Damián Genovez Tercero ya está en su casa. Un año y medio después de que salió de su casa en Chiapas en busca de una mejor vida en el norte y 11 meses después de ser ejecutado por los militares a los que admiraba, su cuerpo recorrió 2 mil kilómetros de la ruta más peligrosa del país para volver con los suyos. Esta es la crónica de ese viaje
Texto: Daniela Pastrana
Fotos: Isabel Briseño
TAPACHULA, CHIAPAS.- Esta es, sobre todo, una historia de pobreza y abandono. La historia de un muchacho que quiso buscar una mejor vida que la que ofrece este lugar frondoso, dotado de frutas exóticas, pero donde la vida de un trabajador se cotiza en 100 pesos por jornadas de 12 horas en el campo.
El joven, de 18 años, quiso dejar la miseria y se fue a meter a la boca del lobo, allá a donde todos nos bendicen y donde se apela a Dios hasta en las contraseñas del Internet. En ese lugar, a más de 2 mil kilómetros de su casa, fue secuestrado por criminales y asesinado por soldados del Ejército mexicano, a quienes quería imitar. Con él iba su hermano menor, Alejandro, quien fue desaparecido y sigue ausente…
Un año y medio después de que salió para el norte, Damián Genovez Tercero, el güerito que escribía sus canciones entre las milpas, regresó a casa en una caja fúnebre.
Para eso fue necesario que sus padres de crianza aguantaran lluvias y hambre en el Zócalo de la capital del país. Que enfermaran y soportaran la tortura de la burocracia y la indolencia de un gobierno que ha prometido cuidar a los más desprotegidos pero que no quiere ver fallas en sus soldados.
El cuerpo de Damián fue exhumado el miércoles 23 de junio del panteón municipal 2 de Nuevo Laredo, Tamaulipas, y envuelto como un capullo de plástico. Luego cruzó los caminos más peligrosos del país, acompañado de su padre enfermo, dos funcionarios federales que escaparon del encargo tan pronto pudieron, dos empleados de una funeraria que contaban en pesos cada hora de viaje, dos abogados particulares y dos periodistas.
El jueves 24 llegó por fin, de vuelta a casa. Fue sepultado en una tarde de lluvia y lodo, entre moscos, gritos y llantos de rostros sin cubrebocas. Porque en la casa en la que nació, hay problemas más grandes y más viejos que una pandemia…
En el panteón municipal 2 de Nuevo Laredo hay unas 15 mil tumbas. El responsable, arquitecto Donaciano Blanco, nos explica que los mayores entierros son por infartos al corazón, insuficiencia renal, diabetes. Y que tienen, en promedio, 12 entierros a la semana; pero ahora, por algún motivo, han bajado y la semana pasada tuvieron solo tres. Covid ha pegado, él mismo cuenta dos muertos en su familia y en el municipio van 747, pero no llegan aquí porque se creman, además hay otro panteón municipal y dos privados. ¿Y por la violencia? Pues sí hay. Pero no tantos como por las otras enfermedades, dice.
La de Damián Genovez será una “exhumación prematura”, de menos de un año, explica. Lo normal es que las exhumaciones se hagan con cuerpos de más de 7 años en la fosa común. Pero una exhumación prematura es un poco más complicada, porque el cuerpo está todavía más completo. Por eso le pide a RB (el panteonero, que pide no publicar su nombre) que le ayude.
“Él tiene algo en la nariz que no huele, porque el otro se me ha vomitado ahí”, cuenta el encargado del panteón mientras esperamos que lleguen todos los que deben estar: servicios periciales de la fiscalía estatal, personal de la Comisión Ejecutiva Atención a Víctimas (CEAV) y de la Comisión Estatal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (Coepris) y Raúl Tercero Arriola, padre de Damián.
La travesía del padre ha sido larga. Desde hace una semana, cuando se firmó el acuerdo para la exhumación del cuerpo, sus problemas no han parado. Ese mismo día fue a dar al hospital, por unos cálculos renales que tiene que operarse. Estuvo internado dos días y salió para treparse a un camión a Tapachula con su esposa y su tío. “Me decía el doctor que me tenía que operar, pero yo le dije: ‘no puedo, tengo que ir por mi hijo’. Así que le firmé eso que dicen responsiva”.
Desde que llegó a Tapachula estuvo esperando a que la CEAV cumpliera con el acuerdo de asumir los gastos de su traslado. Por teléfono nos decía que no sabía si viajaría lunes o martes a Nuevo Laredo. Pero al mediodía del martes aún no tenía respuesta. Tuvo que conseguir dinero prestado para pagar un avión a la Ciudad de México y de ahí a Monterrey, donde se quedó varado, pues ya no había espacio en los autobuses a Nuevo Laredo hasta las 5 de la mañana.
Así que llega a la cita de la exhumación pasadas las 9 de la mañana, sin dormir y con 10 pesos en la bolsa. Para entonces ya están también dos camionetas blindadas de la Guardia Nacional. Faltan los servicios periciales, pero Donaciano Blanco dice que ya tiene la autorización y que no serán necesarios.
Mientras caminamos a la fosa, el funcionario que viene de CEAV nos dice que manejó ayer de la Ciudad de México a Nuevo Laredo y trata de convencernos de que paremos a dormir en el camino a Tapachula. Más allá de lo macabra que nos parece la idea de dormir en un hotel con el cuerpo exhumado en la habitación de al lado, la propuesta se agota en unos minutos: la funeraria tiene prisa y su tiempo cuesta.
La funeraria Valdez, asentada en Nuevo León, es la misma que le cobró a Raúl Tercero cada día y cada noche que tuvo a su hijo en prenda hasta liquidar una deuda de casi 200 mil pesos. Y que el hombre pagó como pudo, endeudándose por años. De hecho, según los cálculos que han hecho sus abogados, Raúl Tercero ha desembolsado cerca de 600 mil pesos desde julio de 2020, cuando los militares ejecutaron a Damián en un operativo. Eso es lo que le ha costado a este hombre que maneja tráilers la búsqueda de sus hijos y el campamento de casi cinco meses frente al Palacio Nacional.
“Nunca en mi vida he visto ese dinero junto”, dice Raúl Tercero.
En la tumba en la que está Damián aparece primero otro cráneo, de un cuerpo que movieron para poner el cuerpo del joven. Un procedimiento común, dice el sepulturero.
El padre llora cuando el féretro del muchacho se asoma en la fosa. La psicóloga del Centro de Atención Integral de CEAV se le acerca y le pregunta si quiere estar en la parte que viene. Raúl Tercero le dice que sí, y le reclama que no recibió el dinero para venir a esto. “Siempre tenemos que estar respondiendo a las cosas del centro”, dice enfadada la psicóloga, quien viajó desde Monterrey junto con la responsable jurídica del CAI.
El siguiente paso es difícil de narrar: en un descampado que está cerca de la fosa común, los empleados de la funeraria sacan el cuerpo de Damián del féretro abollado, lo colocan sobre tres bidones de gasolina, lo cubren con cal y comienzan a envolverlo. con cinta canela primero, y luego con el Kleen pack.
La imagen es desconcertante y desoladora. Frente a nosotros, el embalaje muestra con toda su crudeza la vida truncada de un joven.
Pero nada nos prepara para lo que viene: Raúl Tercero quiere poner en el nuevo féretro “la ropita” que le entregó la fiscalía y que viene en paquetes individuales. Pero la emoción contenida hace que se le traben las manos y que no pueda abrir los paquetes. Nadie se atreve a acercarse mientras el hombre solloza cada vez más fuerte y le habla al capullo de plástico.
Antes de partir, y mientras la funeraria cambia de camioneta, Raúl Tercero va a su casa de la colonia Hipódromo, la última en la que vivió en esta ciudad. Es una cuartería. Los cinco meses en los que ha estado abandonada hicieron estragos y las ratas se comieron las bolsas de plástico. Lo último que lleva a la troca va envuelto en una cobija.
El hombre empaca apresurado. Nos muestra cada cosa que compró para que sus hijos estuvieran cómodos en esta ciudad, a la que su esposa Evelyn ya no quiso volver nunca más. Queda en el cuarto un sueño roto y las fotos de los dos hijos que ya no están.
Antes de salir, Raúl Tercero nos advierte: habrá pocas paradas. La funeraria quiere llegar a Tapachula en 24 horas.
Las camionetas artilladas de la Guardia Nacional que estuvieron en el cementerio se reducen a una patrulla. De último momento, las representantes del CAI avisan que solo está autorizado que viaje él en el vehículo de CEAV y que no podemos ir las periodistas, como había previsto. Evaluamos opciones y decidimos viajar en la troca que los abogados particulares ponen a disposición siempre y cuando los gastos corran por cuenta de Pie de Página.
Salimos de Nuevo Laredo en cuatro vehículos: la unidad de la Guardia Nacional, la camioneta de la funeraria, el carro de CEAV que lleva a Raúl Tercero y la troca de los abogados, donde vamos nosotras. En las siguientes horas, nos quedarán claras dos cosas: la funeraria manda (es la que determina la ruta y la única que le interesa a la patrulla de la Guardia) y tiene mucha prisa. No bajará el paso, aunque deje en el camino al carro de la CEAV en el que va el padre que hizo todo para llegar a Nuevo Laredo.
Cruzamos Nuevo León y Tamaulipas. Poco después de la medianoche entramos a Veracruz, por el cruce de Tampico. Raúl Tercero conoce bien estos caminos y está enfadado por la ruta que seguimos. Es la más corta, sí. Pero también la de mayores riesgos.
Sus sospechas se confirman después de las 4 de la mañana. Pasando Nautla, la estafeta de la Guardia Nacional decide no seguir. Explican a Tercero que el tramo que viene es un lugar peligroso donde ya los han baleado. Los cuidadores nos abandonan durante 90 minutos, en el lugar donde más necesitamos que nos cuiden: es una carretera oscura y llena de baches, que termina por ponchar la llanta y doblar el rin del carro de CEAV. Lo bueno es que hay luna llena.
A las 6 de la mañana paramos en una gasolinera para esperar que llegue la siguiente estafeta de la Guardia (o al menos que amanezca). Raúl Tercero nos platica lo duro que es el trabajo de trailero y en la conversación se perfila un nuevo reportaje sobre explotación laboral. De pronto, saca de su mochila un estuche cuadrado, como lonchera, lleno de medicinas para el dolor. “Cuando me da muy fuerte, me tengo que inyectar. Me inyecto yo solo. Ya me acostumbré”, dice.
Veintiocho horas después de que dejamos Nuevo Laredo entramos a Tapachula. No puedo dejar de pensar que recorrimos más de 2 mil kilómetros en el camino a la inversa de miles de migrantes. Y que si nosotros estamos cansados, al menos no vamos encerrados en una caja de tráiler.
En Tapachula llueve, con esa lluvia pertinaz que le caracteriza a esta región. Hace dos horas que Evelyn, la esposa de Raúl Tercero, nos habla para preguntar por dónde venimos porque ya está toda la familia esperando. Y si, en un techito afuera de la casa del Ejido Álvaro Obregón, esperan Gloria, la abuela; Silvia, la madre biológica; Evelyn, la madre de crianza. Las hermanas. Las primas. El llanto por el regreso del güerito no puede ser más desgarrador.
La familia se encamina al panteón de la colonia sorteando lluvias y lodo. En algún momento afuera de la casa, la Guardia Nacional y la funeraria se esfuman sin despedirse. Al cementerio sólo llegan los funcionarios de la CEAV, que se retiran discretamente en cuanto ven llegar a las dos representantes del CAI Tapachula. Ellas son las únicas representantes del gobierno que quedan en el entierro de Damián.
Es una sensación extraña. Hace unas horas, en el otro panteón, Raúl Tercero estaba rodeado de funcionarios desconocidos, conteniendo el llanto con su cubrebocas y mirando cómo otros extraños sacaban de la tierra el cuerpo de su hijo. Aquí, en cambio, sólo está su familia, las únicas que usan cubrebocas son las dos trabajadoras del CAI, y Raúl Tercero devuelve a la tierra el cuerpo de su hijo con sus propias manos.
Los gritos aturden. Las cuerdas con las que bajan el féretro se atoran por unos minutos desesperantes. Una de las hermanas de Damián se pone mal. También la abuela. Los mosquitos no dejan de picotearnos y la lluvia no para.
Es increíble pensar esta escena en este lugar frondoso, tan verde, donde las frutas se recogen en el suelo. Donde hay mangos-piña que saben a piña y mangos-plátano que saben a plátano, lichis gigantes llamadas rambutanes y guayas, una especia de minilimones dulces que saben a una mezcla de capulines y ciruelas.
“Mis nietos se fueron porque aquí, aunque tenemos todo esto, no había nada para ellos”, dice Gloria, la abuela.
“Ellos iban contentos a su nueva vida. Los fuimos a embarcar a la Corona y ya se iban a pasear y a trabajar. Nunca nos imaginamos que eso iba a pasar (…) Si hubiera trabajo no habrían salido de nuestra colonia. Aquí hay todo, fruta, hay todo, pero pues un puesto fijo pues no hay… Si hubiera, yo digo, una fábrica o algo, a donde los jóvenes fueran a trabajar, no salieran, pero aquí no hay, por eso sucedió así, (quisieron) irse para adelante, para hacer otra vida”.
Las mujeres agradecen que hayamos acompañado el camino de su hijo y su nieto. Pienso que si esta fuera una familia rica, habría una cobertura en vivo de muchos medios, con teléfonos satelitales.
Pero aquí no hay otros medios. Porque ésta es, ante todo, una historia de pobreza y abandono.
Damián Genovez Tercero y Alejandro Tercero Meza no eran hermanos, sino primos. Cuando el padre de Damián murió, casi 10 años, su madre, Silvia, lo dejó a cargo de su hermano Raúl. Ella estaba enferma y pensaba que iba a morir.
“Cuídamelo como si fuera tuyo”, le dijo.
“Cómo no lo voy a hacer —respondió su hermano— Es como si yo te encargara un hijo mío´”.
Raúl Tercero y Evelyn Meza tuvieron 4 hijos (dos hombres y dos mujeres) y adoptaron a Damián como propio. Evelyn, a su vez, cuenta que dejó a su hijo Alejandro con su suegra cuando tuvo que irse a trabajar.
“Aquí todos nos cuidamos. Sus hijos son como mis hijos y mis hijos son como sus hijos”, dice Evelyn.
Gloria, la abuela, cuenta que tiene tres bisnietas y siete nietos. “Tenía nueve”, acota. “Me siento triste porque yo así les daba de comer, mientras que su mamá iba a vender. Yo los crié juntos”.
Hablamos de las ausencias. De lo importante que ha sido para toda la familia que Damián regresara a su casa, a ser enterrado con junto a su padre y a su abuelo.
“No importa, aunque sea el cuerpo. Pero tenerlo aquí, donde puedo irlo a ver, hablarle, porque para mi siento que no está muerto, licenciada. Yo quiero mucho a mis nietos”.
Después del entierro, la familia nos invita a comer. Las mujeres organizan la comida mientras las niñas revolotean alrededor de la cámara de fotos.
Gloria piensa que la admiración de Damián por los militares y su interés por entrar a la Guardia Nacional inició por su abuelo, Antonio Tercero, quien durante muchos años fue agente de la policía. “Mi esposo era analfabeta, pero no era tonto. Trabajaba la milpa, pero me decía: ‘aquí no lo vamos a hacer’. Por eso se apuntó a la seguridad pública”, dice.
Silvia, la madre, jura que Damián fue un chico que nunca dio problemas. “Sólo escribía y escribía, siempre con su lápiz y su libreta”, cuenta desconsolada.
Damián escribía canciones. La madre nos muestra sus cuadernos, que coloca en un altar junto con su micrófono, audífonos y lápices. Ahí, con letra infantil, están escritas decenas de letras a lápiz. Casi todas de amor y desamor.
Por esta aventura de este amor prohibido / Que me mandó cupido un viernes inesperado / Con el amor que me brinda / Pude curar las fracturas de una vieja pasión
Esta escrito, ya está en la libreta / De puras historias. Pobre el vato quiso ponerse / De enamorado con la morra que conocí / Ella misma me dijo que conmigo quería pecar
—¿Cómo se siente, Don Raúl?
— Más tranquilo, porque ya está aquí mi muchacho.
El hombre repite lo que nos ha dicho varias veces en el camino: “Yo me lo llevé y yo lo tenía que traer de vuelta”.
Dejamos a la familia con la promesa de estar pendientes de los avances de la investigación sobre de Alejandro, su hijo menor, que sigue desaparecido. Las autoridades han ofrecido tener reuniones cada día 30. El pensamiento devuelve las sombras al rostro de Raúl Tercero, mientras nos cuenta que en unos días regresará a Nuevo Laredo a entregar las llaves y el teléfono de la empresa en la que trabajaba, y que ya lo dio de baja.
“Ahora mi ocupación va a estar en seguir buscando a mi otro muchacho. Que me lo devuelvan como sea, pero que me lo devuelvan. Aunque deje ahí la vida, no voy a parar hasta que vuelva a su casa”.
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