En la Ciudad de México, donde se mueven 20 millones de personas, cada quien tiene su propia versión del coronavirus que viene. Mientras el país transita entre la fase de importación de casos a la de contagio comunitario y el gobierno aumenta medidas de prevención, los chilangos se preocupan más por la economía que por el virus
Texto: Arturo Contreras Camero y María Ruiz
Fotos: María Ruiz, Duilio Rodríguez y Arturo Contreras Camero
El gobierno mexicano se prepara para enfrentar la fase 2 de la pandemia del coronavirus, que es cuando se espera el mayor número de contagios, y este sábado anunció que adelantará las vacaciones de Semana Santa, las cuales se extenderán un mes, del 17 de marzo hasta el 20 de abril.
La “segunda fase”, a la que ya han entrado casi todos los países europeos, es cuando los casos que se presentan no son traídos por viajeros de otros países, sino que son contagios producidos dentro del país,
Pero la inminente masificación del virus, que ha causado revuelo en redes sociales y en un sector de clase media, no es motivo de alarma aún para la mayoría de los chilangos, como se llama a los habitantes de la capital del país, que cada día mueve a 20 millones de personas. Mucho menos para los que trabajan y que están más preocupados por morirse de hambre que de catarro.
Este es un recorrido por la ciudad que en unos días recibirá de lleno el impacto del virus que ha puesto en jaque al mundo y el freno de la economía. Pero ni por eso deja de bailar.
En la farmacia Similares de Avenida Juárez todo el día les han pedido cubrebocas. Están agotados. Les llegaron unos cuantos desde la mañana del viernes pero se acabaron el mismo día.
El doctor Garry Derisseau, del consultorio de esta farmacia, recomienda no caer en pánico para evitar se agrave la situación y explica el uso del cubrebocas:
“Las medidas son similares a la influenza: lavarse las manos, antes de tocar al paciente y después de tocar al paciente. Nosotros debemos usar métodos como cubrebocas porque nunca sabemos quién va a entrar. El problema es que ya no encontramos en las farmacias», lamenta el médico.
Luego desliza un regaño: «Puede usar su cubrebocas quienes tienen una gripa, porque las infecciones virales son altamente contagiosas. Sin embargo hay que evitar el estado de pánico porque si llegamos a ese grado podemos hacer las cosas más graves de lo que son. Si no estás enfermo no podemos entrar en el estado de pánico de estar usando cubrebocas”.
A unas cuadras del consultorio, en la Alameda Central, la gente baila despreocupada.
Un grupo de personas mira a las parejas que van al ritmo de los sonidos del “Baile de la Güera”. Entre ellos están José Luis y Victoria Torrentino, quienes están convencidos de que el Covid-19 es una mentira:
“Todo está manejado por el gobierno, el coronavirus no existe. Lo mismo que la influenza: no existe. Nunca ha existido eso”, dice seguro.
— ¿Si cambiamos de fase y nos piden que no salgamos de casa, ustedes seguirán saliendo?
— Sí — contestan ambos.
En la misma plaza están Francis y Malena, quienes piden no mencionar sus apellidos. Ambas portan cubrebocas azules. Dicen que son de Monterrey y vienen de visita a la capital. Están sorprendidas de la indiferencia de los chilangos a la amenzada del virus.
“Ya en Monterrey no había nada (de cubrebocas). Yo tenía reservas. Siempre procuro tener reservas. Pero allá ya no había nada y aquí hay bastante. Aquí es como que no le ponen importancia”, comenta Francis, mientras mira a los bailarines.
Frente a Casa del Lago del Bosque de Chapultepec un hombre se detiene a leer el letrero de recomendaciones ante el Covid-19. No pasan ni cinco minutos cuando emite un sonido burlón y se va.
Como él, otras personas se detienen a leer las recomendaciones. Para Erendira Parra, estas indicaciones no tienen sentido:
“Aquí en México creo que la población es muy extraña. La cultura es pésima. De nada sirven las indicaciones porque las ignoran . Una persona de cada diez presta atención”, opina.
En el corredor de venta de botanas, peluches y lentes del Parque, a los vendedores les llegó la noticia, dada a conocer este mediodía, de que las vacaciones de Semana Santa empezarán antes.
La Secretaría de Educación Pública anunció que no sólo se van a adelantar y comenzarán desde el 20 de marzo, sino que durarán un mes.
Pero esa noticia, que en otros años habría encantado a los vendedores, ahora les preocupa: sospechan que, si los contagios aumentan, las autoridades pueden cerrar el parque.
Karen Mendoza cuenta que, hace años, cuando la ciudad se paralizó dos semanas por el H1N1, su familia fue afectada económicamente.
“Hemos visto que están cerrando parques como Six Flags pero esperemos que no (cierren Chapultepec) porque de acá comemos muchos. La información que acabo de leer dice que es para que estemos aislados no para que salgan de vacaciones. Nos afectaría, nos quedamos sin empleo”, dice la mujer.
Adriana Olvera, otra vendedora de Chapultepec, lamenta que la administración del parque no les ha dicho nada, ni siquiera de las medidas de salubridad.
En el área de comida, Patricia Muñoz mira las mesas vacías de su negocio y afirma que el Covid-19 ya les está afectando, pues el flujo de gente es mucho menor que el de otros fines de semana.
Si cierran el parque, dice, “les dará en la torre” porque viven al día.
“Los que vivimos del bosque venimos a trabajar diario y si al final no hay ventas, la mercancía que se queda se echa a perder”, explica Muñoz.
La enseñanza que le dejó a esta vendedora el H1N1 es que lo único que puede hacerse es tener limpieza.
“Lo mismo de ahorita: que el tapabocas, que lavar las manos, que los bebés, es todo. En México no hay muchos casos (de coronavirus) como para que cierren el parque”.
A unos metros, Tania García pasea con su familia. A la pregunta de si les preocupa el virus responden que no: “Na’ más por el dinero, es lo que preocupa: el dinero”.
Es viernes 13, previo al anuncio del adelanto de las vacaciones. Imara Hernández, quien vende productos de belleza en el metro, espera a sus hijos afuera de la escuela Federico Álvarez, ubicada en la colonia Postal.
Cuentas que en la escuela ya están desinfectando las aulas: «Nos pidieron apoyo, artículos para limpieza, Laysol, gel antibacterial y cubrebocas».
Lo mismo pasa en otras escuelas, como la Niños de México, ubicada en la colonia Roma, donde cada persona entra a las instalaciones debe ponerse gel. Las maestras dejaron de saludar a las mamás de sus alumnos con besos y cada que los niños regresan del recreo deben lavarse las manos con agua, jabón y gel.
“Estamos dando pláticas con ellos de que tienen que tener cuidado con el saludo. Ya nos estamos saludando poniendo la mano en el pecho y estamos pidiendo que no se abracen hasta que recibamos más instrucciones de la Secretaría de Salud”, comenta Silvia Ruiz, directora general del colegio.
A unas cuadras en “Opciones Farmamédicas”, el doctor que atiende el consultorio de la farmacia dice por el contrario que nadie les han dado indicaciones de qué hacer en caso de sospechar que un paciente tenga covid-19.
Lo bueno es que no le ha tocado atender a ninguno que presente síntomas. En caso de que sucediera, lo tendría que mandar a que le realicen la prueba
“Se supone que si escuchamos que tiene fiebre nada más hay que dar medicamento que contenga los síntomas y motivarlos a que vayan al hospital”, dice el médico.
En el mismo caso, Luis Herrera, médico de Farmatodo, que está justo enfrente del Instituto Nacional de Enfermedades Repiratorias, explica que la única indicación que les ha dado la empresa es seguir los boletines de la Secretaría de Salud.
Pero él ha dado seguimiento a los informes de las zonas rojas.
“Justo ayer estaba leyendo un articulillo de eso. Habría que empezar por los antecedentes epidemiológicos que sería que un paciente ha estado de dos a catorce días previos (es el tiempo de incubación del virus) en algún país endémico. En este caso estaríamos hablando de China, Italia, España y EU” cuenta Herrera.
Desde la pantalla de su computadora, el médico lee los síntomas y los porcentajes de esos síntomas, según la Revista Internacional de Agentes Antimicrobianos. Luego enlista:
“El síntoma más frecuente es la fiebre, con un porcentaje del 92.8 por ciento; después la tos, en 69.8 por ciento; mialgias, que es dolor muscular, 27.7; dolor de cabeza, en 7.2 y diarrea ha estado presente en 6.2; escurrimiento nasal solamente en un 4 por ciento de los casos; dolor de garganta en 5 por ciento y la molestia para pasar alimentos en un 17.4 por ciento. Esa es la sintomatología… cómo podemos ver es más similar incluso a la influenza”.
«¡Lleve los cubreboca y los klínex, de cinco y de a diez!». En la entrada del Vive Latino unos pocos vendedores cambiaron «el-póster-la-pulsera» de a diez, por un artículo menos convencional. No tienen mucho éxito. Sus ventas son pocas.
«Nos la pela el coronavirus», dice el cartel de uno de los asistentes al festival de música, que congregó a unas 40 mil personas, de las casi 70 mil que esperaba recibir.
Aquí, entre bandas de rock y cerveza, la noticia de los 45 casos confirmados de Covid-19 en el país, parece no llegar; tampoco la recomendación del gobierno de «suspender los servicios no esenciales que impliquen una relación con el público», o lo que se refiere a clases, seminarios y pláticas.
«Lo que más nos preocupa es la repercusión a las economías familiares», explicó un día antes el subsecretario de salud, Hugo López Gatell. El golpe, dicen las autoridades tanto federales como capitalinas, no solo lo habrían resentido los organizadores, sino toda la gente que vive de estos eventos.
“Por esa mamada del coronavirus que sí le dio en la madre bien duro al Vive, se están vendiendo bien baratos” dice un revendedor. Su oferta empieza en mil 200, pero regateando, baja. «Ahora sí que lo que nos den es bueno”. Más adelante hay otro vendedor. Tampoco ha tenido suerte. De los 40 boletos que tiene, ha vendido dos. Los más baratos los ha dado en 600, mientras que el precio de taquilla, es de mil 500.
“No nos podemos quejar”, asegura Julio, quien junto con su esposa vende banderillas de carne y alitas de pollo. “Estamos teniendo gente como el año pasado; como que a la banda le vale madre si está el coronavirus o no. La banda lo que quiere es orearse. Morir infectados, pero felices. Míralos. Si hubiera mucho pánico y acá, no habrían venido”.
En las entrada del festival, en los filtros de seguridad, una persona toma la temperatura con un termómetro que más bien parece una pistolita láser.
— ¿Cuánto marcó? — pregunta uno.
— Treinta y dos — dice el que opera la máquina.
— Ni que tuviera hipotermia, oiga.
— Es que no está bien calibrado — terminan por responder.
Pese a este tipo de escenas, a 20 mil de 40 mil asistentes se les tomó la temperatura y sólo 27 de ellos tuvieron calentura, según los datos oficiales.
“Si en el H1N1 no nos pasó nada, con esto sí podemos”, dice confiada Laura, una de las asistentes al festival. “Ese que el mexicano es muy resistente”.
Sin embargo, hubo gente que sí dudo si asistir o no. “Antes de llegar, sí pensamos en si era buena idea venir o no, sobre todo con lo que anunciaron de las clases, que prolongaron las vacaciones”, aseguran Rosa y Tere, dos hermanas que estuvieron a punto de no venir al festival.
Entre los asistentes al festival, hay algunos que usan tapabocas. Son los menos. Una pareja asegura que no es para protegerse solo ellos, sino también a los demás. “Es que, como sabemos que es asintomático, nosotros suponemos que no lo tenemos, pero iguale es raro. La gente piensa que estamos enfermos, como que nos miran raro”.
Lejos de todo gran tumulto, en las gradas del Foro Sol, una familia descansa en las sillas de cemento. “Para nosotros como familia es muy importante la salud. Nos duele tanto que el gobierno de Claudia Sheinbaum (la jefa de Gobierno de la ciudad) y los directivos del Vive Latino no hayan tomado la decisión de suspender el evento”, dice Jeancarlo Aldana, quien no pudo tener un reembolso de los cuatro boletos que compró para su familia.
“Jorge Puig, director del Vive, demostró que lo único que le interesa es el dinero y no el público”, dice con cierta decepción.
En el festival, los tumultos no se hacen esperar, y a pesar de que los escenarios no se antojan repletos, como suelen estarlo en otras ediciones, el contacto entre la gente es inevitable.
Eso sí, cada vendedor de cerveza y en todos los puestos de comida, hay una botella con gel antibacterial lista para que la gente la use.
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