Calmécac, la escuela de la nobleza mexica

2 agosto, 2020

Antes de la llegada de los conquistadores ya había escuelas en la ciudad, pero los sitios fueron destruidos y muchos de los conocimientos olvidados. Existe un antiguo Calmécac, que se descubrió hace algunos años, bajo el sótano de una construcción colonial

@ignaciodealba

Antes de la llegada de los Europeos la nobleza mexica daba a sus hijos el privilegio de la educación. Los jóvenes principales obtenían las enseñanzas de los sabios. Fray Bernardino de Sahagún entre lo mucho que compiló en “La Historia General de las Cosas de la Nueva España” relata:

“En naciendo una criatura luego los padres y madres hacían voto y ofrecían la criatura a la casa de los ídolos (dioses), que se llama Calmécac o Telpochacalli”

Al Calmécac acudían los niños que habían nacido para la vida religiosa, ahí se convertían en sacerdotes y sabios. Por su parte, los que habían nacido bajo un signo guerrero eran educados como militares o gobernantes y acudían al Telpochaclli.

La entrada a estos internados comenzaba con el pedimento a las autoridades, los padres del muchacho hacían una buena comida para los sacerdotes y mancebos que educarían al solicitante. Ahí se hacía un largo y respetuoso pedimento para entra al Calmécac, entre los mucho se explicaba:

“Os hacemos saber que nuestro señor fue servido de hacernos merced de darnos una criatura, como una joya o pluma rica que nos fue dada; si merecemos que este muchacho se críe y viva , y como es varón, no conviene que le mostremos oficio de mujer teniéndole en casa; por tanto, os le damos por vuestro hijo y os le encargamos, y ahora al presente ofrecémosle al señor Quetzalcóatl (dios sabio), para entrar a la casa del Calmécac”.

El pedimento era parecido si iba a la casa de los guerreros, sólo que ahí se hacía énfasis en la valentía del muchacho y se le ofrecía a los Tlaltecutli y Tonatiuh (tierra y sol) y Tezcatlipoca (asociado a la guerra).

La respuesta de los futuros maestros no estaba exenta de benevolencia: “Nosotros, indignos siervos, con dudosa esperanza esperamos lo que será; no sabemos por cierto cosa cierta que os decir, esto será o esto será de vuestro hijo; esperamos en nuestro señor todo poderoso lo que tendrá por bien de hacer”.

Los padres del interesado llevaban al Calmécac papiros, copal, sartales de oro, plumas preciosas, jades y mantas. Se ofrendaba una parte a Quetzalcóatl. El muchacho se quedaba a vivir en el lugar, donde compartía las enseñanzas con otros niños privilegiados.

Los estudiantes iban por la leña y barrían desde la madrugada, también hacían obras de barro y procuraban los mantenimientos de esa casa común. Bernardino de Sahagún dice que los muchachos colaboraban haciendo las acequias y otras obras. “Solamente quedaban los que guardaban la casa y los que les llevaban la comida, y ninguno de ellos faltaba, con mucho orden y concierto trabajaban”.

Ya cuando se ponía el sol, los muchachos se bañaba e iban a hacer oración. Parte de los trabajos espirituales consistía en ir a buscar magueyes para quitarles las espinas, luego se las clavaban en el cuerpo y ofrecían la sangre a sus celosos dioses.

Estaba muy penada la ingesta de bebidas alcohólicas. Sólo los más grandes lo bebían “muy secretamente” pero sin llegar a emborracharse. Los que eran descubiertos le daban palazos en frente de sus compañeros, en algunos casos hasta la muerte.

Una de las partes centrales de la educación estaba en enseñar los cantos, la riquísima tradición nahua que Miguel León Portilla describió así: “Valiéndose de una metáfora, de las muchas que posee la rica lengua náhuatl, afirmaron en incontables ocasiones que tal vez la única manera posible de decir palabras verdaderas en la tierra era por el camino de la poesía y el arte”.

Por medio de la tradición oral se resguardaron muchos de los acontecimientos de la historia de los mexicas. También se enseñaba a los estudiantes del Calmécac hacer pictogramas para los códices y a interpretarlos. Un poeta náhuatl expresó:

“Yo canto las pinturas del libro,

lo voy desplegando,

soy cual florido papagayo,

hago hablar los códices,

en el interior de la casa de las pinturas.”

En 1521, con la conquista europea, se destruyó deliberadamente casi todo el patrimonio cultural mexica. La tradición oral quedó perdida en el nebuloso pasado y la mayoría de los códices fueron destruidos o enviados a Europa. Lo poco que sabemos del Calmécac y el Telpochacalli es gracias a algunos relatos.

Fue hasta el 2006 que el Centro Cultural España, ubicado entre las calles Guatemala y Donceles, en el Centro Histórico, dio a conocer que, en los trabajos de ampliación del edificio, se encontraron basamentos prehispánicos.

Después de una investigación se determinó que el sitio era el Calmécac, a donde acudía la nobleza mexica. El sótano del lugar fue acondicionado como museo.

Cronista interesado en la historia y autor de la columna Cartohistoria que se publica en Pie de Página, medio del que es reportero fundador. Desde 2014 ha recorrido el país para contar historias de desigualdad, despojo y sobre víctimas de la violencia derivada del conflicto armado interno. Integrante de los equipos ganadores del Premio Nacional Rostros de la Discriminación (2016); Premio Gabriel García Márquez (2017); y el Premio Nacional de Periodismo (2019).