Por segunda vez, mujeres, hombres e infancias marcharon por las calles del Pedregal de Santo Domingo para denunciar las violencias cotidianas que viven: el machismo, los megaproyectos y la discriminación
Texto y fotos: Madeleine Wattenbarger / Alboroto
CIUDAD DE MÉXICO. -Mientras oscurecía sobre el Metro Universidad, Paola Flores Villegas se asomó a la entrada de la colindante papelería Copy Plus para ver como unas 30 mujeres e infancias vestidas de morado se reunieron para denunciar las violencias que viven en su barrio. Caía la tarde del 8 de marzo 2024 y la marcha del centro de la Ciudad de México ya estaba terminando, pero aquí, en la periferia, apenas comenzaba.
Esta fue la segunda caminata anual del Día Internacional de la Mujer Trabajadora en el Pedregal de Santo Domingo. La idea para la caminata nació del colectivo Amazonas, un grupo de mujeres emprendedoras en la colonia.
“Nos dimos cuenta que muchas compañeras tienen muchas ganas de ir a una marcha, y tenemos la necesidad de alzar la voz por lo que está pasando en la localidad,” relata Paola, integrante del colectivo y una de las organizadoras de la marcha.
Y añade:
“Hay mucho acoso. Las mujeres tienen miedo de salir a altas horas de la noche. Aquí se mata, pero también aquí se lucha».
Paola, de 32 años, nació y creció en el Pedregal. Dice que las mujeres de esta localidad son «guerreras,» debido a su fuerte historia de organización social: fue creada a partir de una invasión de tierras en los 70. Su madre, María de La Luz Villegas Díaz, llegó a la zona cinco años después. Desde la papelería de la que es dueña hace 40 años, recordaba que en ese entonces no había ni calles pavimentadas ni agua corriente. A los vecinos originarios del Pedregal les tocó atravesar la piedra volcánica que cubría el suelo para traer agua en cubetas a sus hogares.
“Era una labor de todos, pero principalmente de las mujeres porque estábamos en la casa, necesitábamos lavar, lavar trastes, hacer comida», dice María de La Luz. Desde ahí las mujeres del Pedregal se caracterizan por su fuerza. Recuerda que tardaron en llegar unos 15 o 20 años los servicios de agua y luz.
“Ahora es una zona muy cara para rentar, porque tenemos todas las comodidades cerca. Tenemos el metro, tenemos aquí la avenida del eje 10 y centros comerciales”, cuenta.
Pero con la llegada de esos servicios se perdió la ética comunitaria que antes caracterizaba la zona. Antes se vivía con más tranquilidad en el Pedregal.
“No había esa desconfianza, esa violencia que ahora se ha extendido en todas partes. Podíamos salir de noche y venirnos caminando. Nada pasaba».
A las siete de la tarde, la pequeña brigada salió de la papelería con sus pancartas alzadas. Las hermanas Hilda y Paola Heredia, de 26 y 21 años, caminaban hombro con hombro, velas sostenidas en sus manos. Nacieron en la colonia, y ésta fue su primera movilización feminista. Hilda marcha por su hija de ocho años, “para que ella pueda salir libre y sin temor a nada, y que yo la pueda dejar ir adonde ella quiera sin temor a que no vaya a regresar”.
Mientras las movilizaciones feministas del centro se han caracterizado en los últimos años por repudiar la presencia de varones, aquí también participaron algunos hombres, integrantes del colectivo Hecho en Santocho que aseguraban el perímetro del desfile mientras las mujeres gritaban consignas. Caminaban esquivando taxis y combis por la calle Anahuasco, una de las vías principales de la colonia, a esa hora repleta de puestos de comida, flores y ropa. Algunos vecinos observaban la actividad con interés, otros desviaban la mirada.
Dieron vuelta en la calle Canahutli, donde tomaron un minuto de silencio en frente de un mural con el título “Vecinas unidas nos cuidamos”. Entre los textos de la pancartas resaltaban los nombres de Diana Laura Ricardez, una vecina del Pedregal asesinada por su expareja el 20 de febrero del 2024, así como el de Ivon Cervantes Espinosa, quien fue desaparecida el 7 de enero del 2024. Hallaron su cuerpo una semana después en el lago de Chalco, asesinada presuntamente por su expareja.
Las velas alumbraban las calles estrechas y oscuras hasta la Escuelita Emiliano Zapata, donde las recibieron Yolanda Becerro, de la Escuelita, y Rosa Elena Bernal Díaz, de la colindante cafetería y librería Quijote. Varias mujeres compartieron la palabra, algunas con las voces quebradas por la emoción. Destacaron la importancia de la crianza y la comunidad para prevenir las violencias en contra de las mujeres.
“Los hombres tampoco nacen violentos. Tenemos la oportunidad de rehacerlos”, dijo Yolanda.
“¿Cómo le vamos a hacer en nuestras familias para que cada hombre puede cambiar ese chip, puede vernos como iguales?”
“Si somos hijas de estos pedregales que dieron vida a esta colonia, nosotras en esta colonia vamos a darle una vida diferente”, instó Elena López, también originaria de la colonia e integrante de la colectiva Yaocihuatl, una agrupación de mujeres que se juntan para bordar.
“Vamos a defender a Santocho de los megaproyectos, de la violencia y de la discriminación”.
Para finalizar el acto, Rosa Elena guió a las manifestantes en una breve sesión de movimiento expresivo. Paradas en medio de la calle oscura, las mujeres y niñas se sacudían los cuerpos, aflojaban las caderas. Se limpiaron del dolor y enojo que llevaron cargando por el barrio donde día con día luchan. Rosa Elena gritó y ellas la replicaron: “Basta!,” clamaban en unísono. “Te dije que no!” “Que no entiendes?”
Sus voces rompieron la oscuridad de la noche. Y con sus manos se pusieron a cavar una fosa en el aire, a echarle todo lo que no querían.
“Ahora levántenlo,” instruyó Rosa. “Pídanle a la madre tierra que lo transforme. Que lo lleve al cielo».
Este trabajo fue inicialmente publicado en ALBOROTO. Aquí puedes leer la versión original.
Portal periodístico independiente, conformado por una red de periodistas nacionales e internacionales expertos en temas sociales y de derechos humanos.
Ayúdanos a sostener un periodismo ético y responsable, que sirva para construir mejores sociedades. Patrocina una historia y forma parte de nuestra comunidad.
Dona