1 mayo, 2020

El miedo toma caminos extraños. A veces nos genera más reacción no poder comprar jitomates que vivir el pico de contagio de una pandemia global

Twitter: @lydicar

Esta semana, por primera vez percibí una pizca de pánico entre algunos conocidos. Y no se debía a que los días más difíciles de la pandemia estén en puerta. No era eso, o al menos no directamente. El pánico fue por jitomates. En varios mercados de la Ciudad de México, el precio del jitomate se disparó. Los locatarios alegaban desabasto debido, entre otras cosas, a que la Central de Abastos cerró al menos el 60 por ciento de su capacidad.

La central de abastos, esa mini ciudad hecha enteramente de locales y estacionamientos, que parece tan ajena a la clase media chilanga, abastece de alimentos perecederos no sólo a la Ciudad de México, sino a todo el oriente del Valle de México. 

Y no fue sólo el cierre de locales; también, narra la prensa, los productores decidieron ya ni acercarse a la Central. Y es que ésta se convirtió en el principal foco de infección del oriente de la ciudad. Y los productores no quieren llevarse el contagio a sus casas, lejos de hospitales, poniendo en riesgo a su familia. 

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Más que la enfermedad, la escasez de comida fue algo que sí sembró pánico en algunos amigos que, hasta entonces, llevaban con cierta estoicidad la cuarentena. En alguno de los chats incluso alguien dijo: tengan en casa, arroz, frijoles, lentejas, sardinas, café en polvo, leche en polvo, sopa de fideo. 

Y alguien más agregó: tengan listo su maletín de emergencia por si deben llevar a alguien a un hospital: cubrebocas y muda, carilla de plástico y muda, gel antibacterial, paracetamol, termómetro y oxímetro (el oxímetro yo lo agregué tras leer notas y notas sobre los síntomas), muda de ropa y documentos oficiales.

El pánico es algo que se contagia fácil. Incluso más fácil que el coronavirus. Sentí miedo. Revisé la despensa: el número de jitomates. Ocho jitomates, una lechuga, una sandía, latas de atún… unas manzanas de no muy buena calidad. ¿Debería salir corriendo a comprar? ¿Debería salir corriendo con mi cubrebocas obligatorio y gel sanitizante al supermercado, para comprar, comprar y comprar, y de este modo sentir que habrá suficiente comida para el “pico de la pandemia”?

Y la palabra clave fue “sentir”. Yo necesitaba sentir que estaba segura. Sentir que de mí depende si en casa comíamos, y que no depende de la central de abastos. O sentir que yo puedo controlar que nadie de las personas que amo se contagie. Que en mis manos está –no en las manos de nadie más– su seguridad, su bienestar. Mas no es así.

Mandado

En eso llegó un whatssap (sí. Todas las conversaciones ocurren ahora por medio de artefactos electrónicos, lo cual no deja de generar cierta sensación de distopía). Era una vecina, para decirme que unos productores agroecológicos de Xochimilco harían entregas en CDMX el miércoles. Que si quería hacer un pedido.

Enviaron la lista. Lechugas, romero, quelite, verdolagas, cebollitas, hierbas de olor, apio, queso, tortilla blanca, tlacoyos. Una despensa decente. No demasiado cara. El jitomate casi llegaba a los 40 pesos.

El miércoles llegó el marchante. Un hombre de unos cuarentaytantos, con su cubrebocas. Le pregunté cómo les iba con la cuarentena. 

–Están saliendo cosas–, me dijo. Estamos aprovechando esto, para hacer las cosas de manera diferente.  

–¿Cómo diferente?

–Sin tanta globalización. 

Sin intermediarios, pensé. Sí. Están saliendo cosas. Debemos aprovechar.

Lydiette Carrión Soy periodista. Si no lo fuera,me gustaría recorrer bosques reales e imaginarios. Me interesan las historias que cambian a quien las vive y a quien las lee. Autora de “La fosa de agua” (debate 2018).

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