La contingencia por el COVID-19 no puede utilizarse para quebrar las luchas contra la violencia de género, violencia que seguirá aquí cuando encuentren la cura del virus
Desde hace tiempo, en contra de nosotras acrecienta una pandemia de violencia en las calles, en las casas, en el trabajo, de la que tenemos que cuidarnos cuando no defendernos 24/7 y con la que algunas han aprendido a lidiar, como si la violencia fuera la norma, mientras otras más han desarrollado estrategias para detectarla, visibilizarla y advertir de sus riesgos, alertar de sus efectos que no solo son la muerte, también la negación constante a una vida digna de ser vivida. Es la violencia feminicida que, con todo y la virulencia y el miedo que engendra, cada día más mujeres deciden enfrentar. Ese enfrentar no se trata de un combate abierto como el pensamiento patriarcal imagina, sino un construir hacia dentro, un sembrar, un enraizar, un mantener y fortalecer, un organizarnos para resistir el embate.
Hemos pedido al mundo preste atención e importancia a esta pandemia, al número de feminicidios, a la cantidad de agresiones sexuales en contra de mujeres y niñas, a la explotación y el destrozo de nuestros cuerpos y un amplio etcétera de atropellos, pero la humanidad —de la que nos prometen formamos parte— no ha escuchado. Al menos no con la misma atención, preocupación y reacción que aplican por detener el COVID-19.
Resulta absurdo poner dos problemáticas a competir por relevancia, sobre todo cuando queda claro que la importancia de una sobre la otra ya está asumida y, además, existen más de dos problemas. Bien escribe Marusia López en este artículo: no es un virus el que desata la crisis a lo largo y ancho del planeta, es “un mundo en crisis que se enfrenta a un virus”.
Parece fundamental entender lo anterior como principio para contrarrestar el golpe que ya está aquí y los que vienen; comprender que se trata de crisis amplias derivadas de desigualdades sociales insostenibles, que a su vez son combustible para el avance del virus y serán las poblaciones vulnerables las que —de nuevo— recientan el golpe; entender que la desigualdad enferma y mata.
En México llevamos semanas escuchando sobre una estrategia a nivel federal para frenar el virus de manera que no impacte directamente en la economía de la población que vive al día y además pretende colocar a los más vulnerables en caso de contagio en un nivel de prioridad de cuidados. Esto último es el único sentido en el que se ha considerado a las mujeres como una población vulnerable, pero solo a las mujeres embarazadas, aclaro, y no por ser mujeres y enfrentar una violencia estructural, simbólica y física cotidiana.
El patriarcado se autodesconoce, las estrategias de Estado que se activan en el país ante esta emergencia sanitaria mundial no consideran que la desigualdad y violencia en contra de las mujeres y niñas no se anula ni disminuye cuando piden a la población quedarse en casa como medida de prevención de contagios.
No hay que mirar muy lejos en el tiempo ni en lo geográfico para dar con un ejemplo de cómo una contingencia —digamos, un desastre natural— puede afectar de manera puntual a las mujeres y niñas (pequeño detalle a considerar para diseñar acciones gubernamentales que atiendan dicha contingencia). En 2017, en Juchitán, Oaxaca, después del terremoto del 7 de septiembre, cuando tantas familias perdieron sus casas, fueron las mujeres —quienes en su mayoría realizan los trabajos de cuidados— las que terminaron absorbiendo el mayor impacto de esa crisis, circunstancia que la política de reconstrucción después de los sismos jamás previó. No hubo ni siquiera la intensión de dar —que sé yo— apoyos monetarios para las cuidadoras porque, claro, el mantenimiento de la vida, con o sin emergencia, está asumido: le toca a ellas.
Si las políticas públicas no son diseñadas con perspectiva de género, mucho menos con una visión feminista. Sin embargo, hay algunos aprendizajes o experiencias que como comunidades y redes de mujeres y feministas podemos rescatar y no olvidar en esta nueva contingencia:
-El trabajo de cuidados y el sostenimiento de la vida deben entenderse como responsabilidades colectivas. Es básico impulsar políticas de cuidados para que la responsabilidad no recaiga solo en las mujeres.
-Si el impacto de una contingencia es diferenciado, como ya lo sabemos, y el Estado no hace nada para protegernos (como es costumbre), para ello existen las redes feministas en las que priorizamos a las mujeres y las niñas como acto político de resistencia.
-Ir en contra de conductas de odio contra las mujeres es máxima del feminismo. Pero la xenofobia, el racismo, son violencias que se agregan y en sí mismos virus a enfrentar. Que el miedo no nos lleve a aceptar actos de autoritarismo que no permitiríamos en otras circunstancias.
-Una crisis siempre es una oportunidad: es un lugar común, pero también es cierto. Esta pandemia es lo más cercano a la grieta en el sistema por la que nos colamos para reconfigurarlo. Tanto decimos que el sistema es patriarcal, pues qué mejor oportunidad que esta para cambiarlo o por lo menos no permitir que empeore.
-La contingencia por el COVID-19 no puede utilizarse para quebrar las luchas contra la violencia de género [vaya y busque el hashtag #NoSeLavenLasManos], violencia que seguirá aquí cuando encuentren la cura del virus.
Periodista
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