28 mayo, 2021
Con el tiempo, comencé a generar relaciones con las niñas y los niños que atendíamos, me aprendí los nombres de sus familiares y amigos. Jugué con ellos y me percaté de que mucho de este progreso provenía del entorno psicosocial. Para ellas, sentir seguridad es esencial para sus niveles de azúcar, posibles crisis y la estabilidad en casa.
Mariana Gutiérrez/Médicos sin Fronteras
Mi primera misión con MSF fue en 2019. Siento que tuve mucha suerte al comenzar a trabajar para la organización en un país tan especial cómo Líbano, en el proyecto que brinda atención médica integral a enfermedades crónico-degenerativas, lo cual es súper extraño en estos contextos tan adversos, donde la urgencia y las enormes problemáticas sociales no permiten que la salud pública se concentre en este tipo de enfermedades, las cuales requieren atención constante y en muchas de las ocasiones, necesitan cuidados para toda la vida.
Este proyecto con MSF se desarrolló en la región de Bekaa, una comunidad rural, alejada de los sistemas de salud. En este lugar, brindamos atención médica principalmente a personas refugiadas provenientes de Siria y, especialmente a niñas y niños con epilepsia, diabetes, enfermedades cardíacas e hipotiroidismo.
Es muy duro brindar atención y seguimiento a estas enfermedades en un contexto tan adverso como Líbano, tan lleno de dificultades económicas y sociales. Aquí, dar seguimiento a los pacientes es un motivo de insomnio e intranquilidad para todo el equipo. La multiplicidad de dificultades que se suman para que el paciente no tenga acceso a su tratamiento son una constante durante toda su vida. Por eso, son muy importantes estos proyectos donde atienden a las enfermedades crónico-degenerativas. El apoyo que se le puede dar, así como la mejoría del paciente y sus familias es invaluable.
La Diabetes tipo I es una de las enfermedades más frecuentes en la infancia de esta región. Este tipo de diabetes requiere tratamiento con insulina de por vida, en algunos casos es necesario inyectar insulina hasta tres veces al día, además del constante chequeo de los niveles de glucosa varias veces en el día.Este tipo de tratamiento es costoso y requiere de mucha atención. Para cientos de familias en Iraq, el acceso a un tratamiento estable es casi imposible.
Con el tiempo, comencé a generar relaciones con las niñas y los niños que atendíamos, me aprendí los nombres de sus familiares y amigos. Jugué con ellos y me percaté de que mucho de este progreso provenía del entorno psicosocial de estas niñas y niños. Para ellas, sentir seguridad es esencial para sus niveles de azúcar, posibles crisis y la estabilidad en casa.
Había un paciente en Bekaa que nos tenía sorprendidos. Su nombre es Ahmmed*, y es un pequeño de 9 años. Lo conocimos en un taller que dimos a niñas y niños con Diabetes Tipo I. Le enseñamos herramientas para su autocuidado y les ayudamos a integrarse entre ellos para formar una comunidad. Los niños que desafortunadamente experimentan esta enfermedad, tienen que vivir con una disciplina muy estricta y deben de estar en un cuidado constante, esto es muy complicado para una niña o un niño que lo único que quiere es divertirse, aprender y crecer con libertad. La importancia de formar una comunidad con todos ellos, puede ser esencial para su felicidad y crecimiento.
Cuando conocimos a Ahmmed y nos explicó sobre su enfermedad, la disciplina con la que lleva su vida y todas las dificultades que tenía que vencer día a día, nos sorprendió la madurez de su voz, la seriedad de sus ojos y su enorme sentido de la responsabilidad, era mucho más maduro que muchos de nuestros pacientes adultos. El pequeño tenía que tomarse la glucosa cinco veces e inyectarse insulina todos los días, el control de su diabetes era particularmente desafiante debido a las limitadas posibilidades de controlar sus hábitos alimenticios, y la falta de una red de apoyo.
Con el tiempo, tuve la oportunidad de atenderlo en consulta, su presencia en la clínica se hizo muy familiar y a nosotras nos gustaba mucho contar con su visita, siempre llegaba a tiempo y nos dejaba con una sonrisa.
Un día, Ahmmed no fue a la clínica, a todos nos extrañó mucho que no fuera, su tratamiento es indispensable para su salud y siempre había sido muy puntual. Toda esa semana no pudimos verlo. Cuando tuvimos oportunidad de verle, lo primero que le preguntamos fue sobre su salud y la razón de su ausencia en días pasados. Nos contó que su padre padecía una enfermedad terminal, que él junto con su madre tuvieron que quedarse en casa a cuidarlo porque su condición empeoró. Con su linda sonrisa nos dijo que sólo se había sentido un poco mareado, que ya se sentía mejor y que ya tenía muchas ganas de regresar a la clínica.
Es increíble la cantidad de niñas y de niños que se tienen que cuidar solos en estos contextos, es imposible saber si la enfermedad o la realidad que viven es lo que les quita la infancia y los hace adultos inmediatos”
Mariana pasó nueve meses en Líbano. Para muchos médicos, descansar después de una misión tan intensa es un requisito para poder continuar con el ritmo que exige la labor humanitaria. Para ella, este no fue el caso, inmediatamente después de esta misión, emprendió una nueva. En esta ocasión a en la ciudad de Mosul, Irak, con el objetivo de atender a niñas y niños con problemas gastrointestinales y desnutrición. En un segundo artículo te contaremos cómo fue su experiencia en este país de Medio Oriente.
*Los nombres de los pacientes han sido cambiados por su seguridad e integridad.
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