Esta era la ceremonia mexica que inauguraba un nuevo ciclo de vida. Increíblemente algo de la divinidad de este lugar aún se conserva, desde católicos que utilizan el cerro para la representación del sacrificio, hasta grupos de vecinos que renovaron el ritual prehispánico; como una forma de mantener viva su tradición
Tw: @ignaciodealba
Siempre seré extraño a la Ciudad de México, la ciudad monstruo. Aunque la metrópoli no me deja de fascinar, a pesar de haber vivido en aquí durante 14 años. ¿La quiero? Sí, pero me abruma. Su energía vital, su enormidad, complejidad y su exorbitante población; diversa y con una formidable historia me seducen. Hace algunos años asistí a uno de los rituales que más me han deslumbrado.
En el Cerro de la Estrella millones de personas asisten, cada año, a la crucifixión de cristo. En la ceremonia uno de los pobladores de los Ocho Barrios de Iztapalapa es elegido para protagonizar al nazareno, además de ensayar su papel el joven -de castidad casi probada- se preparó en ejercicios espirituales. Convertir Iztapalapa en Jerusalén naturalmente ha provocado que el Cristo de Iztapalapa se vuelva en un evento único.
Pero los sacrificios en aquel cerro no son nuevos, en los tiempos de los mexicas ahí se llevaba a cabo la ceremonia del Fuego Nuevo, un ritual fundamental para la renovación de la vida.
Cada 52 años los nahuas se deshacían de sus enseres domésticos, además apagaban las luces de sus casas. Así la metrópoli y sus alrededores quedaban en la oscuridad total.
Los fuegos de los pueblos se encenderían con el Fuego Nuevo que se hacía en Huixachtlan (Cerro de la Estrella). Pero entre la gente del lugar había mucha expectación alrededor del ritual. Se creía que si no se lograba prender la lumbre en el cerro la humanidad quedaría extinguida; desde el cielo caerían tinieblas perpetuas, el sol no volvería a nacer. Además de que desde el firmamento bajarían monstruos para devorar a los hombres y mujeres.
Fray Bernardino de Sahagún recopiló, gracias al testimonio de varios indígenas años después de la conquista, que días previos a la renovación del fuego en la ciudad se hacían ayunas y la gente se lamentaba por lo que podía acaecer. Los sacerdotes se vestían como sus dioses para poder llevar a cabo la ceremonia.
Se sabe que los nahuas calculaban el lapso de los 52 años gracias a sus hechiceros; los hombres sabios se dedicaban a observar las estrellas y cuando las pléyades se encontraban en el cenit indicaba la necesidad de realizar el ritual de renovación.
Los sacerdotes salían del Templo Mayor y recorrían la Calzada Iztapalapa, hasta el cerro Huixachtlan. Después de su largo peregrinar -a media noche- se iniciaba el ritual de encender una nueva llama.
La gente esperaba en las azoteas de sus casas para poder ver si se lograba el milagro de la lumbre. Para que el fuego nuevo sucediera los sacerdotes sacrificaban a una persona en la pirámide del cerro, desde el pecho abierto de la víctima un hechicero friccionaba un par de palos (mamalhuaztli) para sacar el fuego del corazón de la persona. Cuando se lograba la llama se organizaba una gran hoguera con atados de caña.
Una vez que la lumbre estaba encendida varios corredores, utilizando teas de pinos, se encargaban de llevar el fuego al Templo Mayor. Ahí se hacían hogueras para que la gente de las comunidades hicieran nuevas piras y que el fuego pudiera ser renovado en todas las casas.
Alrededor del fuego se organizaban bailes y música, se celebraba que los dioses consintieran el inicio de un nuevo ciclo de vida.
No solo había una renovación de la lumbre, la gente acostumbraba a vestir nuevas alhajas, nuevas ropas y se usaban nuevos enceres. Hasta los petates sobre el piso eran renovados por los pobladores. Era tarea de los antiguos mexicanos mantener el fuego vivo en sus casas.
Las mujeres que parían en esos días le ponían a sus hijos el nombre de Molpilia y a las hijas Xiuhtlamin; en memoria de la gente que vivió en tiempos pasados.
Se sabe que el último Fuego Nuevo se celebró en 1507, en Huixachtlan (Cerro de la Estrella). Gracias a la arqueología se sabe que en el lugar se celebraron cinco ciclos del fuego.
El templo ceremonial fue destruido por los españoles. Sobre el cerro se puso una cruz, pero los habitantes de los rededores hicieron, desde la clandestinidad, rituales sagrados.
500 años después el pueblo de Iztapalapa sigue teniendo una relación estrecha con el Cerro de la Estrella. Ahí se lleva a cabo la representación de la crucifixión de Cristo, también varios grupos hacen un renovado ritual para renovar el fuego sagrado.
En 2027 las Pléyades indicarán de nuevo la renovación del Fuego Nuevo.
Cronista interesado en la historia y autor de la columna Cartohistoria que se publica en Pie de Página, medio del que es reportero fundador. Desde 2014 ha recorrido el país para contar historias de desigualdad, despojo y sobre víctimas de la violencia derivada del conflicto armado interno. Integrante de los equipos ganadores del Premio Nacional Rostros de la Discriminación (2016); Premio Gabriel García Márquez (2017); y el Premio Nacional de Periodismo (2019).
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