27 junio, 2022
Todo comenzó como una travesura de unos niños que querían tener un lugar para jugar futbol. Varios años después sostienen, en su tiempo libre, un parque, un refugio, un semillero de vida en Xochimilco
Texto y fotos: Daniela Rea
CIUDAD DE MÉXICO.- Este par de jóvenes nacieron en el año de 1993 y crecieron en una estrecha calle del barrio Santa María Nativitas en Xochimilco. Como todos los niños de todas las calles de todas las ciudades del mundo, sólo querían jugar. Así que Daniel Vázquez y Diego López, ahora dos muchachos cercanos a los 30, jugaban.
Pateaban la pelota y la volaban al otro lado de la barda de lo que entonces era una especie de invernadero del gobierno del Distrito Federal. Ahí se producían semillas y árboles para replantar en otros parques y camellones del país. Así se conocía este lugar, como el Semillero Zacapan.
Los niños, para recuperar sus pelotas de futbol, saltaban o cruzaban la barda a través de un orificio en la reja. Los trabajadores del semillero les reclamaban tanto volar pelotas como meterse sin permiso. A esa se sumaron otras aventuras, ya no sólo era brincar el muro para recuperar las pelotas, sino para espantar a los trabajadores. Niños siendo niños.
Para entonces ya estábamos en el nuevo milenio y los niños tenían unos 10, 12 años. Por esas fechas el gobierno decidió cerrar el semillero y el lugar quedó abandonado. Así que Daniel y Diego comenzaron a jugar futbol en ese espacio recién desocupado.
El espacio mide unos 500 metros cuadrados y a su vez está repartido en unos 4 espacios. Uno es una explanada amplia rodeada de ahuehuetes con pasto en época de lluvias y tierra en época de secas, donde juegan futbol o béisbol o cualquier otra cosa que se les ocurra a los usuarios; otra parte es un espacio con aparatos de ejercicio y una mini pista de unos 100 metros que construyó el gobierno de la Ciudad de México a inicios del 2020; el otro espacio es una zona sembrada por árboles de todo tipo: frutales, coníferas, maíz, flores, árboles y semillas que les han donado y que ellos cuidan por igual, no importa si son endémicos o no; si conviven entre ellos o no; el cuarto espacio es una pequeña explanada de adoquín donde se encuentra abandonada una casa de bombas de la época porfiriana hecha de ladrillo, vitrales y techos amplios.
Todo este espacio está cruzado por una especie de calle que se conoce como el “sendero de los patos”; sirve para conectar el corazón de Nativitas con la zona económica de la chinampa y con las principales vialidades de Xochimilco, que a su vez lo conectan con el resto de la ciudad. Por eso este espacio siempre tiene vida. No sólo es un parque, sino un sendero seguro para cruzar a cualquier hora del día, ya sea a pie, en bici o hasta en caballo.
Llegamos a este lugar en busca de refugios en medio de espacios de expulsión, como lo son las ciudades. Gabriel Gatti, sociólogo de la Universidad del País Vasco, dirige un proyecto que busca encontrar no sólo estos espacios en sus diversas modalidades, sino sus significados; es decir, los significados que la gente construye para ellos. Preguntó por algunos, recordé la nota publicada por Pablo Ferri sobre este lugar y le pedí ayuda para contactar a Diego y Daniel. Unos días después estábamos aquí.
Daniel y Diego nos recibieron y se presentaron: el primero es estudiante de sociología, el segundo de agronomía. Ambos están en los últimos años de la carrera o de la tesis. Ahora están más metidos en el cuidado del territorio, en la organización política comunitaria; en la protección del agua, de las áreas verdes en medio de la presión constante de construir y lucrar con el territorio. Aún les gusta jugar futbol.
Después de que el gobierno abandonó el semillero éste comenzó a ser usado de varias formas: los niños que entraban a jugar futbol; las personas en situación de calle que llegaban a instalarse ahí; algunos consumidores de droga. El espacio público abandonado entró en disputa, ¿quién tenía derecho a él?
“Éramos envidiosos, no queríamos que estuvieran los otros en ese espacio, corríamos a los otros chicos de la zona que llegaban a jugar futbol”, dice aún con pena y jiribilla David.
Motivados por el deseo de que se fueran las personas en situación de calle, los vecinos limpiaron los escombros, la basura que se fue acumulando en el lugar. Con el tiempo Daniel y David reflexionaron que no tenían derecho a apropiarse del lugar, que finalmente es de todos.
Y así es ahora: un espacio abierto a quien quiera cruzar y detenerse en él.
El día que visitamos el Semillero, a inicios de junio del 2022, por ejemplo, una persona en situación de calle pasó y se quedó a descansar con sus bultos de ropa y cobijas dentro del lugar. Nadie lo molesta ni lo corre, al contrario, lo saludan. Hoy en día este lugar lo usan los vecinos de distintos lugares de la zona. Vienen a ejercitarse, a jugar futbol, a pasear con los niños y los perros, a ensayar la banda de guerra, a echar novio, a pasar por aquí simplemente para descansar del ruido de la ciudad, aquí entre los ahuhehuetes y el canto de los pájaros.
El gobierno local y de la Ciudad de México les ha propuesto -a lo largo de distintas administraciones- construir un hospital (necesario), un mercado (necesario), un centro cultural llamado Pilares (necesario). Pero ellos insisten que no. Que quieren este lugar, con sus árboles y sus pájaros y su posibilidad de refugio.
—¿Por qué, aunque les ofrecen cosas que podrían ser útiles, necesarias en el desarrollo social, de una comunidad, dicen No para mantener este parque, este lugar? –le preguntamos a Diego y a Daniel.
—Mira a tu alrededor y responde tú misma. Donde voltees a ver hay historia y hay vida- me responde Diego.
Por eso los vecinos quieren cuidar este lugar que llaman semillero, aunque sean hostigados por autoridades que insisten en ocupar el lugar.
Cada sábado se reúnen a hacer faena, ya sea limpiar, sembrar, deshierbar. Se organizan con otros colectivos que les donan semillas para sembrar árboles. Reciben otras luchas sociales del país, como la vez que recibieron a “Los pueblos unidos por la vida”, del municipio de Juan Bonilla, en Puebla, que luchan contra el despojo de agua por parte de la empresa Bonafont.
“Así este lugar pasó de ser un semillero de semillas a un semillero de vida, de organización”, dice Andrés Castillo, un antropólogo y otro de los compañeros que cuidan el lugar, junto con la maestra Elvia Solares.
“Vida no sólo de salvar la vida por la vida, árboles por los árboles, sino relación de la naturaleza con la comunidad”, reflexionan juntos Daniel el sociólogo y Diego el agrónomo.
Quieren un parque, un espacio de silencio, de encuentro, de estar, de naturaleza, un lugar donde los árboles sigan vivos y creciendo. Porque defender este lugar es, implica, significa defender un lugar pero también defender que una comunidad se organice y decida. Defender su palabra.
Reportera. Autora del libro “Nadie les pidió perdón”; y coautora del libro La Tropa. Por qué mata un soldado”. Dirigió el documental “No sucumbió la eternidad”. Escribe sobre el impacto social de la violencia y los cuidados. Quería ser marinera.
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