27 enero, 2022
Las recurrentes e intensas sequías están dejando árboles débiles e indefensos ante plagas como los insectos descortezadores o defoliadores. Hasta noviembre de 2021, la superficie afectada llegó hasta las casi 48 mil hectáreas
Texto y fotos: Andrea Vega / Mongabay
“Es como si llevaran a enterrar el cuerpo de un difunto joven. Es algo muy triste”, dice el ejidatario José Sotero López, mientras dos hombres fumigan y cortan un árbol aniquilado por el ataque de pequeños escarabajos descortezadores; en un hoyo cavado en la tierra, entierran la corteza de lo que hasta hace unos minutos fue un pino. Así tratan de evitar que los insectos, que aún podrían estar vivos, ataquen otras zonas de este bosque que cuidan los habitantes del ejido La Estancia, en el estado de Hidalgo.
Los culpables de que miles de árboles mueran a destiempo son las plagas fortalecidas por los efectos del cambio climático. Las sequías cada vez más recurrentes e intensas debilitan a los árboles y éstos no pueden defenderse de insectos como los escarabajos descortezadores que, además, proliferan con temperaturas más altas.
Las principales plagas que afectan los bosques de México son, en orden de importancia, los escarabajos descortezadores, los gusanos defoliadores y las plantas parásitas, como los muérdagos.
Los datos más actualizados del Reporte Nacional de Plagas Forestales, de la Comisión Nacional Forestal (Conafor), muestran que a lo largo del 2021 y hasta el pasado 30 de noviembre, la superficie afectada por plagas en el país era de, por lo menos, 47 926 hectáreas, lo que equivale a poco más de 70 veces el área que ocupa el Bosque de Chapultepec. Los estados con más problemas son Oaxaca, Guerrero, Michoacán, Hidalgo y Jalisco.
En los últimos dos años, ha ido en aumento la superficie forestal impactada por las plagas: en 2019 fueron 45 774 hectáreas y para 2020 se alcanzaron las 47 807. Estas cifras corresponden solo a las áreas notificadas por ejidos, comunidades o técnicos forestales; así que los números podrían ser mayores si se toman en cuenta aquellos bosques que no son resguardados por ninguna comunidad.
Pablo Irving Fragoso, subdirector de evaluación y monitoreo forestal de la Asociación de Silvicultores de la Región Forestal Pachuca-Tulancingo, en Hidalgo, a la que pertenece el ejido La Estancia, explica cómo ataca el escarabajo descortezador: la hembra perfora el tronco del árbol para hospedarse entre la corteza y la madera, ahí secreta una hormona para atraer a los machos, se aparea, pone los huevos y así empieza una nueva generación de escarabajos.
Cuando las larvas nacen se alimentan del tejido por donde pasan los nutrientes que requiere el árbol, por lo que este termina muriendo, explica Erika Gómez, investigadora postdoctoral del Centro de Investigación en Geografía Ambiental de la UNAM, en Morelia, Michoacán.
En el bosque del ejido La Estancia, donde hay árboles jóvenes que aún lucen troncos delgados y que se deberán talar por tener plaga, Ángel López Barrios, director técnico de la Asociación de Silvicultores de la Región Forestal Pachuca Tulancingo, muestra el daño que hace el insecto: en un tronco, ya sin corteza, se ven los caminitos que traza el escarabajo, un insecto negro de no más de un centímetro.
Los árboles sanos tienen mecanismos naturales para defenderse del ataque de estos insectos: secretan savia o resina que forman pelotitas y tapan los hoyos hechos por los intrusos. Los escarabajos quedan atrapados o son expulsados del tronco. Sin embargo, las recurrentes sequías provocan que los árboles sean más vulnerables a las plagas, porque no pueden secretar el líquido que les ayuda a defenderse.
“Los árboles se debilitan por la mayor temperatura y poca lluvia, pierden agua, cierran sus estomas (poros o aberturas del tejido epidérmico de las plantas) y no producen fotosíntesis”, explica Erika Gómez. Ahora, como hay menos frío, precisa la investigadora, estos escarabajos que han vivido siempre en el bosque, tienen más ciclos de reproducción, proliferan y matan a miles de árboles.
Uno de los bosques afectados por el descortezador es el que se encuentra en las 250 hectáreas de uso común del ejido La Estancia, en el municipio de Singuilucan, en el estado de Hidalgo. Los ejidatarios de esta comunidad, ubicada en el centro de México, cuentan con un programa de manejo forestal que les permite cosechar, en forma sustentable, cierta cantidad de madera por año; para ello aprovechan solo ciertas áreas donde los árboles ya están maduros, mientras dejan que se regeneren otras, al mismo tiempo que cuidan y protegen la zona forestal.
Además de construir brechas cortafuego y reforestar, los ejidatarios están al tanto de que el bosque se encuentre en buenas condiciones, que los árboles no presenten enfermedades o plagas.
Cuando la plaga del descortezador está en un bosque bajo manejo forestal, explica Pablo Irving Fragoso, el protocolo de atención marca que se debe contabilizar todos los árboles afectados y elaborar un informe técnico fitosanitario que se presenta a la Conafor. Personal de la dependencia hace una visita de inspección para verificar la información y se emite una notificación de saneamiento; es decir, una autorización para que la comunidad pueda derribar el arbolado dañado. Parte de esa madera se puede comercializar, pero el pago es 30 % menor.
Ángel López Barrios, director técnico de la Asociación de Silvicultores de la Región Forestal Pachuca Tulancingo, explica que en el ejido La Estancia, alrededor de 25 hectáreas están dañadas por el escarabajo descortezador. La superficie con plaga no está toda junta, se trata de manchones o árboles que están en diferentes áreas. Eso afecta todo el manejo forestal en el ejido.
Por ejemplo, en la zona donde los ejidatarios ahora entierran la corteza de árboles afectados es una área de regeneración, con pinos de 20 o 25 años que en condiciones óptimas tendrían que cortarse hasta que cumplan las cuatro décadas. “En el ejido, esta plaga ha roto todo el esquema de manejo forestal programado para dos décadas”, precisa Fragoso.
Además, los gastos del saneamiento corren por cuenta de la comunidad. En un aprovechamiento forestal normal, se tiene una utilidad de 60 o 70 % con la madera que se extrae y se comercializa, pero cuando hay plaga, las ganancias se reducen por los gastos de derribo, corte y fumigación. Además, hay que reforestar esas áreas. “El ejido ni siquiera sale a mano con la venta (de la madera), incluso se registran pérdidas”, asegura López Barrios.
Los ejidatarios lamentan que a las comunidades forestales no se les otorguen ayudas gubernamentales para combatir las plagas. “Piensan que tenemos grandes ganancias (con el aprovechamiento de la madera) y que podemos invertirlas en el saneamiento. No es así, nosotros invertimos mucho en cuidar el bosque, en las brechas corta fuego, por ejemplo, hicimos 30 kilómetros este año y fueron 200 mil pesos (alrededor de 9800 dólares)”, explica Felipe González Muñoz, presidente del comisariado del ejido La Estancia.
Artemio Aquino, técnico de la Unión de Comunidades de la Sierra Juárez (Ucosij), conformada por 32 núcleos agrarios y dos organizaciones de Oaxaca y en donde también tienen problemas con el descortezador, señala que es mucho trabajo el que se realiza para mantener un bosque sano:
“Son muchas las actividades: reforestación, conservación, mantenimiento de zonas, combate a las plagas y a los incendios. Son recursos que se invierten y esto es un beneficio para todos, si muere el arbolado no hay captura de dióxido de carbono, no hay agua”.
Las comunidades forestales hacen, por lo tanto, un llamado a los gobiernos federal y estatales para que volteen a ver los bosques. “Nosotros hacemos lo que podemos para controlar las plagas: derribamos, fumigamos, descortezamos, enterramos la corteza, pero necesitamos recursos para un combate más efectivo, y no sólo por nosotros, el bosque debería interesar a todos”, dice Felipe González.
En La Estancia mencionan otros problemas que enfrentan cuando se trata de combatir una plaga en su bosque: la lentitud de las dependencias y la tramitología. “Vamos atrás del problema, cuando deberíamos ir adelante”, dice Ángel López Barrios.
Lo que sucede, explican los ejidatarios, es que el saneamiento se hace por polígonos, pero cuando ya se hizo el de un área, resulta que el árbol de junto, que no estaba considerado en el inventario para derribo, ya tiene plaga. Así que se debe emitir otro informe, esperar la visita de verificación y la autorización para las nuevas talas. Ese proceso puede tardar hasta más de un mes. En ese tiempo la plaga ya avanzó a otras zonas del bosque.
Esto no sucedía antes, precisa López Barrios, porque la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) daba las autorizaciones de aprovechamiento forestal (los árboles que se pueden cortar en un año y en qué áreas) y las de saneamiento (trabajos para controlar las plagas y enfermedades del bosque); si era necesario cortar árboles plagados estos solo se restaban a los que estaban considerados en el aprovechamiento.
Con el nuevo reglamento de la Ley de Desarrollo Forestal Sustentable, que se publicó en diciembre de 2020, son dos trámites diferentes: el de aprovechamiento lo sigue dando Semarnat y el de saneamiento lo otorga Conafor. Eso hace aún más lento el proceso.
“Antes cuando había un foco de infección, los técnicos y la gente del ejido lo controlaban rápido. Se retiraba el producto y se ponía a cargo de la anualidad (del aprovechamiento permitido por año). Ahora no nos permiten extraer la madera plagada con remisiones de árboles de aprovechamiento. Se necesita la autorización de la Conafor. Tenemos que hacer el informe, esperar a que vengan a hacer la visita de verificación, a que emitan la notificación de saneamiento y la plaga no espera, la plaga se dispersa”, dice Felipe González.
Los tiempos de los trámites, coinciden los entrevistados, también se han alargado por los recortes al presupuesto de la Conafor, ya que hay menos personal y recursos para atender las solicitudes de saneamiento.
En 2018, la Conafor contó con un presupuesto de 3 991 393 228 pesos (alrededor de 193 millones de dólares), de acuerdo con datos del Presupuesto de Egresos de la Federación. En 2021, el monto fue de 2 440 956 124 pesos (118 millones de dólares). Mongabay Latam solicitó entrevista a la Conafor, pero no tuvo respuesta.
Hace cinco años, en la Sierra Juárez en Oaxaca, otro insecto se volvió una plaga: el defoliador, un gusano que se come las hojas de los árboles. “Al quedarse sin hojas, el árbol no puede elaborar su alimento a través del proceso de fotosíntesis, entonces muere”, explica Manuel Herrera, de la Unión de Comunidades Productoras Forestales Zapotecos-Chinantecos (Uzachi).
Artemio Aquino, técnico de la Ucosij, explica que primero sólo había presencia de la plaga de defoliadores en tres comunidades, en una superficie no mayor a 3200 hectáreas. Pero para el segundo año, la plaga se incrementó casi 100% por el cambio climático y migró a otras comunidades. “Para el tercer año ya teníamos un problema fitosanitario, casi una contingencia. Ya la afectación era en 13 comunidades y 12 mil hectáreas”.
El gusano defoliador no había llegado antes a esta área de la Sierra Juárez. Su presencia es un efecto muy marcado del cambio climático, explica Herrera. “Este insecto era de zonas bajas y ahorita lo encontramos hasta 2800 o 3000 sobre el nivel del mar. Antes estaba sólo debajo de los 2000 metros, pero de unos cinco años para acá se ha visto favorecido por el aumento de la temperatura. Ha migrado y se ha adaptado”.
Aquino cuenta que hicieron solicitudes de apoyo al gobierno federal, en específico a la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural (Sader), y a través de Senasica se está ejecutando un proyecto sanitario, con aspersiones aéreas, para aplicar productos biológicos en los que se usan hongos y bacterias en los polígonos autorizados por la Conafor.
Una vez hecha la aspersión con helicóptero, lo que hacen las comunidades son trabajos complementarios de saneamiento, con aspersión terrestre. El mismo producto se aplica con bombas y parihuelas, porque en algunas zonas la vegetación es tan espesa, que el producto no llega hasta las partes bajas.
Además, se hace también lo que se conoce como escarificación: hay larvas que logran escapar, bajan al suelo y forman capullos que abrirán en seis o siete meses, saldrá la mosca y volverá a depositar sus huevecillos. Los habitantes de las comunidades recolectan esas pupas, que son del tamaño de un frijol, para después quemarlas. Gracias a estos trabajos, dice Aquino, ya hay una menor presencia de la plaga en comparación con los dos años pasados. Aun así, el tratamiento sanitario continúa.
En esta zona de Oaxaca también luchan contra el descortezador, aunque su presencia es menor. Aquino precisa que este escarabajo siempre ha estado en la región, pero se había logrado mantener bajo control, en cambio el defoliador no había sido un problema.
La otra plaga que afecta a los bosques es el muérdago, planta parásita que absorbe el agua y los nutrientes del árbol hospedador. En la Sierra de Juárez, tienen problemas con el muérdago verdadero y el enano (de hojas pequeñas y escamosas); aunque su ataque no es tan grave como el del descortezador o el defoliador, de hecho, los árboles pueden vivir años con este incómodo huésped, pero las comunidades prefieren quitarlo, para mantener la salud de sus bosques. Retirarlo es complicado. Hay que subir unos 30 o 40 metros en los árboles, lo que es riesgoso y costoso: entre 500 y 800 pesos (entre 25 y 40 dólares) por cada pino, precisa Herrera.
En el bosque de La Estancia, las especies dominantes son el Pinus rudis y Pinus montezumae. En promedio son unas 250 personas las que se benefician directamente del aprovechamiento forestal. Esta zona, además, es vital para la cuenca de Tecocomulco, que abastece de agua a municipios como Tepeapulco, Cuautepec y Singuilucan.
“Los gobiernos no le están poniendo el interés necesario al problema de las plagas, aquí estamos prácticamente solos peleando con ellas, ni recursos dan para el saneamiento. Y sí, a nosotros nos afecta, pero el principal afectado es el bosque. Teníamos planeado sembrar 20 mil plantas nuevas y sólo logramos 11 mil, por estar con lo del saneamiento; en realidad deberíamos meter unas 50 mil, porque hay claros muy grandes, pero ¿con qué recursos?”, lamenta Felipe González.
Jazmín Dávila López, ejidatarias de La Estancia, explica que el ejido tiene certificaciones que se han ganado a pulso, como la Forest Stewardship Council (FSC), la cual avala que realizan un aprovechamiento forestal sustentable. “Nos costó más de diez años las gestiones para obtenerla. Vino el gobernador y nos hizo entrega de la certificación, pero lo que no nos dan son recursos para el saneamiento. Cuando en el municipio hay problemas graves por esta plaga”.
José Sotero, ejidatario y jefe de monte de La Estancia, dice que la situación para ellos es alarmante: “Llevamos 40 años trabajando aquí, en este bosque, cuidándolo, somos un ejido certificado internacionalmente por el manejo forestal que tenemos y todo eso se puede ir a la basura. Si se afecta el bosque, el principal problema va a ser ambiental y de captación de agua, eso nos debería interesar a todos, a los gobiernos, hasta las empresas como las refresqueras o las cerveceras que se aprovechan de los recursos hídricos”.
El problema se puede agravar, advierte Jazmín Dávila, al pie de la fosa donde llevan los troncos de los árboles jóvenes ya muertos: “Llevamos dos años con el grave problema de la plaga. En 2021 nos ayudó un poco que fue un año medio llovedor, la sequía no fue tan intensa, pero no sabemos cómo venga 2022. Si el gobierno no da recursos y agiliza los permisos, el bosque, este pulmón de la región, estará en un problema peor”.
*Este reportaje fue realizado por MONGABAY LATAM. Aquí puedes leer el original.
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