La capital mexicana es, desde hace varias décadas, uno de los principales centros de operación, financiera, comercio y refugio de carteles de narcotráfico. Negarlo ha servido de poco: sólo para aumentar la violencia en sus calles
Twitter: @anajarnajar
Se volvieron locos.
En minutos la mayoría de los medios de comunicación convencionales, las redes de internet y servicios de mensajería instantánea se llenaron con imágenes, videos, audios y comentarios sobre un enfrentamiento de policías con presuntos delincuentes.
La batalla ocurrió en Topilejo, en el sur de Ciudad de México. Las noticias destacaron el uso de fusiles de asalto y la cantidad de disparos que se escucharon.
Pero la alocada reacción inicial de los medios fue poca comparada con la cauda de comentarios y críticas al conocerse el origen de los detenidos tras el enfrentamiento:
Eran sinaloenses. Uno de ellos portaba una placa al cuello, similar a la utilizada por las corporaciones policíacas, con la figura de un ratón de caricatura en medio.
Fue suficiente. En pocos minutos se esparció la versión de que las personas detenidas por la Secretaría de Seguridad Ciudadana de la capital eran colaboradores de Los Chapitos, como se conoce a los hijos de Joaquín Guzmán Loera, El Chapo.
El colmo vino después, cuando empezaron los análisis, la mayoría concentrados en la alarma porque, decían, los carteles de narcotráfico invaden Ciudad de México.
En el clímax de su odio e histeria estos analistas hacen a un lado, por desconocimiento o mala fe, una vieja realidad:
Hace varias décadas que las grandes organizaciones de delincuencia organizada están presentes y operan en la capital de México.
Desde los años sesenta, por ejemplo, uno de los principales mercados y centros de operación financiera de lo que después se conocería como Cartel del Golfo, era el barrio de Tepito.
A ese lugar llegaban diariamente varias toneladas de fayuca, mercancía considerada ilegal en México que en esa época mantenía un régimen de economía cerrada para supuestamente proteger a la industria nacional.
La ruta de abastecimiento empezaba en ciudades fronterizas de Tamaulipas, como Matamoros o Nuevo Laredo, controladas en esa época por un personaje singular llamado Juan N. Guerra.
La banda, que en algún momento se conoció como Cartel de Matamoros, abandonó el negocio de la fayuca cuando se abrieron las fronteras a la libre importación.
Se dedicó entonces al tráfico de drogas. La organización empezó a llamarse Cartel del Golfo.
En los años 80 Miguel Ángel Félix Gallardo, jefe de una extensa organización de narcotráfico -a la que la DEA bautizó como Cartel de Guadalajara- instaló a su madre y parte de su familia cercana en residencias en Coyoacán y el Pedregal de San Ángel.
De esas casas fueron secuestradas nueve personas que luego aparecieron muertas en Iguala. Fue una venganza de Héctor Luis El Güero Palma contra el llamado Jefe de Jefes por el asesinato de su esposa e hijos.
En 1991 la policía del DF detuvo a El Chapo en calles de la Zona Rosa.
En ese entonces era un personaje desconocido, pero los policías le encontraron armas y droga en su auto. Una cuantiosa gratificación liberó de problemas a quien se presentó como “ganadero de Sinaloa”.
Dos años después otro sinaloense comía mariscos tranquilamente en el restaurante Bali Hai en Insurgentes Sur, cuando un grupo armado irrumpió en el lugar y le dispararon.
La persona atacada era Amado Carrillo Fuentes, El Señor de los Cielos, quien solía visitar el negocio con regularidad. Era sencillo: el capo se trasladaba desde su mansión en el Pedregal de San Ángel, donde vivía.
La residencia, por cierto, fue sorteada en junio pasado por la Lotería Nacional.
También en los años noventa el periodista Jesús Blancornelas, fundador del Semanario Zeta de Tijuana, publicó que los hermanos Arellano Félix, líderes del Cartel de Tijuana, tenían un departamento en la delegación Benito Juárez del entonces Distrito Federal.
En 2007 el Departamento del Tesoro de Estados Unidos incluyó en su lista de Control de Activos Extranjeros (OFAC en inglés) una serie de propiedades y empresas ubicados en la capital mexicana, y que están vinculados al Cartel de Sinaloa.
Uno de los establecimientos, propiedad de la familia de Ismael Zambada García, El Mayo, se encuentra en la calle El Carmen 82, en el Centro Histórico a unas calles de Palacio Nacional.
En ese listado se incluye una veintena de negocios en distintas alcaldías de Ciudad de México, como una famosa cantina ubicada en la colonia Doctores, o naves industriales en la colonia Industrial Vallejo, por ejemplo.
De acuerdo con el Departamento del Tesoro las propiedades señaladas, con las que los estadounidenses tienen prohibido concretar negocios, son parte de la operación financiera de la organización de Sinaloa.
No son los únicos. Informes de la desaparecida Policía Federal señalaron en 2015 que La Familia Michoacana contaba con empresas fachada en la Central de Abastos de la capital.
Uno de los principales sitios de ingreso de precursores para elaborar drogas sintéticas es, después de los puertos de Manzanillo y Lázaro Cárdenas, el Aeropuerto Internacional Benito Juárez.
Por el tamaño de su población, Ciudad de México es el mayor centro de consumo y venta de drogas del país. No es un dato nuevo.
En 2006 la Secretaría de Seguridad Pública capitalina detectó al menos siete mil tienditas o puntos de venta de droga al menudeo. Las ventas de cocaína se estimaban, en ese entonces, en dos toneladas semanales.
La capital mexicana es, además, uno de los lugares más activos en operaciones financieras y de trasiego de mercancías para las bandas de delincuencia organizada.
Una de las razones es el tamaño de su economía local. Ciudad de México es el principal centro financiero del país, y alberga las sedes de los mayores consorcios empresariales.
Aporta el 24.4 por ciento del Producto Interno Bruto Nacional. En su territorio confluyen todas las rutas de ferrocarril, y tiene comunicación carretera con todas las regiones de México.
La cantidad de operaciones financieras que se hacen a diario, el movimiento de millones de personas y el número de vehículos que cruzan por la capital la convierten en un espacio ideal para concretar negocios.
También facilita las operaciones de lavado de dinero. Por eso es un espacio apetitoso para la delincuencia organizada.
De hecho, en 2015 la agencia antidrogas de Estados Unidos, la DEA, señaló que en la capital mexicana se detectó la operación de cinco grandes organizaciones de narcotráfico.
En ese momento fueron identificados los carteles de Sinaloa, Los Zetas, Beltrán Leyva, del Golfo y Los Caballeros Templarios.
A éstos se sumó el Cartel Jalisco Nueva Generación que en junio de 2020 organizó un atentado contra el secretario de Seguridad Ciudadana, Omar García Harfuch.
Pero no es todo. La capital mexicana es también lugar de refugio para algunos líderes de carteles.
Un ejemplo es Dámaso López Núñez, El Licenciado, detenido en mayo de 2017 en la colonia Anzures, alcaldía Miguel Hidalgo.
El personaje es compadre de Guzmán Loera, a quien ayudó a escapar de la cárcel de alta seguridad de Puente Grande en 2001.
El Licenciado disputó durante algunos meses el control del Cartel de Sinaloa a El Mayo Zambada y Los Chapitos. Actualmente está recluido en Estados Unidos.
Es clara, pues, la presencia y operación histórica de carteles de narcotráfico en CDMX. Algo que las autoridades -de diferentes partidos- siempre han negado.
De nada sirve. La política del avestruz -esconder la cabeza y hacer como que nada pasa- sólo provoca que se agrave el problema.
El ejemplo más claro es el exjefe de Gobierno Miguel Ángel Mancera, que durante los más de cinco años que duró en el cargo rechazó una y otra vez que en la capital existiera la delincuencia organizada.
La negación en el discurso se tradujo en política pública. En el período de gobierno del ahora senador se redujeron las operaciones contra la delincuencia, lo que llevó a CDMX a padecer uno de los períodos de mayor violencia e inseguridad de su historia reciente.
Las consecuencias todavía se pagan. El enfrentamiento en Topilejo es una muestra.
Productor para México y Centroamérica de la cadena británica BBC World Service.
Periodista especializado en cobertura de temas sociales como narcotráfico, migración y trata de personas. Editor de En el Camino y presidente de la Red de Periodistas de a Pie.
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