Cassandro, la lucha del exotismo

15 octubre, 2023

Sólo cupo el adjetivo de exótico para explicar lo que resulta inexplicable para el entretenimiento popular: el afeminamiento en un cuerpo masculino, la florescencia de mujer exaltada desde el cuerpo de un luchador y postrada sobre el ring, repartiendo golpes que son, a la vez, caricias de pétalos

Por Évolet Aceves / @EvoletAceves

A mí me parecía una señora luchando sobre el ring. Una señora de 1.66 metros de altura, regordeta, muy bien maquillada y muy acrobática, que de repente adoptaba una silueta más bien masculina, aunque sin dejar de ser femenina.

¿Era una luchadora o un luchador? Me causaba intriga, también una especie de temor. Tanto desparpajo femenino sobre el ring llegaba a resultarme atemorizante, sobre todo porque no terminaba de descifrar si era mujer u hombre, porque podía ser ambos y a la vez ninguno, en ese escenario masculinizante que es el ring. Era la manifestación de la androginia.

Una sensación similar me producían otras figuras de la televisión, como Francis o Walter Mercado, quienes estaban rodeados de un halo interrogante respecto de su género, siempre acompañados por atuendos que atrapaban mi atención.

Quizá lo que en el fondo me atemorizaba era que yo, muy en el fondo, guardaba cierta semejanza con esas figuras, en el caso concreto al que me refiero, a esa figura repleta de brillos, olanes y demás aditamentos, que se posaba sobre el ring y que hacía demostraciones, entre eróticas y chuscas, utilizando a su rival en turno como falo sexuado y hábilmente burlado.

Así es como recuerdo a Cassandro, el extremo femenino, junto a su camaradas, Pimpinela y el indiscutible Polvo de Estrellas, quien siempre aparecía con el rostro dividido —mitad plateado, mitad dorado— como dividida era su escenificación; luchadores que eran el emblema de la feminidad, de todas las luchadoras, las más femeninas eran ellas. Lo que sí predominaba, por encima del afeminamiento, era un aura de maldad. Cassandro, Pimpinela, Polvo de Estrellas, los engañosos, los lujuriosos, los libidinosos, los malos. Los exóticos.

Sólo cupo el adjetivo de exótico para explicar lo que resulta inexplicable para el entretenimiento popular: el afeminamiento en un cuerpo masculino, la florescencia de mujer exaltada desde el cuerpo de un luchador y postrada sobre el ring, repartiendo a los contrincantes golpes concisos, el martinete, la quebradora, la hurracarrana, la guillotina, la cavernaria, la campana; golpes que son, a la vez, caricias de pétalos.

Estos exóticos primigenios devinieron en revolución de las concepciones hegemónicas no sólo del luchador, sino de la masculinidad. La lucha libre estaba predeterminada por figuras innegablemente masculinas, y Cassandro, Pimpinela y Polvo de Estrellas, le mostraron a México que había más de una manera de ser hombre o mujer. Abrieron, desde la teatralidad de la lucha libre, la posibilidad de un espacio nunca antes concebido en el entretenimiento mexicano, que hoy se puede llamar no binariedad.

Cassandro, Pimpinela, Polvo de Estrellas, reparten besos, levantan las nalgas al contrincante como esperando la penetración. Los exóticos son mujeres adoradoras del falo del oponente, son luchadores que caricaturizan al homosexual afeminado, que escenifican a la travesti en la eterna espera del hombre amado. Son también la dualidad del género, una especie de diva popular que exalta los ánimos del público a un extremo estratosférico, o lo aman o lo odian.

Los exóticos son esa fuga, esa filtración de la homofobia y la transfobia —aunque este término no existía cuando aparecieron los exóticos sobre el ring—, de ese odio a la feminidad en el cuerpo masculino, y que resulta aceptable porque sirve al entretenimiento, se le acepta siempre y cuando su presencia esté en función del divertimento —como también sucede con Wendy Guevara.

Saúl Armendáriz nació en 1970, en El Paso, Texas. A los 16 años cruzó la frontera hacia Ciudad Juárez para luchar. Su primer pseudónimo fue Mr. Romano, al poco tiempo mudó de nombre y también de apariencia, afeminándose un poco más, para llamarse Rosa Salvaje. Finalmente, al cabo de algunos años, su personaje, su personae, terminó por transicionar a Cassandro, que adoptaría como nombre público definitivo.

La película Cassandro (2023), bajo la dirección del estadounidense Roger Ross Williams, no le hizo justicia a la jotería del luchador. Hay documentales, basta mencionar los largometrajes de no ficción de Roberto Fiesco y Michael Ramos-Araizaga, que abordan las vidas de luchadores mexicanos cuir, Ramos-Araizaga incluso tiene un documental sobre el mismo Cassandro; pero al tratarse de una película biográfica de ficción, la primera que aborda la vida de un luchador LGBT mexicano, Cassandro no logra realmente acaparar la complejidad de la que el luchador era protagonista.

Cassandro es interpretado por Gael García Bernal, quien intentó —mas no logró— feminizar lo suficiente a su personaje. Pareciera haberse quedado varado en Mr. Romano, tal vez un poco en Rosa Salvaje, pero sin lograr llegar a la jotería de Cassandro.

El maquillaje, a cargo de Itzel Peña, estuvo muy bien, fue un atino hacer énfasis, close-ups, en escenas donde García Bernal se maquilla los párpados, o cuando maquilla los labios de su madre muerta, más escenas de maquillaje se hubieran agradecido, pues el maquillaje, junto al vestuario, es un epítome crucial y nuclear en la formación de Cassandro.

El vestuario, a cargo de Mariestela Fernández, estuvo un tanto escueto, faltó más brillo, más color, más olanes, sobre todo al vestir AL exótico, quien justamente pertenece a este grupo por su característica forma de vestir y de moverse. Son fallas de vestuario que terminan por restar aún más a la inmovilidad actoral que García Bernal mostró en esta película, quien también fue el productor ejecutivo. Pero no todo el vestuario es deficiente, hubo varias escenas, aquellas en que se le nota a Cassandro posando para las cámaras fotográficas con atuendos impresionantes, repletos de olanes rojos por aquí y por allá, y otro traje más color verde, excepcional por su diseño andrógino. Lástima de la dirección que no pensó en explotar al máximo estos vestuarios, en hacerlos notar más, son piezas que bien podrían hacer merecer premios a la diseñadora de vestuario, pero estos trajes desaparecieron de la pantalla en un abrir y cerrar de ojos.

El sonido estuvo a cargo de Raúl Locatelli y el diseño sonoro de Javier Umpierrez. La música pudo haberse utilizado mejor, sobre todo ya que se utilizó una versión de “Hasta que te conocí”, de Juan Gabriel, pero la música se detiene justo antes de llegar al coro; se pudo haber utilizado esta canción mucho mejor. Otra pieza fue la canción “Sobreviviré”, interpretada por Celia Cruz, una muy buena elección.

El guion fue escrito por David Teague y Roger Ross Williams, fue bueno, aunque el dramatismo, a mi parecer, pudo haber tenido más sabor. No obstante a que el amaneramiento de Cassandro en la película fue casi nulo, resulta interesante el acercamiento a la vida privada del luchador.

Y hablando sobre la escenografía, con locaciones propicias de El Paso y Ciudad Juárez, rescato también el excelente mural de Fabián Chairez que se observa casi al final del largometraje. Un mural que me recuerda al primer mural de Chairez, en que justamente se aprecia el apasionado beso de dos luchadores.

En general, este Cassandro me pareció un exótico muy parco, opaco, inhibido y hasta masculino. Es decir, todo lo contrario al Cassandro que protagonizó el ring décadas atrás, ese Cassandro que fue y sigue siendo disruptivo para los convencionalismos del género, del deporte, del entretenimiento, de la lucha libre, comenzando desde la palabra, desde el pseudónimo, que ya subvierte al género mismo a través de la enunciación feminizada de su nombre, Cassandro.

IG: @evolet.aceves

everaceves5@gmail.com

Évolet Aceves escribe poesía, cuento, novela, ensayo, crónica y entrevistas a personajes del mundo cultural. Además de escritora, es psicóloga, periodista cultural y fotógrafa. Estudió en México y Polonia. Autora de Tapizado corazón de orquídeas negras (Tusquets, 2023), forma parte de la antología Monstrua (UNAM, 2022). Desde 2022 escribe su columna Jardín de Espejos en Pie de Página. Ha colaborado en revistas, semanarios y suplementos culturales, como: Pie de Página, Nexos, Replicante, La Lengua de Sor Juana, Praxis, El Cultural (La Razón), Este País, entre otros. Fue galardonada en el Certamen de ensayo Jesús Reyes Heroles (Universidad Veracruzana y Revista Praxis, 2021). Ha realizado dos exposiciones fotográficas individuales. Trabajó en Capgemini, Amazon y Microsoft. Actualmente estudia un posgrado en la Universidad de Nuevo México (Albuquerque, Estados Unidos), donde radica. Esteta y transfeminista.