En Bagresitos no hay miedo. El miedo se lo llevó la gente consigo, en su cuerpo, en sus ojos y su voz cuando hace un año debió salir de manera forzada para salvar su vida. Cargaron con pocas cosas para iniciar desde cero en otro lugar, cargaron también con los cuerpos de sus muertos, que quedaron enterrados lejos de casa
Texto: Albaro Sandoval / Revista Espejo*
Foto: Revista Espejo
SINALOA.- En el camión militar van los cadáveres que sigue Isabel. Son Marcos y Jacinto, padre e hijo muertos en el fuego cruzado de un tiroteo que no les incumbía, caídos en una guerra ajena. Eran sus sobrinos.
Isabel piensa llegar a Culiacán, hacer el papeleo de los cuerpos y regresar con sus muertos a sepultarlos en el panteón de su pueblo. Sus cálculos andan mal, aunque ella, ensimismada viendo el vehículo de los soldados, no lo sabe aún. Está totalmente equivocada al pensar que volverá.
A los difuntos habrá de enterrarlos en una tierra desconocida. Lejos, a una hora y 10 minutos, a casi 44 kilómetros de donde siempre vivieron. Además, para resaltar el mal cálculo, Isabel verá pasar una semana, dos meses, medio año, 365 días sin regresar a su casa, a su taller de costura, a su restaurancito de comida campirana con tortilla hechas a mano, “La cabaña del sabor”.
A Isabel la acompañan sus dos hijos, sus dos nietos, su esposo y su suegra de más de 80 años de edad. Atrás de ellos vienen más familias; al final del día se contarán alrededor de 80. Es el éxodo forzado de la violencia en la sierra de Tepuche, al norte de Culiacán. Llevan unas pocas pertenencias, solo lo que el terror les dejó agarrar.
Bagresitos se ha quedado solo y un soplo de miedo les impedirá volver en todo un año. Es este abandonarlo todo. Por miedo. Siempre por miedo.
Y allá adonde se han encaminado bajo el resguardo de los militares, en la capital, Culiacán, empezarán a llamarles desplazados.
“Salimos con los militares, con la ilusión de regresar pronto. Íbamos atrás de nuestros muertos para hacer el papeleo y darles cristiana sepultura en el pueblo. Pero ya no hubo condiciones para regresar. Así nos la hemos pasado todo este año”, recuerda esta mujer de 53 años de edad, 35 de ellos vividos en Bagresitos, sindicatura de Tepuche.
Fueron seis horas de disparos y tantos muertos que no alcanzan los dedos de las manos. Las autoridades de Seguridad Pública y la Fiscalía reportaron 16 muertos, nueve en Bagresitos y siete en La Vainilla.
Eran las ocho de la mañana cuando sonaron las primeras ráfagas entre la gente de El Ruso y la del Nini, la pugna entre grupos de la delincuencia organizada. Era el día de San Juan, este jueves hizo un año. Y desde entonces sobre la alegría de Bagresitos cayó un manto turbio que le regaló la envestidura del enésimo pueblo fantasma de Sinaloa.
Isabel iba a poner la sartén para preparar desayuno. Tenía trabajo pendiente en el taller de costura. En eso oyó los tiros. Los suyos, sus nietos, hijos, esposo y suegra, se escondieron en los cuartos. Desde ahí, a gritos, Isabel le gritaba a gente que había quedado en medio del tiroteo que entraran a su casa. Que se resguardaran.
Apenas hubo una especie de tregua en el enfrentamiento algunos pobladores empezaron a salir de sus refugios. En ese momento Isabel vio a la mujer gritando:
Isabel se asustó. Tenía el pendiente de sus sobrinos que habían salido a darles de beber a las vacas. Por ahí debieron haberse resguardado, les decía a los suyos, encerrados en los cuartos de la casa, para tranquilizarlos.
Pero no. La verdad era otra. La verdad la imponía el plomo. La muerte en Bagresitos se llevó parejo a inocentes, dice Isabel. Y también a sicarios.
“Allá están tus sobrinos tirados…”, le dijo la mujer que lloraba por su niño.
Isabel caminó a reconocer a sus muertos. Marcos tenía 20 años y Jacinto, el padre, poco menos de 40. Estaban juntos. No alcanzaron a ponerse a salvo.
“En honor a los inocentes que cayeron ese día solo queda recordarlos”, dice Isabel.
Bagresitos era un pueblo alegre, dice Isabel. Un pueblo en franco desarrollo pese a estar sobre los altos de la Sierra Madre Occidental.
En la comunidad funcionaba un preescolar, una primaria, una telesecundaria y una preparatoria. Se hacían gestiones para abrir un enlace universitario.
La zona tiene arroyos y cascadas. Ofrece paisaje naturales que desde hacía tiempo llevaba visitantes. Iba gente en razors, motociclistas y ciclistas, sobre todo los fines de semana. Gente que iba a pasar un buen rato, a despejarse de la rutina de Culiacán.
“Era un rancho alegre. Un pueblo tranquilo. Empezaba a verse el desarrollo turístico. Nos iba bien. Yo vendía comida campirana a los visitantes. Ya todo eso se acabó. Es una lástima. Y duele”.
Desde hace días Isabel tiene pesadillas. En víspera del aniversario el mal sueño le trae de vuelta la tragedia. A sus muertos los ve vivos. Los ve allá en Bagresitos. Y vuelven los tiros y los sicarios y el enfrentamiento y se ve otra vez saliendo del pueblo, corriendo, en estampida.
“Así me sueño y los sueño, con un terror bien grande”.
La pesadilla ha sido frecuente estos últimos días, antes del 24 de junio. Además de las pesadillas, Isabel revira sobre el trauma. Una cosa muy suya, de la que solo ella puede hablar.
“Ha sido muy difícil porque uno viene con la mentalidad de regresar a su casa. Añora donde uno hizo su vida. La herida sigue sangrando y el trauma también. No vamos a sanar jamás. Ahí se quedó el esfuerzo toda una vida. Nos vamos a hacer viejos rodando aquí y allá, como desplazados”.
Isabel dice que en Bagresitos trabajaba en un taller de costura y además tenía su restaurante de comida de rancho. Su esposo se encargaba de una tienda de abarrotes. Su hija hacía coricos para vender. Y su hijo elaboraba carbón.
Ahora cada uno ha conseguido trabajo en Culiacán. Primero Isabel no podía porque cayó en depresión. Luego fue asimilando lo sucedido y aceptando su realidad.
Solo así, trabajando los cuatro, han podido sobrevivir en una ciudad a la que, un año después, aún no le hayan el modo. Pero tendrán que aceptarla si es que el miedo y el trauma no les abandonan.
“Es el trauma el que no lo deja regresar a uno. Pero uno no se resigna a abandonar por completo su casa, su tierra. No sé si tenga la fuerza para soportar todo, el regreso o quedarme aquí”.
Isabel asegura que después de aquel 24 de junio ha ido dos veces a Bagresitos. Se ha vuelto a parar frente a su pueblo. Lo ha visto en casi ruinas. Abandono. Solo. Como solos y abandonados se sienten ellos en una ciudad que no les pertenece.
Isabel ha ido y venido en busca de ayuda del gobierno. Hasta la fecha el esfuerzo le ha alcanzado para poco por no decir que para nada.
El único apoyo recibido fue por parte de una persona que conoció por su restaurante en Bagresitos: les presta la casa donde vive con sus familiares. Así han evitado el pago de renta o ir a invadir terrenos como han hecho otros.
Las familias desplazada ya se reunieron con el alcalde de Culiacán, Jesús Estrada Ferreiro. El morenista les dijo que les ayudaba solo si regresaban al poblado. Pero el miedo es mucho. No hay garantías de seguridad. Y siguen aquí, desperdigadas, cada una por su lado, batallando en el lodo de la supervivencia.
Les han hablado de unos terrenos y casas por el rumbo de La Higuerita, en la zona de la carretera a Culiacancito. Sin embargo aún no hay nada concreto.
“Estamos en pie de lucha no para regresar sino para quedarnos. No pedimos mucho solo que se nos apoye con terrenos y casa aquí en Culiacán. Hago un llamado para que las autoridades de gobierno nos apoyen”.
Y así como están la historia y tragedia de Isabel, por ahí andan las de 200 familias o quizá un poco más que ese mismo salieron de Molo Viejo, Juntas de Bagresitos, La Pitahaya y Paso del Norte.
La vida no está como para hacer una fiesta pero sí para callar por los muertos de Bagresitos y para aplaudir por todos los recorridos sin remedio emprendidos por las familias desplazadas.
En Bagresitos no hay miedo. El miedo se lo trajo la gente en la sangre. En los ojos. En la voz que a veces se rompe al recordar la tragedia del día de San Juan. El miedo está con ellos. No los deja. No los suelta.
“A nosotros nadie nos amenazó. Pero tenemos miedo de regresar. He ido dos veces en este año. Y qué hace uno, qué va a hacer uno: llora. Va uno solo a llorar…”
Es Bagresitos, donde unas 50 casas solas pugnan por embarnecer el silencio teatral del que se nutren los pueblos tristes a los que su gente solo vuelve para llorar por lo que una vez fue. Es aquella tragedia, ese quedarse solo.
*Este trabajo fue realizado por REVISTA ESPEJO, que forma parte de la Alianza de Medios de la Red de Periodistas de a Pie. Aquí puedes consultar el original.
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