1 agosto, 2021
Mujeres guardabosques de Bolivia, Colombia, Ecuador y Perú cuentan sus experiencias dentro de los lugares más hermosos del planeta. En entrevistas con Mongabay Latam, las guardaparques hablan de la ilegalidad que enfrentan y los riesgos de proteger la naturaleza, pero también de la belleza de los ecosistemas que cada día las sorprende.
Texto: Yvette Sierra Praeli /Mongabay
31 de julio.- El trabajo de los guardabosques es inspirador. Si bien la dedicación y pasión para cuidar las áreas naturales protegidas es muchas veces a costa de sus vidas, su interés por proteger la naturaleza va más allá de estos temores.
Y la situación puede ser aún más complicada para las mujeres guardabosques. En algunos casos deben dejar a sus hijos durante dos o tres semanas, mientras se enfrentan a la ilegalidad o a desastres como los recientes incendios forestales. En otros casos, simplemente deben vencer los prejuicios y estereotipos para demostrar que pueden cumplir con sus funciones al igual que sus compañeros.
En el Día Internacional del Guardaparques, Mongabay Latam conversó con cuatro mujeres que cumplen esta labor en Bolivia, Colombia, Ecuador y Perú. Ellas hablaron del compromiso que tienen con las áreas protegidas que vigilan, de los retos que se presentan en cada una de estos ecosistemas, de la ilegalidad que enfrentan y la inestabilidad laboral en un trabajo de alto riesgo. Pero también se tomaron un tiempo para hablar de la belleza de los ecosistemas y la biodiversidad que las sorprende y emociona cada día.
Aunque cada historia es distinta, todas tienen dos cosas en común: su pasión por la naturaleza y la convicción de que sin guardaparques no hay conservación.
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Elizabeth Hernández empezó como voluntaria. Su primer acercamiento con un área protegida marina fue con el Parque Nacional Gorgona. «El sueño de un biólogo marino es trabajar en un área protegida. Soy del interior del país, no soy de la costa, pero mi pasión es el mar», cuenta la bióloga, que pasa sus días preocupada por la conservación de los corales y el control de especies invasoras como el pez león.
Lleva casi 20 años dedicada a la conservación del mar. Empezó trabajando en el parque Gorgona, luego dedicó algunos años de su vida al estudio de las ballenas jorobadas en la Fundación Yubarta y cuando tuvo la primera oportunidad, volvió al Gorgona.
Cuenta que también le ha tocado trabajar como guardaparques en el Parque Nacional Natural Corales del Rosario y de San Bernardo, y que ahora lo hace en el Parque Nacional Tayrona.
Para Hernández es un sueño cumplido, pues desde que conoció el Tayrona, un lugar que para ella «solo podía verse en las imágenes de National Geographic», su sueño era ser guardaparques en ese inmenso espacio dedicado a la conservación.
Ahora, pasa sus días dedicada a la protección de los recursos hidrobiólogicos del mar Tayrona, junto a la montaña costera más alta del mundo en la Sierra Nevada de Santa Martha. «Me encargo de coordinar el trabajo de prevención, control y vigilancia de los recursos marinos», comenta.
Hernández es una de las 12 mujeres guardaparques del parque Tayrona, un área protegida que cuenta con 60 guardaparques. «Es complicado ser guardaparque para las mujeres que tienen hijos porque deben dejarlos con otras personas. Ese rol de madre es complejo y lo veo en mis compañeras».
La guardaparques señala que el actual jefe del Parque Nacional Tayrona apoya la contratación de mujeres, principalmente, por el trabajo mediador que hacen con las comunidades locales.
La conservación de los corales y los programas para el control de especies invasoras como el pez león son parte de su trabajo diario en una de las áreas protegidas más visitadas de Colombia.
«Siento que he trabajado en los lugares mas lindos de mi país», dice Hernández ,quien también habla de los riesgos que implica trabajar en la protección de la biodiversidad en un espacio de 15 mil hectáreas terrestres y una extensión similar en el mar.
«Son muchas las presiones: la pesca ilegal, el turismo no regulado, las construcciones no autorizadas dentro del parque», explica Hernández sobre las amenazas que enfrenta el Tayrona.
El plan de manejo ambiental lo trabajan con los cuatro pueblos indígenas de la Sierra Nevada de Santa Martha que son parte del área protegida: los Kankuamo, Kogui, Wiwa y Arhuaco. Señala que se trata de una labor muy diferente a la realizada en Gorgona, lugar que no alberga comunidades dentro.
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Mayra Velasco Cardenas aprendió a enfrentar el fuego en el Parque Nacional de Cotopaxi. «Jamás me imaginé ser bombera forestal», dice Velasco, quien se convirtió en guardaparques después de estudiar ecoturismo.
En el 2020 llevó su primer curso en el Programa Amazonía sin fuego de Ecuador y terminó primera en el grupo, superando a todos los hombres y mujeres que participaban de la capacitación. Este año, en una segunda etapa de este entrenamiento, le tocó liderar a su equipo formado por ocho personas. Cuenta que el aprendizaje le sirvió para enfrentar el incendio que ocurrió en el norte del parque poco después de llevar el curso. «En ese momento se quemaron cuatro hectáreas», comenta.
La guardaparques de 32 años se emociona cuando habla del área natural protegida que vigila. «Es una pasión el cuidado de la biodiversidad, pienso que no le damos la importancia que realmente tiene. Estar con la naturaleza cambió mi vida», reflexiona.
Uno de los recuerdos que más le emociona de su vida en el Cotopaxi es hablar sobre el día que subió hasta la cima del volcán. «Era increíble estar tan alto. Llegué hasta el cráter del Cotopaxi a más de cinco mil metros sobre el nivel del mar. Ver todos los volcanes de Ecuador desde el punto más alto es sobrecogedor».
Velasco también habla de la ilegalidad que enfrenta el parque. Señala que la cacería ilegal es un serio problema, así como el avance de la frontera agrícola.
«Muchas veces nos sentimos en peligro porque los cazadores están armados. Mientras nosotros nos acercamos para informar que no están permitidas las actividades de caza, nos encontramos con personas dedicadas a la cacería llevando sus carabinas. Felizmente, hasta ahora, no nos ha pasado nada», dice Velasco.
Pese a todos estos riesgos, la guardaparques está convencida que vale la pena enfrentar a la ilegalidad «porque se está salvando la fauna».
Esta biodiversidad está representada en el Cotopaxi por los marsupiales que viven dentro del parque. Menciona a especies distintas como las zarigüeyas, roedores y lobos de páramo, entre otros animales, así como a los paisajes de páramo con vegetación que se ha adaptado al clima frío de esta zona reservada. Entre esas plantas está la Cotopaxia asplundii, que crece cerca de la laguna de Limpiopungo.
A Velasco le encantan las gencianas que florecen en Cotopaxi entre junio y agosto con «flores moradas de tonalidades diferentes».
En cuanto a la fauna, el lobo de páramo es la especie que más le gusta. «Hemos tenido el deceso de un lobo de páramo, porque, a pesar de que informamos que no los alimenten, muchas personas no hacen caso».
La situación laboral de los guardaparques en Ecuador también le preocupa, pues sus contratos son temporales, aunque menciona que esta vez firmaron por todo el año, hasta diciembre de 2021. Sin embargo, eso no significa que los puedan despedir en cualquier momento, como ha ocurrido en anteriores ocasiones. «Siempre pensamos que nos dirán gracias y no nos darán tiempo ni para despedirnos», dice Velasco.
Hace seis años, Beatriz Martínez Gonzáles se inició como guardaparques en el Área Nacional de Manejo Integrado El Palmar, en Chuquisaca.
Para ella, El Palmar era su casa, pues nació en Rodeo, una de las nueve comunidades que se encuentran dentro del área protegida. Por eso integrarse al equipo de guardaparques fue un motivo más para sentirse orgullosa de su tierra.
Seis años después de unirse al equipo de guardaparques de Bolivia, sin embargo, le tocó vivir el momento más duro de su vida: perdió a su esposo en plena pandemia por el COVID-19. Ahora sus hijos se quedan con su madre durante los 24 días que debe internarse en el área protegida. «Es complicado equilibrar el trabajo con la familia. Tenemos seis días de descanso al mes y no hay feriados. El guardaparques trabaja las 24 horas».
Es un trabajo complicado —dice Martínez— por los riesgos que se presentan en los recorridos, en lugares con pendientes y precipicios, además de los incendios que deben sofocar.
De los nueve guardaparques que trabajan en El Palmar, dos son mujeres. «Hombres y mujeres tenemos que apagar los incendios», dice Martínez, pero agrega que solo dos de ellos han sido capacitados para enfrentar este tipo de emergencias.
«Estoy orgullosa de ser guardaparques en un lugar con bosques de una palmera endémica», dice Martínez sobre el árbol janchicoco (Parajubaea torallyi), una de las especies que se protegen en El Palmar.
Pero lo que más le asombra de esta área protegida es poder ver a los osos de anteojos. «La primera vez que lo vi, casi todo el día estuve observándolo. Fue emocionante. Estuve vigilando al oso en cada uno de sus movimientos», narra sobre esta emblemática especie que se alimenta de los frutos de los árboles que se protegen en esta zona. «Es mi especie favorita y siempre había querido verlo de cerca. Aquí tuve la oportunidad de hacerlo».
Martinez cuenta que también ha logrado ver a una osa con su cachorro. «Estaba haciendo el monitoreo del caudal de un río y apareció, como a unos 100 metros. Cuando se dio cuenta de que yo estaba ahí se escondió detrás de las palmeras».
A sus 30 años de edad y seis como guardaparques, Martínez dice que en su equipo el apoyo de los hombres es constante, aunque considera que para una mujer muchas veces es complicado hacer los mismos trabajos que hacen ellos. «En El Palmar los guardaparques somos muy unidos».
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Patty Cárdenas lleva 10 años en la Reserva Nacional Tambopata. Fue voluntaria en esta área protegida de Madre de Dios, donde ella nació, hasta que dio el salto de guía de turismo a formar parte del equipo de guardaparques.
«Cuando te enfrentas con taladores y mineros ilegales arriesgas tu vida. Esto es lo más difícil del trabajo», dice Cárdenas sobre el riesgo que significa la ilegalidad en esta área protegida de la Amazonía peruana, donde la minería ilegal ha arrasado con decenas de hectáreas en la zona de amortiguamiento.
Sin embargo, sostiene que estos riesgos se despejan cuando le toca recorrer aquellos lugares a los que nadie llega, espacios muy alejados y donde se puede ver a especies únicas. «Siempre me gustaron los lobos de río, es hermoso verlos en los lagos. Es nuestra especie emblemática en la reserva».
Pero lo que más disfruta la guardaparques es la admiración de su hija de 12 años cuando le cuenta sobre su trabajo o le muestra fotos y videos de lo que hace en Tambopata. «Ver la expresión de asombro en el rostro de mi hija me llena de satisfacción y me motiva a seguir. Sobre todo cuando me dice ‘Yo quiero trabajar como tú’ «.
En Tambopata hay seis mujeres guardaparques en un grupo de alrededor de 40 en toda el área protegida. Y aunque el número aún es reducido con relación a la cantidad de hombres que se dedican a esta actividad, Cárdenas considera que esto podría estar cambiando, pues cada año hay más mujeres voluntarias en Tambopata. «Las última vez que hemos tenido voluntariado o ingreso de guardaparques todas han sido mujeres», dice con orgullo.
Cárdenas no ha sentido el machismo en su profesión, pero sí considera que los primeros meses «es complicado acostumbrarse al trabajo en los puestos de control, sobre todo cuando eres la única mujer. Pero con el tiempo te acostumbras a convivir con ellos», señala.
Recuerda que años atrás, «los compañeros no veían como algo normal que una mujer sea jefa de puesto de control». Sin embargo, asegura que ahora eso ha cambiado.
«Para ser guardaparques lo importante es que te guste la naturaleza, que puedas convivir con ella. Causa gran satisfacción saber que contribuyes con la conservación y que estas cuidando un lugar para los hijos y los nietos. Si es así, cualquier mujer será bienvenida y respetada».
Este es un trabajo de Mongabay Latam. Aquí puedes consultar la publicación original.
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