Carlos Beristain, miembro del desintegrado Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI) para el caso Ayotzinapa, analiza en entrevista la violencia en sus distintos niveles y complejidades, su reproducción y su continuidad, tanto en México como en América Latina
Texto: Heriberto Paredes, Marina Azahua y Timo Dorsch
Fotos: Heriberto Paredes
Carlos Beristain, mediador y parte de los procesos de paz en países como Colombia y Guatemala, fue miembro del GIEI que investigó la desaparición de los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa.
El doctor y psicólogo comparte un análisis que ayuda a leer la violencia en distintos niveles y complejidades, su reproducción y su continuidad, en México y en América Latina.
Su sentido crítico aplicado a los procesos de confrontación, en donde intervienen diversas posiciones, es provocador en el contexto actual en el que parece que se redefinirá la investigación del caso Ayotzinapa. Los costos sociales de una investigación mal elaborada y de la obstrucción de la justicia son demasiado altos, los han padecido sobre todo las familias de los estudiantes.
A partir de un análisis que va de lo particular a lo general, Beristain logra colocar en la conciencia que la justicia no es sólo cuestión de voluntad sino de una correcta procuración de la investigación.
En América Latina, se supone que todos son ya países democráticos, formalmente. Sin embargo, los muertos de hoy en día, la violencia de hoy en día, supera por mucho a los muertos de ayer, ¿a qué se debe?
Hay factores estructurales y factores de cambio en las dinámicas de la violencia. Factores estructurales: la inequidad, la frontera. México tiene una frontera con Estados Unidos y eso no va a cambiar. ¿Por qué Ciudad Juárez fue la ciudad más violenta del mundo en una época, mientras El Paso, la ciudad cruzando el puente, era la ciudad más segura de Estados Unidos? Hay ahí una división del trabajo de matar. Se mata abajo, no se mata arriba. La frontera de Estados Unidos con México no es una frontera entre dos países, es entre dos mundos económicos y políticos. Donde hay una desigualdad en la distribución de la violencia. Hay una división del trabajo de matar, y las drogas van hacia arriba y las armas van hacia abajo. La dinámica de la frontera.
Todas las formas de violencia —masiva, colectiva— tienen lógicas diferentes. Pero, un aspecto común: el mecanismo que está detrás es el control de la población y el control del territorio. Hay lógicas diferentes. Por ejemplo, tienes la contrainsurgencia en la guerra, donde el control de la población y del territorio se da por objetivos contrainsurgentes. Hay un grupo armado que tienes que controlar, tienes que quitarle el agua al pez y haces ataques contra la población civil, porque es importante controlar el territorio y controlar a la población. Pero la dimensión militar de un conflicto siempre es el 10 por ciento del conflicto, el 90 por ciento del conflicto es otra cosa: controles, ataques a la población civil, control del territorio, etcétera.
Cuando los paramilitares fueron a un sitio en Colombia, llamado Barrancabermeja, la zona roja de Colombia en el año 1997, buscaron a la Organización Femenina Popular. Era la única que quedaba y tenía un comedor popular. Fueron a pedirles las llaves del comedor. ¿Por qué un grupo armado basado en el terror quiere quedarse con las llaves de un comedor? Porque es el único lugar civil que no está controlado, el único al que va la gente más pobre a comer, en el que se mueven formas de solidaridad y de información entre la gente. Controlar eso es muy importante, militarmente, si el objetivo es el control del tejido social. Es clave porque la lógica de la guerra no es sólo el enfrentamiento con la guerrilla. Eso es el 10 por ciento. Ésas son formas de continuidad de la violencia.
Cuando fuimos una de las primeras veces a Colombia, hace 24 años, participé en la formación de la organización Brigadas de Paz. Un día, con la organización Justicia y Paz, de curas y monjas progresistas, el grupo fue a ver un campamento de desplazados, en un sitio que se llama Ocaña. Había una casita de palo de una señora que era desplazada y tenía una virgen. El cura que acompañaba a la organización le pregunta: “¿Usted qué le pregunta a la virgen?”. La señora le dice: “Yo le pido que, si hay un nuevo desplazamiento, no haya nada bajo los pies”. Porque dos veces la señora tuvo que desplazarse y dos veces hubo algo bajo los pies: en un lugar hubo esmeraldas y en otro, oro.
La dinámica de la guerra no se entiende sólo por la dinámica insurgente/contrainsurgente. Si tú ves la lógica de la guerra o de la violencia colectiva en Colombia, en México, y en muchos otros lugares, lo que ves es que también tiene importancia lo que hay bajo los pies. Eso une a la violencia insurgente/contrainsurgente, que esconde esos problemas, a una violencia de “nuevo cuño”, en la que todo eso parece nuevo.
Para el caso de la masacre de Río Negro —de cientos de indígenas guatemaltecos, cerca de la zona Baja Verapaz; un caso que tiene sentencia de la Corte Interamericana— hicimos análisis de la masacre para el informe que se llamó Guatemala: Nunca más. Era un análisis en términos contrainsurgentes, viendo qué población había, con quién se relacionaba, el control de esa población y territorio. Pero si ves ese mismo caso desde la lógica actual, tienes que ese desplazamiento masivo se dio para la construcción de la represa del Chixoy. En la lógica contrainsurgente el objetivo es quitarle el agua al pez, a la población. Pero debajo de eso hay otra lógica, que es la del control del territorio para la construcción de la represa más importante del país.
Muchas de las cosas que vemos ahora como casos ambientales no es porque se hayan convertido en cosas nuevas. Es la misma cosa. Antes la mirábamos desde la lógica dominante, que era el conflicto armado o respuesta contrainsurgente. Tenemos una manera diferente de mirar las mismas cosas. Antes había una lógica armada, pero lo que hay bajo los pies o los objetivos del control del territorio siguen siendo importantes.
En Guatemala fui parte del proyecto de la reconstrucción de la memoria histórica, una especie de comisión de la verdad previa a la comisión de la verdad oficial, hecha por Naciones Unidas. Esta comisión fue hecha por la iglesia católica y yo trabajé con monseñor Gerardi, un obispo que dos días después de presentar el informe fue asesinado. Cuando estábamos en ese trabajo, siempre tuvimos una percepción: ¿cómo visibilizamos los mecanismos que hacen posible el horror a gran escala? Esa idea nos la dio el antropólogo Ricardo Falla, jesuita. Él había escrito el libro Las masacres de la selva, el primero que se escribía sobre las masacres en Guatemala. Un día lo llamamos y muy lúcido nos dijo: “Miren, la masacre es trabajo”. Y nos empezó a explicar la masacre de la finca San Francisco, una masacre de 300 muertos.
Él recogió el testimonio del único sobreviviente de la masacre. Ese hombre contó cómo el ejército llegó en helicópteros, cómo la gente que iba a ser masacrada ayudó a sacar las cosas de los helicóptero; contó cómo se separó a los hombres de las mujeres y de los niños, cómo se les mató a unos delante de otros, la bomba que se tiró, no sé si a la escuela o a la iglesia, cómo la gente quedó muerta y cómo él quedó debajo de los cuerpos, ensangrentado, y cómo en la noche salió. Pero mientras eso estaba pasando, había gente que estaba preparando la comida y después hubo fiesta, hubo música. Hay una planificación del terror, no es llegar con una metralleta o tirar una bomba y matar. Entramos en esa idea, le llamamos los mecanismos del horror.
¿Qué es lo que hace posible el horror a gran escala? No es llegar a un sitio y disparar. No son daños colaterales, son daños intencionales; tienen un objetivo, no es casualidad. En ese tomo de Guatemala: Nunca más, en el capítulo que se llama “Los mecanismos del horror”, se describe cómo los servicios de inteligencia eran un poder dentro del poder. Los servicios de inteligencia eran el poder dentro del ejército. Eran los que conducían la guerra, llevaban a cabo las ejecuciones, orientaban las masacres.
¿Qué pasó después de la guerra con los miembros de inteligencia? Han tenido cargos relevantes de control de fronteras o aduanas o negocios ilegales como investigó la CICIG. No es casualidad, eso te muestra la continuidad de la guerra contrainsurgente, con las drogas, con las armas, con el robo de los carros. Del control de los servicios de inteligencia se pasa después a aduanas. Y a esto le llamamos corrupción, y parece que son dos cosas diferentes, pero es una continuidad. Con lógicas diferentes, con objetivos distintos, pero son los mismos tipos con las mismas estructuras.
Hay que mirar no sólo hacia el horror de la guerra, hacia atrás, sino hacia la reconversión de las formas de violencia en el futuro. Si no desmantelamos estas estructuras, tenemos la continuación de las formas de violencia en la dictadura y en la democracia, con otros objetivos, pero con esas mismas estructuras. El uso del terror es el mismo uso del terror, con otra lógica, pero el mismo uso del terror de la crueldad, del terror ejemplificante. Eso marca una continuidad entre tiempos, sistemas políticos y hay que poner énfasis, no tanto en el sistema político, sino a sus mecanismos de continuidad.
Han pasado cinco años desde que 43 estudiantes fueran desaparecidos en México por elementos policiacos y entregados a grupos armados desconocidos. ¿Cuál es su valoración sobre el caso Ayotzinapa? ¿Qué aprendió de su participación en la investigación del GIEI?
Al día siguiente [de aterrizar en México] fuimos a la escuela a hacer un hecho demostrativo para la gente, porque ninguna autoridad había ido. Fuimos para hacer una cosa simbólica para la gente, que le demostrara que estábamos en esto. Tuvimos una reunión con las familias. Nos dijeron tres cosas: “Son los únicos en los que tenemos confianza, no confiamos en nadie más. Dígannos siempre la verdad”. Una gente a la que le habían mentido tanto: “dígannos siempre la verdad, sea dolorosa o lo que sea. Y por favor no se vendan”. Eso no nos lo habían dicho nunca a ninguno de los cinco expertos —que veníamos de un montón de luchas cada uno—. Eso demuestra la experiencia en el caso de México.
Esa fue la pregunta más fácil de responder en ese momento: “No hemos venido para vendernos. No nos vamos a vender”. Pero si ves la experiencia que la gente ha tenido y ves la estrategia que el Estado mexicano ha tratado de usar para neutralizar lo que hacíamos, si no hubiéramos tenido agudeza para entender, hubiéramos terminado en que la gente pensara que nos habíamos vendido. A lo que te enfrentas es a una cosa muy grande. Hay también algo de impotencia aprendida. Mucha gente en México nos dijo: “Ustedes no van a poder hacer nada, no les van a dejar”. Ahí hay dos cosas que son diferentes: que no te dejen hacer nada y que traten de envolverte. Otra cosa es que no puedas hacer nada; otra cosa es convencerte de la impotencia. La impunidad termina por generar un sistema en el que nos convence a todos de la impotencia. Que no hay otro remedio, que hay que adaptarse. Yo voy en contra de todo esto, no se puede permitir, al final es la confirmación de la impotencia de las luchas sociales y de la gente. Una cosa es que sepas a qué te enfrentas, no puedes ser ingenuo en eso, pero otra es que no tengas ni visión ni estrategia, que te dejes llevar al mismo sitio: que el Estado es muy malo, horrible, que no hay nada que hacer, ya sabes cómo son, al final todo mundo termina dándose la palmadita en la espalda.
Y eso es lo sofisticado, porque la fachada es una fachada democrática, con leyes y tratados internacionales, pero al final no hay justicia, entonces uno se pregunta para qué sirve la democracia, este tipo de democracia…
Claro, si entendemos la democracia como las votaciones y los partidos que tienen plata y se pueden presentar y hacer campaña y hacer publicidad y manejan los discursos y limitan… eso no es democracia. Es la democracia electoral, la del sistema de partidos. Entendemos la democracia como la participación de la gente en los procesos, en la toma de decisiones sobre sus vidas; no hay que dejar que todos estos sistemas estén quitándonos los conceptos. Cuando el poder te quita hasta los conceptos, hasta lo que puedes decir, estás perdido. Porque nada de lo que digas va a ser transformador, hay que mantener una distancia de la realidad.
Hay dos tiempos en los que uno se maneja siempre, y eso nos pasó en el caso de los 43. Tú tienes el tiempo en el que las cosas ocurren y el tiempo en el que te das cuenta de que ocurrieron. Entre ellos, en México, no puede pasar mucho tiempo. Yo tenía la sensación de esquizofrenia en las cosas que pasan: si te quedas pegado a eso, estás perdido.
Trabajas con un fiscal, te vas dando cuenta de que es corrupto, que oculta pruebas, que no trabaja para la justicia, sino para manipular las cosas; si te das cuenta de eso cuatro meses después, estás perdido.
La historia construida del basurero de Cocula. Esta historia la construyen con cuatro testimonios. Eran evidentes las contradicciones. Había una contradicción brutal, que era la cantidad de leña que se tenía que usar para quemar los cuerpos. No había manera, “no nos tome el pelo, esto no es así” le dijimos al fiscal. Después detienen a un tipo que se llama “el Duva” o “el Duvalín”, otro de los acusados. Un día viene el fiscal con la declaración que le habían tomado al Duva: tú lees la declaración y responde a lo que nosotros habíamos dicho que eran agujeros [en la versión]. “Con lo que él dice ahora sí cuadra la versión”. ¿Cómo fabrican las pruebas para adecuarse a lo que tú les dices? Uno pensaría que hay un diseño maquiavélico, pero es una cosa más banal. Aunque es un sistema y no hay que minimizarlo, es una forma de funcionar en muchos lugares. Todos tenemos que ser mucho más conscientes de eso, para tener más capacidad crítica, para entender más las dinámicas de esos conflictos, para entender las formas. Es un problema clave: las continuidades de la violencia.
¿Cómo fue trabajar con lo que después se volvió el Expediente Caso Iguala? Es un documento muy impactante por su volumen, pero también porque está actuando como la verdad y muy rápidamente se le encuentran los agujeros de no verdad. ¿Cómo describirías este documento y cómo fue trabajar con él?
Hay un método, antiguo, perverso, el método escrito. Todo se escribe y no sabes qué está sometido a contraste. Teníamos 80 mil páginas el día que llegamos, y después creció mucho más. Pero revisas un peritaje y ves que toda la parte descriptiva está bien hecha. Cuando pasas a la fase conclusiva, te encuentras con que hay otra cosa. ¿Cómo con esto, se concluye esto? Te muestra que hay una mano detrás. No debes dejarte llevar: ¡Han hecho esta prueba y esta otra! ¡Qué bueno, qué tecnología, qué laboratorios! ¿Por qué lo que viene después, las conclusiones, son especulativas? Hay un salto. ¿Qué significa ese salto? Alguien está diciendo lo que hay que concluir sobre esto.
Te pones a hacer el análisis de los informes médicos. Hay una descripción de las lesiones, ¿por qué no hay una fotografía? Sobre los implicados, ¿por qué al tipo lo detienen y tiene una lesión? Se le entrega a la seido [Subprocuraduría Especializada en Investigación de Delincuencia Organizada], la sección de crimen organizado, y al cabo de ocho horas le hacen otro informe y tiene ocho lesiones. Y dos días después le hacen otro informe y tiene 24 lesiones. Lo asombroso es que tienes una maquinaria que te va haciendo informes.
La conclusión que se saca no tiene nada que ver con la realidad. Alguien ha dicho que ésta tiene que ser la conclusión. Hay problemas estructurales. Tienes en México servicios periciales que dependen de la Fiscalía, entonces ya estructuralmente tienes las condiciones para que el médico sea sometido a presión para decir las cosas que no tiene que decir.
Cuando llevábamos un par de meses ahí, hubo una visita de un delegado de la Unión Europea. Tuvimos una reunión con él y venía de hablar con la pgr, con el Estado, y él nos dijo: “Nos han dicho que éste es el mejor expediente que ha hecho nunca México”. Y claro, él estaba apabullado con la cantidad de pruebas. No sé si será el “mejor expediente que tiene México”, pero ese expediente no aguanta un análisis de lo que nosotros estamos haciendo. Y no se trata del número de páginas, sino del sistema y la ética.
Y tienes el factor estructural que va a limitar la independencia del perito. Lo que prima es la lealtad al sistema, no es la verdad, no es la investigación, no es el trabajo.
¿Y cómo plantear la ética en esas situaciones?
Si el comportamiento que se refuerza no es la ética, el comportamiento que prima es el que mejor se adapta a la situación. El que obedece. Y es la perversión total, porque no tienes ninguna garantía.
Se lo dijimos a Peña Nieto: “Asuman una verdad incómoda, es mejor asumir una verdad incómoda que mantener una mentira que no se sostiene”. Nos empezaron a decir que nosotros estábamos desconfiando.
Les decíamos: “Miren, es que esto es lo que hemos descubierto: esto habla por sí mismo”. “No”, decían, “es que ustedes opinan”. Y muchos medios empezaron a convertir la verdad en una opinión. “Es que ustedes opinan que los jóvenes no fueron quemados”. Perdón, nosotros no opinamos nada. Ahí tiene un peritaje de fuego, ahí tiene el teléfono del muchacho que, cuando ya supuestamente los habían matado, le manda un mensaje a la mamá diciendo: “Por favor póngame una recarga”. No es que nosotros opinemos. Lo siento, las cosas hablan. Ahí hay todos los discursos de la llamada “posverdad”: son intentos de tergiversar las situaciones y convertir todo en una versión más de la historia. Todo es una opinión: en el expediente la fiscalía borró un quinto autobús. Lo borró. Entre los ochenta mil folios, no había un quinto autobús.
Lo que hay en el expediente es una fragmentación de las cosas. La primera vez que pedimos un índice nos dieron mil páginas. Pero te pones a leer eso y no entiendes. Decían: ‘Les vamos a dar un índice para facilitar’. Pero no sabes de qué son esos documentos, no sabes de qué van. No tienen ninguna lógica. Pero tienes alguien que ha estado tres semanas haciendo un índice de mil páginas porque nosotros hemos pedido el índice. Es como kafkiano. En una lógica funcionarial que no vale para nada.
Cuando trataron de cuadrar una cosa, se les descuadraba otra. Pero si tú tienes todo eso asociado a una campaña brutal contra nosotros, donde tratan de desprestigiarte, tratan de minar tu resistencia, pues hubiéramos podido sucumbir si no hubiéramos tenido una cohesión primero, los cinco, cohesión interna. Y si no hubiéramos tenido el polo a tierra de los familiares, nos habrían destrozado. Lo intentaron.
Ahora estás en Colombia, en un caso diferente. A ambos países, México y Colombia, ¿qué los une y qué tanto son representativos de un mismo proceso a lo largo de América Latina?
México y Colombia tienen factores de cohesión social fuertes. Diferentes, pero fuertes. En Colombia, tienes gente que ha hecho casos emblemáticos, sentencias muy buenas, gente del aparato del Estado que se ha saltado el mandato y ha hecho cosas muy relevantes. En México no tienes a nadie. En México la única gente que se ha saltado ese mandato fueron los jueces del caso Ayotzinapa en Tamaulipas después de que tuvieron nuestros informes. Pero es la primera vez que los jueces hacen una cosa así.
Tienes una herramienta potente, que es lo que hizo el GIEI, que dejó una herramienta potente que no se acaba cuando el GIEI se va. Eso es una herramienta para el futuro.
Ahora estoy a cargo, entre muchos otros temas, en la Comisión de la Verdad de Colombia, del caso del exilio. He entrevistado a funcionarios del Estado que se la jugaron, que hicieron bien su trabajo, que investigaron violaciones de derechos humanos, que investigaron los llamados falsos positivos, ejecuciones extrajudiciales. Y están en el exilio. Ha tenido un costo enorme, pero fueron tipos que se la jugaron. En México no tienes eso. Y eso marca un poco la diferencia entre los dos países, que son ambos Estados sofisticados, con una fuerte clase media. Tienes ahí a dos países en los cuales han enfrentado un conflicto armado, insurgente, contrainsurgente y toda la historia del narcotráfico de por medio. ¿La criminalidad es la que penetra al Estado o es el Estado el que usa a la criminalidad? Puedes dar muchas vueltas, pero lo que tienes en el caso de México es el funcionamiento conjunto de agentes estatales con agentes de la criminalidad organizada, narcotráfico, para objetivos comunes, y no solamente en el modus operandi, lo que une a muchas de esas cosas es la impunidad. El expediente de la pgr te muestra un monumento a la impunidad. Y el círculo de corrupción, violaciones de derechos humanos, violencia, se quiebra en la impunidad. Si lo sabemos quebrar, se quiebra en la impunidad, es decir que no se alimenta más.
En el caso colombiano, lo que nos han dicho es que quieren una verdad que explique, no sólo que cuente casos, que explique “por qué”. Y eso cabe en México, también. En México hace 10 años, antes de Ayotzinapa, empezamos un trabajo con los familiares de desaparecidos, los talleres psicosociales. Los familiares estaban empezándose a encontrar unos con otros. Ahí hablábamos de la desaparición política y la desaparición social. La desaparición política, casos de los años 70, la Guerra Sucia como paradigma. La desaparición social, casos de la guerra contra el narcotráfico. Durante años, muchas de las organizaciones de derechos humanos no se metieron en esos casos de violencia actual. No se metieron porque les tenían miedo. Porque ahí está el narco. Hasta que el caso de Ayotzinapa expuso la relevancia del tema de derechos humanos. Porque era un grupo organizado: eran estudiantes con un estigma contrainsurgente. Era evidente la implicación de agentes del Estado, de la policía. Eso muestra dinámicas de violencia que hay que quebrar en la impunidad. Y si no se quiebran las formas que tenemos de dar sentido a lo que sucede, ¿cuáles son los factores explicativos?
En la Comisión de la Verdad en Colombia es clave eso: ¿cómo hacemos un análisis de esos patrones de violencia que ayuden a entender las lógicas? Porque de otro modo vamos a hacer una casuística de muertos o de desaparecidos: y un caso y otro caso y otro caso. Para cambiarlo, necesitas entender cuál es la lógica que hay detrás, cuáles son esos mecanismos.
Hay que ver el proceso de la masacre, y también, el de la impunidad. Hicimos un planteamiento en el último informe de qué cosas tienen que cambiar sólo en la investigación y el trabajo en esos casos. Son como 20 puntos. Entre ellos: independencia de los servicios periciales. Evitar la fragmentación de los casos. Fragmentar un caso es impunidad. Tienes una legalidad que está orientada a generar impunidad. Tiene que cambiar. Yo no sé si la PGR quiso hacer esto o aquello. Yo quiero entrar en cuáles son los hechos y a dónde llevan.
Esos mecanismos los hemos vivido en las épocas duras de las guerras clásicas, insurgencia, contrainsurgencia. Pero hay una continuidad de esos mecanismos hasta hoy. Yo doy clases en varias universidades y cuando a veces he preguntado: “¿qué pasa en México?” La gente, ¿qué te dice? “Narcotráfico”. Claro que el narcotráfico es parte de la lógica, pero no es sólo el narcotráfico. Para el movimiento social también es clave: ¿cómo tenemos más capacidad de entender esas dinámicas? Porque de otro modo terminas solamente haciendo la pelea o la protesta contra las atrocidades o las cosas que siguen pasando, pero sin tener una visión más estratégica de a qué le apuntamos.
Al menos desde hace 30 años muchas organizaciones sociales ya habían empezado a denunciar que toda la estructura de violencia ocultaba, o tenía, un sentido de despojo. Y desde entonces la han resistido. ¿De qué manera se relaciona esa nueva forma de mirar las cosas, con las continuidades de la violencia de las que nos has hablado y las formas de resistencia que pueden hacerles frente?
La dinámica de un conflicto armado, en términos más globales, te oculta cosas que pasan por debajo y que no son lo más visible. Hace años, en la zona de Barrancabermeja, había un obispo progresista en Colombia, Jaime Prieto, un tipo muy bueno. Un día, en un debate con él sobre lo que significaba el paramilitarismo, me dijo: “Si quieres entender el avance del paramilitarismo en la región, el Magdalena medio, esa zona roja de Colombia, tienes que irte a una ferretería a ver los kilómetros de alambre de espino que se han vendido” El alambre de espino es un indicador del despojo de la tierra. Detrás del paramilitarismo hay una lógica de un proyecto económico de control.
Hay una dimensión militar del conflicto, que es la masacre, el atentado, el asesinato, pero eso no sirve para explicarlo todo por dos razones. Primero, la lógica que hay detrás no es una lógica de enfrentamiento armado, sino una lógica de acumulación de poder y acumulación de tierra y eso te lleva a cosas más invisibles. Ves la masacre, pero no ves los kilómetros de alambre de espino que se están vendiendo, y eso es algo que está pasando a la vez. Además, el terror solo no funciona, el terror funciona con legitimación. Los cambios en la lógica de la violencia obedecen a esa relación.
Hace años hacía la supervisión de equipos trabajando en otra región de Colombia, al norte, Punta de Pie y Urabá. Muchos eran curas y monjas, los únicos que podían ir a esas regiones. Yo hacía la supervisión de equipos que iban allá, estaban un tiempo y se regresaban. Un día tenemos una sesión de supervisión y están todos en crisis: “No tiene sentido. No vamos a volver”. Habían ido a aquella región, al norte de Urabá, y llegaron a un retén paramilitar y se morían de miedo. Pero los paramilitares les dicen: “Qué bueno que ustedes vengan”. Les dan una palmadita en la espalda: “Nosotros tenemos que golpear a la gente y ustedes vienen a consolar a la gente. Pasen”. Los curas y las monjas estaban en crisis. “¿Cómo es posible que les estamos colaborando a mantener la situación así? No vamos a volver”. Hagamos un análisis, dije. ¿Qué dice la gente de la comunidad? “La gente dice que sigamos, que es lo único que tienen”. Me contaron la historia de esa comunidad, que había sido masacrada por los paramilitares. Después iba a ser la fiesta del pueblo y la comunidad sabía que iban a llegar los paramilitares con una vaca. ¡A la comunidad que habían masacrado llegaron con una vaca, para la fiesta del pueblo! Para legitimarse. Las mujeres se levantaron a las 2 de la mañana a hacer comida. Cuando llegan los paramilitares, les dijeron: “Qué pena, se pueden llevar la vaca porque ya tenemos la comida”. Lo que tienes ahí es una forma de resistencia. No es una resistencia directa, no es la manifestación, no es la pancarta, pero tienes una resistencia.
Si acompañamos o no un proceso, tiene que ver con si la gente está resistiendo o no. Hay que aprender a leer las lógicas de la resistencia. Y no sólo las lógicas de resistencia en las que uno está pensando. Después preguntarse: ¿qué función cumple nuestra presencia? Porque una cosa es que el paramilitar me diga: “Qué bueno que vengan”, que es el discurso que trata de cuestionarte, y otra cosa es que nuestra presencia abra el espacio para que la gente pueda desarrollar su lucha o no. Si no lo abre, para mí no tendría sentido seguir. Si lo abre, entonces tendría sentido.
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Fotógrafo y periodista independiente residente en México con conexiones en Guatemala, El Salvador, Honduras, Costa Rica, Cuba, Brasil, Haití y Estados Unidos.
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