Caso Aída Mulato: por un alto a la cultura de la violación

18 febrero, 2020

Aída Mulato es una de las 17 niñas y mujeres víctimas de violencia sexual en la Ciudad de México, revictimizadas por impartidores de justicia. Así lo documentó la Comisión de Derechos Humanos de la Ciudad de México en la recomendación 08/2019

Texto: Vania Pigeonutt

Fotos: Duilio Rodríguez

Aída Mulato, una gestora cultural de 34 años de edad que ama su colonia, la Roma, está de pie frente al mural de una mujer que porta una blusa de cuello con rombos y partes en color vino, azul y morado del pueblo Triqui. Sonríe mientras los rayos del sol le iluminan el rostro del cual caen sus dos trenzas. Abajo del mural pintado por Joel Merino, un artista de Oaxaca, se lee: “Na’yōnniman’ā”, la palabra Memoria en triqui.

Es el número 174 de la calle de Orizaba, casi esquina con San Luis Potosí. Aída conformó hace nueve años una agrupación que promueve a los 68 pueblos originarios del país y además difunde sus textiles y comida, llamada “Jóvenes artesanos”.

Después impulsó la iniciativa #VaPorLaRoma, tras el sismo del 19 de septiembre de 2017. La intención es realizar 68 murales en la ciudad comenzando por su colonia. 

Está aquí acompañada de amigos. Minutos antes denunció en una conferencia de prensa que hace más de dos años fue violada y que ha sufrido violencia institucional sin que su agresor, un funcionario público, haya sido castigado. Por eso cobra sentido la palabra memoria, al igual que el mural. “Nada es casualidad, todo está conectado”. 

Aída recuerda que, mientras dormía, fue atacada por un doctor hematólogo de su círculo cercano –trabaja en el Hospital Centro Médico Siglo XXI y en el ABC Observatorio–.

Se trata del patrocinador de esta iniciativa, su vecino, en quien ella confiaba el 9 de noviembre de 2017, mientras estaba inconsciente, por algo que ella asegura él mismo puso en su bebida.

“Para mí no es un tema de venganza, es un tema de justicia: que mi violador no le vuelva a poner una mano encima a otra mujer en su vida”, dice durante la rueda de prensa.

La acompaña su abogada, Sayuri Herrera, quien ha defendido casos como el de Lesvy Berlín Osorio, asesinada el 3 de mayo de 2017 en Ciudad Universitaria. 

Aída: memoria contra la impunidad

Es la primera vez que Aída cuenta su historia frente a más de 20 mujeres y algunos colegas hombres. Están sus amigas, Aracely Osorio, mamá de Lesvy. Sostiene firme que no tiene nada de qué esconderse. A ella la violaron, ella no violó.

“Una nunca espera que alguien que es una persona en la que aparentemente puedas confiar pueda hacerte daño. Se supone que estaba en un lugar seguro, me quedé dormida. Muchos me han preguntado que qué hacía allí, por qué me quedé dormida. Mi cuerpo es mío. Quedé en shock como un mes”.

Este miércoles, ella y su abogada se reunirán con la fiscal de Delitos Sexuales de la Ciudad de México. Abordarán la recomendación 08/2019 emitida por la Comisión de Derechos Humanos local, que exige que su caso sea revisado, debido a que recibió un trato vejatorio y revictimizante por parte de las autoridades. Esta recomendación incluye los casos de violencia sexual de 17 mujeres. Busca justicia para que haya no repetición.

La recomendación señala que hubo un trato diferenciado en caso de violencia contra las mujeres; y por tanto se exigen medidas de reparación integral a la víctima, a quien se le ha negado el acceso a la justicia. La recomendación fue aceptada desde octubre de 2019, sin que al momento el caso haya sido revisado.

Aida narra que ha sufrido un desgaste emocional profundo. Primero reconoció que había sido víctima de violación por una persona de su confianza. Se enfrentó a una lucha desgastante. Se tuvo que hacer peritajes con una especialista independiente en violencia sexual, pero no fueron considerados, pese a demostrar que tuvo estrés postraumático y depresión. Desestimaron la relación de esta sintomatología al hecho denunciado.

“Después de realizar terapias me dijeron que podía seguir bien, como si nada, sin hacerme un análisis me dijeron que ya estaba bien. En julio de 2019, la Fiscalía de Delitos Sexuales y la ministerio público Erika Vázquez Jiménez, pese a todos estos peritajes, diagnósticos psicológicos que están en esa carpeta de investigación no fueron suficientes. Para ella era más importante que llevara una fotografía o un video de mi violación, a pesar de que yo ya le había dicho que estaba inconsciente. Dice que si pudiera en un análisis de sangre comprobar que realmente mi violador me hizo lo que me hizo. Obviamente no voy a tomarme una foto, tomarme un video, no pude tomar una foto de mi violación, al igual que muchas de las mujeres que hemos sido violentadas sexualmente”, cuenta.

Dice que en enero de 2019 su violador metió un amparo a la carpeta después de ver un reportaje en méxico.com, donde no aparece su nombre.

“Ese día le dije a la MP: oiga, no se le hace extraño que presente un amparo, cuando en el reportaje no aparece su nombre, ¿no se le hace demasiado evidente? Me dice la MP: ¿sí verdad?, no pasó nada más. Él está argumentando, como en muchos otros casos, que teníamos una relación de pareja, que había una relación de confianza y que siendo mi pareja cómo iba a ser posible que me violara, él  está argumentando que me estaba dando dinero”.

Se siente tranquila, ella ha hecho todo; ha seguido los protocolos y ha sido paciente. Todo. Pero las pruebas que mete su agresor tienen más peso que todas las suyas. Es como si su testimonio no tuviese validez. Si todos sus exámenes psicológicos y psiquiátricos quedaran invalidados, tras las argucias que el hombre, un doctor reconocido en México, ha intentado con tal de salvar su nombre; la última, unas fotografías que ella le compartió en el contexto de su relación de cercanía, sobre todo por el proyecto de los murales.

En septiembre del 2019 la agente del Ministerio Público Erika Fabiola Vázquez Jiménez mandó su carpeta al archivo, sin corroborar la información, sin hacer una investigación, sin siquiera intentar investigar.

«Dice que está en revisión, que regrese un mes después para que me diga qué es lo que sucede y nunca me informa que mi carpeta ya estaba a punto de ser mandada al archivo. Jamás he recibido una notificación por parte de la Fiscalía de Delitos Sexuales, mi agresor ha recibido todas para que se presente, pero a mi jamás me han notificado nada. Yo no tengo ningún comprobante de notificación, lo tengo perfectamente documentado. A la Fiscalía no le interesan sus mujeres. En diciembre de 2019 voy a checar mi carpeta para revisión y la licenciada Erika Fabiola ya no es más titular de la unidad, ya no está ahí, ya no sabe quién tiene mi carpeta, ya no está ahí, desapareció”. 

Se perpetúa la cultura de la violación

Sayuri Herrera es una abogada feminista que ha apoyado decenas de luchas. Desde el feminicidio de Lesvy Berlín hasta la reciente lucha de las estudiantes de la Universidad Nacional Autónoma de México, que exigen castigo a los perpetradores de violencia sexual.

Insiste que con el cumplimiento de la recomendación debería de haber una disculpa pública. En el acto deberían estar presentes los funcionarios públicos que revictimizaron a las 17 mujeres.

Después de esto, “ya no tendría que faltar ninguna víctima más, desde la víctima 1 era suficiente para que se aplicaran las leyes, para que el diseño institucional  que tiene la Fiscalía se pudiera revisar. Hay sólo ocho ministerios públicos adscritos a la agencia de feminicidios, misma cantidad de policías de investigación para toda la Ciudad de México. Hay un rezago importante y carpetas que han sido archivadas, determinadas a la reserva de víctimas que todavía podrían alcanzar justicia y que están allí”.

Desde septiembre de 2019, señala, se creó esta agencia. Pero no tiene suficiente personal, ni vocación ni perspectiva de género, psicosocial o feminista. «Es una impunidad del 99 por ciento».

Lamenta las dificultades para acceder a la justicia de quienes acusan acoso sexual, abuso sexual o violación sexual. Las denuncias formales no están llevando a las mujeres a reparar el daño perpetrado en su cuerpo. Por eso muchas prefieren no denunciar, dice.

El caso de Aída no es el único que se encuentra en la impunidad, destaca la aboigada. Entre los pendientes hay estudios de estrés postraumático, trastorno depresivo.

«El mismo hecho de denunciar una violación obliga a que no se denuncie el día, se tiene que transitar en una situación de estrés y además en ese periodo muchas quieren bañarse, cuando son violaciones sexuales vía oral, lavarse la boca, y cuando se presentan en la Fiscalía ya no existen esos fluidos en el cuerpo. Casos que he acompañado desgraciadamente tengo que decirles así como están, sin bañarse acudan de manera directa, recabar las muestras de diversas cavidades del cuerpo. Las mujeres quieren limpiarse de manera inmediata, pero es necesario llegar en esas condiciones tan terribles, donde hasta toca esperar, porque en donde se llega a los hospitales no se recaban esas muestras”.

No hay manera de solventar un caso de violación sexual, la Fiscalía siempre pide exámenes revictimizantes, en la mayoría de los casos y difíciles de comprobar. Es mucho más fácil que el agresor salga inocente a que una víctima acredite su estatus. Las autoridades suelen desestimar pruebas importantes como la ropa. Muchas veces son ellas como abogadas las que días después exigen o exhiben a los ministerios públicos por no haber usado eso como prueba o para extraer ADN.

“Prevalece la cultura de la violación en las universidad, esa que lleva a los varones a pensar que nosotras estamos en estado de inconsciencia, cualquiera, son cuerpos que pueden acceder, sin necesidad de preguntar, solicitar un consentimiento”, denuncia.

El espacio de Aída

Aída camina segura por las calles de la Roma, saluda a los músicos, cuenta que parte de su trabajo es llevarse bien con sus vecinos. Durante los días de pintas de murales muchos les regalaban comida, había mucha solidaridad entorno a su proyecto cultural, porque ella es una convencida de que a través de la cultura puede modificar el espacio público, hacer un mejor entorno y hacer un homenaje a las mujeres, en este caso a las de los pueblos originarios, que murieron en el temblor.

La casa donde está el mural con la palabra memoria y la mujer con el puño en alto, fue una de las más antiguas de su colonia, allí ayudaron a gente que sufría durante el temblor de 1985. Todo está conectado, insiste Aída. Eran unos médicos, la familia Marín, que atendieron a enfermos y lesionados del temblor.

Para ella todo este tiempo ha sido de sanción y de continuar con los proyectos que la llenan de vida. “Lo más difícil fue poder hablarlo en voz alta, es una parte fundamental para mi proceso de sanación. A muchas personas les incomoda, por qué lo dices es voz alta, qué quieres decir, por qué lo sigues hablando, se supone que ya sanaste y es como de: no, no es algo que se sane como una diarrea o una tos”.

Dice que esa prohibición es porque esas personas no quieren enfrentarse ni hacerse conscientes de las violencias. Por eso los agresores siguen.

«Mientras las personas, las familias, los amigos, no se hagan conscientes de que estamos encubriendo a agresores, mientras las personas sigan sin hacer conciencia va a seguir pasando. Yo seguiré sensibilizando a mi círculo, de eso depende que las cosas dejen de pasar. Es bien importante que mi agresor se haga consciente de lo que hizo, es una acción que  no se puede cubrir con un viaje a la playa o una terapia. Es importante que las mujeres empecemos a hablarlo con más personas, compartirlo con más mujeres, personas, quitarnos la culpa, me pasó igual, pero no fue mi culpa, no fue la tuya, por eso está funcionando esto de que yo lo hable en voz alta. Vivimos la misma situación 98 por ciento las mujeres que me rodean han sido víctimas de violencia”.

Aída dice que su colonia es su espacio no se irá ni ha querido irse. No está libre de intimidaciones, pero ha luchado por visibilizar sin ningún empacho la violencia de la cual fue víctima. Ese episodio no la define como persona. Aunque su agresor vive cerca de estas calles, también están sus vecinos, su mundo afectivo, los músicos que la saludan efusivos cada que la ven.

Aída sonríe mucho, comparte que el martes el Instituto Nacional Electoral y la ONU presentarán una compilación de casos de violaciones a los derechos humanos y allí cuenta su historia, con nombre y apellidos, al igual que ha hecho en redes sociales quien abusó de su confianza.

Editor y fotógrafo documental, retrato, multimedia y vídeo. Dos veces ganador del Premio Nacional de Fotografía Rostros de la Discriminación.