Dónde encontramos la esperanza es cosa de cada uno. Pero albergar y, en lo posible, cultivar la esperanza, además de un deber es un derecho, y como tal habremos de defenderlo y no dejárnoslo arrebatar
@etiennista
En una entrevista a propósito de la cumbre sobre cambio climático COP26 en Glasgow preguntamos a David Satterthwaite, investigador y gran aliado de federaciones de pobres urbanos en África, Asia y América Latina, cómo se sentía respecto a la crisis climática y los esfuerzos para enfrentarla. El también miembro del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés) no dudó en admitir sentirse profundamente pesimista sobre el futuro del mundo. Sin embargo -y recordando las palabras de su mentora, la internacionalista Barbara Ward- expresó que como seres humanos es nuestro deber tener esperanza.
Es importante no confundir esta cosa irrenunciable que es la esperanza con el optimismo, que, si bien puede estar en la naturaleza de algunas personas, es más bien un estado de ánimo que suele ir y venir al ritmo de las circunstancias. Pese a compartir raíces etimológicas con ‘esperar’, albergar esperanza no es un acto pasivo. Así lo pone la escritora Rebecca Solnit: “La esperanza es una alternativa a la certeza tanto del optimista como del pesimista. El optimista piensa que todo estará bien, basta con esperar; el pesimista toma la posición opuesta, pero ambos se excusan de actuar. La esperanza es la creencia de que lo que hacemos importa, a pesar de que no podamos saber de antemano cómo y cuándo, qué y a quién podría afectar.” Gustavo Esteva va más allá sobre este imperativo al advertir que de la posibilidad de recuperar la esperanza como fuerza social depende nada menos que nuestra supervivencia como humanidad, y que ante mayor incertidumbre más importante es albergar y cultivar la esperanza.
Los problemas de México son enormes y de raíces profundas y sería ingenuo pensar que podrían resolverse todos ellos en un par de años, en los que además se sumaron los desafíos y los dolores que trajo la pandemia. Sin embargo, más allá del círculo rojo de la comentocracia e intelectuales afines al viejo régimen, y de ciertos sectores de la sociedad, una mayoría de mexicanos ve que algo distinto está pasando, y aquí los altos niveles de aprobación del gobierno de López Obrador son solo un signo. Claramente hay cosas que ya no suceden y esto marca un antes y un después en el estado de cosas: represión del Estado, censura, saqueo y fraudes electorales. Amplios sectores de la población que antes no fueron considerados se ven representados por el proyecto obradorista y lo apoyan, y entre este respaldo y la incapacidad (hasta ahora) de la oposición de articular un proyecto distinto que no sea volver al pasado, todo indica que la autodenominada Cuarta Transformación seguirá su curso durante la próxima década.
El contundente respaldo al gobierno federal y al de la Ciudad de México, entre otras entidades en que se manifiesta más nítidamente el proyecto obradorista, no significa que no se cometan errores o que deben estar libres de la crítica. Sin embargo, cada vez más personas tienen las herramientas para discernir la naturaleza de las críticas que se exponen en los medios, además de capacidad para elaborar las propias desde lo individual y lo colectivo. En los próximos años serán las críticas genuinas (“no a lo pendejo” como dijo nuestro Antonio Helguera) las más útiles y ojalá las contagiemos también de esperanza. Y es que, volviendo a Rebecca Solnit, así como la esperanza sin pensamiento crítico es ingenuidad, el pensamiento crítico sin esperanza es cinismo.
Un paréntesis (algo amplio):
Me declaro afortunado, pues pertenezco a una comunidad abocada precisamente a mapear lo que denominamos la geografía de la esperanza en México. Se trata del proyecto Albora, que investiga y documenta proyectos e iniciativas que están transformando realidades, así sean a nivel local. La pandemia afectó el ritmo de documentación en campo, pero ya se pueden conocer catorce historias que dan cuenta de experiencias maravillosas, de esas que nutren el alma e inspiran a cualquiera, y vienen otras en camino. Como lo muestra un proceso de evaluación en curso, las historias que producimos están además logrando cosas (a veces insospechadas) en las organizaciones, comunidades y redes que destacamos, y en algunos casos han logrado sensibilizar a autoridades, ampliar perspectivas, y finalmente incidir en el curso de estos procesos sociales. No está de más decir que el grupo es plural y que no comparte siempre los diagnósticos, o parte de ópticas distintas, lo cual no hace más que enriquecer la mirada de todos. Sucede lo mismo con las organizaciones y redes con quienes tejemos una comunidad más amplia. Ahí hay de todo, desde conflicto con y escepticismo hacia este gobierno (o hacia el Estado mismo) hasta aprecio e interlocución. Y es que los procesos que destacamos en Albora son de largo aliento (décadas en la mayoría de los casos), y han logrado lo que han logrado con, sin, o a pesar de las autoridades en turno. Cierro paréntesis.
Iniciamos un nuevo año y solemos dar espacio a la reflexión, a los anhelos y a la expresión de los deseos hacia las demás personas. Están por supuesto quienes solo son capaces de advertir (¿desear?) la catástrofe, que las cosas se pongan peor, o que se limitan a transmitir odio y desprecio. En realidad, estemos donde estemos frente a la política actual, la probabilidad de que 2022 sea en términos generales un buen año es alta, también porque la oposición está obligada a construir algo mucho mejor de lo que hasta ahora hace y ofrece. La sociedad mexicana está indudablemente más politizada y es más consciente de la importancia de lo público y lo colectivo por encima de lo exclusivamente individual, mirada privilegiada culturalmente por el neoliberalismo.
Dónde encontramos la esperanza es cosa de cada uno. Muchas personas la descubren tal vez por primera vez en un gobierno que les representa; otras la encuentran en comunidades y colectivos que desafían la democracia liberal y construyen alternativas al sistema económico depredador e injusto, o a la misma idea de “desarrollo” que subyace tanto al sistema económico como al político. Algunos más la encontramos simultáneamente en esferas distintas, a veces complementarias, otras incluso contradictorias. Lo que sí es que albergar y, en lo posible, cultivar la esperanza, además de un deber es un derecho, y como tal habremos de defenderlo y no dejárnoslo arrebatar.
Profesor de ecología política en University College London. Estudia la producción de la (in)justicia ambiental en América Latina. Cofundador y director de Albora: Geografía de la Esperanza en México.
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