3 julio, 2021
Eleuteria aprendió a bordar el estilo teenek ya adulta. Pero bastó con una para que prendiera la mecha en las mujeres de la comunidad y rescatar su tradición y cultura: hijas enseñan a las madres, y junto al estambre retoman su lengua. El punto de cruz y la estrella cosmogónica ha sido escudo contra el fracking entre los pueblos de la huasteca potosina.
Texto: Marcela Del Muro
Fotos: Mauricio Palos
XOLOL, SAN LUIS POTOSÍ.- “Es importante repetirnos que estos saberes no son solo nuestros, vienen de generaciones pasadas. Cada símbolo tiene un significado en nuestra personas, en nuestra comunidad y en nuestra cultura. Empezando con que entre nosotras nos bordamos y todo lo que bordamos es parte de nosotros, es parte de todo esto que vemos a nuestro alrededor. Por ejemplo, la estrella representa a los seres humanos, cuando tú la bordas, te estás bordando a ti misma”, explica Diana Carolina Santiago mientras muestra la gran estrella, rosa y verde, al centro de su quechquémitl.
Las mujeres del pueblo teenek utilizan esta prenda que cubre el torso en eventos importantes. La joven de 33 años menciona que ella lo utilizó el día que presentó su examen profesional de la maestría y ese acto la llenó de fuerza.
“Sin saberlo, mi mamá me bordó mucha abundancia porque tiene mucho naranja. Todos esos colores que utilizamos son como el poder femenino, todos nos indican algo”. Sin saberlo, dice Caro, porque esos conocimientos los han ido aprendiendo en los últimos dos años. Desde que formaron el grupo de bordadoras Pulik It’s, que se traduce como la gran luna en español. Y comenzaron las reuniones donde compartían saberes entre mujeres de su comunidad: el Xolol, en el municipio de San Antonio, ubicado en el oriente de San Luis Potosí.
Antes de conocer el significado de cada elemento, ellas lo bordaban de igual manera, porque los han visto siempre en las ropas de sus mamás, de sus abuelas.
“Las mujeres adultas de antes siempre se vestían con el traje típico. La rueda o, como le decimos nosotros, el petob –tocado hecho de una gran trenza formada por estambres de colores y el cabello de la mujer–; sus blusas, también hechas por ellas mismas, con olancitos aquí en el cuello y sueltas, con su falda negra”, recuerda Eleuteria Bautista, mamá de Diana Carolina y también fundadora del grupo de bordadoras. “Yo no aprendí a bordar de mi mamá, pero ella sí utilizó ese traje tradicional para danzar”.
Las mujeres teenek aún conservan y desean rescatar esa conexión que sus ancestras tejieron con su vestimenta típica y los símbolos que se plasmaron en ella. Estos conocimientos han sido compartidos desde tiempos prehispánicos. Desde el asentamiento de este reducido grupo mayense en la, ahora, tierra huasteca, tras desplazarse de los territorios de la costa del Golfo de México hace cientos de años atrás: cuando migraron junto a los totonacos y mexicas, en el periodo clásico.
La doctora Claudia Rocha Valverde señala que la indumentaria típica en la cultura teenek tiene un valor cosmológico que carga en su bordado y la localización de éste en la prenda. El quechquémitl es llamado dhayemlaab en teenek, y es reconocido como dhayem entre el grupo de bordado. Dicha prenda es concebida por la doctora como un territorio sagrado: “Al mencionar un microcosmo textil se hace referencia al dhayemlaab, el cual, debido a sus cualidades formales y simbólicas, permite suponer que se trata de una representación del universo”.
Dicho universo fue creado por las “diosas que ‘hilaban la vida’, que eran generadoras de la misma y tenían una función de parteras, por lo que el acto de tejer puede considerarse una metáfora del origen y del orden del cosmos. Las deidades del tejido eran selénicas; es por ello que los ciclos agrícolas lunares se atribuían a éstas, significando el vínculo cósmico entre la Tierra y la Luna […]. En la memoria oral de los teenek que refiere que cuando una mujer usa la indumentaria tradicional se convierte en el centro del universo y con ello reafirma sus cualidades de progenitora convirtiéndose en símbolo de la fertilidad que da origen y sustento a la vida, personificando a la Gran-Madre Tierra o Pulik Miim-sabaal, como la llaman en lengua teenek”, refiere la doctora Rocha.
Para Diana y Eleuteria, el conservar y compartir el conocimiento sobre el bordado tradicional es uno de sus muchos actos de resistencia para preservar sus raíces teenek, su cultura. Y Pulik It’s también se creó con la finalidad de seguir practicando su lengua.
La primera generación de bordadoras ahora son las maestras del grupo. El orden tradicional de enseñanza, de generación en generación, se ha alborotado en los últimos años. Las niñas de entre 8 y 14 años transmiten sus conocimientos a sus mamás y a otras mujeres de la comunidad.
Pero esto ya tiene tiempo sucediendo así. Eleuteria aprendió en una clase de educación especial donde le enseñaban trabajos manuales, entre ellos el bordado tradicional teenek o de punto de cruz. Su maestra era una bordadora de una comunidad en el municipio de Tanlajas. El grupo Pulik It’s también ha tenido acercamiento con bordadoras y abuelitas de comunidades vecinas: como las bordadoras de Tamaletom, municipio de Tancanhuitz. Los conocimientos adquiridos ahora son saberes del grupo.
La paciencia, la concentración, la práctica y la perseverancia que se requiere para aprender el bordado tradicional sumado a la convivencia, trae frutos en las niñas como personas, como creadoras y como colectivo. Caro y Eleuteria perciben que las jóvenes bordadoras han ganado seguridad y creado un círculo de confianza entre ellas. El hablar en teenek también ayuda a la familiaridad entre el grupo.
“Nuestra primera idea cuando empezó el grupo era tener un teenek más limpio. Como el original que teníamos antes. Pero eso ya es muy complicado porque hay palabras que están compuestas o palabras en español que son muy difíciles de pasarlas a teenek. Pero seguimos impulsando, desde decir los materiales que utilizamos en teenek. Estar con ellas e impulsarlas con el ejemplo, practicarlo y practicarlo, solo así se escucha que ese cambio se va dando en ellas”, comenta Carolina.
“La lengua nos distingue como parte del pueblo teenek”, repite Caro, continuamente, durante la plática, pero el poder dominarla desde jóvenes les permite entender y ser escuchada por toda la comunidad, incluso los abuelitos que solo entienden el español.
Hace unos años, cuando Caro estaba próxima a cumplir la mayoría de edad, Eleuteria comenzó a invitarla a las asambleas. Ella narra que sentía miedo, pero, poco a poco, comenzó a romperlo y dar su opinión en las reuniones de su ejido. La maestra bordadora ha llegado más allá, abordando temas poco tocados en su comunidad como las distintas violencias contra la mujer indigena y la discriminación. Este tipo de pláticas, que van desde la experiencia, también son parte del grupo de bordado, ayudando a que las niñas tengan confianza para expresar lo que las atraviesa y acuerparlas en sus dificultades.
Esta colectividad que se ve entre las bordadoras es un reflejo de las mujeres en la comunidad.
“Al principio, tuvimos varios obstáculos comunitarios: empezaron los chismecitos de que nosotras estábamos explotando a la niñez. Entonces, invitamos a esas personas a que viera nuestro trabajo y lo que estamos haciendo, porque lo primero era que ellas aprendieran”, recuerda Caro. Las niñas de Pulik It’s reaccionaron y eso trajo que sus mamás apoyaran al grupo e incluso fueran parte de él. Eso ha permitido que ellas mejorarán su técnica y comenzarán a vender productos bajo pedido. Esto requirió mayor organización y el comité se conformó por niñas de la primera generación. Tanto trabajo y esfuerzo permitió comprar una máquina de coser, ahora las bordadoras también confeccionan sus piezas.
Una unión así, pero en escala comunal, se dio cuando el territorio estuvo en riesgo de fracking en el 2018. Eleuteria recuerda que llegaron personas de Xilitla a invitarlos a unirse al reclamo por la autorización de uso de explosivos para buscar gas y petróleo en su municipio. Eso ponía en riesgo su tierra, su agua y su alimento. Las mujeres fueron las primeras en unirse a las acciones de protesta. Caro recuerda que ella y un grupo de mujeres jóvenes explicaban a los abuelos de la comunidad las consecuencias del fracking en la tierra. Esto trajo que gran parte de la comunidad, junto a sus autoridades, se sumaran a la movilización de 12 municipios de la huasteca potosina.
“Algo que sí tenemos como comunidad, es que cuando vemos que algo nos va a dañar, respondemos así”: Caro truena los dedos, indicando rapidez.
“Hemos resistido tanto. Pero de repente, llegan ciertas instituciones a querernos acabar, de una u otra manera. Y no es tan fácil de identificarlo. Ahorita tenemos problemas en la escuela porque, muchas de las veces, nos mandan maestros que ni siquiera hablan nuestra lengua. Nos mandan compañeras o compañeros náhuatl. Tenemos que buscar cómo conservar todo lo que tenemos y defenderlo, aunque a veces es decepcionante”.
Eleuteria ha participado continuamente en labores comunales: ha sido suplente del juez, ha estado en los comités de las escuelas cuando sus hijos estudiaban; y estuvo casi ocho años apoyando en trabajos en la clínica de la comunidad.
“Aquí no es como en la ciudad, aquí todos nos conocemos y trabajamos en conjunto, por ejemplo, las faenas se hacen con la comunidad entera”.
Actualmente, participa en el programa gubernamental “Sembrando Vida”. Ella se muestra contenta, está trabajando su tierra y la de su madre. De forma colectiva, está aprendiendo fertilizantes orgánicos y contribuye en las labores del vivero. Es el primer programa en la zona que fue accesible para mujeres, ellas reciben mensualmente dinero por su trabajo en el campo.
“Yo sentí cómo es formar parte de una comunidad. Yo me enfermé y estuve hospitalizada, me ausenté un tiempo de las actividades en el grupo y mis compañeros me ayudaron a sembrar mis plantas”, recuerda Eleuteria, ante un grupo de compañeros, durante la visita de la coordinadora del programa.
Caro se muestra atenta ante la evolución de este programa. Ella obtuvo su grado de maestría con la tesis “Violencia económica de la mujer indigena y las trampas del Estado”, donde refiere cómo los programas gubernamentales y políticas públicas contribuyen a la violencia contra la mujer y a un quiebre comunitario. Pero sabe que todos los intentos para robustecer esta colectividad son buenos.
Mientras tanto, ella, Eleuteria y las mujeres bordadoras de Xolol continúan siendo parte fundamental en la resistencia teenek.
“Mi primer valor viene de ser mujer. Vengo de mujeres que han dejado su granito de arena a nivel comunitario. Las mujeres de mi familia le han echado muchas ganas. Entonces, a partir de ahí, pienso: si mis abuelas, que no hablaban español, se movieron. Eso me demostró que todas las mujeres somos capaces de hacer las cosas”, piensa Caro.
Periodista freelance con base en San Luis Potosí. Le gusta escuchar historias y trata de preservarlas, por eso es periodista. Su visión se centra en la cobertura de temas de derechos humanos, migración, desaparición, violencia de género y crisis ambiental.
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