El Acapulco que hoy se derrumba es un ejemplo de la vorágine del desarrollo turístico e inmobiliario que lucró durante décadas con la «perla del pacífico», ese puerto paradisíaco para los jugosos negocios de Salinas, Ceballos y compañía
Por: Rogelio López Gómez*
Adiós Acapulco lindo tierra de valientes hombres
Donde algunos pa vivir tienen que prestar su nombre.
(La mano y el pie.Canción interpretada por Amparo Ochoa)
La madrugada del 25 octubre el puerto de Acapulco fue azotado por el huracán Otis, que tocó tierra con categoría 5, la más peligrosa en escala Saffir Simpson. Esto es inédito: horas antes, se comportaba como un huracán categoría 2. Este hecho ha dejado boquiabiertos a muchos de los expertos en la materia, pues no hay registro de una evolución así en tan poco tiempo.
Las noticias fueron llegando lentamente, pues el puerto quedó incomunicado.
Poco a poco fuimos conociendo la magnitud de la devastación. Primero, la costera Miguel Alemán y los estragos en los hoteles. Después –y sólo después de ver los lujosos hoteles– vemos las colonias populares, las casas destruidas. Las últimas imágenes son la del Acapulco rural, milpas anegadas, casas sin techo, animales muertos.
Las escenas, similares a las producciones apocalípticas de Hollywood, nos han dejado atónitos. Sin embargo, sólo estamos viendo un momento de esta película, no la película completa. Esta quizá empieza durante la Colonia con la llegada de la Nao de Filipinas al puerto de Acapulco, que se convertía en la puerta al mercado del Oriente, pero adelantemos la película hasta la mitad del siglo XX, que el puerto comienza a desarrollarse como centro turístico, con la mano de Miguel Alemán, presidente del país de 1946 a 1952. Bajo su administración se construye un nuevo aeropuerto y se detona el crecimiento urbano del puerto –beneficiándose personalmente de ello a través de la corrupción–.
La belleza de la bahía de Acapulco, en algún momento catalogada como la más hermosa del mundo, y la promoción publicitaria desaforada, hacen que Acapulco se convierta en un destino turístico internacional. Celebridades de la farándula y de la política pasan sus vacaciones en la “Perla del Pacífico”. Es precisamente en este momento donde viene la parte más glamorosa de nuestra película, el Puerto de Acapulco empieza a crecer descontroladamente, rápidamente se van edificando hoteles y casas de recreo para las clases pudientes y para un sector de la clase media. Tener casa en Acapulco es una moda que pocos pueden pagar. Y si bien para este momento aún no se masifica el turismo, esta dinámica atrae a trabajadores de otras partes del estado de Guerrero y del país, quienes migran hacía el puerto en busca de empleo. Estas personas se instalan donde pueden, forman asentamientos improvisados, sin servicios, sin caminos, sin equipamiento. Así se van urbanizando las laderas de los cerros próximos a la bahía. Poco a poco, los colonos se organizan para satisfacer sus necesidades, algunos logran consolidar importantes movimientos sociales en su lucha por mejores condiciones de vida.
Al mismo tiempo, las playas, sus esteros y manglares, que por siglos formaron parte del paisaje, desaparecen. En su lugar crecen hoteles y tiempos compartidos, y se multiplican jugosos negocios –lícitos e ilícitos– en los que participan políticos y empresarios, vinculados en ese momento al PRI.
Esta dinámica no para. Durante el sexenio de Carlos Salinas de Gortari, se construye -con múltiples irregularidades y despojos- y se concesiona la llamada “Autopista del sol”, que reduce a sólo tres horas y media el recorrido desde la Ciudad de México hacia el puerto. Esto le da un nuevo aire al puerto.
Ahora la bahía se encuentra saturada de hoteles, así que el crecimiento sin freno empieza a colonizar otras áreas, despojando a los ejidatarios de sus tierras y aguas. Un ejemplo, el desarrollo de Punta Diamante, que tiene como una de sus figuras emblemáticas a Diego Fernández de Ceballos (quien sería diputado, candidato presidencial y senador), quien a través del tráfico de influencias de entonces, se apropia de tierras ejidales. De ahí precisamente le viene el mote de “Diego Punta Diamante”.
Pero el glamour es una cualidad efímera. Al mismo tiempo que Cancún comienza a despegar a inicios de los noventa del siglo XX -y en muchos aspectos Cancún sigue el modelo de negocios, perdón, de desarrollo de Acapulco–, el puerto de Acapulco decae. Para la primera década del siglo XXI, se convierte en una de las zonas más inseguras, violentas y peligrosas, mafias del narcotráfico, de la pederastia, de la trata, hacen de este puerto su hogar. Las inversiones de dudosa procedencia continúan y con ello el desarrollo urbano desmedido. En esta misma década, al igual que en todo el país, se construyen conjuntos habitacionales con miles de viviendas desechables, que son vendidas a través del Infonavit, a derechohabientes o no. Esto atrae a más personas a vivir al lugar, mientras se siguen desarrollando hoteles, conjuntos residenciales, centros comerciales a lo largo de la costa.
Los problemas no se hacen esperar. Además de los ya mencionados, el problema del agua –y su desigual distribución–, que desde hace décadas se hace evidente; además la escasez de electricidad, siendo esta una de las razones que se dan para construir la presa hidroeléctrica de la Parota. También está la contaminación de las playas, al no existir un tratamiento adecuado de los residuos líquidos, muchos de los cuáles son vertidos al mar sin tratamiento alguno.
Aunado a estos problemas, las advertencias respecto a los efectos del calentamiento global y la elevación del nivel del mar con los riesgos que esto conlleva, recordemos que Acapulco está ubicado en una zona sísmica. Sin embargo, todo esto no importa, el desarrollo de nuevas áreas continúa: Acapulco Dorado, Puerta Acapulco, los gobiernos de diferentes partidos siguen promocionando el puerto como un lugar atractivo para las inversiones, vengan de donde vengan.
De esta forma llegamos nuevamente al momento actual, los opositores al gobierno de AMLO. Los políticos y empresarios dirán que hay que empezar de inmediato la reconstrucción. Quizá un “rescate turístico” no les caería nada mal –pueden pedir asesoría a Ángel Gurría–, pues bajo su lógica esto genera fuentes de trabajo y riqueza, y la recuperación de todo los demás aspectos seguirá en automático.
Sin embargo, ante la posibilidad de que estos eventos sean cada vez más frecuentes, es importante plantearnos algunas preguntas:
¿Qué sentido tiene el continuar con esta lógica de desarrollo basada en un crecimiento desmedido, en el que se ahondan las desigualdades sociales?
¿Podemos reconstruir Acapulco hiper turístico 2.0 anticiclones categoría 5?
Recordemos que tras el paso de la tormenta tropical Wilma en 2005, las playas de Cancún se quedaron sin su blanca arena. Durante los años posteriores se trasladaron toneladas de arena para sustituir la pérdida. Sin embargo, los distintos fenómenos meteorológicos que han ocurrido en el Caribe siguen llevándose la arena, tal como sucedió con Ida en el 2009: se quiere tapar un hoyo sin fondo.
Tal vez estos cuestionamientos, en el momento de plena emergencia, puedan considerarse insensibles u oportunistas, sin embargo, tampoco podemos quedarnos como si no pasara nada y echarle la culpa a la rencorosa y salvaje naturaleza, que se ensaña con los países tropicales, uno de los argumentos que todavía se usan para explicar el subdesarrollo de nuestras naciones. Y claro que existen responsabilidades gubernamentales, pero éstas no se pueden restringir a las actuales administraciones. Y sí, lo inmediato es atender a las personas que perdieron todo y se encuentran en una situación de emergencia.
Sin embargo, bajo estas circunstancias tenemos que cuestionar una reconstrucción que pretenda instaurar las cosas tal como estaban el 24 de octubre. Porque si es así, va a pasar lo mismo que pasa en Cancún con la arena, que en el afán de mantener la imagen del lugar –el cual nunca volverá a ser lo que fue–, se sigue rellenando. En Acapulco quizá no sea cuestión de arena, pero mientras el desarrollo económico se siga sustentando en el sacrificio del entorno y la explotación de las personas, no habrá fondos para desastres que alcancen. Las evidencias científicas del cambio climático están ahí, nos están pegando en las narices y seguimos cerrando los ojos, apostando por el mismo modelo de desarrollo depredador que nos ha llevado a la situación en la que estamos. No podemos seguir ignorando estas señales, la advertencia que hacía el filósofo W. Benjamin, de poner el freno de esta locomotora que llamamos progreso, es más vigente que nunca.
*Candidato a doctor en Urbanismo por la UNAM. Maestro en Geografía.
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