Imaginemos un mapa con desplazamientos simultáneos de los 281 millones de personas en movimiento en el mundo: migrantes, refugiadas, deportadas, retornadas. Cada una de estas personas afirma su deseo de vivir por sobre su miedo. Ellas hablaron durante la Primera Asamblea Latinoamericana de Personas en Movimiento.
Cristina Burneo Salazar*
Para sobrevivir en la frontera
debes vivir sin fronteras
ser un cruce de caminos.
Gloria Anzaldúa
La migración es como el agua, dicen hace décadas las luchas migrantes. El agua agrieta las rocas, halla canales, abre orificios. Pero ya no son sólo gotas ni filtraciones. Las migraciones son el agua del presente. Así como la búsqueda de vida en otros planetas depende de la presencia del agua, en este planeta las formas de vida aún posibles dependen, en gran medida, del movimiento.
“Todos migramos: mexicanos, centroamericanos, colombianos”, dice Alex Padilla, artesano garífuna de Honduras asilado en México, durante la Primera Asamblea Latinoamericana de Personas en Movimiento. Tenemos el privilegio de presenciarla el 15 de mayo de 2021 desde un espacio transnacional abierto por el proyecto (In)Movilidad en las Américas y covid-19 en Youtube para juntar experiencias, voces y derechos migrantes de América Latina.
Estas aguas hablan. Las personas en movimiento nos señalan hoy las corrientes del mundo al emprender sus recorridos entre la libertad y el apremio; entre cercos dispuestos en forma de muros fronterizos, cuerpos policiales, zonas de desamparo y rutas alternas forjadas por su persistencia, hechas de extorsión y trata y de solidaridad y formación de comunidades fugaces, pero indelebles.
“Nosotras somos expulsadas por violencias y por la economía, también las españolas. Nos juntamos en el feminismo de aquí y de allá. En España tomamos aprendizajes de América Latina y el Caribe. Saber las historias del otro lado nos ayuda a sostenernos”, cuenta Gladys, del poderoso colectivo mestizo Territorio Doméstico, que une a empleadas del hogar y cuidadoras para reivindicar la reorganización social de los cuidados. Marga, de Ecuador, suma: “Somos madres, abuelas, migramos y aquí estamos”. La ecuatoriana es la comunidad americana más numerosa en España y allí han migrado más mujeres que hombres. Más madres separadas de sus hijos y nietos, más trabajadoras que cuidan a abuelos y niños en España mientras renuncian al cuidado de sus propias familias.
Imaginemos un mapa con desplazamientos simultáneos de los 281 millones de personas en movimiento en el mundo: migrantes, refugiadas, deportadas, retornadas. Pensemos en las múltiples direcciones en que se mueven. Los barcos colmados de voluntades que llegan a las costas del Mediterráneo; las caravanas migrantes de Centroamérica rumbo al Norte; los grupos de caminantes de Venezuela que cruzan Colombia, Ecuador, Perú, Chile, con la fuerza de sus rodillas, hombros y pies; los vuelos chárter de Haití; las migraciones por tragedias climáticas; los aviones de la vergüenza de países que expulsan masivamente; los desplazamientos forzados por guerra, por ampliación de fronteras extractivas, por pobreza, por expolio, por persecución, por violencia sexual.
Cada una de estos 281 millones de personas está afirmando su deseo de vivir por sobre su miedo de desplazarse. “Tenemos derecho de estar en donde está nuestro corazón”, dice Ana Laura López, migranta fundadora de Deportados Unidos México, expulsada de Estados Unidos en 2017 con penalidad de 20 años. No puede volver en dos décadas, a pesar de que dos de sus cinco hijos viven allá, a pesar de que hizo una vida del otro lado del muro por más de 15 años, a pesar de.
Una de las luchas más duras de las mujeres deportadas es la maternidad transnacional, dice Ana Laura. Fue una de las 240 mil personas deportadas en 2016, al fin de la administración de Barack Obama. Enfrentar la separación familiar con hijos pequeños que no conocen otro país que el que sus madres y padres les dan al migrar —Te doy un país que no es mío para que sea tuyo un día—, renunciar a la cotidianidad, ver el paso de los años en soledad, dejar de conocerse, son consecuencias de los gobiernos de las migraciones.
Aun así, no se trata de relatos de victimización. “La palabra migrante se ha masculinizado mucho a pesar de ser neutra. Con orgullo me llamo migranta. Millones de mujeres aportamos con trabajo y remesas a la economía de dos países, nada menos. Es importante valorar todo lo que nos da la migración y seguir luchando por reunificar a las familias separadas.”
Como Ana Laura, Emely, de Honduras, o Marisa, de Venezuela, dicen en la asamblea que migrar las ha transformado como mujeres. Se descubren con fuerzas insospechadas, crecen y se vuelven defensoras de migrantes en los múltiples procesos de politización de la migración que se dan en el continente y en el mundo.
“De no haber migrado, no habría podido descubrir mis ganas de aprender, de ayudar, no habrían surgido en mí. A la vez, parte de nuestros testimonios es preguntar: ¿hasta cuándo somos vulnerables?”, dice Marisa, de Venezuela en Colombia. ¿Hasta cuándo ser vulnerable mientras se lucha? Las personas migrantes son sujetos plenos, no se limitan a ser sujetos humanitarios ni de asistencia a pesar de que la requieren para preservar su vida. No son solo víctimas, a pesar de que sufren daños por odio, cerco o despojo de su identidad. Ejercen su libertad a pesar de los costos que tiene: deshidratarse en las travesías por el desierto, perder a su familia o dejar de ser quienes son.
Gustavo es esposo de Marisa. Salieron de Venezuela con dinero cosido a una chaqueta para no perderlo. “No nos habíamos visto en el espejo por mucho tiempo, y cuando nos vimos, no nos reconocimos.” Miles de caminantes dicen algo similar: “no somos estos, no crea, con una ducha ya verá, en el camino perdemos hasta la piel del rostro.”
Júnior también es de Venezuela, de La Portuguesa. Contó 90 “alcabalas” para hacer el camino: extorsión de guardias, policías, policía judicial, otros actores…hay que pagar a todos. Júnior se volvió para traer consigo a los hijos de Jennifer, su compañera. Sí, un espacio asambleario es también para dar testimonio. Para decir en voz alta lo que nadie ha nombrado. Para condolerse y reconocerse. Para decir “somos” y hacer colectivo aquello que parece soledad. Eso es lo que dice Iris, de Territorio Doméstico, y de Honduras en España: “Estar en un colectivo da la posibilidad de aprender, de formarse y ayudar”, es decir, politizarse, ser sujetos políticos plenos. Queremos una gran vida juntas, dicen las enormes territorias.
Gladys y Rafaela, de España; Marga y Sara, de Ecuador; Flora, de Nicaragua; Iris, de Honduras, hablan por millones de cuidadoras a cargo de las redes multidireccionales de cuidados en el mundo entero. Son la madre de El Salvador que encarga a sus hijas con su hermana para irse a Estados Unidos y enviar dinero a su casa y a su hermano en México. Son mujeres transnacionales, que sostienen sus economías del hogar tanto como sostienen las economías de sus países: el de origen, el de tránsito, el de destino, el de retorno, el de huida, el de los suyos. Los países donde laten sus corazones.
Caminar por semanas o meses salva a la vez que despoja. De duchas, de dientes, de ropa limpia. Pero no de dignidad: “A mí me marcó mucho no tener identidad —relata Marisa, quien obtuvo papeles mucho después de su esposo—. Dependí de él por más de un año, yo no era nadie. Finalmente, volví a tener un nombre impreso en mis papeles, volví a ser yo misma, a representarme a mí misma.” Representarse a sí misma. Tener nombre, techo y rostro. Decir “yo” en voz alta sin tener que esconderla detrás de la garganta.
Wilson Stothart es informático y hacktivista, viene de Honduras. Estuvo preso en México por un año, 4 meses y 20 días. Se formó en prisión para poder defenderse y acreditar su condición de refugio, y ha puesto su conocimiento informático al servicio de la regularización de personas, lo que depende mucho de los laberintos digitales del gobierno. “Legalmente, en México tu identificación nace cuando te inscriben en el sistema de registro de población. Una visa humanitaria, incluso concedida, puede no estar inscrita si no te das de alta. Nosotros aprendemos, hacemos telarañas, redes, consultamos…” La pedagogía de la movilidad, la formación propia dentro de los procesos sociales es fundamental para sobrevivir.
Wilson menciona algo que dicen muchas personas a lo largo del continente: la burocracia internacional y sus organismos han perdido cercanía con las personas en movimiento. Si, ACNUR, Médicos Sin Fronteras o la OIM desarrollan proyectos “de escritorio”, como dicen, que no pasan de allí o cuyos fondos se quedan en salarios, “pierden sintonía con la vida real de los migrantes”, demanda la asamblea. La autonomía de las migraciones constituye hoy un frente de cuestionamiento social, es decir, es un frente compuesto por colectivos y personas que existen mucho más allá del recibimiento pasivo de “ayuda”. “Nuestra condición no se toma en cuenta, qué procesos llevamos para vivir, nuestra resiliencia, el tiempo que nos toma aceptar que somos refugiados, desplazados, todo eso debe reconocerse…” Hoy, dice Wilson, no se distingue entre quien es delincuente o no para dejarlo viajar, se distingue entre quien tiene poder económico para viajar y quién no, algo muy distinto.
La crítica a la extrema desigualdad económica del movimiento global se ilustra bien en el mapa que Alex Padilla describe desde México. Cruzó fronteras, ríos y túneles son su hermana, sus sobrinos pequeños y su cuñado. “Caminamos más de una semana por pueblos indígenas solidarios. Pichucalco fue, por ejemplo, un punto de solidaridad en el camino. También pasamos por ríos, escuchábamos el sonido de los walkie talkies gritando ‘¡ahí están!’, era una cacería. Cruzamos un pantano a la una de la madrugada… Cuando cruzamos por los túneles de Orizaba, los huesos de los niños se encogían del frío…Pero estoy de pie. Tengo seis años en este país y no voy para ningún lado, yo quiero crecer aquí.”
Aunque los huesos de los niños se encojan de frío, crecen. O tienen mayor probabilidad de crecer en movimiento que en Tornabé, de donde viene Alex, la costa Norte de Honduras, bellas tierras despojadas por el turismo. Por eso, hay que tomar siete trenes hasta llegar a México. Hay que vivir secuestros. Hay que pagar para subir a la Bestia. Hay que conocer los albergues en el camino. Hay que cruzar pantanos y túneles. Por despojo. “Queremos trabajar, no queremos pedir, necesitamos derechos y queremos cumplir con obligaciones”, porque eso es ser un sujeto político. Eso es luchar para que, un día, los huesos dejen de encogerse del frío y alarguen su sombra bajo soles que no amenacen.
Emely Flores nació en Honduras, hoy vive asilada en Estados Unidos y también subió a la Bestia. Iba con su pequeño de tres años. En la frontera de Guatemala y en la frontera de México sufrió persecución racista y policial. “Escuchar nuestras historias nos da fuerza, me da fuerza. Yo tuve dificultad para recibir ayuda médica sin papeles.
Me negaban lo básico. Al empezar a defender a otras personas, me defendía yo misma, y aunque el miedo me atravesaba la garganta, aprendí a defender derechos individual y colectivamente. Yo no sería la mujer que soy ahora si no hubiera pasado por el proceso de migración. Honduras, mi propio país, me negó mi identidad como hondureña. En mi propio país no pude trabajar legalmente, a muchas personas se nos niega el derecho desde que nacemos.”
En México, como cuenta Ana Laura en calidad de deportada, o en Honduras, como relata Emely, se puede estar despojada de la identidad propia, sin necesidad de ser de otro lugar. Pensamos poco en esto —Te doy un país que no es mío, porque el mío tampoco lo es—. En la imposibilidad de tener papeles si se nace “en conflicto” con las leyes de identidad, si no se puede tramitar la identidad propia, si los estados producen apatridia, si la madre es irregular y no puede inscribir a su bebé en un registro civil para darle una vida digna.
Leni Alvarez es activista en Otros Dreamers en Acción. No pensaba serlo, quería ser enfermera, pero un día se vio violentamente despojada de su identidad. “Nací en Chiapas. Migré con mi hermanita de ocho meses y mi mamá. Cruzamos en una alberquita el río Bravo para encontrarnos con mi papá. Yo me crié pensando que Estados Unidos era un país para migrantes. Pero a los 16 años descubrí que no tenía papeles y tuve que enfrentar la ilegalidad. Descubrí que ese país no me pertenecía. Me dijeron que somos la culpa, muchas veces la cargué. Ahora sé que no soy la culpa, soy el resultado de estos países fallidos. Soy el resultado de las intervenciones de estos grandes países en nuestros países.” La asamblea escucha el testimonio de Leni en total silencio. La digna rabia de su voz no cesa: “Somos personas deportadas y retornadas. Somos multifacetas, tenemos muchas layers dentro de nuestras propias luchas, fortalecemos nuestro Spanglish. Sabemos quiénes somos, no por el trauma migratorio, sino a pesar de él.”
Como dice Gladys desde Territorio Doméstico: Leni es el mañana. Su palabra abre caminos. “Soy el resultado de que México prefiera tenernos indocumentados porque mandamos las remesas para que el Estado use nuestro dinero. Hoy, con la emergencia por covid-19, todos saben lo que es pasar cumpleaños a distancia, no poder abrazar a sus mamás, no poder estar con sus familiares cuando mueren. ¿Qué más tenemos que hacer para que nos reconozcan como humanos? Las fronteras son racistas, clasistas, violentas, no se pueden tapar más.” El Spanglish de Leni, su lucha por otro imaginario a través de La Pocha House —donde resuena la lucha del artista Guillermo Gómez Peña y su Spanglish queer “de espalda mojada”, como dicen sus poemas—, su palabra, con tanta claridad histórica, esas son las aguas del presente, que se agitan.
La comunidad deportada de Leni en México no usa la palabra “reintegración”. “¿Qué significa reintegración? Yo llevo 11 años en México y no me puedo integrar. ¿Cómo reintegrarme a un país feminicida, narco, que no puede proveer a su gente de nada? Lo que queremos es un retorno digno, una llegada digna a Estados Unidos. México no supo cómo integrarme al llegar indocumentada y deportada a los 16 años. Pensé que era la única, pero luego de cuatro años sola me topé a otra deportada. Busqué a mi propia comunidad. Florecemos aquí y allá, somos translocales, actuamos desde El Salvador hasta Nueva York.” ¿Cómo seguir justificando el modelo de los estados nacionales al escuchar a Leni, activista transnacional de lengua fronteriza quien, además, impugna con miles de jóvenes de su generación la culpa y el trauma de la migración? Cómo no escuchar en Leni la voz del mañana, no del futuro lejano, sino del mañana que clarea en movimiento y que no es como el agua: es el agua.
Este encuentro es histórico. En la asamblea resuena la memoria de las luchas de las mujeres, de los feminismos y lesbianismos, de los pueblos indígenas, negros y oprimidos. Aparece Gloria Anzaldúa campesina, luchadora y poeta. Aparecen esos torbellinos de la historia que rugen cuando se forman colectivos y multitudes que vienen a nombrar el mundo de otro modo. Y no. No es idealizarlos. Es reconocer sus corrientes, sus mareas y sus flujos con la fuerza que tienen hoy y que tenemos que aprender a mirar más allá de la ayuda humanitaria, la urgencia asistencialista y la respuesta oenegeísta o burocrática. Las migraciones no van a parar y nos están señalando, con los colapsos de los estados nacionales, otros caminos para reorganizar la vida.
La asamblea puede verse y escucharse en el canal de You Tube del proyecto (In)Movilidades en las Américas y covid-19 (https://www.youtube.com/watch?v=QwXqixjxE6o), que incluye la canción de cierre, escrita y bailada por las compañeras de Territorio Doméstico:
Si Adelita tuviera un contrato
sus papeles podría arreglar.
Adelita diez años currando,
Pero sigue siendo ilegal.
Adelita está presa en el CIE,
la cogieron cuando iba a currar.
Desde dentro y también desde fuera
las fronteras vamos a tumbar.
¡Para que nadie sea ilegal,
ya no queremos a nadie ilegal!
*Cristina Burneo es escritora ecuatoriana y pertenece al colectivo y medio Corredores Migratorios, www.corredoresmigratorios.com Contacto: burneocristina@gmail.com
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