Mucho ha ocurrido en los medios de comunicación desde 2018 y está cambiando la relación de amplios sectores sociales con los medios tradicionales. Desde allí, lejos de ayudarnos a entender al país ante cada suceso parece que lo que se busca es confundirnos.
Etienne von Bertrab
El desafortunado suceso entre López Obrador y Carmen Aristegui avivó las discusiones sobre los medios de comunicación y la libertad de expresión. Esto en un contexto en el que no paran los asesinatos de periodistas y comunicadores: justo anoche mataron en Oaxaca al periodista istmeño Heber López Vásquez, convirtiéndose en el sexto comunicador asesinado en lo poco que ha transcurrido de 2022. Las muertes, los ataques, y el riesgo que cotidianamente enfrentan periodistas de a pie en todo el país no es algo que ninguna persona de buena fe deba tomar a la ligera. En los medios, sin embargo, la consternación parece estarse juntando con otro tipo de emociones, prejuicios y animadversión hacia este gobierno, lo cual entorpece un análisis serio y productivo de los distintos fenómenos que ocurren en simultáneo.
Esta convergencia entre un suceso y algo que continúa ha resultado demasiado tentadora incluso para analistas y comunicadores de larga trayectoria. Gabriela Warkentin, en W Radio, no dudó en sugerir un vínculo entre “el arremeter de AMLO” hacia Aristegui y otros periodistas y medios y el asesinato de periodistas. También menciona que se están “acallando medios”, lo cual, si se refiere a intervención del gobierno federal, no parece tener asidero en la realidad. Diego Petersen en El Informador, por su parte, en su columna del 4 de febrero, reprueba lo que llama ataques cotidianos al ejercicio periodístico y sugiere que lo que hace el presidente es “poner en riesgo a los periodistas más desprotegidos”, conclusión que tampoco parece partir de un diagnóstico serio. Warkentin cierra su opinión radial con esta alerta: “El presidente está abriendo las puertas para que alguien por ahí sienta que tiene permiso de atacar y de callar… Ojalá lo entienda el presidente antes de que sea demasiado tarde”.
Las anteriores son solo una muestra de tantas opiniones por el estilo que se vierten en medios y cuya narrativa se seguirá alimentando (me detengo en ellas pues conozco y aprecio a ambos periodistas y considero que podemos discutir abiertamente los disensos). No pretendo hablar del riesgo del periodismo pues es un asunto demasiado serio y porque no formo parte del gremio. Para mí, el problema es que este tipo de narrativas hacen que se pierda el foco sobre cosas que a todos resulta claro: por más que se estén tratando algunas de las causas de la violencia esta no cesa en gran parte del país; demasiado poco se ha hecho para reducir la impunidad y hoy por hoy cualquier persona mata o manda matar a otra que le estorba -ya sea periodista, defensor ambiental, de derechos humanos o pareja emancipada. Por supuesto que el Estado mexicano debe ser capaz de defender a los periodistas y esto es una de tantas agendas irresueltas. Corresponde al gremio seguir deliberando, movilizándose y presionar, ojalá acompañados de la ciudadanía, algo que hasta ahora tristemente no ocurre.
Por otro lado -y esto puede tener que ver con la limitada empatía con ‘los medios’, la narrativa centrada en AMLO y las conferencias matutinas deja intocados a los dueños de medios de comunicación, como si no tuvieran nada que ver y, sobre todo, nada por hacer. Un informe de la organización Reporteros Sin Fronteras en colaboración con el Centro Nacional de Comunicación Social (Cencos), publicado en 2018 (no aparece fechado, pero hasta allí llega su actualización de eventos), revela no solo la injusticia sino lo problemático que resulta la precariedad laboral para los reporteros. El texto señala: “Pese a que en México el sector de medios y entretenimiento crece a un ritmo más acelerado que la economía nacional, la disparidad entre una industria vigorosa y las precarias condiciones laborales es descarada. La brecha entre lo que perciben los millonarios dueños de los medios y la mayoría de los empobrecidos reporteros que dan forma a los medios es abismal: los primeros, millonarios y sentados a la derecha del poder; los segundos, pobres y luchando mejores por condiciones de seguridad para no ser las siguientes víctimas letales.”
Y es que aquí es donde la defensa de los medios de comunicación (así en genérico) es demasiado ambigua y, si no se tiene cuidado, es también truculenta. El trabajo de Reporteros Sin Fronteras pone foco en la propiedad de los medios, de ahí el nombre de la metodología (Media Ownership Monitor) con que estudian la situación del derecho a la información en distintas partes del mundo. El reporte destaca que en México apenas once familias controlan más de la mitad (24 de 42) de los medios más importantes y con las mayores audiencias, y que además, reciben la mitad del presupuesto de publicidad oficial (recordemos la fecha del reporte). Continúa el documento: “6 de 8 televisoras, 6 de 11 radiodifusoras, 6 de 13 sitios online y 6 de 10 periódicos impresos forman parte de corporativos que forjaron sus fortunas el siglo pasado. Más de la mitad de los canales de televisión, programas de radio y diarios impresos reproducen los enfoques noticiosos de élites ligadas tradicionalmente al poder político…”. De manera que es difícil establecer siquiera que los intereses de los dueños de medios de comunicación tienen que ver con los de la ciudadanía, algo que algunos medios ni siquiera ocultan. En el caso de El Universal, uno de los medios destacados en el reporte, además de su cercanía al poder político otrora oficialista (el del PRI), forma parte del Grupo Diarios de América (GDA), que sin empacho presume su elitismo: “GDA es un consorcio exclusivo integrado por los once periódicos independientes (¿?) con más influencia en Latinoamérica. Cada uno de nuestros diarios juega un papel clave al informar e influir en la opinión pública en sus respectivos mercados. Sus lectores son individuos altamente educados, con recursos financieros y alto poder de decisión.” Su presentación continúa: “Treinta años de experiencia y credibilidad han llevado al Grupo de Diarios América a ser considerado como el recurso más poderoso de comunicación en América Latina.”
Que los medios constituyen en sí mismos un poder y que lo ejercen en el curso de las sociedades no es novedad. Tampoco lo es el hecho de que son, salvo aquellos proyectos colectivos verdaderamente independientes de los poderes político y económico (entre otros), fundamentalmente un negocio. Las implicaciones de ello nos las advirtió Ryszard Kapuscinski: “Cuando se descubrió que la información era un negocio, la verdad dejó de ser importante.” Y, aunque no es una situación exclusiva de nuestro país, lo que ocurre con los medios masivos tradicionales está vulnerando seriamente nuestro derecho a estar informados. Así lo concluye el trabajo de Reporteros Sin Fronteras: “…De esta manera, la sociedad mexicana se ve afectada negativamente en su derecho a recibir información diversa y confiable, lo cual va en detrimento del fortalecimiento del pensamiento propio, libre e independiente –características inherentes a las naciones democráticas.”
En mi lectura muy personal, cada vez más gente está cansada de este estado de cosas y alza su voz. Pero, como lo precisa el monero Rapé, el reclamo no es a la tropa sino a los dueños de los medios de comunicación, con sus líneas editoriales ajenas al interés amplio de la sociedad y sus prácticas nocivas. Ya no nos tragamos tan fácilmente las mentiras y las manipulaciones y existe un aprecio creciente por canales alternativos para estar informados. Aquí, cada uno tiene sus preferencias y periodistas de confianza. No soy partidario de campañas en contra de ningún espacio que hace un esfuerzo auténtico por informar a sus audiencias, pese a cometer errores.
Hablando de errores, pienso que el presidente se equivocó al pretender borrar con esas frases la trayectoria de Carmen Aristegui, a quien poco conozco, pero mucho aprecio. Pienso que ella también se equivocó al sumarse para ampliar el alcance de los reportajes por todos conocidos y que ningún periodista serio reconoce como bien sustentados ni los conciben fuera del golpeteo de la oposición que recurre a ello para volver al poder. También me parece que perdió tristemente a una parte de su audiencia desde hace tiempo, no menos por sus mesas de análisis cuyo equilibrio pende del hilo que sostienen dos personas dentro de un mar de oposición y con demasiada frecuencia, de rabia irracional. Lo que es inevitable es el hecho de que cometemos errores, y cada uno deberá hacerse cargo de los propios.
Insistiría, más que atacar a quienes consideramos se han equivocado apoyemos a los medios que consideramos independientes, equilibrados, o valiosos por las cualidades que sea que apreciamos, y tampoco nos confundamos de enemigos, como lo hizo López Obrador cual león herido (como lo puso Alejandro Páez Varela) con Carmen Aristegui.
Profesor de ecología política en University College London. Estudia la producción de la (in)justicia ambiental en América Latina. Cofundador y director de Albora: Geografía de la Esperanza en México.
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