La visita a Taiwán de la lideresa de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, representa la mayor crisis diplomática de Estados Unidos y China en 27 años. La tensión mantiene al mundo en alerta ante el riesgo de otro conflicto armado
Texto: Alberto Nájar
Foto: Sam Yeh / AFP
CIUDAD DE MÉXICO.- Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, tenía menos de una hora de haber aterrizado en Taiwán cuando en su cuenta de Twitter apareció este mensaje:
“Nuestra visita reitera que Estados Unidos apoya a Taiwán: una democracia sólida y vibrante y nuestro importante socio en el Indo-Pacífico”.
El contenido del tuit despejó las dudas sobre la posición del gobierno de Joe Biden sobre la llamada “Isla Rebelde” y que reclama China desde hace décadas:
Taiwán es una nación independiente, y por lo tanto las históricas pretensiones de Pekín de incorporarla como parte de su territorio son inaceptables.
El gobierno del presidente chino Xi Jinping respondió de inmediato con una condena a lo que calificó como “una grave violación al principio de una sola China”.
Y enseguida anunció el inicio de ejercicios militares en la zona a partir del jueves 4 de agosto. Las tropas y naves de guerra utilizarán fuego real para las prácticas.
Con ello inicia el período de tensión más intenso entre Washington y Pekín en más de dos décadas, y puso en alerta al mundo occidental ante la probabilidad de una confrontación armada.
Un nerviosismo que se multiplicó en el mundo paralelo de internet. En redes sociales como Twitter la etiqueta #TerceraGuerraMundial fue una de las más repetidas.
Más allá de la tradicional especulación de cibernautas, lo cierto es que la visita de Pelosi es vista por muchos diplomáticos y analistas internacionales como una provocación innecesaria.
Sobre todo, porque es un tema especialmente sensible para China que desde 2005 mantiene la advertencia de que responderá con la fuerza ante cualquier intento de Taiwán de independizarse de manera formal.
El origen del conflicto se ubica a finales del siglo XIX, cuando la dinastía Qing que gobernaba China perdió la guerra contra Japón.
Este país se quedó con el gobierno de Taiwán, pero tras su derrota en la Segunda Guerra Mundial fue obligado a devolver la isla a sus administradores originales.
En 1949, sin embargo, el presidente chino Chiang Kai-shek fue derrotado por las fuerzas comunistas de Mao Zedong, que lo obligaron a refugiarse en Taiwán.
En ese lugar Chiang estableció la llamada República de China que obtuvo el respaldo de Estados Unidos y sus aliados.
Mao, a su vez, fue apoyado por la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. El estatus se mantuvo hasta el fin de la Guerra Fría, en 1990.
Antes de eso Taiwán había emprendido el camino a la apertura democrática que permitió en 2000 la elección del primer presidente ajeno al Kuomintang, el régimen dominante durante más de 50 años. El elegido fue Chen Shui-bian.
El resultado electoral alarmó a China que desde los años 80 mantenía una relación cordial con la isla bajo la fórmula de tener “un país, con dos sistemas” económicos distintos.
La propuesta fue que Taiwán podría mantener una autonomía importante en su gobierno siempre y cuando aceptara la reunificación política y territorial con China.
Esa misma estrategia se aplicó de facto en Hong Kong. Taipéi (capital taiwanesa) rechazó la oferta desde los años 90.
Tras la elección de 2000 Pekín endureció la relación con la isla. En 2005 promulgó la Ley antisecesión que autoriza al gobierno a utilizar “medidas no pacíficas” contra Taiwán si intentaba separarse oficialmente de China continental.
La situación se agravó en 2016 cuando fue elegida la actual presidente de Taiwán, Tsai Ing-wen, postulada por el Partido Democrático Progresivo que es abierto promotor de la independencia de la isla.
Tsai obtuvo el respaldo de Donald Trump, quien cambió la política estadounidense vigente desde 1979, cuando se interrumpieron las relaciones entre ambos países.
El magnate mantuvo durante su gobierno una abierta confrontación política con el gobierno chino. El apoyo a la isla, señalaron analistas en su momento, fue parte de ese desafío.
Joe Biden parece continuar la misma estrategia. Aunque formalmente no existen vínculos diplomáticos, Estados Unidos ha ofrecido a Taiwán enviarle armas defensivas, y en el discurso advierte que podría reaccionar duramente ante cualquier ataque de China.
El compromiso estadounidense con Taipéi, repite Biden, “es sólido como una roca”.
Y en esa retórica la visita de Nancy Pelosi puede interpretarse como una pedrada, sobre todo ante la posición de Pekín y Washington en la guerra en Europa del Este.
Los dos países se encuentran en trincheras distintas: China apoya a Rusia, y Estados Unidos respalda a Ucrania.
No es la primera vez que la llamada “Isla Rebelde” provoca una crisis diplomática entre China y Estados Unidos.
En 1996, cuando se preparaban las primeras elecciones presidenciales directas en Taiwán, el gobierno de Pekín realizó pruebas de misiles en la región como una forma de influir en los comicios.
Bill Clinton, entonces jefe de la Casa Blanca, respondió con el mayor despliegue militar estadounidense en Asia desde la guerra de Vietnam. El mensaje fue claro. China guardó los misiles.
Casi tres décadas después vuelve la tensión militar. Casi al mismo tiempo que el avión de Nancy Pelosi aterrizaba en Taipéi, las fuerzas armadas chinas respondieron duramente.
El Ejército Popular de Liberación lanzó “simulacros militares masivos alrededor de la isla, incluido un simulacro de tiro real de largo alcance en el Estrecho de Taiwán”, según reportó el diario oficialista Global Times.
También hubo “un simulacro de misiles convencionales de fuego real al este de la isla”.
El mensaje, señalan analistas citados por el diario, no es sólo para “la política de 82 años de edad (Nancy Pelosi), sino contra las autoridades secesionistas de Taiwán”.
El gobierno de Joe Biden no respondió de inmediato a los ejercicios militares de China.
Productor para México y Centroamérica de la cadena británica BBC World Service.
Periodista especializado en cobertura de temas sociales como narcotráfico, migración y trata de personas. Editor de En el Camino y presidente de la Red de Periodistas de a Pie.
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