«Cuando otras personas encuentran, una parte de ti también encuentra»

16 diciembre, 2019

Jocelyn Orgen busca a su papá, Marco Antonio Arce Maldonado, desaparecido en el estado de Puebla cuando tenía 57 años de edad. Ella se ha capacitado para la búsqueda en vida y en campo. También, en el acompañamiento a otras personas que buscan a sus familiares

Texto: Daniela Rea

Foto: Gabriel Villegas

Yo quería ser periodista, quería estar en la guerra, ir a Medio Oriente a saber la verdad de las guerras, cuánta gente es afectada, quería que los demás supieran, que les importara el dolor de las personas en una guerra. Pero no estudié porque mi papá no me dejó, por seguridad… al final de cuentas estoy en una guerra… a final de cuentas lo estoy contando y es por su desaparición.

***

El día que desapareció mi papá nosotros empezamos, sin saber, a buscar en campo con la gente cercana de mi comunidad, en Puebla. Vecinos, familiares, perros, todos salimos para buscar en barrancas, baldíos, porque lo primero que se nos vino a la mente es que alguien le hizo algo y lo aventaron por ahí.

Subimos a varios carros, hicimos una caravana y empezamos a ir a los lugares más lejanos, y solamente a gritar “te estamos buscando, ¿dónde estás?”. Si había unas barrancas muy grandes, gritábamos más duro: “aquí estamos, papá, te estamos buscando”, “si nos escuchas, habla o di algo”.

Sentía mucha preocupación, tenía ganas de llorar, no podía creer que estaba en ese momento gritando su nombre. Decíamos ¿qué estamos haciendo aquí?, ¿qué está pasando, por qué estamos haciendo esto? 

Días de búsqueda. Yo creo que fue como una semana que anduvimos de un lugar a otro. Se sumaron gente del municipio, policías; ya fuimos a un lado, ya fuimos a otro. Muchos árboles, muchas caídas, barrancas.

Un día soñé que mi papá estaba en un lugar tirado. Soñé exactamente el lugar y lo ubicaba, porque es el lugar donde vivo, y al otro día fuimos. Me lo imaginaba hasta abajo, enterrado en una casa con una señora que lo estaba cuidando, o me imaginaba que llegaba un helicóptero y lo sacaba, como en camilla y se lo llevaba porque estaba bastante herido. También lo imaginé sobre un camino empedrado. También lo imaginé así tirado. Todos esos pensamientos de cómo lo puedes encontrar te llegan. Y le ponía bastante atención en lo que soñaba o en lo que pensaba, porque creía que yo iba a tener una señal o algo y que alguien me iba a decir algo o dónde lo iba a encontrar.

Mi hermana y yo siempre estábamos atentas a las señales, para nosotras eran importantes. Y fuimos incluso a levantar hoja, había bastante hoja seca, porque probablemente estuviera ahí, debajo de las hojas, porque ahí lo soñé. Después tuve un sueño donde Dios me decía ya, después de dos semanas, «vete por toda la vía legal».

Y nuestra búsqueda se convirtió en búsqueda jurídica, pero esta búsqueda no pasaba de mandar oficios. Año y medio de estar yendo a las fiscalías. Ahí conocimos a la familia de María Herrera y donde íbamos nos abrían las puertas. Yo me quedaba de a seis, pues hasta nos ponían casi alfombra roja en las fiscalías. Yo decía: pero ¿cómo?, ¿qué está pasando? Entonces para mí fue grandioso, porque empezamos a pensar en la importancia del acompañamiento entre pares. Te sostienen en tu búsqueda y tú puedes salir y ver la magnitud del problema, ver qué es lo que está sucediendo y ya entender que hay un camino, ¿no? Por eso nosotros empezamos a trabajar en el acompañamiento.

Pero luego vimos que esa “atención” entra en parte de la simulación. Sí atendían, pero no pasaba de que te escucharan e hicieran los oficios. Cuando nosotros nos dimos cuenta ya se las revertíamos: “a ver, tú, ¿qué propones?”. Y ya ellos proponían y nosotros les decíamos “no, no es así, va a ser así”, y empezábamos a trabajar y a colaborar de mejor manera. Nuestra MP, Lourdes Valencia, era muy buena, incluso una vez que la iban a cambiar de caso nos pidió perdón: “perdónenme porque no puedo encontrar a su papá”; yo le dije que no se preocupara, que entendía el contexto, entendía la magnitud del problema. Después la cambiaron y nos enteramos que murió. Tiempo después nos enteramos que su hermano también fue desaparecido.

Yo había buscado a mi papá en el campo, pero lo busqué vivo. Yo no me sentía preparada emocionalmente para encontrarlo en una fosa clandestina, para ir a tocar la tierra ir a picar y  encontrar cuerpos.

Pasaron tres años. Mi papá tenía 57 años cuando desapareció y pensé: ¿quién podría tener a una persona de 60 años de edad asistiéndola físicamente o alimentándola?, era muy complicado que alguien dé su tiempo para eso… probablemente ya no estaba vivo. 

Me sentí lista para salir a buscar fosas y comencé a tomar talleres, aprender. Te abrían los ojos: «puedes hacer esto, puedes hacer lo otro». Ahí íbamos dando pasos, dando pasos.

Fui a la búsqueda en Sinaloa. La búsqueda como tal, en fosa, es bien complicado, es bastante difícil. A mí me gusta el proceso de cómo lo están viviendo las familias, prefiero pensar en cómo ayudar a los demás. Quiero que cuando lleguen ahí estén bien y quiero estar ahí con ellos. Debido a que a mí me acompañaron cuando desapareció mi papá, mi objetivo ha sido el acompañamiento.

He aprendido a hacer acompañamiento. Primero lo que hago es identificar en qué momento están las familias, cuánto tiempo llevan de búsqueda, y con base en eso sé cuál es su necesidad. Todos los procesos son distintos, pero es común que si tienen poquito tiempo, necesitan ser escuchados. Luego pensamos en lo que pueden hacer para buscar. Normalmente la mayoría de los familiares quieren sentirse útiles. Con el tiempo estudiamos más y ahora damos talleres para acompañar, eso ayuda para que nos conectemos, tengamos nidos, abrazarnos.

Buscarlos es encontrar la verdad… en el campo cuando otras personas encuentran hay una parte de ti que también encuentra, es como devolverte un poco tú. A veces nosotros nos perdemos en todo esto, no nos podemos ver a nosotros mismos, pero cuando nos sentimos acompañados por otras personas, nos vamos tocando poco a poco, volvemos a nuestro centro, a entender que estoy viviendo, qué está pasando y todo eso poquito que vamos dando nos va sanando.

Mi vida ya no va a volver a ser la misma, tardé seis años después de la desaparición de mi papá en volver al cine. Mi vida se paralizó, no me di cuenta. Fue como un cerrar y abrir de ojos, y ya nada volvió a ser lo mismo. Nosotros lo que queremos es la verdad y si aparece quiero que él sepa todo lo que yo hice por él.

Quizás mi padre no me enseñó muchas cosas en vida, pero me las enseñó en su ausencia.

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Reportera. Autora del libro “Nadie les pidió perdón”; y coautora del libro La Tropa. Por qué mata un soldado”. Dirigió el documental “No sucumbió la eternidad”. Escribe sobre el impacto social de la violencia y los cuidados. Quería ser marinera.