Aunque la danza es una de las bellas artes más populares en el mundo, en un sondeo realizado en cuatro academias ubicadas al poniente de la Ciudad de México, se encontró que, en la actualidad, no tienen alumnos varones, y que, en años anteriores, sólo contaron con 1 o 2 niños que desertaron a los pocos meses de haber ingresado.
Texto: Daniela Hinojosa Méndez
Foto de portada: Himanshugunaratne / Pixabay
En ese instante, nada le importaba. Las personas alrededor; el bullicio; las luces de los reflectores; todo pasaba inadvertido ante sus sentidos. Todo salvo el sudor frío que descendía por su frente. El temblor de sus extremidades. El galope de su corazón y los calambres en el estómago que le recordaban su futuro inmediato. En las piernas del escenario, Manuel aguardaba impaciente. Preso del miedo y de los nervios, pensaba en dos cosas: una, si haría una buena presentación; y dos, si su papá estaría entre el público para verlo.
Comenzó a sonar la variación de Basilio (de la obra Don Quixote) y supo que su momento de entrar al escenario había llegado. Trató de vaciar su mente, de vivir el instante. Sin embargo, fue imposible. Sus ojos luchaban contra los reflectores para visualizar las filas de asientos. Recorrían caras desconocidas, hasta que al fin encontraron su objetivo y se posaron en los rostros de su madre. De su hermana. De su cuñado. Y… en una butaca desocupada. La persona a quien esperaba ver nunca apareció.
“Era obvio que mi papá no vendría, lo sabía, pero tenía la esperanza de que nuestro problema se hubiera arreglado, de que hubiera venido a verme, después de todo, bailarín o no, soy su hijo” dice Manuel, quien, tras cuatro años, sigue sin hablar con su padre después de confesarle que amaba el ballet clásico.
Manuel es un mercadólogo de 26 años y campeón de Taekwondo por obligación. Sus amigos lo describen como un hombre noble, de carácter voluble y demasiado perfeccionista. No importa lo que haga, si le gusta o no (como las artes marciales), siempre busca ser el mejor. También es de esas personas que disfrazan la soberbia de humildad para que constantemente le recuerden sus éxitos. Algunos consideran que su mayor defecto es vivir preocupado por encajar en los estereotipos sociales. Eso lo ha frenado a sincerarse con otros respecto de sus gustos y pasiones.
La danza surgió como una de las formas de expresión más ancestrales del ser humano. Tan sólo en España y Francia fueron halladas pinturas rupestres de 10 mil años de antigüedad, donde se apreciaban figuras danzantes en rituales. Bailar no sólo implicaba una secuencia de movimientos rítmicos acompañados de música, sino una manifestación de emociones, de sentimientos. Una manera de comunicarnos sin pronunciar una palabra. Debido a su esplendor e importancia, ha sido considerada como una de las bellas artes junto a la música; la pintura; la literatura; el cine; la arquitectura y la escultura.
Al igual que todas éstas, desde hace siglos, ha atraído tanto a hombres como a mujeres para estudiarla y practicarla. El problema es que, a diferencia de la pintura, por ejemplo –la cual es reconocida como una actividad para ambos géneros–; la danza, sobre todo clásica, ha sido encasillada como una disciplina para el sexo femenino y “niñitas” – como muchos llaman, despectivamente, a los bailarines–. Por lo que, tanto para niños como para hombres, dedicarse a cuanto más aman, ha sido un reto social, pues se han visto obligados a enfrentarse a una sociedad que los critica y margina.
La prueba plena de esto son las cifras respecto al número de integrantes, por género, en las grandes compañías. En el ballet de la Ópera de París hay 66 hombres contra 84 mujeres. La Compañía Nacional de Danza cuenta con 28 varones y 42 bailarinas. En el Bolshoi: 99 frente a 133; y en el American Ballet Theatre:35 y 48, respectivamente.
Por otra parte, en un sondeo realizado en cuatro academias ubicadas al poniente de la Ciudad de México, se encontró que, en la actualidad, no tienen alumnos varones, y que, en años anteriores, sólo contaron con 1 o 2 niños que desertaron a los pocos meses de haber ingresado.
Mariam Sedas, oriunda de Veracruz, bailarina desde los 5 y maestra de ballet clásico a partir de los 15 años, comenta que anualmente, entre las clases que imparte en universidad y academias de la royal, tiene más de 100 alumnos, de los cuales entre 4 y 9 son varones mayores de edad, es decir, menos del 10%. De acuerdo con su experiencia y las confesiones de algunos alumnos, considera que la diferencia numérica entre bailarines y bailarinas radica en el temor al “qué dirán” de sus padres y amigos. En muchos ha nacido la pasión por el ballet desde la infancia, sin embargo, por miedo a las burlas y a la desaprobación lo han postergado. “Por esa razón, muchos de mis alumnos empiezan grandes, cuando tienen poder de decisión y no dependen de sus padres para inscribirse a clases, ni de su aprobación.
Algunos se han esperado mucho tiempo para atreverse” dice la maestra Sedas.
Antoine Ivanov, hijo de padres rusos, antiguo bailarín de danza clásica y actual maestro de ballet, confiesa que uno de los grandes problemas en nuestro país –y en el mundo– es la sociedad machista y homofóbica. Pues tanto mujeres como hombres ajenos a la danza desaprueban a los bailarines por asociar el ballet con dos términos: delicadeza y homosexualidad.
“Me parece ignorante y absurdo” dice mientras sostiene una taza de té en la mano. “Para mí es símbolo de fuerza, disciplina y elegancia. La orientación sexual es otro asunto. Puedes ser un boxeador gay o un bailarín heterosexual” agrega Antoine. Y es cierto. Vivimos en un mundo que estereotipa y prejuzga, donde, en lenguaje matemático, el rosa es a niña como el azul a niño, el ballet es a mujer como el futbol a hombre, y si alguien rompe con ese esquema, entonces, es gay o lesbiana, un “anormal” como suelen llamarles.
Manuel recuerda muy bien cuando conoció el amor por primera vez. Tenía 9 años y Lorenza, su hermana mayor, 17. Ese día su madre estaba muy enferma y encomendó a Lorenza la tarea de recogerlo de la escuela y traerlo a la casa, mas ella decidió llevarlo a su clase de ballet para ahorrar tiempo. “¡Pórtate bien! Si te aburres, dibuja o haz tu tarea”, recuerda Manuel que le dijo. Pensar que estaría dos horas escuchando música de adultos y viendo sílfides bailar no le parecía divertido. Sin embargo, cuando la maestra puso play a la grabadora y ellas comenzaron a realizar los ejercicios de la barra, quedó maravillado. La maestra notó su entusiasmo y lo invitó a participar. “Mientras me movía con la música, me sentía feliz y nervioso, no sé cómo explicarlo. Fue amor a primera vista” dice Manuel con una gran sonrisa.
Lorenza regresó a la casa presumiendo a sus padres el gran talento de su hermanito, pues la profesora le comentó que gozaba de todo el potencial para convertirse en un excelente bailarín con el entrenamiento adecuado. El problema fue que sus padres, contrario a lo que creyó, reaccionaron molestos, incluso, furiosos. “¿Cómo dejaste que Manuel se exhibiera haciendo tonterías de mujeres?” Le reclamó el padre a Lorenza. “Ahora me acusa de ser la responsable… la incitadora de la pasión de mi hermano por el ballet” agrega ella.
Manuel fue obligado a aterrizar un sueño que ni siquiera había despegado. A sustituir su pasión por el Taekwondo para volverse “machito”, aunque eso lo destrozara. Varios años después –diez para ser precisos–, ya autosuficiente, pudo ingresar a una academia. Al fin supo lo que se sentía calzar unas zapatillas negras de tela, acariciar la barra y deslizarse en el piso de madera con un tombé pas de bourrée pirouette.
Al fin se sintió libre, pleno, dichoso, sincero consigo. No le importó que su padre siguiera oponiéndose, ya no, no después de diez años desperdiciados ocultando sus pasiones y sintiéndose culpable, como si amar el ballet fuera un delito. “Haz lo que quieras. Baila, maquíllate, ponte falda y tacones, me vale. Poco te falta para eso. Si quieres ser la burla de tus amigos, adelante. Conmigo ni cuentes. Me avergüenza” contestó el papá de Manuel, cuando lo invitó a su presentación estelar como Basilio en Don Quixote.
Ahora, a los 26, no hay día que no piense en el hubiera, en cuán diferente sería su vida si sus padres lo hubieran apoyado desde un inicio. Tal vez hoy formaría parte de la Compañía Nacional de Danza, bailaría en los principales escenarios o tomaría clases en las mejores academias del mundo, y no en los salones de una escuela para aficionados. “Me duele porque… porque creo que, si en pocos años he logrado este nivel, con diez más (hace una pausa) no sé, tal vez hubiera tenido lo necesario para ser un profesional” dice en tono melancólico.
Desafortunadamente, su caso no es el único, pues otros jóvenes se han enfrentado a una situación similar, como Esteban, quien, tras ver un documental de Nuréyev, ocultó por 8 años su fascinación por la danza y se inició en ésta a los 19. Cuando habló con su papá de este tema, él le respondió que: “esas cosas no son de hombres” y le exigió abandonarlo. Sin embargo, él se negó y esto causó un enfrentamiento entre ambos.
Mariam y Antoine afirman que se ha logrado un progreso en cuanto a la aceptación de los hombres en el ballet, aunque no el esperado. De acuerdo con un estudio realizado por el Observatorio Vasco de la Juventud, respecto a la evolución de la práctica de la danza, del 2007 al 2016, se registró un aumento significativo del 11.6% en la población general, del 17.8% en mujeres y del 5.7% en hombres. La diferencia entre ambos géneros es considerable, pero tomando como referencia otros años, los porcentajes se traducen en un gran avance. Claro, todo esto gracias a las luchas incansables en favor de los derechos humanos, la tolerancia y en contra del odio y la discriminación.
“Hasta la fecha, un niño, joven u hombre que viste zapatillas, mallas ajustadas y leotardo, no es la clase de hijo del cual un padre se enorgullecería, ni el amigo que otros chicos buscarían, ni el chavo al cual una mujer le hablaría. Al contrario, esa persona sería objeto de críticas, rechazo e, incluso, bullying” comenta Esteban, el otro bailarín reprimido durante su infancia y juzgado por su padre.
Muchos niños y hombres viven una vida contraria a sus sueños y deseos por miedo a la sociedad. Por miedo a ser criticados y rechazados. Por miedo a romper con los estereotipos impuestos por los seres humanos.
“Debemos abrir nuestras mentes, romper esas barreras, no catalogar ni clasificar como si fuéramos objetos, sino abrazar nuestra diversidad, aceptar y reconocer a los demás, respetarlos, amarlos y permitir que se desarrollen en cuanto aman, permitir que sean felices. El ballet no tiene género, así como tampoco lo tienen los colores, la vestimenta, los juguetes ni los deportes” dice Manuel.
Mientras habla, observa a su sobrina de cinco años, quien porta una camiseta de los Pumas, jugar libre con su balón de soccer. Y es que, a diferencia de sus padres, Lorenza y su esposo Joaquín -pertenecientes a la generación de los ochenta- creen que los papás no deben imponer, sino apoyar el talento de sus hijos para que alcancen sus metas sin tomar en consideración los prejuicios sociales.
Referencias:
ABT. (2022). The company: Dancers. American Ballet Theatre. Consultado en: https://www.abt.org/the-company/dancers/
Bolshoi. (2022). Bolshoi Ballet artists & staff. Bolshoi. Consultado en: https://2011.bolshoi.ru/en/persons/ballet/invit_soloist/
Opéra National de Paris. (2022). The Paris Opera Ballet. Opéra National de Paris. Consultado en: https://www.operadeparis.fr/en/artists/ballet/ballet-company
Compañía Nacional de Danza. (2022). Integrantes. INBAL. Consultado en: https://companianacionaldedanza.inba.gob.mx/2014-01-20-19-04-02/integrantes.html
Observatorio Vasco de la Juventud. (2016). Crece el porcentaje de jóvenes que practican la danza. Gazteaukera. Consultado en: https://www.gazteaukera.euskadi.eus/r58-ovjconte/es/contenidos/noticia/dantza_eguna_16/es_def/index.shtml
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