Crimen pasional, vergüenza nacional

18 noviembre, 2023

Me pongo a pensar en que las mujeres trans y las personas no binarias que somos leídas así, como “hombres vestidos de mujeres”, como si nuestra identidad fuera un disfraz, corremos un riesgo tremendo frente a nuestra sociedad mexicana transfóbica. Y sin embargo aquí estamos, resistimos.

Por Évolet Aceves X: @EvoletAceves

Al enterarme de la noticia, el pasado lunes 13 de noviembre por la mañana, mi respuesta inmediata fue la incredulidad. Ociel Baena, le primere magistrade en Latinoamérica, quien abogó tanto por la comunidad trans y no binaria en el ámbito legal y social, quien obtuvo el primer pasaporte no binario y la primera cédula de maestría no binaria en México, había sido víctima de un crimen.

Mientras escribo esto, pienso en su familia, en sus amigues, en las personas a quienes ayudó, en quienes influyó.

No lo podía creer. Estaba en shock. Recordé, meses atrás, cuando nos entrevistaron en la misma semana a elle y a mí en Canal 22, para el programa Transcultura. Blanquita, la maquillista, y Gretel Luengas, la conductora que nos entrevistó a elle y a mí en diferente día, me hablaban de lo bonito que fue entrevistarle y tratarle. Me hablaron con mucho brío de haberle tenido como invitade en la grabación de dicho programa televisivo. “¡Me va a mandar un abanico de colores!”, me dijo Gretel entusiasmada, haciendo referencia al abanico que le distinguía como uno de sus accesorios que siempre le acompañaron en sus videos. Me atrevo a decir, el primer abanico de colores que se haya registrado antes en un pleno.

Hay una serie de inconsistencias y de revictimizaciones alrededor del asesinato de Ociel Baena. El Estado quiere utilizar las mismas herramientas que en la década de los sesentas y setentas se usaban en México para tipificar los crímenes de odio en contra de homosexuales y mujeres trans principalmente, pero también con el resto de la comunidad LGBTIQ+.

Ya Carlos Monsiváis hablaba sobre esto en Que se abra esa puerta (Paidós, 2010), libro en el que Marta Lamas y Braulio Peralta reunieron los ensayos de Monsiváis publicados en Debate Feminista. En más de un ensayo, Monsiváis aborda el crimen pasional como una rápida solución del Estado para dar carpetazo a las investigaciones de crímenes de odio que, claramente, no quieren ser analizadas ni mucho menos resueltas, tras tener una carga moral que poco se ajusta a una sociedad mojigata, homo y transfóbica.

Cincuenta, sesenta años después, nos enfrentamos a la misma situación. La Fiscalía del Estado de Aguascalientes, en cuestión de minutos, horas, dieron una resolución inmediata para el asesinato de Ociel Baena y su pareja, Dorian Herrera: crimen pasional. Su teoría —que más que teoría es una rotunda afirmación— de la que hasta el día en que escribo esta columna no se han retractado, es que la razón de la muerte de ambos fue este supuesto crimen pasional.

Como si fuera poco, los medios nacionales se han encargado de continuar la revictimización. Primero, al no utilizar los pronombres de Ociel (elle/le) —y aquí hago un paréntesis para aclarar que Ociel era una persona no binaria y sus pronombres eran elle/le, sin embargo, NO TODA PERSONA NO BINARIA TIENE EL PRONOMBRE ELLE/LE, evitemos la generalización—; segundo, los medios continúan la revictimización al prolongar la narrativa del crimen pasional.

No es un crimen pasional. Estamos frente a un crimen de odio, mismo que no quiere ser reconocido por el Estado, por el cisheteropatriarcado. Resulta atractivo para los medios conservadores que pretenden aprovecharse de este evento lamentable, y que complementa un estereotipo deseable para la LGBTIQfobia, que desde el binarismo, desde la polarización dicotómica del género —hombre o mujer—, ve a una persona “leída como hombre” con atributos femeninos en el atuendo, en la cúspide de la tragedia.

De ahí que periodistas como Ciro Gómez Leyva contribuyan a la revictimización de le magistrade y su pareja, al mostrar en su noticiero los videos del aeropuerto y de la entrada de su casa, atribuyéndole a la pareja una supuesta inconformidad. Ciro Gómez describe cómo en los videos se nota que la pareja está peleada, distante, que no se dirigen la palabra, que hay una distancia inusual entre uno y otro. Esa narrativa es una irresponsabilidad ética. Esos videos no tienen ni una pizca de fiabilidad como para comprobar el crimen pasional. Son absolutamente refutables, infundados. No son prueba fehaciente de que el asesinato no ocurrió por un tercero que pudo involucrarse al interior de la casa de le magistrade, donde ocurrieron los hechos, y además contribuyen a esa especie de malignidad, de historia negra, oculta, pasional, con que se ha tratado de asociar a la población LGBTIQ+.

Aunado a ello, hay una evidente conveniencia en esta versión, las buenas conciencias se quejan de las muestras de afecto públicas entre personas de la comunidad LGBTIQ+; pero si, por el contrario, la pareja en cuestión se muestra distante, “hay que atribuírselo a una pelea”. Se nos quiere encasillar, a como dé lugar, en la tragedia irremediable, en el castigo por no obedecer a la cisheteronorma.

Las parejas no todo el tiempo se están besando ni demostrándose un afecto empalagoso a todo momento. El primer error es asumirlo y comparar el comportamiento público de una pareja LGBTIQ+ con una pareja cishetero. No vivimos las mismas realidades.

Concuerdo con Álvaro Cueva, quien, en su columna de Milenio, escribe en torno al mismo hecho: “Porque como esta figura fundamental [Ociel Baena] en la historia de México era de la comunidad LGBTTTIQ+, tiene que haber algo ‘sucio’ detrás, algo ‘perverso’, algo ‘enfermo’,” haciendo alusión a la incongruencia de los prejuicios machistas.

No podemos quedarnos con la idea del crimen pasional. La población trans y no binaria ha sufrido históricamente violencias sistemáticas, que han querido ser tapadas bajo el término del crimen pasional. Se necesita una investigación exhaustiva, seria, que esclarezca realmente la muerte de ambos. Y también se necesita no sólo la presencia de medios responsables y éticos, respetuosos con la identidad de género, sino también personas trans y no binarias dentro de los medios de comunicación.

Hasta donde tengo entendido, Siobhan Guerrero y yo somos las únicas mujeres trans en tener una columna de opinión en México —¿de Latinoamérica tal vez?—, la de Siobhan está enfocada sobre todo en el ámbito académico; la mía en cuestiones sociales, culturales, literarios, artísticos. Fuera de ahí, no tengo conocimiento de alguna persona trans o no binaria con una columna. Hace falta porque no es lo mismo opinar sin tener la vivencia en carne propia.

Leí en la columna de Genaro Lozano: “[Ociel] usaba la ropa, el maquillaje y el lenguaje, su expresión de género, para incomodar, inconformar y desafiar el mundo”. Yo discrepo, no creo que la ropa ni el maquillaje, su expresión de género, lo usara para incomodar ni para inconformar. Yo creo que las personas trans y no binarias vivimos nuestra expresión de género para vivir en libertad, hacer lo posible por vivirnos con libertad. Si la sociedad se incomoda, lo hace por sus prejuicios, por su ignorancia, de ahí que las personas trans y no binarias desafiemos al mundo.

Ociel Baena es un emblema para la comunidad no binaria. Este evento paralizó al país, causando marchas en toda la república; ha llegado la noticia a Estados Unidos, y un magistrado estadounidense, al igual que la población mexicana, se ha unido a la exigencia de un esclarecimiento exhaustivo y preciso de lo ocurrido con la vida de Ociel Baena y Dorian Herrera.

Creo que la razón por la que quedé pasmada al enterarme de esta noticia fue porque sentí que pudo pasarme a mí. Ociel Baena era una persona no binaria; yo soy una mujer trans no binaria, sin hormonas, sin cirugías, que a menudo es leída como “un hombre vestido de mujer”. Me pongo a pensar en que las mujeres trans y las personas no binarias que somos leídas así, como “hombres vestidos de mujeres”, como si nuestra identidad fuera un disfraz, corremos un riesgo tremendo frente a nuestra sociedad mexicana transfóbica. Y sin embargo aquí estamos, resistimos. Ese mismo día, por un momento sentí una especie de agorafobia. Temía estar en lugares abiertos, me espantaba cualquier ruido, volteaba a ver a mi alrededor a todo momento, buscando protegerme, tenía las imágenes filtradas en mi cabeza.

Creo que es importante reconocerlo, escribirlo y compartirlo, porque quizás alguien más tuvo sensaciones similares.

Espero que con esta columna pueda dar un abrazo a todas las personas trans y no binarias que están leyendo esta columna. No somos pocos, y no estamos solos, soles. Estoy segura de que la vida de Ociel nos deja un legado histórico, el reconocimiento masivo de la no binariedad, por el que luchó durante sus últimos años de vida.

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Évolet Aceves escribe poesía, cuento, novela, ensayo, crónica y entrevistas a personajes del mundo cultural. Además de escritora, es psicóloga, periodista cultural y fotógrafa. Estudió en México y Polonia. Autora de Tapizado corazón de orquídeas negras (Tusquets, 2023), forma parte de la antología Monstrua (UNAM, 2022). Desde 2022 escribe su columna Jardín de Espejos en Pie de Página. Ha colaborado en revistas, semanarios y suplementos culturales, como: Pie de Página, Nexos, Replicante, La Lengua de Sor Juana, Praxis, El Cultural (La Razón), Este País, entre otros. Fue galardonada en el Certamen de ensayo Jesús Reyes Heroles (Universidad Veracruzana y Revista Praxis, 2021). Ha realizado dos exposiciones fotográficas individuales. Trabajó en Capgemini, Amazon y Microsoft. Actualmente estudia un posgrado en la Universidad de Nuevo México (Albuquerque, Estados Unidos), donde radica. Esteta y transfeminista.