La expulsión de Daniel Lizárraga, un periodista de lujo que cualquier redacción quisiera tener en sus filas, es un ataque más a El Faro y un paso más hacia el autoritarismo al que se enfila El Salvador de Nayib Bukele
Twitter: @chamanesco
Corrían los primeros meses de 2019, y Nayib Bukele había dejado de ser una estrella en ascenso para alcanzar el cenit de la política salvadoreña.
En febrero había ganado las elecciones de El Salvador por mayoría absoluta, en primera vuelta, derrotando a ARENA y al FMLN, los dos partidos políticos que habían monopolizado el poder en las últimas décadas.
De visita en México, para participar en un foro latinoamericano sobre democracia, el político salvadoreño Félix Ulloa –quien meses después asumiría el cargo de vicepresidente– presentaba orgullosamente a Bukele como el prototipo de una nueva generación de políticos.
“Hemos electo el pasado 3 de febrero al primer presidente genéticamente nativo digital en el hemisferio, y posiblemente el primer millennial en el planeta, y esto es un parteaguas en la política”, aseguró Ulloa en una conferencia dictada ante funcionarios y expertos electorales de toda América Latina.
El veterano político nacido en 1951 –30 años antes que Bukele– presumía a su muchacho como el audaz personaje que, rompiendo todos los moldes, había usado las redes del sistema político para confrontarlo y llegar al poder.
“Nunca ha habido en la historia política contemporánea de El Salvador un caso similar a la candidatura de Nayib Bukele, que no es un antisistema y ni es un outsider, porque él viene del sistema”, expuso Ulloa.
Y, en efecto, el primer influencer en convertirse en presidente no era un improvisado en la política. Militó en el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, fue alcalde de Nuevo Cuscatlán y de San Salvador; después creó el movimiento Nuevas Ideas y, finalmente, se postuló a la Presidencia como candidato de la Gran Alianza por la Unidad Nacional.
Su candidatura fue respaldada por millones de jóvenes, para quienes ya no decían nada las antiguas luchas izquierda-derecha desatadas durante y después de la guerra civil salvadoreña (1979-1992), y quienes se identificaron con su carisma, su rebeldía ante las instituciones y su discurso contra los partidos de una democracia disfuncional.
Su convocatoria a través de tuits explosivos o largas sesiones en Facebook Live le permitieron darle la vuelta a los medios de comunicación tradicionales y, finalmente, alcanzar un histórico 53 por ciento de la votación en los comicios presidenciales.
“Lo que sucedió fue que el sistema actuó contra una candidatura y, al actuar contra esa candidatura, se volvió un efecto boomerang porque actuó contra sí mismo. Lo mismo que pasó con Andrés Manuel acá, es decir, no son gente que están contra el sistema, sino es el sistema el que tiene toda una predisposición a este tipo de candidaturas”, explicó el futuro vicepresidente en su visita a México.
En su relato, Félix Ulloa destacó la “lucha” de Bukele y su movimiento para superar los obstáculos que le pusieron las instituciones electorales, los partidos tradicionales y los medios de comunicación.
“Fue una batalla titánica, y la única herramienta que Nayib usó fue esto”, dijo Ulloa mostrando su teléfono móvil.
El discurso de Félix Ulloa en el IX Foro de la Democracia Latinoamericana, convocado bajo el tema de “Desafíos de la política y la democracia en la era digital”, fue aplaudido por todos los presentes en el antiguo Palacio de Minería de la Ciudad de México.
Bukele era una estrella en una Centroamérica vapuleada por la pobreza, la violencia, la corrupción y las pulsiones autoritarias. Una figura que refrescaba la escena política latinoamericana y un personaje a seguir a nivel mundial.
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Dos meses después de aquella conferencia, Nayib Bukele tomó protesta como presidente de El Salvador, el 1 de junio de 2019, y Félix Ulloa asumió como vicepresidente.
Bukele inició su gobierno anunciando un combate frontal a la corrupción. Para ello, encargó a Ulloa la creación de la Comisión Internacional Contra la Impunidad en El Salvador (CICIES), que fue disuelta el pasado mes de junio en medio de acusaciones al gobierno por proteger a los investigados.
Después, lanzó un “Plan de Control Territorial” que hizo de la mano dura y de la probable negociación con pandillas, las principales estrategias para “pacificar” al país.
En febrero de 2020, Bukele ordenó el ingreso de tropas a la Asamblea Legislativa de El Salvador, cuando ésta se negó a sesionar para aprobar un préstamo a la administración para reforzar a las Fuerzas Armadas.
Decidido a romper con la “política tradicional”, Bukele ha privilegiado las redes sociales para dirigirse al país, lo que lo ha llevado a despreciar las instituciones formales de la política y a los medios de comunicación, tanto salvadoreños como internacionales.
Pero eso no es lo malo; lo malo es que ha decidido emprender una campaña de persecución contra la prensa libre e independiente; la prensa crítica que investiga a su administración, tanto como investigó a las anteriores.
Y el ejemplo paradigmático es El Faro, un medio fundado por Carlos Dada y otros periodistas en 1998, que ha servido –como su nombre lo indica– para iluminar las zonas más oscuras del poder en ese país centroamericano.
Si Bukele pudo aprovecharse de la exhibición de la pudredumbre del sistema político salvadoreño, esto fue posible en gran medida al periodismo de El Faro, un medio que supo adelantarse a la crisis de los periódicos tradicionales y basar su éxito en hacer periodismo que incomode al poder.
Mucho antes de Bukele, El Faro ya había logrado que el mundo volteara a ver a El Salvador, esa pequeña nación de apenas 6.3 millones de habitantes, con sus múltiples problemas y su migración interminable.
Hoy, dos años después de llegar al poder, Bukele está en guerra contra El Faro y su periodismo de investigación.
Desde julio de 2020, El Faro fue sometido a una auditoría de la Dirección General de Impuestos del Ministerio de Hacienda, para investigar, entre otras cosas, las aportaciones de sus suscriptores y los donativos que recibe de la fundación Open Society para financiarse.
Y, el 24 de septiembre de 2020, el presidente usó una cadena nacional para anunciar que el Ministerio de Hacienda actuaría contra El Faro por lavado de dinero.
En el contexto de lo que Carlos Dada, fundador de este medio, ha llamado una campaña de acoso fiscal y hostigamiento, la semana pasada el gobierno de Nayib Bukele decidió deportar al periodista mexicano Daniel Lizárraga, quien desde enero se había integrado al equipo de El Faro.
Después de meses de trámites e interrogatorios, la administración de Bukele determinó que Lizárraga nunca pudo comprobar que es editor o periodista, por lo que su situación migratoria era irregular y le dio un plazo de cinco días para salir del país.
“La verdadera razón de su expulsión no es que no pueda acreditar ser un periodista profesional; sino lo contrario: que es un periodista especializado en investigar casos de corrupción. Eso es lo que verdaderamente molesta al régimen de Bukele, tan plagado de escándalos de corrupción como comprometido con proteger a sus propios corruptos”, respondió El Faro en un editorial publicado este fin de semana.
La expulsión de Lizárraga, un periodista de lujo que cualquier redacción quisiera tener en sus filas, es un ataque más a El Faro y un paso más hacia el autoritarismo al que se enfila El Salvador de Nayib Bukele.
El tuitero que llegó a ser presidente recibió un amplio respaldo en las urnas en 2019, que ha refrendado en este 2021: Nuevas Ideas arrasó en las elecciones legislativas de febrero, ganando 56 de 84 escaños, con más del 66 por ciento de los votos.
Pero ha comenzado a utilizar ese respaldo popular, político y legislativo para cooptar a otros poderes. En mayo, la Asamblea de mayoría pro Bukele destituyó al fiscal general y a los cinco magistrados de la Sala Constitucional, acusándolos de actuar en contra del pueblo salvadoreño.
Como buen líder populista, Bukele ha movilizado a sus simpatizantes en manifestaciones de respaldo y ha rechazado las condenas de organismos internacionales a sus políticas que ponen en riesgo a la democracia.
Bukele parece seguir al pie de la letra un imaginario manual de cómo matar a la democracia: no admite la crítica interna ni externa; es un líder que cree que su popularidad está por encima de la Constitución y las leyes. No tolera la prensa crítica y usa las instituciones del Estado para socavarla.
Nuestro colega Daniel ha sido deportado por un régimen de esa naturaleza. Es un timbre de orgullo para él, y una desgracia para los salvadoreños.
Periodista desde 1993. Estudió Comunicación en la UNAM y Periodismo en el Máster de El País. Trabajó en Reforma 25 años como reportero y editor de Enfoque y Revista R. Es maestro en la UNAM y la Ibero. Iba a fundar una banda de rock progresivo, pero el periodismo y la política se interpusieron en el camino. Analista político. Subdirector de información en el medio Animal Político.
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