A la semana más alta de contagios por covid-19 en el Valle de México le siguieron días con la mayor saturación de hospitales. Mientras el personal médico libra esta batalla, la población comienza a relajar las medidas de cuidado ante el anuncio de la “nueva normalidad”
Texto: Andro Aguilar
Fotos: María Ruiz
CIUDAD DE MÉXICO.- Desde los escalones de un puente peatonal, un hombre de cabello rizado y espalda ancha grita el nombre de su hermano: “¡Jorge! ¡Jorge!”. Le hace señas con la mano. Sólo él sabe lo que ve, pero intercala sonrisas con sollozos, hasta que el llanto lo quiebra y se apoya en una mujer que lo sostiene. Se llama Félix y su hermano Jorge está internado en el Hospital de Infectología de La Raza, es sospechoso de estar contagiado de covid-19, en la cama 116, ubicada junto a la ventana.
Jorge Hernández Martínez, de 45 años de edad, fue hospitalizado el lunes 11 de mayo. Ese día también internaron a su padre, que padece un problema renal. Ambos, con sospecha de covid.
Llegaron a ese hospital desde Ecatepec, en la semana con más alto índice de contagios de coronavirus hasta ahora en el Valle de México.
“Por la situación de mi papá, que está algo delicadito, vamos a estar viniendo… Mi papá tiene 75 años… Mi papito sí está muy grave”, dice el señor Félix.
Este puente conecta a peatones en ambos lados de Circuito interior pero también a familiares con sus enfermos cuyas camas dan a alguna ventana.
Varias personas se asoman con la esperanza de ver a sus amigos o parientes. Les saludan, gritan, sonríen. Algunos descienden los escalones con lágrimas. Temen no volverlos a ver.
La enfermera Susana Pérez suele leerles cartas a los pacientes mientras duermen: “Algunas personas les escriben sus recados en los envases de agua, o en algunos otros artículos para sus necesidades. Nosotros se los hacemos llegar”. La joven de 28 años, 10 como enfermera, dice que de alguna forma se tienen que enterar de que los están esperando.
“Han sido días feos. Ves a mucha gente que se está yendo solita. No tiene a un familiar cerca… Y es muy feo también llegar y tener el temor de contagiar a un familiar, pero pues tenemos que estar al pie del cañón”.
Susana tiene dos hijos, uno de cuatro y otro de ocho años de edad. “Me dicen que no venga, que no trabaje”… relata con la voz entrecortada.
El Hospital de Infectología de la La Raza, del IMSS, tiene 128 camas de hospitalización. Desde el 19 de marzo, cuando llegó el primer paciente con coronavirus, el lugar empezó a destinar cada vez más espacio para la atención de personas contagiadas con covid.
“Siempre está lleno. Como se van desocupando las camas van llegando (más enfermos)”, dice Susana. “No hay un día que yo te diga hubo cinco camas vacías. Siempre está lleno. Desde que empezó”, insiste.
Un enfermero se abre paso para salir del hospital con un paciente en silla de ruedas. Frente a la puerta, más de 50 personas esperan oír el nombre de sus familiares para recibir informes sobre sus estados de salud. La mayoría son sospechas de covid. En esta banqueta llena no existe la llamada sana distancia que las autoridades sanitarias promueven.
El enfermero logra salir con un hombre de 36 años que pasó 10 días internado en el hospital y venció la pandemia. Se llama Juan Manuel Perea. Su esposa María de los Ángeles sonríe. Para ella, la noticia del alta de su compañero es “la mejor del mundo”.
Juan Manuel, padre de una niña, de oficio piñatero, agradece al personal médico por mantenerlo con vida. “No tengo nada de qué quejarme”, dice con voz baja.
Mientras Juan Manuel sale, camilleros, enfermeras y enfermeros del hospital, principalmente del turno nocturno, lo despiden con un coro que emociona a varios de los presentes:
“¡Por ustedes estamos aquí! ¡Por ustedes estamos aquí!”
Es el miércoles 13 de mayo. El personal médico se encuentra reunido afuera del hospital porque mantiene bloqueado Circuito Interior en demanda de una mayor calidad en los insumos de protección.
Los trabajadores muestran guantes de látex, caretas y cubrebocas a las cámaras de los periodistas. Explican que los funcionarios del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) priorizaron la cantidad sobre la calidad y, desde días atrás, les entregan kits que no rinden durante sus jornadas.
El camillero Luis González abre un cubrebocas. Muestra que no es N95, recomendado por la Organización Mundial de la Salud, sino KN95, que él califica como clon. Dice que ése es para andar en la calle, no para estar frente a pacientes con covid.
Los cubrebocas N95 tienen una certificación bajo los estándares de autoridades de Estados Unidos y los KN95 obedecen a criterios de China.
“Tú te pones los guantes dobles para cuidarte. Y si vas otra vez, te dicen: ‘¡cuídelos, cuídelos!’ ‘¡Oiga, si la calidad es mala!’”, reclama el camillero.
González se coloca el guante que se rasga a la altura de la muñeca. “A mí no me sirve para mis funciones mis movimientos mecánicos corporales no me sirve y el contagio ahí está eh”, advierte. “Bien o mal yo ya sé a qué le tiro. ¿Pero mi familia?”.
Los manifestantes desconocen cuántos compañeros se han contagiado de covid dentro de este hospital, pero aseguran que ya son varios.
El 11 de mayo, el subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell, informó que en México 149 médicas, enfermeros, camilleros, laboratoristas, murieron contagiados de covid. Y más de 11 mil están contagiados. Casi la mitad, 45 por ciento, pertenecen al IMSS y 35 por ciento a la Secretaría de Salud. Cuatro de cada 10 son enfermeros.
Óscar García y Édgar Martínez son dos jóvenes que trabajan desde al menos un lustro en el Instituto de Seguridad Social del Estado de México y Municipios (Issemym), pero se incorporaron como enfermeros al turno nocturno del Hospital de Infectología de la Raza dos meses atrás, cuando se echó a andar la contingencia por la pandemia.
“Hacemos procedimientos sacamos fluidos y tenemos que lavarnos las manos con los mismos guantes puestos y a veces se rompen”, dice Óscar. “Yo vengo desde Ecatepec. Vivo con mi esposa y mi bebé. Tratamos de dar lo mejor a los pacientes pero con ese material no se puede».
Los jóvenes explican que no les da tiempo de ver las conferencias vespertinas donde el subsecretario de Salud López-Gatell actualiza la información sobre la pandemia. Pero que cuando esto termine, les gustaría que se cuente que ellos siempre estuvieron en pie de lucha, tanto con los pacientes como con los compañeros. “Y en apoyo para cuidar a nuestras familias también”.
En la protesta, otro enfermero muestra en un celular el retrato de uno de sus compañeros de nombre Wilfred. Relata que murió después de permanecer intubado cinco días.
Al día siguiente de la protesta, a manera de respuesta, el director del IMSS, Zoé Robledo, afirma que llegaron a México 118 mil respiradores N95-3M, que utilizan quienes están están intubando a personas enfermas o en toma de muestras en el laboratorio. “Eso nos debe de dar una suficiencia para los días más difíciles aquí en la Zona Metropolitana del Valle de México”, asegura.
El 25 de abril pasado, las autoridades destacaron que en la Fase 3 de la estrategia para enfrentar la pandemia en México el tema central era la capacidad hospitalaria. Esa tarde, el funcionario presentó la Red de Infección Respiratoria Aguda Grave (IRAG), donde las autoridades de cada entidad actualizan la capacidad para atender a los pacientes en sus hospitales.
Desde entonces cada tarde las cifras del Valle de México, la región con más contagios en el país, ha ido en aumento.
Del lunes 11 de mayo al domingo 17, se confirmaron 14 mil 197 nuevos contagios de coronavirus en México. El jueves 14, se superaron por primera vez los 2 mil casos confirmados en 24 horas. Al día siguiente, México superó a China en el número de personas fallecidas por covid. Y el sábado se rebasaron las 5 mil muertes.
Ciudad de México encabeza el porcentaje de camas para pacientes covid ocupadas en todo el país. Mientras a nivel nacional ese porcentaje rondó entre 29 y 37 por ciento, en la capital del país, llegó a 73 por ciento.
El sábado la capital llegó a ocupar el cuarto lugar nacional y López-Gatell dijo que eso podía ser una señal del inicio de la estabilización de la curva epidémica. Aunque reconoció que era temprano para asegurarlo. Y efectivamente, este domingo, Ciudad de México volvió a ser la entidad más saturada en los espacios de hospitalización para atender la covid.
Desde el martes pasado, cuando el presidente Andrés Manuel López Obrador anunció el retorno a la “nueva normalidad”, con la reapertura gradual de actividades, las medidas de la contingencia parecieron relajarse.
El sábado, López-Gatell alertó que el confinamiento y la sana distancia entre las personas estaba disminuyendo en las grandes urbes, pese a que se mantiene la Jornada Nacional de Sana Distancia hasta el 31 de mayo.
Y la jefa de Gobierno Claudia Sheinbaum lanzó un mensaje en el mismo sentido:
“Sigue creciendo el número de personas hospitalizadas y es importante que para el Valle de México, la Ciudad de México, pueda entrar a la nueva normalidad de manera escalonada nos mantengamos en casa”.
Reiteró: “Estamos todavía en fase de semáforo rojo en alerta sanitaria”
Los últimos datos de este domingo mostraban sólo dos hospitales en la Ciudad de México con buena capacidad para recibir a nuevos pacientes covid y nueve en un nivel medio. Los demás, la gran mayoría, están saturados.
Hugo López-Gatell advirtió este domingo que, además, la máxima demanda de espacios para terapia intensiva en la capital del país se espera aún para el 26 de mayo.
En la calle Dr. Márquez, frente al Hospital siglo XXI, circulan dos patrullas que machacan el mensaje que desde el 31 de marzo se difunde con altavoces en zonas de alta concentración de personas.
“Estamos en alerta sanitaria, por lo que se invita a la ciudadanía mantenerse dentro de sus domicilios para evitar contagios….”.
Mensaje grabado desde patrullas.
Desde el camellón una enorme manta señala que se trata de una zona de atención a la pandemia.
Un hombre con cubrebocas, recargado en un poste, suspira y rechaza platicar sobre su familiar contagiado. Sus ojos claros se llenan de agua. “Mi papá ya murió”. Es su única respuesta.
Unos metros más adelante, otro hombre, sexagenario, es acompañado por una amiga de su familia. Tramitan los papeles de la defunción de su esposa, víctima de covid. “La vida, joven…”, dice el señor.
Por la rampa del hospital ingresan a pie o en automóvil los pacientes. Ángeles Bueno Méndez, 47 años de edad, se encorva y tose a mitad de la rampa. Su hermana la asiste.
Otra de sus hermanas, María Candelaria, las espera afuera, junto con su sobrina, la hija de Ángeles.
María Candelaria cuenta que Ángeles es comerciante de maquillaje y ropa usada. Explica que su esposo se accidentó y ella no tuvo opción para dejar de salir a vender en días pasados. Incluso cuando ya se sentía mal.
Toda la familia vive en Chilapa, a un costado de la carretera Libre a Toluca, en el municipio de Naucalpan, en el Estado de México. La familia se fue para allá cuando ellas eran apenas unas niñas. Su madre lo decidió porque no le iba a alcanzar para sostener a sus siete hijas en la colonia Santa María La Ribera, en Ciudad de México.
Allá compró un terreno y todas han ido fincando un cuarto o dos, todas juntas.
María Canderalaria relata que a ella le dijeron que tenía coronavirus, pero que un médico particular la inyectó y se sintió mejor. Aunque sabe que dos vecinos, de poco más de 50 años de edad, sí tienen covid. Lo que más lamenta la mujer es que ya no puedan pasar a saludar de casa en casa a todos sus parientes como antes lo hacían.
Ángeles se sintió mal desde el domingo 3 de mayo. Estuvo incluso internada en la clínica 194 del IMSS. Pero cuando la iban a intubar, ella misma y su hija se opusieron. Habían visto mensajes y desconfiaban de los médicos.
Decidieron salir de la clínica. “Es el miedo”, explica la chica con arrepentimiento.
Una semana después, recorrieron durante 15 horas hospitales y clínicas con la esperanza de que la recibieran.
“La verdad ya ni sabemos si creer… Yo la verdad ni creía en esa enfermedad. Pero pues ahora viendo esto no sabemos. El doctor particular nos dijo que no puede nadie estar con ella. Ella me dice ‘déjenme en las escaleras del hospital’. ‘Pues si no eres animalito, si nos vamos a contagiar Dios es el que decide’. Ella está ya bien desesperada…”.
El teléfono de María Candelaria suena. Su otra hermana les informa que no recibieron tampoco en este hospital a su paciente.
“No hay cupo. Ella necesita hospitalización ya. ¡No hay cupo, no hay camas, no hay respirador!”, dice molesta.
Después de recorrer dos hospitales más, volvieron a la clínica 194 del IMSS donde iban a intubar a Ángeles una semana antes y lograron que la recibieran. Esperan que la den de alta en los próximos días.
Afuera del Hospital General de México, algunos familiares de enfermos con covid llevan una duermevela a cualquier hora del día en espera de informes. Se notan los que van llegando después de 8 o 10 horas de peregrinar, en busca de un hospital que atienda a sus enfermos.
A través de las rejas se ve a una doctora y a un enfermero que trasladan en una silla de ruedas a un paciente desde la zona de triaje covid.
–¿Es sobreviviente?, pregunta una fotógrafa desde afuera.
–Claro. Por eso nos estamos rompiendo la madre, para que haya sobrevivientes–, responde la médica, a quien los familiares conocen como la doctora Leonor. –Diles, por favor, que no estamos inoculando el virus.
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