Durante 19 días, 160 personas estuvieron a bordo de una embarcación de 36 metros con dos letrinas, conocido como el caso Open Arms. El exministro italiano del Interior Matteo Salvini bloqueó los permisos para que el barco pudiera atracar. Será juzgado por ello, ya sin la inmunidad que tenía como senador
Texto: Cynthia Rodríguez
MILÁN, ITALIA.- El hasta hace un año invencible Matteo Salvini, líder de la Liga del Norte, irá a proceso por secuestro de personas y por rechazar actos de oficio, pues ayer, el Senado italiano (con 149 votos a favor, 141 en contra y una abstención) votó a favor de la autorización para proceder contra el ex Ministro del Interior por el caso Open Arms, con lo que también el actual senador pierde su inmunidad.
El caso Open Arms data de hace un año, en agosto del 2019, cuando Salvini era el Ministro del Interior y la nave española estuvo bloqueada a unas millas de Lampedusa durante 19 días sin permiso para poder atracar. Ésta es la historia de una crisis que comenzó en altamar y acabó este miércoles con la inmunidad del senador Salvini que también hace un año puso en crisis al gobierno.
La noche del 20 de agosto del 2019 cuando faltaban 40 minutos para la medianoche, la nave Open Arms por fin entraba al puerto de Lampedusa con los últimos 83 migrantes que quedaban arriba. Habían pasado casi 500 horas entre la desesperación y la agonía a bordo de un barco que los había rescatado en el Largo de Libia pero que no había sido aceptado durante 19 largos días en ningún puerto europeo.
En Malta, el más cercano, no los habían dejado ni siquiera cargar combustible, y mientras se acercaban a Italia comenzaron a entender que Europa era algo muy lejano a la idea de la “Tierra prometida”.
La Open Arms que había rescatado, primero a 121 y luego a 39 migrantes más, se convirtió pronto, sin querer, en una nueva prisión donde hombres, mujeres, niños y hasta dos bebés gemelas eran castigados por la Unión Europea a convivir en esa barca largos días bajo el sol infernal del Mediterráneo y eternas noches en un abismo oscuro y pútrido, donde el mar y el poco viento no alcanzaban a ahuyentar los olores de los vómitos y la mierda que depositaban en las únicas dos letrinas a bordo.
La comida y los medicamentos comenzaron rápido a escasear. Sus necesidad fisiológicas, según narran algunos de los inmigrantes que iban a bordo, fueron llenando los espacios donde todos convivían.
Muchos habían sido rescatados con heridas, heridas físicas por haber escapado de las guerras y después de los centros de detención en Libia. Lo que hoy se sabe gracias al reporte de los médicos y psicólogos que los atendieron, primero a bordo de la nave y después cuando bajaron al puerto, era que las “funciones psíquicas de los migrantes estaban fuertemente tocadas por condiciones emocionales extremas”.
Heridas sobre heridas, porque no bastaba escapar de las guerras, de los maltratos, de las carestías. No. Faltaba el rechazo del pimer mundo con todo su odio ultraderechista disfrazado de seguridad para los “verdaderos ciudadanos europeos”, como siempre se jactaba Salvini ante sus simpatizantes.
Durri, un muchacho de tan sólo 25 años que escapó de Sudán, uno de los 54 países del continente africano, en guerra entre civiles revolucionarios y grupos paramilitares, recuerda la sensación de que en cualquier momento desfallecería.
Acababa de alcanzar otra meta, la del hospital de Lampedusa donde junto a sus otros compañeros de viaje, lo revisaban. Él fue uno de los 15 inmigrantes que se lanzaron al mar un día antes de que finalmente desembarcaran. De hecho, fue el primero que decidió hacerlo, después los otros lo siguieron.
Durri recuerda cómo su agonía a bordo lo animó a lanzarse al mar abierto pues “eso ya no era vida”. Los médicos que lo atendieron explicaron de otra forma los hechos: “Vivieron en un clima de altísima tensión donde la percepción de muerte respecto al eventual repatrio y la esperanza de vida, aún afrontando a nado el espejo de mar que los separaba de la isla Lampedusa, desencadenó una disociación neurótica y psicótica”.
En una entrevista a El País en noviembre del año pasado, Óscar Camps, capitán de Open Arms, narra un poco lo que esa misión significó.
“La misión 65 fue la más difícil en todos los sentidos. Básicamente porque las condiciones de vida en Libia se han endurecido muchísimo. El que logra pagar la salida es el que todavía tiene una familia lo suficientemente solvente para huir de ahí. Se supone que los que rescatamos en el mar son los que están mejor. Esas personas estaban en la peor situación física y emocionalmente que hemos visto en cuatro años de existencia. Si estos son los que están mejor y han podido salir, no quiero pensar cómo están los que siguen ahí que son muchísimos miles. Con esta premisa, 160 personas estuvieron a bordo de una embarcación de 36 metros durante 19 días con dos letrinas. Fue inhumano e insufrible”.
Eran otros tiempos y otras crisis, donde los desacuerdos políticos entre la ultraderecha de la Liga del Norte y el populismo del Movimiento Cinco Estrellas (los partidos gobernantes) eran cada vez más evidentes.
Salvini renunció y puso al gobierno en crisis esperando nuevas elecciones que nunca se dieron. El gobierno se recompuso con Conte a la cabeza, pero ya sin la Liga del Norte.
Después, llegó la pandemia pero los inmigrantes siguieron escapando desde Libia y a Italia, superada la peor parte de la emergencia sanitaria por la covid-19, regresaron con más fuerza.
Hoy Salvini, quien durante más de un año trató de detenerlos a costa de abandonarlos en el Mediterráneo, comenzará un proceso por ello, aunque en el aula del Senado haya asegurado que “lo volvería a hacer”. Quién sabe si pueda.
Periodista mexicana radicada en Italia, donde ha sido corresponsal para varios medios. Autora del libro Contacto en Italia. El pacto entre Los Zetas y la '
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