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Alguna vez fue el municipio más rico del país. Hoy, la ciudad que dio origen a la Revolución Mexicana se extingue lentamente, mientras la mina de Grupo México asentada en el lugar sigue reproduciendo riqueza para uno de los hombres más ricos del país
Texto y fotos: Ximena Natera
CANANEA, SONORA.- Cuando los habitantes de Cananea hablan de su ciudad lo hacen en pasado: cuentan de la riqueza que la mina trajo en los años cuarenta; de la calle principal del pueblo, que en su momento albergó las casas más opulentas del estado; del boliche local, uno de los primeros del país. Sobre todo, hablan de la huelga que los trabajadores emprendieron en 1906 contra los dueños extranjeros de Cananea Consolidated Copper Company. El paro laboral por mejores salarios tuvo tal impacto que se considera el inicio de la Revolución Mexicana.
Pero Cananea, que alguna vez fue el municipio más rico del país, es ahora una ciudad que muere lentamente. En la última década ha expulsado a miles de personas y, las que permanecen, viven en constante incertidumbre del futuro. En 2007, el conflicto entre Grupo México, la empresa que controlaba la mina desde 1990 y la Sección 65 del Sindicato Minero, sumergió al pueblo en una crisis mayor. Para 2010, cuando la Suprema Corte de Justicia de la Nación dio un fallo a favor de la empresa y la policía federal tomó las instalaciones de la mina y expulsó con violencia a los huelguistas, la ciudad estaba en quiebra.
Desde entonces, Buenavista del Cobre se ha convertido en la séptima mina más importante de cobre en el mundo y la punta de lanza de Grupo Mexico, liderada por el multimillonario Germán Larrea, el segundo hombre más rico del país.
“Cuando reabrió la mina vimos que entraba muchísimo dinero pero nada de eso se quedaba aquí”, dice Mirna Soria, una joven originaria del pueblo.
Cananea nunca volvió a prosperar. La empresa vetó a todos los mineros sindicalizados y boletinó a sus familiares. Durante su expansión, Grupo México trabajó con contratistas y empresas terceras que trajeron a miles de personas de otros lugares, apenas el 20 por ciento de sus empleados son locales. Geográficamente aislada, la comunidad depende del dinero de la mina y la falta de recursos se nota en las calles.
“El bienestar del pueblo depende del humor de la mina”, dice Javier íñiguez, un soldador electromecánico que hasta hace un año trabajó en la mina y que actualmente maneja una pequeña tienda de abarrotes surtida con productos de Estados Unidos. “Si se rumora que los del sindicato van a hacer una protesta o paro, la gente deja de comprar porque se asustan de lo que pueda hacer la mina”, cuenta y dice que muchas personas solamente pueden comprar los productos básicos, como leche o cereal.
No es el único. Fuera de la estación de autobuses, los taxistas —en su mayoría son mineros retirados o huelguistas— tienen uno o dos viajes al día; la calle principal ahora está llena de tiendas en las que no entra nadie; mecánicos y electricistas anuncian sus servicios en las paredes; cientos de casas y construcciones están abandonadas y las colonias más cercanas a la mina viven constantemente entre humos tóxicos y casas semidestruidas por las explosiones diarias.
“Es triste, cada vez que regreso hay alguien más que ya no está, queda un sentido de mucha nostalgia”, cuenta Mirna Soria, quien desde hace varios años vive en Saltillo, ante la falta de oportunidades en Cananea.
Para muchos, la carencia que se vive es, de cierta forma, un castigo de la mina por la rebeldía de sus habitantes y el futuro de la ciudad es un tema que no se discute. A la mina le quedan poco menos de 50 años de explotación útil y para entonces, se prevee que una parte más del pueblo sea absorbida por la obra.
—¿Qué va a pasar cuando la mina cierre?
—No nos va a quedar nada— dice Arturo Escalante, un hombre mayor que trabajó en la mina desde los 17 años y que perdió su empleo en la huelga del 2007.
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Periodista visual especializada en temas de violaciones a derechos humanos, migración y procesos de memoria histórica en la región. Es parte del equipo de Pie de Página desde 2015 y fue editora del periódico gratuito En el Camino hasta 2016. Becaria de la International Women’s Media Foundation, Fundación Gabo y la Universidad Iberoamericana en su programa Prensa y Democracia.
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