El orgullo de ser sicario entraña un cambio cultural profundo en decenas de miles de hombres (y cada vez más mujeres), especialmente en los jóvenes, reclutados por grupos criminales
Olga Aragón / La verdad de Juárez
#AlianzadeMedios
Al grito de “¡Ánimo sicarios!” “¡Somos pura gente de El Tigre!” medio centenar de hombres encapuchados y empuñando armas de alto poder, videograbaron su desafiante exhibición de fuerza mientras abordaban varias camionetas blancas tipo pickup 4×4 de doble cabina, en un paraje del municipio de Bocoyna, región más alta de la Sierra Tarahumara de Chihuahua.
El narcovideo se difunde a través de youtube desde el 4 de mayo. Nítida imagen de prepotencia e impunidad.
Ese mismo día, en una escuela primaria de Anáhuac, municipio de Cuauhtémoc, apareció una manta con la acusación a un militar de “recibir nómina” del cártel enemigo. Sobre el enorme rostro de un tigre impreso a todo color, el grupo criminal expresó por su escrito su respeto al gobierno y advirtió que “la lucha es contra todos aquellos que estén apoyando a La Línea”.
No deja de ser aberrante y sarcástico el respeto que atentamente manifiestan los criminales al gobierno… ¿al de Corral en el estado? ¿al del presidente AMLO?
Días antes, el 30 de abril, este grupo que se ostenta como brazo armado del Cártel de Sinaloa en territorio chihuahuense, enfrentó a elementos del Ejército Mexicano en la cercanía de Creel, a 258 kilómetros de la capital del estado. Tres soldados resultaron heridos. Murieron dos hombres del Tigre, acribillados.
Por eso el grito de guerra, el acicate: “¡Ánimo sicarios!”. Al que ellos responden eufóricos: “Sí, señor. Aquí estamos, jefe. Pura gente nueva”.
La escena perturba el entendimiento. Conceptos, principios y valores morales inculcados durante generaciones, se han trastocado.
Un sicario es un asesino a sueldo, despiadado y despreciable. Sin embargo, por absurdo e inaudito que parezca, para estos hombres dispuestos a matar y a morir matando, ser sicarios es un timbre de orgullo.
Este modo de pensar entraña un cambio cultural profundo en decenas de miles de hombres (y cada vez más mujeres), especialmente en los jóvenes, reclutados por grupos criminales.
El daño es gravísimo, en muchos casos irreversible.
El país está perdiendo gran parte de sus nuevas generaciones, entre jóvenes asesinados y desaparecidos, los que están atrapados en la drogadicción, aquellos que aún viven en condiciones de miseria y ven cancelado su futuro, además de los que son cooptados por grupos delincuenciales y modificaron su visión del mundo y de la vida a grado extremo de sentirse orgullosos de ser sicarios.
Sabemos que 2018 es el año más violento de la historia contemporánea del país; fueron asesinadas 34 mil 202 personas, un promedio de 94 diarias, pero esta cifra de horror suele ocultar la otra cara de la moneda: a los homicidas.
En los sexenios de Felipe Calderón y de Enrique Peña Nieto, perdieron la vida a manos de la delincuencia organizada más de 240 mil personas, más de 40 mil se encuentran desaparecidas y más de 20 mil cadáveres que se encuentran en las morgues o fueron encontrados en fosas clandestinas aún no son identificados.
¿De dónde salieron tantos sicarios? ¿Cómo y cuándo matar se convirtió
en una fuente de trabajo, casi una profesión ejercida por miles?
Tijuana, por ejemplo, es la ciudad más violenta del mundo porque en
2018 registró la mayor tasa de homicidios dolosos; 139 asesinatos por
cada 100 mil habitantes. Fueron 2,640 personas asesinadas, reveló el
Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal.
¿De dónde se abastecieron de sicarios los cárteles? De las pandillas,
asegura David Solís Juziano, vicepresidente del Comité de Seguridad
Pública en Tijuana.
En Tijuana operan 2,500 pandillas y cada una reúne desde 25 hasta 100
miembros dedicados al narcomenudeo y crimen organizado, dice David
Solis. Son decenas de miles de jóvenes, en edades de 13 a 29 años,
trabajando en diversos giros del crimen organizado: ejecución de
rivales, narcomenudeo, tareas de vigilancia o halconeo, tráfico de
drogas, robo de vehículos, secuestro y trata de personas, entre otros.
La 4T y la Narcopolítica
Andrés Manuel López Obrador, presidente de México, se propone
rescatar a los jóvenes de las redes del crimen organizado con una serie
de programas sociales. Su consigna de campaña: “¡becarios sí; sicarios
no!”, condensa la propuesta, pero es insuficiente.
Dice AMLO que el objetivo de la 4ta Transformación es separar al
poder político del poder económico. No podrá lograrlo sin atacar el
corazón del crimen organizado: la narcopolítica.
Bajo el imperio de la corrupción y la impunidad que alcanzó niveles
insospechados en los sexenios de Carlos Salinas hasta Peña Nieto,
pasando por Ernesto Zedillo, Vicente Fox y Felipe Calderón, la
narcopolítica atravesó de arriba abajo las estructuras del estado y sus
instituciones, en los tres poderes de la unión y en todos los niveles de
gobierno
En el recuento de daños que nos deja estos 30 años de imposición y
consolidación del modelo neoliberal, destaca el fruto más podrido de la
corrupción política: el crimen organizado como producto de una asquerosa
amalgama de intereses entre gobernantes y empresarios corruptos y
corruptores.
En palabras de Edgardo Buscaglia, catedrático de la Universidad de Columbia y ex asesor de las Naciones Unidas, “erradicar las redes de delincuencia organizada, plantea combatir a la política, a los gobernadores que sirven como cajas chicas de lavado de dinero, a los Congresos mafiosos y a los señores feudales que han emanado de los sistemas políticos y judiciales”.
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