La mayoría de las personas, como consumidoras, solo conocemos el proceso final de la uva de mesa cuando compramos el producto, pero no imaginamos el esfuerzo colectivo de miles de personas para que podamos adquirirlo. Estamos obligadas a procurar el bienestar de todas las personas que participan en los distintos eslabones de la cadena
Por José Eduardo Calvario Parra*
Hoy en día, cualquier persona que desee adquirir algún producto del campo, ya sea fruta o verdura, lo puede hacer en puntos de venta informales como los tianguis o los cruceros de las calles, y también en los grandes supermercados. En estas líneas exponemos algunas reflexiones que derivan de los resultados del estudio “Derechos humanos y cadenas de valor de la uva y la fresa en México”, realizado para Oxfam México.
Las cadenas de valor comúnmente han sido consideradas desde el punto de vista económico, dejando de lado el aspecto humano, especialmente la fuerza de trabajo. De manera sencilla se podría decir que las fases como la producción, el empaque, el transporte y la distribución se entrelazan para constituir las cadenas que le dan valor al producto final. Para el caso de la agricultura de exportación, el empleo de millones de personas trabajadoras se convierte en el principal factor de valor.
Para el caso particular de la uva de mesa, el estado de Sonora, México, ocupa el primer lugar nacional como productor, principalmente para exportarla al mercado internacional. Por ejemplo, el año 2020, Sonora generó 339 mil 140 toneladas de uva en sus distintas variantes, cuyo valor comercial alcanzó alrededor de 9 mil millones de pesos. Para dar una idea y tener un punto de comparación, el valor de la uva de ese año fue equivalente al presupuesto anual de la Secretaría de Relaciones Exteriores del gobierno federal.
Aunque hay discrepancias respecto al número de personas trabajadoras agrícolas en Sonora, según productores de uva, tan solo en una de las principales regiones productoras -Costa de Hermosillo- en la temporada que recién concluyó (julio–noviembre 2022) se contrataron alrededor de 50 mil jornaleras exclusivamente para la cosecha de la vid. Algunos cálculos refieren hasta 125 mil personas jornaleras en todo el estado sin distinguir el tipo de producto, empleos permanentes y temporales.
Todo el proceso productivo de la uva, desde la poda hasta la cosecha y empaque, representa un cúmulo de oportunidades para generar ingresos a familias jornaleras, y a los propios productores. A la par, existen zonas de riesgo para que se cometan violaciones a los derechos laborales a lo largo y ancho de toda la cadena de valor. El descuento a las personas jornaleras de la cuota sindical, sin consulta previa, así como la poca información respecto al contrato colectivo de trabajo, son señales de alerta para evitar sistemáticos abusos hacia las personas trabajadoras. En los campos agrícolas de Sonora también existe una notoria masculinización de los puestos permanentes; en los llamados empleos de planta, el 76 por ciento son ocupados por varones. Paralelamente, el proceso para que el o la trabajadora eventual se convierta en permanente es tardado, y quienes lo logran son en su mayoría varones.
Para el caso de la contratación existen intermediarios agrupados en dos sectores, aquellos que trasladan a las personas jornaleras de las localidades hacia algún viñedo (taxistas o raiteros), y los que acuerdan emplear (contratistas) y trasladar desde entidades lejanas hacia algún viñedo de Sonora. El problema radica en que en ocasiones se ofrecen condiciones de trabajo que no se cumplen, principalmente salarios que resultan solo espejismos. Si bien para el caso de la vid, en el corte y el empaque los ingresos pueden llegar a ser altos, existe inestabilidad en el empleo, y el período de posibilidad de obtener estos ingresos es corto: tres meses.
La mayoría de nosotras, como consumidores, solo conocemos el proceso final de la uva de mesa cuando compramos el producto, pero no imaginamos el esfuerzo colectivo de miles de personas para que podamos adquirirlo. Para obtener la forma, el color, el sabor, el tamaño de los racimos y bayas de las distintas variedades se conjuntan diversos factores, y la fuerza de trabajo, la mano de obra, se convierte en clave.
Es indiscutible la existencia de buenas prácticas de conducta empresarial a lo largo de la cadena de valor, principalmente las que tienen que ver con la implementación de programas de responsabilidad social empresarial; no obstante, es necesario redoblar esfuerzos para que el mayor número de personas jornaleras accedan a servicios de salud y educativos, y disfruten de actividades de promoción cultural. Especial atención merece la discriminación a razón de etnia y género en los lugares de trabajo; es imprescindible una sensibilización respecto a la diversidad lingüística y cultural ya que existen personas provenientes de los pueblos originarios.
Es importante la participación de múltiples actores para lograr un equilibrado desarrollo de la cadena de valor en la que se respete el principal activo y actor como lo es las personas trabajadoras. El sindicato, los productores, los intermediarios, los distribuidores y los tres niveles de gobierno, entre otros, están obligados a procurar el bienestar de todas las personas que participan en los distintos eslabones de la cadena.
*El autor es miembro de la Red Nacional de Jornaleros y Jornaleras Agrícolas, y Profesor-investigador del programa Investigadores e investigadoras por México CONACYT-El Colegio de Sonora.
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