Con la llegada de las dictaduras y los regímenes autoritarios del Cono Sur, los intelectuales de izquierda se configuraron dentro de un nuevo órden. El socialismo adoptó ideas del liberalismo político para sobrevivir dentro de la nueva hegemonía política
Por José Ignacio De Alba / @ignaciodelaba
Después de los golpes de estado y los regímenes autoritarios del Cono Sur, la izquierda se “adaptó” a una nueva circunstancia política. El proyecto socialista y sus intelectuales tuvieron que hacer un trabajo de introspección y adaptación, después de la “derrota”.
Adoptaron ideas de Antonio Gramsci, quien reflexiona a la izquierda desde una posición de “fracaso”; él mismo escribió desde la cárcel después de luchar contra el facisimo en Italia. Encontraron en este marxista una referencia para realizar una transformación moral e intelectual.
Pero no solo la izquierda encontró en la democracia un horizonte posible. En la década de los 80, los intelectuales, en general, lograron hacer una valoración mucho más fría sobre las teorías previas a los regímenes militares. Además, se vislumbró una tercera vía, que buscó apartarse del mundo bipolar.
Dentro de esta valoración, se desmitifica la imagen del régimen soviético y se revisa la crisis teórica del marxismo. Aunque también las ideas de corte desarrollista que empujaron los regímenes militares fueron puestas en tela de juicio. Se buscaron nuevos principios para resignificar el mundo.
La búsqueda de un cambio político ya no se instrumenta por medio de la revolución; ahora, la democracia liberal se convierte en el máxime de la política. Un concepto con el que se busca, también, contener al autoritarismo. Es en esta nueva arena donde la izquierda se reformula para participar del poder.
Desde los años 70, la izquierda hizo una autocrítica e incorporó a pensadores que en un principio fueron marginados dentro de sus filas, como Rosa Luxemburgo, Leonard Bernstein o Karl Kautsky. Como lo ha descrito la polítologa Cecilia N. Lesgart, también se incorporaron referencias más lejanas del campo socialista, como Max Weber, Carl Shmitt y Michael Faucault.
Es a través de la democracia representativa donde se fragua la batalla política. Aunque el lenguaje marxista entra en una nueva categoría semántica, la revolución ya no disputa el sentido de la historia. Se acusa en este periodo de una “secularización del marxismo”.
“Ni la democracia formal es co-extensa con el capitalismo, ni la estatización de los medios de producción genera automáticamente a la “verdadera democracia‟; la democracia es, por el contrario, una construcción popular”. Así lo refiere Juan Carlos Portanteiro.
En los años 80, el horizonte político de Latinoamérica se comenzó a pensar en términos de consensos. Los intelectuales se arroparon en la idea de democracia para denunciar el autoritarismo. Las garantías políticas se salvaguardaron en los Derechos Humanos. Quizá, en este punto, la izquierda se sometió a un vaciamiento de sentido.
Estos cambios que relato se dieron en medio de la contingencia de las dictaduras militares. Hubo intelectuales que sufrieron -como Gramsci- una dura persecución. Muchos de ellos se vieron forzados a reformular las ideas de la izquierda latinoamericana desde el exilio, como el citado Juan Carlos Portanteiro.
Cronista interesado en la historia y autor de la columna Cartohistoria que se publica en Pie de Página, medio del que es reportero fundador. Desde 2014 ha recorrido el país para contar historias de desigualdad, despojo y sobre víctimas de la violencia derivada del conflicto armado interno. Integrante de los equipos ganadores del Premio Nacional Rostros de la Discriminación (2016); Premio Gabriel García Márquez (2017); y el Premio Nacional de Periodismo (2019).
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