Batichico, un 30 de abril. Recuerdos de una infancia (trans)

30 abril, 2022

Me compró mi padre una libreta con Batman al frente, Robin atrás y unos cuantos centímetros de Batichica hasta atrás. Eso me bastaba, esos pocos centímetros eran suficientes para llenarme de dicha, para observar su traje negro y plateado…

@aceves_ever

Fue el 30 de abril del año pasado cuando recibí un regalo que por casualidad llegó en ese día, el día del niño. Fue el regalo que, por múltiples razones, nunca recibió mi yo infante.

En el kínder tenía amigos de una belleza extenuante, esa era la razón por la que me juntaba con ellos. De haber habitado otro cuerpo, hubiera pasado todos mis recreos al interior de la casa de muñecas, no obstante, prefería pasar mis ratos libres con mis “amigos” de apariencia angelical. No teníamos más de seis años y, sin embargo, yo ya tenía muy claro lo que quería, lo que me gustaba.

Pero esos no son mis primeros recuerdos. Mi primer recuerdo se remonta a mis tres años aproximadamente. Supongo que apenas estructuraba mis primeras palabras, pero antes de ello, tenía una claridad perfectamente andamiada sobre cómo quería que el mundo me viera: con el calzado de mi madre, con esas largas botas negras de piel de fulgores alucinantes bajo los rayos de sol, yo quería apropiarme de esas botas, conjugarlas con mi cuerpo y verme tan escrupulosamente femenina como ella.

No se pudo, cuando mi madre me vio con ellas puestas frente al espejo, cargó mi cuerpo, “estas botas no, Ever, mejor ponte los zapatos de tu papá”, me dijo cariñosamente, y me colocó ahí, en la aplastante y rectilínea silueta de los zapatos de mi papá, de la masculinidad impuesta, del destino viril y engañosamente inamovible.

No la juzgo. Mi madre utilizaba las herramientas a su alcance para ser madre. No es sencillo ser madre, padre de una infancia trans, aunque esto tampoco justifica la imposibilidad de aceptación, amor, cariño, que puede llegar a presentarse.

Ya en la primaria jugaba con mi hermano, eran juegos con muñecos o sin muñecos; mientras mi hermano enfocaba su atención hacia las armas, los poderes o la fuerza de sus personajes de juego, los cuales eran interpretados con nuestros propios cuerpos, yo focalizaba mi atención en los atuendos: el alto de los tacones, de las plataformas, el largo de la caña de mis botas imaginarias, el largo del cabello y su color, las uñas, la manera en que se movía la capa al volar, o el cabello con el viento. Mi hermano me escuchaba con atención un tanto extrañado, y una vez terminada mi milimétrica descripción atávica, procedíamos a jugar. De haberse materializado dicho juego, seguramente hubiera sido una escena de pelea de algún Max Steel contra una Batichica elegante.

“Yo soy Batichico”, afirmé a mi hermano en uno de tantos miles de juegos que tuvimos, antes o después de mis descripciones de vestuario, sin ser consciente de ello, pero ahora que lo escribo, ese Batichico era la resistencia puesta en palabras, la marea del género oscilante en un cuerpo de menos de diez años. Era la aceptación irrefutable de la masculinidad en el pronombre, dicho en una palabra con cuerpo de mujer.

Cuando dije quién sería durante el juego mi padre saltó, irrumpió para aclarar que Batichico no existe, que podía ser Batman o Robin, pero jamás Batichico porque sólo hay Batichica y esa no era yo.

Me intimidé, me avergoncé, no sé si con mi hermano, con mi padre o conmigo o con todos. 

Quería comprar una libreta con Batichica en la portada. También me fue negada. No obstante, me compró mi padre una libreta con Batman al frente, Robin atrás y unos cuantos centímetros de Batichica hasta atrás. Eso me bastaba, esos pocos centímetros eran suficientes para llenarme de dicha, para observar su traje negro y plateado, su cabellera larga, sus botas de piel igualmente largas.

Insisto, mi padre hacía lo que creía correcto. No lo juzgo, puedo decir que hasta lo comprendo, considerando la época en la que vivíamos. La sociedad era mucho más cerrada veinte años atrás.

Lo mismo con las muñecas, en ocasiones tenía que hacer gastar más a mis padres, pues los paquetes de 5 juguetes de Marvel eran bastante caros, en comparación con las piezas individuales. A mí me atraían principalmente las figuras femeninas, las luchadoras, como decía mi padre. En estos paquetes había una muñeca y cuatro muñecos de Marvel, mis ojos se centraban en la única luchadora del paquete, pero como ya sabía que comprar individualmente a una muñeca era impensable, optaba por decirles que quería tener la colección completa de X-Men, Los 4 Fantásticos, etc. Sólo de esa manera conseguía jugar con mis muñecas.

Finalmente, décadas después obtuve ese regalo que siempre quise durante mi niñez. Fue el año pasado cuando recibí ese regalo. Coincidió con que fuera 30 de abril el día en que lo recibí. El regalo que me hice a mí misma fueron unas largas botas negras de piel, como las de Batichica en aquella portada en donde aparecía al fondo. Al ponérmelas, me vi en el espejo, vi a esa superheroína, esa villana fantástica, esa luchadora que ahora podía ponerse sus propias botas y escuchar el taconeo a cada paso.

El 30 de abril del año pasado sentí la conjugación de mi cuerpo con mis botas negras. Ya no habría necesidad de llamarme Batichico, porque la que siempre estuvo ahí, fue ella, Batichica. Y Batichica se dio cuenta de que esa virilidad es, en efecto, engañosamente inamovible.

Évolet Aceves escribe poesía, cuento, novela, ensayo, crónica y entrevistas a personajes del mundo cultural. Además de escritora, es psicóloga, periodista cultural y fotógrafa. Estudió en México y Polonia. Autora de Tapizado corazón de orquídeas negras (Tusquets, 2023), forma parte de la antología Monstrua (UNAM, 2022). Desde 2022 escribe su columna Jardín de Espejos en Pie de Página. Ha colaborado en revistas, semanarios y suplementos culturales, como: Pie de Página, Nexos, Replicante, La Lengua de Sor Juana, Praxis, El Cultural (La Razón), Este País, entre otros. Fue galardonada en el Certamen de ensayo Jesús Reyes Heroles (Universidad Veracruzana y Revista Praxis, 2021). Ha realizado dos exposiciones fotográficas individuales. Trabajó en Capgemini, Amazon y Microsoft. Actualmente estudia un posgrado en la Universidad de Nuevo México (Albuquerque, Estados Unidos), donde radica. Esteta y transfeminista.