24 enero, 2025
Este momento ya lo vivimos, se parece a la primera administración de Trump en el sentido de las órdenes ejecutivas y las demandas civiles para pararlas. Lo que no habíamos visto es que en esta era Trump2, la ultraderecha teje con tecnoderecha de los magnates de las redes sociodigitales
Por Amarela Varela
Escribo esta carta después de escuchar en la radio la indignación popular por el asesinato de una familia ocurrido ayer, 23 de enero, en Culiacán, Sinaloa: un padre, Antonio, de 41 años, y dos niños de 12 y 9 años de edad, Gael y Alexander. Los culichis reclamaron ayer, en una manifestación, la renuncia del gobernador de ese estado, y por su movilización conocemos los detalles de otro infanticidio más en México. Y pienso, ¿cuántas familias más se desplazarán de manera forzada de ese y otros estados, buscando huir de la barbarie y la impunidad?
Pero esta carta va más bien sobre lo que me han preguntado algunas compañeras en torno a las acciones y discursos de Donald Trump en relación con la migración en su segundo mandato, que recién comienza. Sobre la coyuntura, refrendo lo que Eileen Truax afirma desde la primera administración de Trump y en esta, al referirse a la narrativa de terror que buscan imponer en torno a los procesos de deportación y la gestión de las migraciones en EE. UU.: «Deportaciones masivas es un término que ha usado Trump y ha repetido la prensa, pero es casi imposible que ocurran… decir ‘masivas’ es comprarle la narrativa a Trump.»
Y, como también afirma esta periodista de migraciones, «el proceso de deportación es muy largo si se emprende el proceso de defensa. La mayoría de los detenidos en las redadas no son deportados sin proceso judicial». Es decir, si bien las órdenes ejecutivas firmadas por Trump harían factibles más deportaciones que los gobiernos anteriores, ya que proponen diversos mecanismos para evadir dichos procesos judiciales, es bastante probable que estas y otras órdenes ejecutivas sean frenadas por demandas civiles de organizaciones especializadas en derecho migratorio.
Entonces, la administración Trump usa la migración como Hitler usó la promesa de papas y cervezas en otro siglo. Es su fantasía necropolítica expulsar a quienes sostienen muchos sectores de la economía de ese imperio. Las deportaciones han ocurrido antes y, si no nos organizamos y demandamos muchas cosas a la vez, seguirán sucediendo después de este gobierno en EE. UU. Pero no es factible que Trump pueda cumplir las promesas de campaña tal como las vociferó.
Primera certeza a la que me abrazo. Segunda certeza: tenemos varias capas de afectados, como me explicó con claridad el profesor Robert Irwin, de la Universidad de California, Davis, quien enseña del otro lado del muro: tenemos desplazados forzados por la guerra en México, migrantes centroamericanos y caribeños, africanos recién llegados a EE. UU. o en tránsito hacia él, personas binacionales de muchas nacionalidades con más de 10 años de vivir del otro lado del muro que tienen raíces. También lo dice el periodismo de investigación, que intenta a toda velocidad comprender el alcance de esta y otras dimensiones de lo que viene.
Tenemos mucha incertidumbre y, al mismo tiempo, este momento ya lo vivimos. Se parece a la primera administración de Trump en el sentido de las órdenes ejecutivas y las demandas civiles para pararlas (ayer se paró en cortes la directiva que propone quitar la ciudadanía a hijos de migrantes). Lo que no habíamos visto es que en esta era Trump 2, la ultraderecha teje con la tecnoderecha de los magnates de las redes sociodigitales, negocia con Bukele deportaciones en El Salvador, se enardece con Milei en la herida argentina y con Noboa, el presidente ecuatoriano, que después de asesinar a 4 niños negros hace menos de un mes, fue a la toma de protesta en Washington a celebrar el ascenso del fascismo.
Mientras tanto, el gobierno de México prepara albergues de emergencia para deportados con rostro de campos de concentración, anuncia que le dará a cada mexicano —no a migrantes de otras partes, solo a mexicanos que sean deportados— 100 dólares para que arranquen una vida de este lado del muro. Y, al mismo tiempo, sostiene al frente del Instituto Nacional de Migración a Francisco Garduño, el criminal de Estado que quemó vivos a los 41 migrantes en Ciudad Juárez, ahora amparado judicialmente para no rendir cuentas, al mismo tiempo que desbarata militarmente caravanas de migrantes en el sur-sureste.
Me imagino a los tecnócratas del corporativismo guinda, a los funcionarios de Morena, pensando con pánico en las remesas, proyectando a marchas forzadas qué implicaciones tendrán las políticas de una securitización migratoria. Y surge otra incertidumbre: ¿cómo sostener estados nación que tienen las remesas como principales pilares del presupuesto público?
Lo que resulta muy sugerente de esta coyuntura es que las comunidades de todas las capas de migrantes que ya hemos explicado sienten una amenaza común. Es decir, el odio trumpista, que se sostiene en la ya muy vieja construcción legal y de mercado de la ilegalización de los trabajadores migrantes, amenaza a migrantes de largo aliento, a recién llegados, a solicitantes de refugio. Y ahí, lo que cabe mirar es cómo reaccionarán las familias mexicanas que albergarán (además de los 4.4 millones de mexicanos deportados entre la época de Obama y el saliente Biden) a sus familiares que, de ser cierto, podrían ser deportados tras las redadas en escuelas, fábricas y hospitales en EE. UU.
¿Será que, por esas amenazas de «deportaciones en masa» de sus familiares, se reconfigurará y diluirá la xenofobia de los mexicanos contra todos los migrantes que transitan por este país tapón, México, del que su presidenta Claudia Sheinbaum se jacta de presentar como el deportador de 7 de cada 10 migrantes no mexicanos que intentan llegar a EE. UU.?
Tenemos también el agotamiento de las redes sociales como canal, porque la derecha las está instrumentalizando para paralizarnos y las están usando desde la intensificación, en el otoño de 2024, del genocidio palestino de largo aliento como vitrina de pornonecropolítica. Por eso, sugiero salir del algoritmo y regresar a la práctica de escanear discursos en diarios, radio, virtualidad, prensa corporativa y pública, pero periodismo, compañeras, no influencers, incluso de izquierda bien pensante.
Sé que las defensoras se están organizando para crear una infraestructura de recepción en México y América Latina para esos deportados, además del aguante que hacen para los desplazados mexicanos y los transmigrantes del mundo. Y conozco también que los migrantes y sus organizaciones despliegan desde hace rato estrategias de autodefensa comunitaria del otro lado del muro para defenderse de esta y otras violencias. Por eso, creo que a nosotras, como académicas, nos toca enfocarnos en las narrativas y en las prácticas para desmontar la parálisis y hackear esa pornonecropolítica que exhibe a las migrantes como seres sufrientes y desesperados. Acompañar y visibilizar relatos de mujeres que han sido capaces de caminar uno o más continentes, y que, además de llorar, están replanteando las estrategias para conseguir una vida que se pueda vivir y celebrar. También, por supuesto, nos toca poner el cuerpo para abrazar las luchas migrantes y de defensoras de migrantes.
También, intuyo, nos toca ir más lento. Las periodistas tienen el infierno de interpretar en tiempo real esta y otras coyunturas de una crisis estructural llamada neoliberalismo. Y es que nuestro trabajo como investigadoras de la migración es contextual, epistémico; nos toca interpretar con densidad. Somos testigas, vamos tejiendo memoria de las luchas que enfrentan y enfrentarán a Trump.
Lo interesante de esta última ofensiva definitiva del fascismo es que está intentando revertir conquistas democráticas de la fantasía liberal cuando liberó a sus amigos que intentaron el golpe de Estado en EE. UU. Al mismo tiempo, también está atacando abiertamente a comunidades LGBTQ+, y en paralelo amenaza al capital y sus capataces con lo de los aranceles: ayer los regañó como padre de familia en un foro global, y todo mientras se enriquece con criptomonedas. Es otra fase, pues.
Para entenderla, falta además mirar qué hacen y qué harán las estructuras del gobierno privado indirecto, toda la industria de tráfico de personas tolerada desde los estados, en diferentes nodos de nuestro continente hiperfronterizado. Y también cómo se reorganiza la industria del humanitarismo que cabildea en todas partes y al mismo tiempo, con fondeadoras y lobbies, para entender su papel en esta nueva fase y también para saber qué decirle a los ejércitos de trabajadores a destajo y sin derechos de dicha industria, a los trabajadores del humanitarismo que trabajan en «terreno», como las burocracias le dicen a la realidad.
Estas son mis reflexiones para ir elaborando hipótesis de trabajo. Más que volvernos opinólogas, sentipienso, hay que abrir los ojos, escuchar atentamente, reconocer y adueñarnos de nuestras angustias compartidas y desmenuzarlas, agudizar los sentidos, dejar fluir en nuestros textos las rabias y angustias, organizar la mirada.
Espero con esto responder a quienes me han preguntado sobre cómo leo, en tiempo real, esta coyuntura. Así lo miro, lo siento y lo respiro yo. Y abrazo el cómo hacer que nutre la pregunta clásica del «qué hacer», o, como dijo la compañera Cristina Burneo en estos días feroces, aquello de que, una vez que salgamos del estrés postraumático primero, organicemos la hospitalidad radical en nuestras esquinas de América Latina para estos cuatro años y esta nueva era en la que se intensifican absolutamente las prácticas de muerte que el neoliberalismo nos impone como pacto social global.
Este tiempo requiere de nosotras mucha eficacia comunicativa y capacidad de afectar con nuestra herramienta principal: la palabra. Como cuando las caravanas migrantes del Otoño Caravanero de 2018. Nos imagino como respiraderos, como refugios, como panales y asambleas y redes. Conspirando para no perder el aliento y robarle al fascismo la certeza de que nos venció.
Por eso, termino esta misiva cargada de incertidumbres, haciendo eco de lo que la profesora Marissa Gálvez, desde Sonora y con quien comparto el habitar la colectiva Narrativas de Fronteras, dice:
“Sobre esta atroz coyuntura: además del ascenso de Trump, tenemos también un panorama más extenso, flexible y propio de quienes hemos encontrado cómo coincidir, no a pesar, sino gracias a nuestras diversidades. Ante las leyes que excluyen y criminalizan a los migrantes, tenemos también luchas que accionan y resisten. Ante gobiernos que permiten y promueven discursos de odio, tenemos palabras y prácticas de sostenimiento, de aliento, de consuelo y de indignación. Ante el rechazo y el odio de quienes extranjerizan permanentemente a los migrantes y refugiados, damos o compartimos afecto desde nuestras trincheras académicas, activistas o personales. Ante hegemonías todavía no totales, reconocemos que las personas migrantes, racializadas, LGBTQ+ y del Sur Global tenemos muchas prácticas de poder que transforman, crean y sostienen otra manera de habitar el mundo, como dice la escritora Valeria Luiselli: tenemos el capital emocional de la ira y la indignación y por eso, también, tenemos el capital político de la acción y el poder del cambio.”
Y creo que Marissa tiene razón. Otra vez, y como siempre, nos tenemos las unas a las otras para pensar y actuar en colectivo.
Con amor y con rabia, con incertidumbre, con insomnio, pero con alegría de sabernos juntas y pensando.
Amarela Varela-Huerta
24 de enero de 2025
Xochimilco, CDMX, País tapón
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