Una parte del periodismo mexicano padece una crisis de identidad. Atados a su origen cercano al poder, muchos medios han extraviado la brújula y chapotean en la grilla política en busca de una alternativa de sobrevivencia. No se ve que intenten lo básico: ejercer el periodismo
@anajarnajar
La pifia más reciente empezó con un tuit. El 5 de diciembre el comunicador Joaquín López Dóriga publicó un mensaje en Twitter para comentar un video que difundió el Gobierno de México.
“Subieron a @lopezobrador_ en un simulador. Y lo dio como real. Así la #4T”.
El bachiller –nunca terminó la carrera universitaria de Derecho– se refería al recorrido en tren que hizo el presidente Andrés Manuel López Obrador hacia las obras del Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles (AIFA).
Fue parte de una gira de trabajo por Ciudad de México. En el viaje le acompañó su esposa, la jefa de Gobierno y algunos otros miembros de su gabinete.
Según López Dóriga el recorrido fue falso porque en el video no se registraba movimiento del vagón.
Casi de inmediato, como sucede desde hace más de tres años con las campañas de odio contra el presidente, el tuit del controvertido personaje fue repetido por decenas de usuarios.
También aparecieron mensajes de otros adversarios de López Obrador, como el impresentable sujeto apellidado Calderón Hinojosa quien exigió que se desmintiera lo que llamó fake news.
El tema fue uno de los más vistos en redes sociales de internet. A lo largo de aquel domingo abundaron las teorías sobre el viaje presidencial:
Algunos afirmaron que en las ventanas del vagón se proyectó un video. Otros juraron que no existe un tren que comunique a la capital del país con Santa Lucía, donde se encuentra el AIF.
Y otros sentenciaron que todo fue elaborado en un estudio cinematográfico, efectos especiales incluidos.
La polémica amainó al día siguiente cuando en la conferencia de prensa matutina en Palacio Nacional se aclaró que el viaje sí ocurrió. Es más, se recordó que desde hace décadas existen vías para los trenes de carga que cruzan por la zona del Aeropuerto.
Son los mismos rieles que utilizó la comitiva presidencial para el viaje.
A pesar del desmentido ni el comunicador, el impresentable Calderón ni quienes los acompañaron en la campaña sucia se retractaron.
Ni uno de ellos retiró sus mensajes en Twitter. Tampoco hubo una explicación de los diarios y noticieros que repitieron la especie.
El tema podría haberse limitado a una nueva exhibición vergonzosa de los adversarios del presidente, si no fuera porque en los mismos días se divulgaron en los diarios El Universal y Reforma dos historias sobre presuntas irregularidades en el patrimonio del fiscal Alejandro Gertz Manero, y exdirector de la Unidad de Inteligencia Financiera, Santiago Nieto Castillo.
Versiones similares se publicaron casi al mismo tiempo en algunos medios y columnas políticas.
Los textos se presentaron como reportajes o revelaciones exclusivas, pero en realidad se trató de filtraciones. La redacción fue casi la misma, los señalamientos parecidos y el propósito central fue idéntico:
Crear la narrativa de que es falsa una de las banderas centrales del Gobierno Federal, el combate a la corrupción.
Y al mismo tiempo sembrar la idea de que la 4T es igual a los movimientos políticos del pasado.
En el debate por las publicaciones pocos tomaron en cuenta que, en el fondo, hay pocas novedades. Las historias sobre la riqueza de Gertz Manero son viejas.
Las críticas por la relación con sus familiares se han publicado varias veces, lo mismo que su gusto por la vida lujosa.
En el caso de Santiago Nieto tampoco son nuevos los datos sobre sus propiedades, ni mucho menos es reciente la versión de sus diferencias con el Fiscal general.
Más allá de la controversia por el tren volador (como aseguró algún tuitero) y el enfrentamiento entre el fiscal y el exdirector de la UIF, el reciente escándalo revela la necesidad de abordar un tema pospuesto desde hace varios años, y que se intensificó a partir de 2018:
La crisis que padece el periodismo en México. Un problema vinculado al origen de la prensa como ahora la conocemos.
Desde el siglo pasado el ejercicio periodístico ha estado ligado al poder político, primero, y al económico en tiempos recientes.
No es un asunto sólo de publicidad o subvenciones clandestinas, sino en la línea editorial que seguía la mayor parte de los medios.
A lo largo de décadas el contenido era fundamentalmente el que interesaba a las élites políticas.
Muchas veces las primeras planas de los diarios o los espacios destacados en noticieros servían como correos para intercambiar mensajes entre los distintos actores.
La costumbre era muy notoria cada cinco años, en los meses que se elegía a El Tapado, como se llamaba al candidato del gobernante Partido Revolucionario Institucional (PRI).
También eran claros los momentos en que se repartía dinero. Para conocer al mecenas sólo bastaba con leer las columnas políticas, o el titular principal de algún medio.
El resto del país virtualmente no existía en esos espacios. Las comunidades rurales o indígenas eran invisibles; muy pocas veces se publicaban asuntos sobre conflictos agrarios, abusos de caciques o huelgas disueltas a golpes.
Por supuesto que nada se sabía sobre despojos de tierras o el desplazamiento por mineras o compañías hoteleras.
El espacio mediático, y con ello el debate político, estaba permeado por la añeja costumbre de que el que paga manda. Hasta 2018, cuando el escenario cambió dramáticamente.
Durante el período de transición el entonces presidente electo López Obrador advirtió que cambiaría la relación del Gobierno Federal con los medios.
Una de las primeras acciones fue suspender la entrega de recursos fiscales, que durante la administración de Enrique Peña Nieto superó los 60 mil millones de pesos según datos de la organización Artículo 19
Desde el primer año del nuevo gobierno el presupuesto para publicidad oficial se redujo drásticamente. Muy pocos medios conservaron el subsidio.
Al parejo con el recorte presupuestal se intensificó la campaña que la mayoría de los medios inició contra el político tabasqueño desde la contienda presidencial.
Pero la oleada de críticas -que se intensificó en los últimos meses- no se explica sólo por la sequía de dinero.
En los últimos dos años ha sido frecuente encontrar historias publicadas con datos falsos, manipulados o francamente con mentiras.
Muchas veces ocupan espacios destacados en los medios. Los textos o piezas de radio y televisión suelen repetirse profusamente en las redes sociales.
La divulgación suele hacerse de forma coordinada. Las publicaciones se mantienen a pesar de ser desmentidas. Un ejemplo fue el incidente con el viaje por tren del presidente López Obrador.
Parece claro que algunos medios han elegido el camino de la abierta oposición política. Pero hay algo más.
Por el origen mismo de estos espacios informativos, y la costumbre de concentrarse en la información de las élites política y empresarial, el escenario del país a partir de 2018 parece haberles pillado fuera de lugar.
Es sencillo: estos medios no saben hacer periodismo fuera del esquema tradicional. No conocen la realidad del país ni tampoco es seguro que les interesa.
Tampoco han desarrollado herramientas para investigaciones a profundidad. Ante la confrontación con el poder, y la ausencia del financiamiento que recibían, entienden que deben ser críticos.
Pero no atinan a encontrar elementos duros, temas concretos para cuestionar a la 4T más allá de lo que saben hacer: especular, opinar, hacer análisis con pocos datos o información sesgada.
Su histórica desconexión con el país de a pie les impide documentar, por ejemplo, el daño que provocan los megaproyectos oficiales en decenas de comunidades y pueblos originarios.
Algunos abordan el tema, pero sin contexto en el mejor de los casos, o mezclado con declaraciones y opinión sobre lo maligno que es el proyecto presidencial.
Hay una evidente incapacidad para dar cuenta, por ejemplo, del polémico efecto a largo plazo del creciente poderío político y económico a las fuerzas armadas en este sexenio.
O la decadencia social de un país donde al menos dos generaciones de mexicanos han crecido en un entorno de violencia.
Son temas que por supuesto se difunden en esfuerzos periodísticos como Pie de Página. Pero están claramente ausentes de los medios convencionales.
Tal incapacidad -o decisión- para no contar la realidad del país refleja una profunda crisis de una parte del periodismo mexicano.
Y quizá es momento de hacer un alto, reflexionar sobre el papel que han tenido esos medios y hacia dónde se pretenden encaminarse.
No es sólo un asunto de sobrevivencia de esos espacios informativos y fuentes de empleo, sino de la necesidad de acompañar el cambio en proceso que existe en el país.
La otra opción es permanecer en el nicho de odio y creciente degradación en que chapotean.
Productor para México y Centroamérica de la cadena británica BBC World Service.
Periodista especializado en cobertura de temas sociales como narcotráfico, migración y trata de personas. Editor de En el Camino y presidente de la Red de Periodistas de a Pie.
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