Cita con una escort

30 mayo, 2019

Fanny es trabajadora sexual. ¿Cuáles son las razones de una joven de 24 años para dedicarse a este medio, como ella lo llama? ¿Qué quieren los hombres que la buscan? ¿Qué quiere ella? ¿A qué se enfrenta todos los días?

Texto: Lydiette Carrión

Fotos: Ximena Natera

Fanny tiene 24 años, es mexicana, morena clara, de rasgos delicados. Es pequeña, poco voluptuosa; esto último lo explota porque la mayoría de los hombres buscan chavitas. Ella aparenta unos 19; incluso todavía tiene acné adolescente en las mejillas. Fanny es escort independiente. Gana bien, unas cinco veces más que un sueldo promedio de reportera o editora. Gana unas cinco veces más que yo.

Toma un jugo en una cafetería del centro de la ciudad. En un par de horas irá a trabajar, así que ya está vestida y maquillada. Oculta el top y el short deslumbrantes bajo una camisola suelta que se quitará en cuanto vaya a su primer servicio. Los tacones infinitos los lleva en la bolsa; por ahora calza unas chancletas. Su madre espera en otra mesa a que termine la entrevista; esta última se debate cada día entre dos fuerzas: el miedo a que a su hija la maten, y la necesidad de protegerla y respaldarla; hacerle saber que la ama y está con ella, más porque su trabajo es tan estigmatizado. Pero la madre se declara feminista, y eso incluye respetar la determinación de su hija.

Lo que ellos quieren

Fanny tiene dos voces. La primera, una voz profunda, analítica y cínica. Y la segunda, una voz infantil, como de inocencia, sin aparente correspondencia a su trabajo. Ahora ella habla con esta última.

«Es ofrecer no sólo el sexo. Yo creo que nos contratan también por nuestra compañía, porque les aportamos algo bueno. Porque se sienten bien con nosotras. Yo, gracias a Dios, siempre me he topado con gente muy buena, muy chida. Siempre que me voy me escriben: ‘ay, me la pasé muy bien, muchas gracias’. Muchos me regalan cosas: flores, que el chocolatito… Yo diario regreso a mi casa con algún detalle. Y me he dado cuenta de que es más que nada porque te ganas a la gente. No te buscan tanto… obviamente sí, por la relación, pero porque les gusta tu compañía. Les gusta platicar contigo. Les gusta que los escuches sin juzgar. Yo trato de escucharlos y si ellos me piden un consejo, pues se los doy. »

A lo largo de la entrevista, Fanny se refiere al acto sexual como “La Relación”. Ella explica que en promedio, La Relación dura unos 15 minutos, pero las tarifas de las escorts son por hora. ¿Qué hacen los 45 minutos restantes?

“Les doy un masaje”, dice Fanny. Sonríe: “No soy experta, pero que se lo pasen bien”. Y escuchar. Necesitan que alguien los escuche. «Exigen que no estés pegada al celular”.

Ser para otros… Los trabajos históricamente llamados femeninos son de ser para el otro. La economía de los cuidados, a veces pagada, y otras –la mayoría– no: enfermeras, madres, educadoras, maestras, amas de casa, trabajadoras domésticas, trabajadoras sexuales…

–¿De qué platicas con ellos?

–A veces me preguntan: “¡Ay!, tú que eres mujer…” [se ríe] Ésa es la típica frase [y aquí aparece su voz cínica, profunda, y con ella parafrasea al cliente]: “Tú que eres mujer…”. y después los clientes se quejan de las mujeres en sus vidas:

“‘Es que mi esposa es bien mamona, siempre está enojada’. Yo trato de decirles algo que les sirva. No les digo: ‘pues mándala a la chingada’, ¿verdad?”. Y ríe.

Hace unos años, escuché el testimonio de un hombre adicto a pagar escorts. En aquel entonces él tendría unos 45 años y estaba bajo tratamiento por su adicción a pagar por sexo. Él narró que lo que más que le gustaba de una prostituta (él las llamaba así) era conversar con ellas y calificaba esa plática como “superficial”, “melosa”, “coqueta”, “que no iba a ninguna parte”. “Me encanta”, decía enfático.

Aarón [lo llamaremos así] es otro hombre, de unos 46 años actualmente. Al preguntarle, se ríe, dice que sí, que ha acudido a una escort, o a varias, “pero hace mucho que ya no”. Sobre lo que más le gusta dice:

–Obvio el sexo, pero ¿sabes qué?, cuando hacen bien el trabajo, lo mejor es que te hacen sentir atractivo, te sientes el súper hombre… cuando fingen el orgasmo, y ¡ay, papacito!, el juego del enamoramiento… que ella te diga: ‘yo te quiero…’.

–¿Alguna vez les regalaste algo?

–Sí, claro. Por el juego del romanceo. De jugar a ser novios. Es esa fantasía, la de sentirte chingón, galán, importante.

–¿Te enamoraste?

–Pues sí. Ya sabes, esta idea de “la voy a sacar de trabajar”. Pero ya que haces cuentas, pues ¡no!, una chica escort puede ganar 10, 12 mil pesos al día. ¿Cómo compites con eso?

«Ellas te venden una fantasía. El hacerte sentir bien, hacerte sentir importante. Por ejemplo, había una chica que cuando nos despedíamos me decía: ‘oye, pero por favor, háblame o mándame mensajes, porque tienes una voz preciosa’”.

–¿Alguna vez el pagar por ello te dejó vacío?

–No me dejó vacío, porque sí lo disfruté. Yo andaba sin pareja, estaba trabajando en Guadalajara. Esa vez estuve con ella como seis horas. Nos fuimos a cenar, ella quiso ir a bailar, éramos como novios. Eso sí, al terminar me dijo: “si otro día quieres que salgamos, te cobro menos”.

La Relación, la fantasía de jugar a ser novios. ¿Qué más piden?

–Algunas veces te piden un minivestido y unos taconzotes– responde Fanny. Ella entonces llega a la habitación vestida así, aunque cuando piden un disfraz o lencería, se cambia hasta llegar a la habitación.

–¡Disfraces! ¿Qué disfraces te piden?

–El de colegiala. Les gusta mucho esa idea del uniforme de secundaria, los uniformes verdes con gris de secundaria de gobierno… de hecho, si subes una foto así al Twitter, éste no para: retuit y retuit. De niñita, así de Lolita… [no puedo dejar de pensar que México ocupa los primeros lugares de abuso sexual infantil]. También de monja o de secretaria… yo ésos no los cobro extra… pero si quieren algo especial, pues deben comprar el disfraz.

–¿Qué ha sido lo más extraño que te han pedido?

–De bebé. Con mameluco.

Fanny ve que la respuesta me descompone el rostro. Y el suyo también cambia. Agrega:

–Hay güeyes que tienen filias muy extrañas. También eso de vestirme de bebé, yo me sentía mal de hacer eso, así de que “¿en qué estoy participando?”. Pero pues ya estás ahí; y también negarte es hacer que el güey se enfade y ponerte en riesgo. Esa vez yo sí me sentí mal conmigo misma; me dije: “¿en qué chingados estoy participando?”. Pero una compañera me dijo: “mejor que lo desfoguen así, güey, en una fantasía, y no en algo real. Que vayan a andar ahí de pedófilos”. Mejor que lo hagan así…

Antes de abrir la puerta

Unos meses atrás, entrevisté al exnovio de una acompañante asesinada en 2018, durante la ola de feminicidios de escorts en Ciudad de México. Él hablaba sobre la adrenalina que representa para una trabajadora sexual el momento antes de abrir una puerta de hotel: ¿Con quién se encontrará? Algunas escorts se vuelven adictas a esa adrenalina, explicó. No todas, recalcó, pero sí algunas.

–A mí más bien me da miedo– responde Fanny–. Me ha llegado a pasar que abres la puerta, y en el burocito hay coca, mota, y un buen de cosas que… y entonces toda la hora estás así de “que a este güey no se le suba y se aloque y me vaya a golpear”. Y estando ahí ya no te conviene discutir con él; tienes ser sutil y aguantar. Yo le doy el servicio bien, y trato de salir lo más pronto de ahí.

Antes de ese momento, el de abrir la puerta, Fanny ya ha emprendido una serie de medidas de seguridad que ha ido adoptando a lo largo de tres años de trabajo como escort. Empieza desde que le escriben por whatsapp para pedir información.

–Hay güeyes súper groseros, que te escriben un buen de cosas: de “¡cuánto!” y “¡afloja!” y así. Yo a esos ni les contesto. Desde que me escriben trato de analizarlos. Y sí, desde el inicio te das cuenta de cómo son. Pero hay veces que cuando te piden información son muy amables, y cuando llegas a dar el servicio se portan distinto.

Por ejemplo, llega y el cliente está drogadísimo, y aunque ella ya ha sido específica en que no se deja pegar ni morder, ya en la habitación el cliente la jala, la muerde, la golpea. “Es muy difícil aguantar este tipo de cosas”.

En whatsapp Fanny da su “arancel”: el precio por hora; y sus condiciones: desde la higiene (por ejemplo, que dé o no besos dependerá de la higiene bucal del cliente) hasta el uso del condón.

–Tiene que ir muy marcado que todo es con protección. Les digo claro: “yo no hago nada al natural. Así me pagues más, no cobro extra, no quiero hacerlo”. Me ha pasado que ya en la habitación te ofrecen más dinero. Y me dicen: “oye, tengo estudios, si quieres llegando a mi casa te los mando”. Pero pues no. Me ha han llegado a ofrecer el doble o el triple por hacerlo natural.

Otra de las especificaciones no negociables es la hora: el último servicio que presta es de las ocho a las nueve de la noche. Entre las escorts se considera de “valientes” trabajar después de las nueve. Los locos, los alcohólicos, los desvelados son quienes buscan a una chica por la noche. Por lo general, los clientes menos riesgosos (aunque nada es seguro) son padres de familia, maridos, profesionistas, trabajadores que pueden darse una escapada al hotel por las tardes o las primeras horas de la noche: a la hora de la comida, “brincarse” una clase o una cita de trabajo, poco después de salir de la oficina”.

Fanny no atiende a domicilio, lo más peligroso que existe. Tampoco bebe con los clientes.

–Nunca sabes si le van a echar algo a la bebida y, siempre, tienes que estar súper alerta si él saca algo de la mochila.

Sobre esto último, de hecho, otro requisito es que antes de que ella atraviese esa puerta, el dinero y los condones deben estar sobre el buró; el cliente no tiene por qué sacar nada de su mochila una vez que ella está ahí. Así previene que sorpresivamente le saquen un arma, una cuerda.

Pero su carta más fuerte con respecto a la seguridad es su chofer.

–Nunca ando sola. Contrato un chofer, un amigo de muchos años que trae su taxi. Él me lleva, le envío el número de habitación, le digo cuánto tiempo voy a estar, y durante el servicio me va mandando mensajes. Cada 20, 30 minutos, me pregunta por mensaje: ‘¿Todo bien?’ Todo bien. Pero si pasan 40, 45 minutos y no respondo marca el celular, y luego a la habitación directamente. Ahí, si nadie contesta, pues él subiría. Hasta ahora esto último no ha ocurrido.

Lo más grave que le ha pasado es que un hombre no quería dejarla salir. Ella terminó llamando por teléfono a su mamá. De alguna manera, la mamá convenció al hombre de dejar a la hija en paz. La madre recuerda que aquella noche Fanny le pidió platicar con ella un rato, de otra cosa, para que se pudiera calmar y llegar “como si nada” a casa.

–Siempre he pensado que aunque traigas seguridad, de la puerta para adentro estás sola.

«Lo he pensado muchas veces, ya una vez que estás así sin ropa estás sola. No puedes tener el teléfono… es decir, no puedes estar en la Relación y tener el teléfono a la mano; lo puedes tener cerca, pero no contigo. Si el güey te quiere hacer algo, ya te estudió. Él ya vio dónde dejaste el teléfono, dónde dejaste la bolsa, él ya tiene medidos tus movimientos. Siempre he pensado que cuando estás con él, la única defensa que tienes es tu mismo cuerpo: tus dientes, tus brazos, tus uñas. Siempre que es un cliente nuevo, vas a ver si realmente quiere nada más el servicio o hacerte algo.»

De nuevo, cambia su voz, la de la inocencia: “Sabes, yo soy muy creyente de que atraes la energía que lleves. Trato de ir en paz… no robo, no quito horas, no lo hago güey con el teléfono, aunque lo vea bien borracho. Procuro que esté consciente de que ya me voy”.

Otras agresiones han sido intento de extorsión, y acoso por parte de hombres que quieren “redimirla”. En una ocasión un señor pagó la hora entera para hablarle y convencerla de que estaba muy mal lo que hacía, y que de seguro su familia la explotaba, de que era una tonta por dejarse. Cuando ellos “ni siquiera saben por qué estás aquí”.

–¿Por qué estás aquí?

–Desde este medio, he podido avanzar mucho, porque de esto puedes pagar la escuela, puedes mantenerte sola. Yo me salí de casa de mi mamá, renté mi departamento, yo sola lo amueblé. Son cosas de las que me siento orgullosa. Me ha costado muchísimo ganarme el dinero, pero llegar a casa y darme cuenta de lo que he avanzado, pues vale la pena aguantar ciertas cosas.

“Pero, ¿sabes?, tampoco es mi proyecto de vida, porque te pones en riesgo cada que sales a trabajar. Yo me pongo a pensar en eso, qué tal que un día me topo a un güey bien loco y no regreso, o me meten un susto y voy a parar a un hospital. Y también me preocupa la angustia con la que vive todo el tiempo mi mamá. Porque yo dejo de contestar tantito el teléfono y mi mamá se pone súper espantada, pensando siempre lo peor”.

–En 2017, 2018, estuvieron matando a muchas chicas…

–Sí. Había un aviso en todos los grupos, de que no fueras a la zona de Patriotismo, estaba muy cabrón, decían, “hay güeyes de la Unión», un grupo de crimen organizado involucrado en la extorsión, narcotráfico, cobro de piso y extorsión a escorts. En esa zona «si tú vas como independiente, te van a cobrar piso. Y si no les quieres dar lo del piso te van a dar un levantón. Y hasta la fecha… se supone que ya está más tranquilo, y varias de mis compañeras han ido, dicen que sin bronca. Pero yo no atiendo ahí.

Entonces, se popularizaron aún más los grupos de seguridad por whatsapp, las aplicaciones de teléfono para reportar a clientes peligrosos o abusivos, las cuentas de seguridad.

Fanny recuerda que en una ocasión, una de sus compañeras fue atacada por un cliente, y ella alcanzó a encerrarse en el baño con su teléfono.

“Ella nos mandaba audios, llorando, y se alcanzaba a escuchar los gritos del otro: “¡eres una puta!”, y ella llorando en el baño y mandó el audio al grupo, ¡pero ella nunca reportó en qué hotel estaba! Era la desesperación de saber que algo pasaba y no poder hacer nada.

“Coincidió que una de las chicas estaba en el mismo hotel y escuchaba los gritos. Pensó: ‘¿que tal que sí es ella, pero qué tal que es una pareja y nada que ver?’. Pues le dijimos: ‘ve, güey, toca y pregunta si está todo bien’. Fue a tocar ella, y sí era la chica. Entonces le dijo al güey que le bajara que si no le iba a armar un desmadre ahí. El cliente se vistió, se salió y ella no salió del baño hasta que él se fue”.

–¿Qué dijeron los del hotel?

–Ni se enteraron, o si se enteraron, no se quisieron meter. Igual cuando le hablaron a una patrulla, los policías le dijeron: “no te pasó nada, no tienes ningún golpe”. Y el güey pudo salir sin broncas… Realmente no puedes hacer nada. No hay nadie que te defienda.

–¿Has perdido alguna amiga?

–Sí. Hace como dos años, mataron a una de nuestras compañeras en un hotel de Tultitlán. El güey la ahorcó y la ahogó dentro de un jacuzzi. Y fue muy feo porque ella ni siquiera era de aquí. Su familia no sabía que ella se dedicaba a esto. Y la familia no tenía los recursos. Cuando entregaron el cuerpo, mandaron una tarjeta al grupo de nosotras para que las que quisiéramos depositáramos. Fue muy chido porque todas lo hicimos. Se le hizo un velorio bien, bonito, y su familia se pudo llevar el cuerpo. Obviamente una se pone en su lugar: me pudo haber pasado a mí.

Lo que ella quiere

–¿Qué planes tienes a futuro?

–Quiero tomar unos cursos de repostería y gastronomía. Pero terminando este año, lo que ya quiero es un negocio. Igual cuando tenga ese negocio, en lo que arranca, voy a tener que seguir trabajando en esto un tiempo. Sé que este trabajo no es para siempre.

–¿Tienes amigas que lo han dejado?

–¡Sí!– dice contenta.– Y la verdad eso te motiva. Dices: ‘sí se puede’. También he platicado con una amiga que tengo, que ya tiene 10 años en esto y siempre me dice que ahorre. Ella ya está grande, ella tiene 34 años. Y ya no la piden tanto (lo que más pegan son las chavitas). Para que ella saque un servicio… pues sí le cuesta. Ella hace un servicio cada tercer día. Así es más difícil retirarte, porque el dinero te cae es a cuentagotas.

“Ella siempre me dice: ‘no seas mensa, ahorra, ahorra, ahorra’. Tu tiempo bueno es cuanto de te cae dinero bien, pero eso no dura. Ella a los 34 ya no se ve súper jovencita. Y me dice: ‘cuando yo empecé me iba súper bien. Me compraba ropa, me iba a los antros’. Y qué pena, porque le invirtió a esto 10 años, y ahorita apenas saca para la renta. El medio se la comió. El medio le ha quitado muchas cosas. Ella estaba casada, su esposo la dejó por esto… su esposo sabía, pero pasado un tiempo le dijo: ya no aguanto, no te vas a salir… ¡cuántas cosas no le quitó el medio!

–¿Y a ti qué te ha quitado el medio?

[Fanny ríe.)

El arancel de ella

–Yo creo que… A veces pienso que… por ejemplo, yo tenía una relación. Y yo al chavo le decía a lo que me dedicaba. Al principio él me dijo: me cuesta un güevo aceptarlo, pero yo quiero estar contigo. Y sí, estuvo un año conmigo, pero con muchos pedos. Cuando me regalaban flores, me la hacía de tos: eso ya no es trabajo, me decía.

“Pero además, me quitó el gusto o la ilusión de creer que se puede estar con una sola persona. Para empezar, no tengo tiempo, y además, así como yo veo que todos los güeyes que van conmigo tienen esposas y novias, me cuesta trabajo confiar en los hombres.

“Una vez, un muchacho tenía a su novia en el teléfono. La vi cuando desbloqueó para contestar un mensaje. Y le dije: ‘no manches, tu novia esta súper bonita. ¿Por qué contratas?’

Él respondió: “La verdad es que no tengo ninguna queja, ella estudia, trabaja, todo bien, pero me aburre”.

–¿Te ha pasado que te aburra tu pareja?

–Sí. Te lo juro que sí–. Y la voz que prevalece es esa segunda voz, inocente, un poco ingenua. –Esa parte es la que siento que me quitó. No sé cómo llamarlo. Me quitó la magia de estar con una sola persona. Ese es mi miedo, que ahora que me retire, necesite estar con más personas, y no estar conforme con una sola nada más.

“Me he dado cuenta de que cada cliente es bien diferente, es como tener un chingo de frutas. Y de repente, me gusta platicar con uno al que le gusta mucho el cine o el teatro. Y luego vas con otro y te habla de deportes. Y otro es doctor, y otro es abogado…. Y digo, estar con una sola persona que te hable del mismo trabajo, y que vayan a los mismos lugares…

–¿Con alguna pareja te pasó eso, que te aburriera?

–Sí. Me aburrió su vida.

–¿Y sexualmente?

–No. Sexualmente no. Ese no era el problema. El problema era salir y platicar siempre los mismos temas, Hacer las mismas cosas. Es que conoces personas súper fascinantes, conoces güeyes que dices, ‘¡no mames!, este tipo es súper chido, qué hace contratando…

–¿Te has enamorado de algún cliente?

–No. nunca nunca. Que sienta amor por nadie…

La única pareja, a los largo de estos tres años, que no la aburrió fue aquel que aguantó un año. Y a Fanny le gustaba porque era policía, y le platicaba historias distintas cada día. Un sherezado. Pero él no resistió el trabajo de ella. A él le pesaba que no todos los días Fanny llegara con una historia triste o una anécdota desagradable del trabajo, y en cambio llegara con flores y chocolates, esas que los clientes regalan en ese juego de la romanceada…

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Lydiette Carrión Soy periodista. Si no lo fuera,me gustaría recorrer bosques reales e imaginarios. Me interesan las historias que cambian a quien las vive y a quien las lee. Autora de “La fosa de agua” (debate 2018).

Periodista visual especializada en temas de violaciones a derechos humanos, migración y procesos de memoria histórica en la región. Es parte del equipo de Pie de Página desde 2015 y fue editora del periódico gratuito En el Camino hasta 2016. Becaria de la International Women’s Media Foundation, Fundación Gabo y la Universidad Iberoamericana en su programa Prensa y Democracia.