En este lugar se encuentran las escrituras jeroglíficas más extensas y las esculturas más refinadas del mundo maya. Este pueblo en el occidente de Honduras atesora una ciudad que veneró a la guacamaya y al quetzal
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Los centros urbanos mayas fueron diseñados para representar el paisaje sagrado de la tierra. En Copán la “plaza del sol” está al centro del mundo y del universo, representado por el juego de pelota. La Acrópolis se ubica en un sitio reservado. Quizá haya sido pensado como una especie de “inframundo” por los lugareños.
Las propias pirámides representan montañas. Las plazas lagos y los túneles cuevas. El búho y el murciélago eran los protectores de las cavernas, el sitio que era habitado por las deidades y desde donde se creaban las lluvias, el maíz y los truenos.
En los senderos de Copán, decenas de guacamayas sobrevuelan los caminos. Sobre el rumor de la selva el alboroto de las aves. Los árboles se sacuden y se deshojan con la bullanga.
La guacamaya era un ave sagrada para los mayas. No solo se utilizaban sus plumas para decorar tocados de la realeza, sino también representaba al poderoso dios sol, K´inich Ahau, volando en el cielo con sus colores brillantes.
En Copán, la imagen de la guacamaya está en todos lados, mucho más que en cualquier otra ciudad maya. El recinto de juego de pelota es uno de los mejores conservados del continente, se le considera el más elegante del periodo Clásico, y uno de los más bellos de Mesoamérica. Los marcadores fueron representados no solamente como aros, sino como grandes cabezas de guacamayos.
De hecho el fundador de la dinastía de Copán, K´inchi Yax K´uk ´ Mo´ lleva en representación de su nombre dos aves importantes: el quetzal y la guacamaya.
En el caso del quetzal se asociaba a kukulkan, la sagrada serpiente emplumada. Rara avis de América que sigue evocando fascinación. Copán no es un sitio arqueológico grande, al menos en México y Guatemala hay ciudades estado mucho más extensas. Pero un elemento convierte a este sitio arqueológico en una maravilla única. Sus constructores utilizaron piedras volcánicas, que se han logrado conservar de forma excepcional. Lo que permite todavía leer jeroglíficos, apreciar esculturas y estelas como en ningún otro recinto.
El primer europeo en relatar la existencia de la ciudad fue Diego García de Palacio, quien escribió en 1576 al rey Felipe II de España:
“Cerca del dicho lugar como van á la ciudad de San Pedro, en el primer lugar de la Provincia de Honduras, que se llama Copan, estan unas ruinas i vestijios de gran poblacion y de sobervios edificios, i tales que parece que en ningun tiempo pudo haver, en tan barbaro injenio como tienen los naturales de aquella provincia, edificios de tanta arte i suntuosidad; es ribera de un hermoso rio, i en unos campos bien situados i estendidos, tierra de mediano temple, harta de fertilidad, e de mucha caza é pesca. En las ruinas dichas, hai montes que parecen haver sido fechos á mano, i en ellos, muchas cosas que notar”.
Se sabe que el lugar estuvo habitando durante dos mil años, la conservación de las piedras permitió a los epigrafistas poder leer hechos de la antigua ciudad. La escalinata de jeroglíficos es la más completa de América, la fachada es una crónica que describe la sucesión de dieciséis gobernantes copanecas. También se tiene registro de que los jerarcas estuvieron emparentados con los mandatarios de Tikal.
Las esculturas de los gobernantes fueron esculpidas en columnas de piedra, que hoy conforman el “bosque de reyes”. Se sabe que la bonanza de la ciudad fue del 400 al 800 d.C. Las guerras, la fertilidad de la tierra y el trueque de mercancías valiosas, como el jade y la obsidiana sostuvieron a la población de hasta treinta mil personas.
Pero la sobrepoblación y las enfermedades provocaron que la dinastía copaneca se hundiera en la ruina. La organización del lugar quedó desmantelada, aunque el lugar nunca estuvo deshabitado. Los habitantes mayas de la región utilizaron las plazas para sembrar maíz. En los márgenes de la ciudad se instalaron casas tradicionales. Hoy, muchas de las tradiciones siguen vivas en la población del lugar.
Con los años una parte significativa del lado oriental de la Acrópolis fue tragada por la erosión causada por la afluente de Motagua. En los años treinta el meandro del río fue modificado para evitar más daños sobre las ruinas. Pero, a pesar de los erosión, aún se conserva uno de los mayores tesoros precolombinos de América.
Cronista interesado en la historia y autor de la columna Cartohistoria que se publica en Pie de Página, medio del que es reportero fundador. Desde 2014 ha recorrido el país para contar historias de desigualdad, despojo y sobre víctimas de la violencia derivada del conflicto armado interno. Integrante de los equipos ganadores del Premio Nacional Rostros de la Discriminación (2016); Premio Gabriel García Márquez (2017); y el Premio Nacional de Periodismo (2019).
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