¿Qué libros estamos consumiendo como para que se publiquen contenidos que van muy ad hoc con la nueva buena moral, es decir, aquella que favorece a ciegas la narrativa del oprimido? Un oprimido que, por cierto, resulta a veces no estar tan oprimido como lo plantea.
Por Évolet Aceves / X: @EvoletAceves
¿Qué pasa cuando la corrección política se apodera de las artes, incluyendo la literatura?
La cineasta Alejandra Márquez Abella comentó en una entrevista que se lleva la batuta cuando, como creador, se postula una propuesta en favor del desfavorecido, mas no es tan sencillo cuando sucede al revés, cuando se narra desde los intereses de quienes son favorecidos desde las élites, esto lo dijo a propósito de su largometraje Las niñas bien (2018), película basada en el éxito editorial homónimo (Océano, 1982) de Guadalupe Loaeza, en que la cronista y escritora retrata la hipocresía de la clase alta con humor, sátira y crudeza. Y concuerdo con Márquez Abella, abanderar la narrativa del desfavorecido cuenta con el respaldo de las injusticias sociales, llámense de orden racial, de clase, de género, económico, étnico, etc.
Pero esta discusión es más profunda de lo que parece. Continuando en la línea del cine, la guionista Paz Alicia Garciadiego (quien ha dado voz a la mayoría de los personajes en las películas de Arturo Ripstein) me dijo en entrevista: “Los tiempos están horribles, si tienes la desgracia de hablar español y no hablar totonaca, tampoco te la filman”, aludiendo a un patrón común entre los productores en la actualidad, que es el de atender exclusivamente a los grupos minoritarios —aquellos históricamente desfavorecidos—, mas sin necesariamente tener en cuenta, o pasando por alto, estándares creativos que el cine debiera tomar en consideración, sino atendiendo sólo asuntos que caen en la corrección política de manera muy superficial.
Algo semejante sucede en la literatura, lo vemos desde la censura que han sufrido innumerables obras literarias en el proceso de traducción, obras que terminan siendo mutiladas, modificando el sentido primigenio del autor original, en un intento por corregir o adaptar dicha obra a los tiempos actuales; en muchas ocasiones con el propósito de proveer a los lectores de una lectura éticamente correcta, en donde el deber ser predomina y domina, se impone y pasa por encima de la creatividad, como si toda obra literaria fuera escrita a manera de fábula, y además, ignorando por completo, pasándose por el arco del triunfo, los atributos líricos, históricos, sociológicos y hasta psicológicos de dichas obras, cuyas censuras simplemente borran.
A menudo estas supuestas correcciones o adaptaciones las justifican teniendo en cuenta a la audiencia infantil. Aún así, yo creo que la audiencia infantil debiera tener acceso, desde sus primeras lecturas, a traducciones fieles, no manoseadas. Dar a las infancias libros a modo es nutrir sus lecturas e idiosincrasias de libros previamente modificados y/o censurados. Los niños también merecen leer literatura lo más apegada a la idea original del autor, sin remiendos de este tipo. Más que remiendos terminan siendo remedos.
¿Con base en qué criterios se decide lo que es aceptable y lo que no? ¿Se trata simple y ciegamente de ir en contra de los estándares considerados éticamente incorrectos?, ¿en contra de todo aquello que favorecía a los grupos predominantes o más comunes?
Qué bueno que cada día haya más escritoras en los catálogos editoriales, qué mal que en muchos casos se valore más el sexo de la autora que el contenido de su escritura, porque el que haya más escritoras publicadas en la actualidad no necesariamente implica que todas las propuestas actuales sean maravillosas, es obvio. Lo mismo exactamente ocurrió cuando los autores eran predominantemente hombres en la industria editorial, el que hubiera un excesivo número de escritores publicados no significaba que todos fueran verdaderas proezas literarias. Hay tiempo para todos.
Hoy tenemos escritoras que vergonzosamente se jactan de ser muy “barrio”, poco elegantes, pro-aborto, malhabladas, rebeldonas, y pásele, pásele, se ofrecen intersecciones feministas al 2×1, y que representan una supuesta insumisión de la juventud. Si bien, es necesario que haya literatura que aborde el aborto, la jerga popular, la rebeldía femenina, tampoco es un requisito que toda literatura deba apegarse a estrictos mandamientos, porque la creatividad, la lectura y la escritura, se vuelven limitadas y esencialistas, a fuerza de llevar la contra, poniendo más énfasis en el envase que en el contenido.
Llegar a ese extremo polarizante me parece problemático, porque la literatura, al igual que todas las artes, son espacios donde la libertad debe reinar, por encima de los mandamientos ideológicos que son solapados por lo que pareciera una especie de adeptos feligreses, cuasifanáticos, que no denotan más que un espectro muy limitado de intereses literarios, aunque, eso sí, cada quién es libre de leer los libros que se le antojen.
Cada quién tiene su forma de escribir y es muy respetable, la literatura es un espacio en donde no tendría que caber la corrección política, sino la creatividad. Bienvenida sea la originalidad, la escritura que remueve fibras por su calidad, no por buscar forzadamente la corrección política.
Pareciera que hoy en día, entre más jodido —biopsicosocialmente— esté el autor o la autora, hay que leerle más. ¿Qué lógica es esa?
Y sobre todo pregunto a los lectores, ¿qué libros estamos consumiendo como para que se publiquen contenidos que van muy ad hoc con la nueva buena moral, es decir, aquella que favorece a ciegas la narrativa del oprimido? Un oprimido que, por cierto, resulta a veces no estar tan oprimido como lo plantea. Y aunque lo estuviera, ¿hay que leer necesariamente guiados por la compasión? Yo prefiero leer por placer y sobre todo guiada por intereses de otra índole. Mi prioridad no está en buscar la corrección política en mis lecturas, e invito a los lectores a continuar navegando entre los distintos géneros literarios y la infinidad de oferta que el mundo literario ofrece.
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Évolet Aceves escribe poesía, cuento, novela, ensayo, crónica y entrevistas a personajes del mundo cultural. Además de escritora, es psicóloga, periodista cultural y fotógrafa. Estudió en México y Polonia. Autora de Tapizado corazón de orquídeas negras (Tusquets, 2023), forma parte de la antología Monstrua (UNAM, 2022). Desde 2022 escribe su columna Jardín de Espejos en Pie de Página. Ha colaborado en revistas, semanarios y suplementos culturales, como: Pie de Página, Nexos, Replicante, La Lengua de Sor Juana, Praxis, El Cultural (La Razón), Este País, entre otros. Fue galardonada en el Certamen de ensayo Jesús Reyes Heroles (Universidad Veracruzana y Revista Praxis, 2021). Ha realizado dos exposiciones fotográficas individuales. Trabajó en Capgemini, Amazon y Microsoft. Actualmente estudia un posgrado en la Universidad de Nuevo México (Albuquerque, Estados Unidos), donde radica. Esteta y transfeminista.
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