Se encuentra mal, realmente mal. . Realizamos las actividades medicas necesarias para estabilizarle dentro de nuestras posibilidades. Pero tenemos un problema, el camino sigue cerrado y nada de lo que hayamos hecho servirá si el paciente no es llevado a un hospital…
Sandra Medina / Médicos Sin Fronteras*
Nueve y media de la mañana, llegamos al camino cortado. Aproximadamente diez vehículos y unas veinte personas se encuentran allí, esperando lo mismo, lograr pasar al otro lado.
Atravesado en el “puente” se encuentra un camión a lo largo del camino que impide el paso.
Los comentarios son desesperanzadores, hay días en los que no permiten el paso, hay días en los que la espera puede ser de hasta diez horas.
Solo queda la paciencia. Del otro lado, se pueden ver varios vehículos, que esperan, igual que nosotros llegar a un destino que nosotros hemos dejado atrás.
Abastecimiento de víveres, productos básicos, son las expectativas de los que esperan con nosotros ese día. La nuestra, llegar por fin a El Aguaje, comunidad a la que estamos intentando ingresar desde noviembre del año pasado y que, por fin, parece que se ha hecho realidad.
Alguien se acerca desde el otro lado del rio, va con prisa, han escuchado que estamos esperando como ellos y que somos médicos.
Una persona se encuentra mal. Inmediatamente, cogemos nuestra maleta de emergencia, pasamos por debajo de la parte trasera del camión que impide el paso y, esquivando las estrellas de metal esparcidas por doquier, para que nadie tenga la intención de acercarse, si no quiere quedarse sin llantas. Nos dirigimos al coche donde se encuentra el paciente.
Se encuentra mal, realmente mal. Diferentes sintomatologías asociadas a su enfermedad de base hacen que su vida corra peligro. Por nuestra parte, está cubierto. Realizamos las actividades medicas necesarias para estabilizarle dentro de nuestras posibilidades.
Pero tenemos un problema, el camino sigue cerrado y nada de lo que hayamos hecho servirá si el paciente no es llevado a un hospital. La impotencia nos abruma.
Contactamos con la otra parte del equipo, hay que abrir el retén ya, una vida está comprometida.
Los diferentes engranajes de nuestro equipo se ponen en marcha, todos arrimamos el hombro para solucionar la situación, pero del otro lado del rio todos estos intentos no dan frutos.
Gritamos por ayuda a las personas que no vemos, los que vigilan el cierre de la carretera y se mantienen escondidas. Les gritamos pidiendo ayuda para ver si alguien puede abrir el paso o podemos hablar con ellos.
Por radio nuestros compañeros al otro lado del bloqueo nos informan que no han conseguido hablar con nadie, compartimos la misma impotencia de saber que cada minuto que pasa es crucial para salvarle la vida. Milagrosamente se ve a alguien correr hacia el puente, hacia el camión que impide el paso.
Van a abrir, los carros y camionetas que se encuentran precediendo a la de nuestro paciente, se abren priorizando su paso. Todos colaboran. Alguien sostiene la fluidoterapia en curso, alguien conduce. Él tiene una oportunidad de sobrevivir.
Sobrevive. Días después nos paran en otra localidad cercana. Uno de sus acompañantes nos dice que llegó a urgencias y que mañana vuelve a casa.
Nuestra sonrisa queda oculta por la mascarilla, pero nada cubre nuestros ojos. La mejor gratificación posible nos ha sido dada. Sólo por eso, tiene sentido, al menos para mí, porque estoy donde estoy y porque pertenezco a MSF.
*Sandra Medina, Gestora de Actividades Médicas de MSF en Tierra Caliente, Michoacán.
Médicos Sin Fronteras visita comunidades en la región Centro, Tierra caliente, Costa Grande de Guerrero y Tierra Caliente Michoacán brindando servicios de atención primaria en salud, con énfasis en violencia sexual, salud sexual y reproductiva y salud mental a comunidades que han sido afectadas por la violencia. Tres equipos se desplazan a comunidades donde han ocurrido incidentes de violencia recientes y en las cuales podemos asegurar el acceso de nuestros equipos.
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