Bakhmut, memoria de una ciudad en ruinas

24 junio, 2023

En esta segunda entrega desde Ucrania, el fotoperiodista Narciso Contreras recorre las ruinas de Bakhmut y conversa con Mykita, un adolescente que convalece de las heridas en el hospital infantil. Esta es su historia

Texto y fotos: Narciso Contreras

BAKHMUT, UCRANIA.- “Hoy es el quinto día sin pastillas para el dolor”, dice Mykita, de 16 años, mientras se recuesta.

Todo el peso de su cuerpo enclenque se desparrama entero sobre la pequeña cama del hospital infantil. Le tiemblan las manos y de su cara brota una sonrisa aún de niño. Ha pasado los últimos dos meses con poderosos sedantes para aguantar el dolor de sus heridas.

“Pero el primer día fue el más difícil, sentía miedo por no saber si podría soportar el dolor”, dice Mykita, orgulloso por haber superado el reto.

Mykyta Broznel, de 16 años, sentada en una cama del Hospital Infantil se recupera de sus heridas derivadas de un ataque en la ciudad de Bakhmut el pasado enero / Foto: Narciso Conteras


La habitación de muros amarillos en el hospital de niños en la ciudad de Leopolis, fue la última de tres paradas que hizo el adolescente para sobrevivir a una herida mortal. En la cavidad torácica entre el pecho y la espalda, junto al corazón, se alojó una esquirla entre los vasos sanguíneos a solo medio milímetro de la vena aorta, después de perforarle la escapula. El resto de esquirlas y de metralla golpearon otras partes de su cuerpo al explotar un proyectil que lo dejo inconsciente sobre el pavimento en una de las peligrosas calles de Bakhmut, una ciudad ahora sepultada bajo las ruinas.

“Mi sobrino de 14 años murió ahí, al instante y mi primo de 35 sigue en coma, con el hígado destrozado”, relata Mykita con una precisión narrativa al describir los detalles y las emociones del fatal evento.

Su madre escucha en silencio el relato, sentada en la cama contigua asintiendo con la cabeza cada vez para asegurar que si, que sobrevivieron juntos. Mientras Mykita continúa:

Vivimos seis meses en un refugio subterráneo, y solo salía por agua y comida, y para jugar pelota a veces, pero las explosiones eran cada vez mas cercanas, aun así tenia que salir, porque mi madre depende de mi”.


Su voz tersa vibra una dulzura continua, pero por momentos se quiebra, y al hacerlo sus manos frotan sus ojos tratando de disimular las lagrimas. Su madre Tatiana en cambio no disimula y rompe en llanto en cada oportunidad, para después atragantarse de desconsuelo y volver al silencio mirando con orgullo al mas joven de sus diez hijos, el que brilla en inocencia y en devoción humana. Todos aman a Mikyta, sus nueve hermanas, sus vecinos, incluso los médicos y las enfermeras del hospital. Porque cuando él habla, se siente como si abrazara al mundo con su voz.

El nunca huyó. Aunque le ofrecieron hacerlo. “A donde ir?”, dijo Mykita recordando los 16 años que le tomó aprender todos los escondites de la ciudad, cada rincón, cada esquina y cada calle. Los pasajes secretos y los atajos en bicicleta. “A donde ir si Bakhmut es mi ciudad?”, se responde a sí mismo como tratando de convencerse de que aun hay una ciudad a donde volver. Pero Bakhmut ha sido pulverizada y ahora solo existe en la boca de
quienes la nombran.


La guerra nos perseguía. Los rusos se iban acercando cada vez mas. Tuvimos que cambiarnos de casa muchas veces y mis hermanas se fueron yendo una a una”.

La soledad del muro amarillo detrás de Mykiya, contrasta con su relato de peligro abigarrado de pequeños detalles: “Primero todos vivimos juntos en un departamento en el quinto piso en el centro de Bakhmut, para cuidarnos, pero una bomba grande exploto ahí al lado y dejo muy dañado el edificio”.

La explosión, cuenta Mykita, lo dejo temporalmente sordo y la ola expansiva fue tan fuerte que le sacudió las manos. Tal vez esa es la razón que explica porqué tiemblan permanentemente.

Luego nos fuimos a las orillas de la ciudad, para estar seguros en el campo, pero los combates comenzaron alrededor de la casa y tuvimos que correr al sótano cuando empezaron a disparar los cañones. Cuando subimos, había metralla incluso debajo del sofá. Y pensamos ‘si nos quedamos, nos mataran o los rusos o los ucranianos’ y nos fuimos al refugio”.


Así, la guerra nos acorralaba, se acercaba cada vez mas. Los francotiradores disparaban incluso cuando íbamos a revisar las casas de nuestros familiares. La ciudad se volvió muy peligrosa. Ya no podíamos salir a jugar pelota ni rodar en la bicicleta. Y luego, una bomba cayo cuando íbamos por agua, mira”, dice Mykita.

Se levanta la camiseta mostrando la espalda, el hombro y el tórax salpicados de heridas de metralla. Una esquirla, la que iba directo al corazón se desvió un poco al estrellarse en el hueso y se alojo entre las arterias, pero no lo mató.

De Bakhmut solo quedaron las ruinas, que fueron circundando a los pocos civiles, ancianos y mujeres con sus hijos que decidieron quedarse hasta el final en el centro de ayuda humanitaria “el punto de invencibilidad”, hasta que llegaron los combatientes del temido grupo Wagner. Nada más.

Pero Mykita no siente desprecio ni coraje contra los que casi le arrebatan la vida y destruyeron su ciudad, no tiene sed de venganza. En sus ojos en cambio, reside el anhelo de sus sueños que persisten: “Yo quiero ser piloto de motos”, dice Mykita, mientras hace un ademan con su mano temblorosa que se lleva al pecho. “Ya los he perdonado”.

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