Un acercamiento a la vida y obra de Carlos Monsiváis, a propósito de su reciente natalicio. Sus inquietudes lo llevaron a ser ajonjolí de todos los moles. Opinaba de política, de asuntos sociales, pero, siempre teniendo presente, la historia y la cultura
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Carlos Aceves Monsiváis, el eterno cronista de la Ciudad de México, una de las primeras voces públicas en hablar sobre las disidencias sexogenéricas, un activista, por debajo del agua, de los derechos LGBT. Era feminista, en aquellos tiempos en que aún no estaba de moda serlo. Y sí, dije bien: un hombre feminista.
Ocultaba el apellido paterno porque no tenía muy buena relación con el padre.
Junto a Fernando Benítez, Elena Poniatowska, José Emilio Pacheco, Inés Arredondo, Juan Vicente Melo, Huberto Batis, Jorge Ibargüengoitia, por mencionar a los entonces escritores jóvenes, Carlos Monsiváis formó parte del histórico suplemento cultural de mediados del siglo XX: México en la cultura,de la revista Siempre!
Sus inquietudes lo llevaron a ser ajonjolí de todos los moles. Opinaba de política, de asuntos sociales, pero, siempre teniendo presente, la historia y la cultura, y esto ya es decir mucho.
A todo momento estuvo a la vanguardia de cuanta polémica cimbrara al país, pero también al mundo, pues Monsiváis también viajó por diferentes países.
Desde Inglaterra, en la década de los 70s, enviaba cartas a Nancy Cárdenas, contándole la efervescencia de la liberación homosexual que en aquel entonces se vivía en ese país. Las cartas venían plagadas de ideas que pronto comenzaron a materializarse en las primeras marchas del Frente Homosexual de Acción Revolucionaria —así se llamaba entonces ese primer contingente de la Ciudad de México, encabezado por travestis, gays y lesbianas, entre quienes figuraban Juan Jacobo Hernández, Nancy Cárdenas, Carlos Monsiváis— en el año de 1978 fue la primera marcha. Una marcha política por los derechos de la comunidad LGBT y, subrayo, no lucrativa, no como las de hoy en día, a ver qué carro alegórico pinkwasher se ve más, hay que jalar más putos aquí a nuestro carro, dales condones gratis, tráeles a la celebridad pop del momento para que se acerquen los jotos, y peor tantito, que hasta cobran por marchar, válgame Dios.
La fascinación por el escenario
Al hablar de cultura, habrá que decir que él se centraba en escribir y hablar, en fascinarse, en torno a temas relacionados con el escenario. Con esto quiero decir, a todo lo que envuelve al espectáculo: cine, teatro, actrices, televisión, música, cantantes. Fue un enamorado del espectáculo.
El escenario lo conmovía, su afición al cine era tal que conocía básicamente todas las películas del cine mexicano, sobre todo las del siglo XX, pero nunca se quedó atrás, también llegó a opinar sobre el entonces reciente estreno de Amores perros.
Fue un polemista que tampoco perdió la oportunidad de aparecer frente a la cámara. Primero en la película Los caifanes de Juan Ibáñez, en una muy breve aparición en la que interpretó a un Santa Claus pasado de copas; décadas después, recuerdo haberlo visto algunos viernes por la noche durante un breve segmento en el noticiero de López Dóriga. Una semana él y a la próxima Elena Poniatowska, y así se iban turnando.
No sólo eso, aparecía de pronto en el concierto de Gloria Trevi o presentando a Chavela Vargas en el Teatro de la Ciudad, o bien, a alguna otra de las reinas de la noche, las más aplaudidas cantantes o vedettes del momento.
De gustos variopintos, Monsiváis contaba entre su acervo musical desde boleros y rancheras hasta la sinfónica europea y rock en inglés, sin dejar atrás sus discos de poesía en inglés y de Voz Viva de la UNAM.
Además de discos musicales, por supuesto que tenía infinidad de películas entre su abarrotado acervo. El cine era sin duda una de sus mayores pasiones. Como muestra está su libro Rostros del cine mexicano, con la inigualable María Félix en la portada.
Gran aficionado al coleccionismo, desde la década de los setentas comenzó su insaciable hábito por comprar aquí y por allá también. Compraba fotografías, discos, pinturas, grabados, litografías —su mayor debilidad—, dibujos, libros y muchas más curiosidades.
Cuando no compraba individualmente, compraba lotes completos de libros o fotografías, grabados y lo que se le ofrezca patroncito, mire lo que le traje, de las fotos antiguas que le gustan.
Escribía artículos, libros y daba conferencias, el dinero ganado lo invertía en incrementar su colección. De ésta destacan los primeros dibujos del gran Covarrubias, pero también del magnífico e inigualable García Cabral, por mencionar a dos grandes caricaturistas/dibujantes/pintores.
Dicen que sin Monsiváis, El Chango García Cabral no se conocería hoy en día. No lo sé, yo llegué a García Cabral en una plática con Braulio Peralta, quien por cierto es autor de El clóset de cristal, publicado en Ediciones B, un libro que salió años después de la muerte de Monsiváis y habla sobre su activismo en beneficio de la comunidad LGBT; Braulio Peralta también coordinó, junto a Marta Lamas, el maravilloso libro Que se abra esa puerta (Paidós), en una preciosa primera edición, que hace no mucho fue reeditado por el Fondo de Cultura Económica —lástima de la nueva portada—, y que contiene una serie de crónicas y ensayos de Monsiváis en torno a la historia de la homosexualidad en México.
Las fotografías, los grabados, los dibujos, los libros que Monsiváis llegó a colectar en sus andanzas, son de una rareza popularmente inaudita. Habría que preguntarse si era un coleccionista o un acumulador, o ambas. De cualquier manera su acervo es prodigioso.
Él vivía en la Portales, por ahí merodeaba, siempre a pie, o en taxi o en metro. No tenía coche, pero conocía la ciudad como la palma de su mano. Tanto de día como de noche.
Asistía a lugares noctámbulos, a los lugares de la perdición, de las damas peligrosas y los amores subrepticios y nefandos; acudía porque su vida le sabía distinto de noche.
Sus noches salpimentaban sus días y sus crónicas.
Leer a Monsiváis es entrar en el inconsciente capitalino, y el inconsciente está plagado de impulsos de vida y muerte. Le encantaba acudir a los “respiraderos de la sensualidad”, como él decía. Lugares clandestinos, ligeros e impensables para las santigüeras, sitios llenos de amantes extramaritales, o de hombres deseosos de mujer que tenían que conformarse con la semidesnudez de una rumbera, exaltándole el deseo al hombre hambriento de carne femenina.
Ahí donde Monsiváis ponía la mirada y su interpretación a través de la palabra, ahí estaba la exquisitez, el deleite.
Y esta mirada también se observa en sus colecciones. La sensualidad siempre presente en las miles de mujeres que aparecían en la publicidad de películas antiguas, en las fotografías a blanco y negro.
De su extensa colección se armó el actual acervo del Museo del Estanquillo, inaugurado en 2006, y en donde se encuentra la gatourna esculpida por su gran amigo Francisco Toledo, con quien hizo un par de libros: Nuevo catecismo para indios remisos, y Francisco Toledo y Carlos Monsiváis, ambos publicados por editorial Era.
La gatourna es una pequeña escultura de barro pintado al óleo en la que se aprecia a un gato jugando con una figura redonda, magníficamente trazada con las indiscutibles y mágicas formas que sólo Toledo sabía hacer. Está localizada en la sala de lectura del museo.
Cabe aclarar que su enorme biblioteca no está en El Estanquillo, sino en la biblioteca de la Ciudadela, aquella inaugurada en 1946 y que tuvo como primer director a José Vasconcelos.
Recuerdo una memorable exposición en el Museo del Estanquillo, hace unos cinco años, que llevó el mismo nombre de uno de sus libros: “Escenas de Pudor y Liviandad”, sobre las inigualables actrices y primeras directoras mexicanas o que tuvieron presencia en México. Entre ellas, María Tereza Montoya, Virginia Fábregas, María Conesa, Mimí Derba, María Félix… Algunas de las protagonistas del escenario del México de la primera mitad del siglo XX.
Carlos Monsiváis también escribió un excelente libro, muy poco conocido, que me llegué a encontrar para mi fortuna en una librería sobre Donceles cuando estudiaba en la prepa. Me costó 10 pesitos: Adonde yo soy tú somos nosotros: Octavio Paz: Crónica de vida y obra. Un gran, gran libro, editado por Consuelo Sáizar, quien, por cierto, también editó el último libro de Carlos: Escribir, por ejemplo, un muy buen libro que contiene ensayos y crónicas sobre distintos escritores: Ramón López Velarde, Alfonso Reyes, Agustín Yáñez, Julio Torri, Rosario Castellanos, Carlos Fuentes, entre otros.
Como si fuera poco, habrá que recordar que su primer libro fue su autobiografía, la cual escribió a la edad de 28 años. Hay pocos memorialistas en México y pocas son las autobiografías también, la autobiografía no es un género recurrente en la literatura mexicana y, aunque él estaba avergonzado de su autobiografía, hay que reconocerle que ahí hay un género más en el que Monsiváis incursionó. Fue tanto su arrepentimiento tras su publicación, que fue a las librerías a retirar todos los ejemplares de dicha autobiografía.
Carlos Monsiváis, un misógino feminista que, aunque de apariencia tierna, es bien sabido que a veces era bastante temible y hasta resentido. Una especie de Andy Warhol mexicano y de las letras, escabullido en el mundo popular pero también en el de las estrellas, en el de la farándula, y algo más los asemejaba: su gusto por el cine, su afición a los mercados de pulgas y su adicción al teléfono.
De hecho, en Apocalipstick Carlos Monsiváis se pirateó una famosa frase de Warhol, cambiando una palabra. Lo sé porque recién leí Andy Warhol: From A to B and Back Again —que abordaré en otra ocasión—, citaría la frase, pero en este momento estoy en medio de una mudanza y mis libros están en cajas junto a mí. Me doy cuenta de la cita pirateada y de cuán semejantes eran, aunque no lo parezcan. Ah, la frivolidad es otro rasgo en común en ambos.
Eso sí, el cronista era muy devoto a sus trece gatos, con nombres que Marta Lamas recuerda: Eva Siva, Fray Gatolomé de las Bardas, Caso Omiso, Miss Antropía, Fetiche de Peluche, Voto de Castidad, Mito Genial.
Elena Poniatowska conmemoró el felino gusto de su entrañable amigo Carlos, al hacerle el libro infantil, Sansimonsi, con ilustraciones de El Fisgón, en el que el protagonista termina convirtiéndose en un gato. El adorable gato aparece en la portada del libro.
Hay por ahí una leyenda, que dice que se veía a Carlos Monsiváis en un cabaret, en un bar gay con muchachitos y también por las calles del centro. En todos estos lugares al mismo tiempo.
Recordemos a Monsiváis en su aniversario y cuando no lo es también.
Twitter: @EvoletAceves
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Évolet Aceves escribe poesía, cuento, novela, ensayo, crónica y entrevistas a personajes del mundo cultural. Además de escritora, es psicóloga, periodista cultural y fotógrafa. Estudió en México y Polonia. Autora de Tapizado corazón de orquídeas negras (Tusquets, 2023), forma parte de la antología Monstrua (UNAM, 2022). Desde 2022 escribe su columna Jardín de Espejos en Pie de Página. Ha colaborado en revistas, semanarios y suplementos culturales, como: Pie de Página, Nexos, Replicante, La Lengua de Sor Juana, Praxis, El Cultural (La Razón), Este País, entre otros. Fue galardonada en el Certamen de ensayo Jesús Reyes Heroles (Universidad Veracruzana y Revista Praxis, 2021). Ha realizado dos exposiciones fotográficas individuales. Trabajó en Capgemini, Amazon y Microsoft. Actualmente estudia un posgrado en la Universidad de Nuevo México (Albuquerque, Estados Unidos), donde radica. Esteta y transfeminista.
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