. O la cerámica que circula por migraciones familiares, entre habitantes de las provincias que se van a radicar a la capital y las llevan consigo como recuerdo, como un acto de memoria.
Pero el circuito que yo defino organizado -dice-, eso sí se basa en una estructura sobre puentes definidos a priori, bien sistemáticos que funcionan desde hace años, y las piezas que circulan tienen mucho más valor por su antigüedad, por su estética, por el tipo de civilización en el que les ha hecho. Entonces, este circuito organizado es más internacional también”.
En ello existe un patrón identificado por la investigadora. Las piezas sustraídas por los profanadores (huaqueros) suelen llegar a las cabeceras de las provincias en lotes de 15 o 20 piezas a ciudades de las costas o las fronteras, además de Lima. El sistema de corrupción permite el resto: la sustracción por aire, mar o tierra rumbo a Estados Unidos y Europa.
Además de los huaqueros, existen otros actores clave dentro de la red: los intermediarios o compras, los encargados de la logística, restauradores y al final los coleccionistas. Visto a la distancia, dice Canghiari, comienza a tomar forma el sistema que permite el saqueo. Muchos de los intermediarios y restauradores trabajan simultáneamente en museos o incluso son antropólogos.
Hasta hace relativamente poco, la red se contactaba en persona. Hoy casi toda la transacción y el comercio se da por redes sociales. El coleccionista envía una fotografía de la pieza que le interesa al mediador y este responde por la misma vía. Marca el valor dependiendo de su procedencia y también establece si es o no una falsificación. De todo el esquema, la investigadora define justo al intermediario como el eslabón más sofisticado de la cadena criminal y el que menor grado de exposición tiene.
Para mí fue el más difícil de conocer. No fue igual con los huaqueros o los coleccionistas. Por lo general los intermediarios son personajes muy protegidos tanto por los huaqueros como por los mismos coleccionistas porque son el puente entre ambos universos. ¿Y por qué son tan difíciles de ubicar? Porque suelen ser figuras importantes a nivel social y muchas veces tienen cargos políticos, muchos son profesores académicos, muchos son arqueólogos y no quieren que se desvele este doble casquete, como se dice en francés, este doble rol. Son personas que pertenecen entonces a la élite intelectual y también a la económica”.
Al final, el tráfico de piezas arqueológicas es una de las industrias ilegales más redituables, por debajo tan solo del de armas, drogas y personas. Algunos historiadores, dice Canghiari, han hecho referencia a cómo esos mismos circuitos del tráfico son empleados para el contrabando y comercialización del tesoro patrimonial. “Algunos huaqueros me han comentado que en la frontera con Chile, por ejemplo, suelen enterrar cerámica precolombina junto con la droga para luego enviarlos al extranjero. […] Claro que hablamos de una industria millonaria y muy lucrativa, y que muchos expertos dicen que con la pandemia aumentó el saqueo porque había menos control en los sitios arqueológicos”.
Al tiempo que la invasión de zonas arqueológicas se elevó en Perú y posiblemente en otras naciones, Bélgica, la principal plataforma del mercado del arte en Europa, redujo el número de efectivos en su aparato de aduanas bajo pretexto de que el presupuesto público era mejor emplearlo en salvar vidas que en controlar el flujo ilegal de cerámicas. ¿De qué manera influye tal decisión en el mercado ilegal del arte prehispánico? La investigadora apunta en principio a las afectaciones del coleccionista privado, y a las ventajas que tendrán en consecuencia galerías y museos. Y desde luego también en los márgenes de negociación que podrán ejercer algunos países.
“Es un tema complejo porque tiene que ver con la legislación”, dice. “No soy muy fuerte en lo que es legislación y además es complicado abordarlo con simpleza porque se ha intentado unificar las leyes más importantes desde 1970 y en 1995, cuando se intentó justamente crear leyes homogéneas, porque sino entre un Estado y otro estaban perdidos, cada uno con sus reglas, sus normas, sus prioridades; entonces eso favorecía muchísimo a los traficantes que sabían muy bien cómo moverse entre estas fallas de la legislación”.
Sin embargo, en años recientes países como Italia y España han modificado el rol de los países saqueados, históricamente ignorados. Esos dos países europeos, saqueadores en origen, son al mismo tiempo víctimas de la sustracción ilegal de su legado.
“Italia es un país occidental, comprador en el mercado, pero también un país que ha sido muy saqueado con cosas de la época romana y etrusca. Entonces, Italia es uno de los primeros países que se ha movido en lo que es la protección del patrimonio. Son considerados como un ejemplo a nivel internacional por su manera de actuar, de trabajar a nivel legislativo, y también es uno de los primeros países que se está comprometiendo con la restituciones”, dice Canghiari.
“Italia ha restituido varias piezas a Egipto en un afán de dar un un ejemplo y decir: Italia también pide que se le restituyan unas piezas de Estados Unidos, que las concentra en un museo muy conocido, el museo de Los Ángeles, que tiene varias piezas italianas de la época romana. Entonces Italia restituye primero a las otras naciones para que se le restituya el patrimonio que ha sido saqueado. Hablo sobre todo de patrimonio arqueológico, pero también hay patrimonio más tardío, pinturas, cosas así. En contraparte, he notado en países como Francia y Bélgica, que son más compradores, comerciales, menos actividad y compromiso en ese sentido”.
Todo ello comienza a repercutir en el interés de los coleccionistas. No solo se entretejen intereses y reclamos nacionales sobre la legítima propiedad de potenciales piezas arqueológicas en el mercado, sino la creciente circulación de falsificaciones. Y es ahí en donde se abre paso con mayor fuerza la estrategia emprendida hace diez años por el INAH.
“A mi parecer-prosigue Canghiari-, se vuelve un poco más complicado por las repercusiones legales de quien compra cosas de manera legal; segundo, hay cada día más falsos en el mercado. Salió un artículo en El País según el cual el 30 por ciento de la cerámica precolombina que circula en el mercado en España es falso, y otro dato que me pareció enorme, que ronda el 90 por ciento, pero también muy posible porque ya es más difícil saquear, debido a las repercusiones legales y de controles. Muchos huaqueros que he conocido ya se han convertido en falsarios, aprovechándose de esos circuitos de confianza que funciona en esos puentes, en esos intercambios precisos de confianza que se crearon con los años. Entonces, esa cuestión de los falsos obviamente hace que los precios del mercado bajen, porque muchos coleccionistas no quieren gastar mucho, no quieren arriesgar. Entonces eso ha perturbado, está perturbando bastante el mercado”.
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