Hay muchas formas de habitar una ciudad. Subsistir en la calle es una de ellas. La población callejera, como sujeto histórico, forma parte de la identidad cultural resultado de la exclusión social. La historia de Francisco es una de las miles que se evitan conocer
Texto y fotos: Isabel Briseño
CIUDAD DE MÉXICO.- Francisco es un hombre de 74 años de edad que hizo de la calle su hogar. Alto y blanco. Informado sobre los acontecimientos diarios, aunque con una historia personal confusa. Limpio, pulcro, con un lenguaje fluido y trato amable. Quien lo vea por primera vez difícilmente pensará que duerme en una banca de la colonia Narvarte.
Nadie en la colonia conoce los motivos precisos y reales que llevaron a Francisco a vivir en una banca de un camellón. Pero todos lo conocen y se han habituado a su presencia. Incluso, le llevan comida o ropa. Su presencia en ese lugar rompe con los estereotipos de la población que vive en situación de calle: no tiene adicciones ni una actitud antisocial.
Francisco sabe que soy periodista y que mi intención es contar su historia. Habla muy bajito. Es la primera vez que nos encontramos y no tiene la suficiente información para determinar si soy o no una espía, de quién tanto se cuida. Pero decide confiar.
Lo primero que me dice (y que repetirá varias veces) es que es un teniente mayor preparado y capacitado para diversas misiones. Jura que él creó el logo del partido político del PRD y que la idea se le ocurrió al mirar pasar frente al sol una mariposa amarilla con el filo de sus alas negras.
No le creo, pero me parece una idea muy ingeniosa.
Luego me dice que tiene que ir a buscar a una maestra que va a regalarle un radio. Ese es el medio que usa para estar al día de los sucesos en el país. Y sí que está enterado.
Ya en confianza, Francisco habla y habla y habla. A ratos me cuesta seguirle el ritmo. Lo mismo habla de la Biblia (dice que la ha leído siete veces) que del cártel inmobiliario en la Benito Juárez.
—Esa gente es peligrosa —dice—. He visto cómo actúan y sus mafias que tienen. Todos esos del PAN, bola de conservadores y corruptos, corren a la gente que no tiene dinero.
—¿A usted no le han dicho o hecho algo?— le pregunto.
—¿Qué me van a hacer? No pueden correrme. ¿De dónde me van a correr si estoy en la calle?
No puedo evitar sorprenderme de cómo este hombre de realidades confusas habla de sus derechos.
—La Constitución mexicana señala que el tránsito es libre y que cualquier persona puede estar y andar por donde se le pegue la gana. Yo no sé entonces por qué corren a los migrantes— dice indignado.
—Yo tampoco— respondo con la misma indignación.
—Todo es producto de esa guerra de (Felipe) Calderón—insiste—. Lo bueno es que ya no está él, pero le dejó un desastre al que sí es buen presidente.
Asumo que se refiere a López Obrador y le pregunto si cuenta con la pensión que otorga a las personas adultas mayores. Me dice que no. De entre sus ropas saca una bolsa de plástico de donde desenvuelve unos documentos. Me muestra su identificación INE y su CURP. Me pide que le tome fotos y creo que eso significa que ya me tiene confianza.
Francisco se queja de que en la secretaría de Bienestar no le han querido dar el apoyo económico que da el presidente. Le piden que presente el acta de nacimiento pero no la tiene. Lee pausadamente la leyenda del CURP y le parece absurdo que no baste con ese documento oficial.
Luego me pide que lo espere mientras se acerca a un puesto de desayunos que ya está por levantar. Regresa algo decepcionado, pues hoy no le sobraron tortas a la señora.
—¿No ha desayunado?
—Me eché un café hace rato— dice.
Parece no cansarse después de varias horas de pie. Se queja un poco de su pie derecho. Dice que son las reumas que le provocaron quienes quieren destruirlo. Pero dice que con el ajo, neutraliza el malestar.
—El ajo tiene muchas propiedades. Te comes uno y te sirve para muchas cosas— dice, mientras se acomoda sus anteojos de pasta negra.
Nos movemos unos pasos para estar justo en la mira de las cámaras de seguridad y me asegura que la instalación de éstas también fue idea suya. Quiere que lo vean. Me cuenta que así previene ataques a su persona. Pero no que lo escuchen, por eso habla tan bajito.
En su lista de políticos no gratos está también la alcaldesa de Cuauhtémoc, Sandra Cuevas.
—Está loca esa mujer. ¿Cómo que anda en la calle con una motosierra? ¿Qué no piensa?.
Lo mismo me pregunto yo.
Otro señor qué pasa a un lado de donde conversamos toma un palo de escoba. Le aviso a Francisco y de inmediato le solicita que se lo regrese. Ni siquiera responde a la pregunta de si lo va a ocupar. Quizá da por hecho que el otro hombre sabe que aunque esté en la calle, lo que está dentro del perímetro que habita es como si estuviera dentro de su casa.
Esos palos de madera son los muros de su hogar. La que extiende sobre pasto y algunos cartones que usa de cama. Los palos le sirven para sostener hules o la casa de campaña en mal estado que le regalaron.
—Debe ser muy difícil estarse cuidando en la calle usted solo— le digo.
—No mucho, he aprendido.
—¿No se siente solo viviendo así sin tener alguien con quien conversar?
—La profesión que tú haces, también la haces sola —revira—. Siempre estamos solos, nacimos solos y solos nos vamos a morir. Todos estamos en soledad. Tú sí debes cuidarte, ahora que están matando a tanto periodista.
Me deja sin palabras.
En un árbol poner a secar una chamarra negra que se mojó por la tormenta de la noche anterior. Pienso que quizá la lluvia y la frialdad del piso es lo que le provoca las reumas y no sus adversarios, como él cree.
Es claro que hay una confusión en su cabeza, pero eso no lo hace una persona insensible o incapaz de conmoverse hasta las lágrimas al conversar sobre los abusos sexuales que sufren las infancias (otro tema que aborda de forma espontánea).
Mientras apila bolsas de plástico con cosas sobre una vieja maleta con más pertenencias, deja de hablar un poco sobre sus misiones encubiertas y aprovecho para intentar saber un poco más de lo que lo trajo a la calle.
—Las rentas deben estar muy caras en esta zona ¿no?— le pregunto.
—Uy sí, impagables, pero la gente cree que es feliz. Trabaja todo el día para pagar una renta en donde solo duerme.
La Narvarte, como muchas otras colonias céntricas, ha sido elegida para que en ella habite la población de mayor capacidad económica, una población a la que claramente no pertenece Francisco, quien, de una forma u otra, resiste a este proceso de reestructuración social conocido como gentrificación.
Francisco hace comunidad en una de las colonias gentrificadas de la Ciudad de México. Y, de alguna manera, es consciente de eso.
—(Las personas que rentan un lugar donde vivir a precios exhorbitantes) tienen dependencia histórica. Desde que inició la humanidad vivíamos así a la intemperie, en el monte, lo más que había eran cuevas. Ahora la gente cree que necesita todas las cosas que compra. Antes no se necesitaba nada y también se vivía. Por eso la gente sufre y se frustra porque quiere tantas cosas y no puede tenerlas todas.
Esta última lección es la que más resuena en mi cabeza. Hay tanta verdad y coherencia en lo que afirma que me hace reflexionar sobre si seríamos más felices pensando como él. Quizá ese pensamiento desprendido nos ayudaría a valorar otras cosas y a conversar con quienes normalmente no observamos, como Francisco.
Me inquieta no saber sobre los hechos que lo hicieron habitar en las calles de la Narvarte. ¿Sus hermanas y hermano de quien poco menciona, sabrán en dónde está él? ¿Alguna vez tuvo familia, hijas, hijos, algún amor? ¿Habrá algo de realidad en sus anécdotas?
Las personas que habitan la calle son la expresión de la pobreza extrema en el ámbito urbano. La población callejera es un grupo social diverso formado por infancias, personas jóvenes, mujeres, hombres, familias, personas adultas mayores o personas mayores, personas con discapacidad y otras con diversos problemas de salud ó adicciones.
En julio de 2017, el Instituto de Asistencia e Integración Social (IASIS), coordinó con organizaciones de la sociedad civil, expertos y la academia el Censo de Poblaciones Callejeras.
De acuerdo con los resultados preliminares, en la Ciudad de México existen 100 puntos de alta concentración (con más de 5 personas en calle) y 346 puntos de baja concentración (donde hay menos de 5 personas). En estos 446 puntos hay 6 mil 754 personas integrantes de poblaciones callejeras. De ellas, 2 mil 400 están en albergues públicos y privados. Las otras 4 mil 354 habitan en algún punto del espacio público.
Nunca me ha gustado que las historias felices se acaben por eso las preservo con mi cámara, y las historias dolorosas las registro para buscarles una respuesta.
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