Barbie, la muñeca que nunca tuve

22 julio, 2023

¿De qué manera puede hacerle daño una muñeca a un niño?, ¿de qué manera puede hacerle daño una muñeca a una niña que es vista por la sociedad como niño? Aquel infante que fui, encontraba la manera de camuflar su feminidad. Me las ingeniaba para asirme a la feminidad

Tw: @EvoletAceves

Crecí admirando la feminidad en mi entorno. En cuanto a juguetes, anhelaba a las heroínas que aparecían en caricaturas e historietas a las que mis hermanos recurrían. Particularmente me refiero a dos: Batman y X-Men. En ambos casos, está presente el sufijo man/men: hombre(s). La mujer parecía no estar incluida en ninguno.

Sin embargo, renuente, yo me inclinaba no hacia ese man/men, sino al ente opuesto, el que no aparecía ni en las palabras ni veían en mi cuerpo: la mujer. Batichica y Venenosa; Tormenta y Phoenix. Todo me encantaba de ellas, o porque volaban o porque sus poderes estaban ligados a la madre naturaleza, más que a la fuerza bruta, o bien, por sus patadas, pero algo tenían en común todas ellas: una frondosa y larga cabellera, como las de Barbie. Rubia o roja o blanca, pero siempre relucientemente sedosa. Todas tenían sus trajes de superheroína o villana pegados a sus siluetas femeninas, y algunas contaban con una delgada y elegante capa, pero todas con sus botas, sus larguísimas botas que cubrían la entereza de sus piernas.

Me arrobaban sus vestuarios, sus diálogos, sus voces, sus movimientos, el brillo de sus variados bilés, su rubor, sus delicadas manos y sus uñas largas y esmaltadas, sus accesorios, sus peinados. ¡Cómo olvidar la embriagante gema roja de Venenosa colgando de su cuello!, o su peinado infernal hecha de dos cuernos saliendo de sus rojos cabellos, y, por si fuera poco, sus sombras de foliaciones rojas o verdes, de estío u otoño, decorando sus párpados. O Michelle Pfeiffer, Gatúbela, en la película de Tim Burton: Batman Returns (1992), la mejor Gatúbela que ha dado el cine, cosiendo, en su casa de interiores rosas, mis cuatro minutos preferidos de la película en que se observa a Pfeiffer actuar con maestría, consumida por la demencia, para convertirse en una villana felina que destruye, tritura peluches y azota todo a su paso en el departamento rosa, y comienza, finalmente, a coser en su máquina el definitivo traje de Gatúbela, hecho a base de costuras blancas y la gabardina de charol negro que extrae de su armario.

La pelea de Venenosa (Uma Thurman) y Batichica (Alicia Silverstone) en Batman & Robin (1997) conformaban poco menos de dos minutos, eran la razón de mi mayor emoción, por esos casi 120 segundos era que veía la película de más de dos horas —7,200 segundos—, pero esa emoción yo la resguardaba, era un secreto, puesto que sería impensable y punible que un niño se identificara con las heroínas o villanas.

Venenosa tenía un látigo de lianas y unas botas de charol over-the-knee y de alto tacón. Yo a mis padres, por supuesto, les pedía látigos y botas, pero no entraba en detalles. Mis padres pronto supusieron que me encantaban los vaqueros, botas y látigos, claro…

Pronto tuve mi arsenal de botas vaqueras, pero yo no las veía como botas vaqueras, sino como las botas de Venenosa o Gatúbela o Tormenta. Y así era feliz. Y lo mismo con las heroínas y villanas. Jamás tuve interés en las Barbies, yo admiraba lo que estaba a mi alcance: las mujeres de las caricaturas, cómics y películas de superhéroes. Yo anhelaba ser no una Barbie, sino una superheroína o supervillana.

Me doy cuenta de cómo aquel niño que fui encontraba la manera de camuflar su feminidad.

Aquel pequeño niño, con tan pocos años de edad, se las ingeniaba para asirse a esa deseable pero lejana isla de la feminidad,con la mayor discreción posible, incluso en los cuadernos escolares. No se me compraron libretas con Batichica, pero sí una con Batman al frente, Robin detrás, y apenas distinguible, Batichica, pero esos pocos centímetros de Batichica me significaban un respiro, un alivio.

Lo mismo cuando mi madre convenció a mi padre de que me compraran la figura de acción de Tormenta en algún día de Reyes. Me llevó muchos esfuerzos convencerlos, pero finalmente ellos accedieron, supongo que fue mi madre quien accedió primero, y luego mi padre, y al final los Reyes Magos. Y no los culpo, porque ellos querían lo mejor para su hijo, obviamente lo menos que deseaban era herirlo.

Incluso hoy llego a reflexionar en lo pesado que tuvo que haber sido para ellos el acceder a hacer algo que creían era lo incorrecto, ¿cómo permitir, como padres, acceder a los caprichos de su hijo, a sabiendas de que es algo “incorrecto”?, pero también me pongo a pensar, ¿de qué manera puede hacerle daño una muñeca a un niño?, ¿a una niña que es vista por la sociedad como niño?

Me alegra ver que un padre, vestido con tutú, llevó a su hija al cine a ver Barbie, ¡qué maravilla!, las generaciones jóvenes están ampliando su idea en torno a la masculinidad. Pero Ernesto no corrió con la misma suerte, el joven de Matamoros fue duramente criticado en redes y a través de memes, después de que un reportero local publicara fotografías de Ernesto formado en el cine, quien iba vestido con blusa rosa, pantalón rosa y sandalias rosas; entre lágrimas, dijo posterior al evento: “me convirtió en una burla, y no me parece justo… me están afectando, no era mi plan salir así para ser la burla de mucha gente. Yo quería disfrutar Barbie la película, ya ni supe el final por tantos mensajes”, ante la indignación en redes, también hubo gente que le mostró su apoyo a Ernesto.

Las burlas hacia este joven son también reflejo de la gordofobia, fue criticado por su vestimenta, por su feminidad, pero también por su peso.

Por un lado, pareciera que un hombre con sombrero que decide ponerse un tutú para complacer a su hija, merece todo el aplauso de la sociedad; pero cuando otro hombre, joven, lo hace por decisión propia y por gusto, se vuelve un acto reprochable, aquel hombre femenino que ose vestir de rosa, asemejarse a una muñeca, merece ser la burla, ser objeto de risas, murmullos y miradas. Cuando realmente la valentía de Ernesto no se compara con la de sus pares, ni hombres ni mujeres cis a su alrededor, que ni siquiera tuvieron que pensar en la valentía al salir de sus casas, dado que la permisividad performática de la feminidad que tienen las mujeres cis es infinitamente mayor y socialmente aceptada, en comparación con la de un hombre. Y eso que no hubo una falda de por medio… Esas burlas dan coraje e impotencia, pero evidencian nuestra realidad, la realidad que trasciende al progresismo capitalino y que se asienta en el resto del país, una realidad que pareciera indicar no está muy alejada de El lugar sin límites y las violencias que sufre la Manuela.

Lo que sucedió con Ernesto al ir a ver Barbie es una infamia. Es una realidad que muchas personas que nos resistimos a caer en el prejuicio y en los estereotipos hegemónicos, vivimos día a día. Da coraje, da rabia esa ignorancia que se convierte en lanzas que hieren.

Nos atrevemos a tan poco, que parece urgente el voltear hacia afuera y capturar imágenes con los teléfonos, como capturando ídolos andantes que no le temen a desafiar al machismo, figuras que se atreven a más, deidades callejeras a las que en el fondo se admira. Cuánta razón tiene Gloria Trevi al decir “y todos me miran, porque hago lo que pocos se atreverán… algunos con envidia pero, al final, todos me amarán”.

Espero que esta columna llegue a los ojos de padres y madres a quienes, tal vez, alguno de sus hijos les ha dado indicios de identificarse con un género distinto al que le fue asignado al nacer, o más bien, impuesto; o bien, indicios de tener una orientación sexual distinta a la heterosexual.

Pero el que a un niño le guste una muñeca no quiere decir que necesariamente se trate de una infancia trans o un niño gay, más bien los padres deben estar atentos a las pistas que les dan sus hijos, y no hay mejor manera de hacerlo que recibiendo esas pistas con amor y comprensión, no con prejuicios.

Al final de cuentas, terminé agarrando a las muñecas. Tormenta, Batichica, Rogue, Emma Frost, Psylocke, la Mujer Maravilla; no puedo quejarme, mis padres sí me dieron muñecas pese a su renuencia y pese a mi culpígena insistencia. Y yo me deleitaba con ellas porque mi identidad de género estaba en mi naturaleza desde entonces, muñecas a las que tanto me hubiera gustado presumir con orgullo, jugar con ellas libremente, en vez de agarrarlas entre mis manos con vergüenza, culpa y miedo.

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Évolet Aceves escribe poesía, cuento, novela, ensayo, crónica y entrevistas a personajes del mundo cultural. Además de escritora, es psicóloga, periodista cultural y fotógrafa. Estudió en México y Polonia. Autora de Tapizado corazón de orquídeas negras (Tusquets, 2023), forma parte de la antología Monstrua (UNAM, 2022). Desde 2022 escribe su columna Jardín de Espejos en Pie de Página. Ha colaborado en revistas, semanarios y suplementos culturales, como: Pie de Página, Nexos, Replicante, La Lengua de Sor Juana, Praxis, El Cultural (La Razón), Este País, entre otros. Fue galardonada en el Certamen de ensayo Jesús Reyes Heroles (Universidad Veracruzana y Revista Praxis, 2021). Ha realizado dos exposiciones fotográficas individuales. Trabajó en Capgemini, Amazon y Microsoft. Actualmente estudia un posgrado en la Universidad de Nuevo México (Albuquerque, Estados Unidos), donde radica. Esteta y transfeminista.